[Nota previa: José Ignacio González Faus, prolífico hasta el final, dejó escrito este texto para cuando José Mujica falleciera. Lo publicamos hoy como homenaje a estos dos hombres, que tanto aportaron en vida.]
Fuente: Cristianisme i Justícia
14/05/2025
N.B. El género literario de estas páginas es parábola, no historia. Mujica fue guerrillero tupamaro y, aunque nunca fue condenado ni se le formularon cargos oficialmente, la prensa uruguaya de la época le acusó de haber dado la orden de asesinar a dos policías. Tuvo además algunos enfrentamientos armados: de uno salió con tres heridas de bala. Y de otro, con una herida en el vientre que lo tuvo a punto de morir. El protagonista de la parábola es Jesús de Nazaret, quien decía no haber venido a llamar a justos sino a pecadores a penitencia y creía que de un publicano puede salir un evangelista. No se trata, pues, aquí de hacer un juicio histórico sobre el expresidente uruguayo (ni positivo ni negativo), sino de interpelarnos a nosotros, los que nos consideramos justos.
Caminaba Jesús de Nazaret por el paseo marítimo de Montevideo cuando los medios comenzaron a dar la noticia del fallecimiento del expresidente José Mujica. Mucha gente se acercó para comunicárselo, porque veían que no llevaba teléfono móvil ni tableta o radio pequeña.
Al oírlos, Jesús recordó su encuentro con un centurión pagano en Cafarnaúm y con una mujer pagana sirofenicia, y se le ocurrió comentar: «en verdad os digo que en toda mi Iglesia no he hallado una fe tan grande».
—Pero Señor, si Mujica fue un terrorista que no creía en Dios, ¿cómo dices tú que tenía una fe tan grande? —gritó molesto alguien del público que se consideraba muy católico y se llamaba Santiago.
—Bien, pero quizá la cosa no está en la palabra «dios» porque, como ya sabréis, hay ateos que no consiguen creer en Dios y otros que no quieren creer en Dios. Pero lo cierto es que, para pasar 17 años de cárcel por creer en la posibilidad de hacer este mundo más humano, y salir luego sin resentimientos y con deseo de perdonar, hace falta mucha fe. A pesar de su pasado inicial, Mujica ha sido casi como el Mandela de América Latina…
Y yo os digo que para ser presidente de un gobierno y no cambiar ni de domicilio ni de coche (un Volkswagen «escarabajo») arguyendo que para gobernar no necesitaba ni otra casa ni otro coche… Hace falta bastante fe.
También para tener paciencia hace falta mucha fe, y mucha sabiduría paciente. Y recordaréis que Pepe dijo una vez: «Soy socialista, pero no tonto». Era una manera de decir: ‘deseo muchas cosas, pero sé (o veo) que no son posibles ahora, desgraciadamente’. Un cristiano puede (¡debe!) desear cambiar su Iglesia. Pero debe preguntarse también si eso lo desea para gloria de Dios o para gloria propia. Porque en este segundo caso podría ser que intente hacer su reforma a la fuerza (como le pasó a Mujica al principio), y quizás esto no reforme, sino que deforme a la Iglesia.
—Sí, pero ahora ya se ha muerto y todo aquello queda por hacer —gritó un católico fervoroso del público que se llamaba Tomás.
—Pero fíjate, Tomás, que también había dicho Mujica en una entrevista televisada, que le parecía impensable que con la muerte se acabe todo. No sabía, pero no quería dejar de recoger esa sensación… Y yo os digo que vendrán muchos ateos y de otras religiones y se sentarán a la mesa con Abrahán y Francisco de Asís y Óscar Romero, mientras los hijos del Reino mirarán desde fuera con dos palmos de narices…
Cuando el público se fue retirando medio decepcionado —y alguno con cierto enfado—, se acercó a Jesús su discípulo Pedro, que se creía a veces en la obligación de corregir al Maestro, no porque no le tuviera un gran cariño, sino porque él pensaba que eso de la pesca enseña mucho más que la carpintería a la hora de tratar a la gente: porque los hombres son como los peces.
—Maestro —le dijo—, es que a veces hablas de una manera que parece que lo haces para provocar.
—Pues fíjate, Pedro, que lo que yo quiero cuando hablo no es provocar, sino despertar: porque a veces parece que el pueblo de Dios está bastante dormido. Y claro: si estás bien dormido y una sacudida te despierta de golpe, no te niego que eso puede parecer como una provocación…
Pedro aún quiso responder algo, pero de golpe se dio cuenta de que el Señor ya no estaba allí. Y pensó otra vez que debería decir al Maestro que, si tuviera un teléfono móvil, o celular, podría haberse enterado él de la noticia sin necesidad de que fueran las gentes a contársela.
Y sin saber cómo, a los cinco minutos vio que tenía un WhatsApp que le decía: «Pedro querido, si yo tuviera un teléfono de esos que me dices, estaría recibiendo frecuentes mensajes diciéndome que algo no funciona del todo bien y que pueden arreglármelo gratis, a condición de que yo les deje usar mis datos para hacer publicidad…».
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