Fuente: SettimanaNews
Por: Renato Borrelli
27/05/2025
Después de haber abordado la cuestión de género, Aristide Fumagalli nos ha regalado otro bello texto: Amor posible, personas homosexuales y moral cristiana. Ha escrito también, entre otras cosas, un importante tratado sobre el amor sexual en el que habla con gran competencia y desde diversos ángulos del amor que une al hombre y a la mujer, y lo hace sin dejarse intimidar en lo más mínimo por el desafío que plantea la actual cultura occidental, más proclive a eliminar la diferencia que a afrontarla. El autor no es, pues, un revolucionario outsider que, al abordar la homosexualidad, se lanza a la teología moral con la intención de socavar principios intangibles.
Tiene credenciales para dialogar tanto con el Magisterio de la Iglesia, que se ha ocupado a menudo de la atención materna trazando también las directrices para la pastoral de las personas con orientación sexual diversa, como con autores que han estudiado en profundidad el fenómeno que está emergiendo y que requiere atención y respuestas.
En este verdadero manual de teología moral, evidentemente fruto de un curso específico, Fumagalli parte de la realidad fenoménica, es decir, de cómo se presenta el problema hoy, no sin mirar al pasado.
El pueblo de Dios debe tomar conciencia, sin represión ni condena, de las diversas maneras en que se vive la sexualidad fuera de la modalidad binaria, que sin embargo sigue siendo el parámetro básico de la expresión sexual. Hay personas que tienen una clara orientación sexual hacia las de su mismo sexo.
Es necesario distinguir cuidadosamente la fase adolescente y transitoria de ambigüedad o dificultad transitoria para aceptar el propio sexo, del hecho de que también hay personas que, desde la pubertad, se sienten incómodas en su cuerpo biológicamente sexualizado, masculino o femenino. Esta es la llamada disforia de género.
En la homosexualidad hay que distinguir entre la homosexualidad por inclinación, que se forma en los primeros años de vida y que, dado el estado actual de los conocimientos, no se puede cambiar; la homosexualidad se desarrolló durante la pubertad como una fase homoerótica posible pero transitoria de la maduración sexual; homosexualidad inducida por corrupción cuando, a través de tales experiencias, se consolida la fase homofílica transitoria durante la pubertad. Durante las etapas homoeróticas y homosexuales de la pubertad, los adolescentes deben ser protegidos de ver escenas homosexuales para preservarlos de la consolidación de la tendencia homosexual.
Existe la homosexualidad de emergencia que se produce durante el servicio militar, en las cárceles, en los internados: todas estas formas de homosexualidad son modificables. Sólo la homosexualidad por inclinación puede considerarse verdadera homosexualidad (cf. Martin Lintner, La riscoperta dell’eros, p. 140).
Etiología
Respecto de la homosexualidad, Fumagalli cuestiona la etiología. Esto es lo que escribe: «El análisis de las dimensiones biológicas, psicológicas y socioculturales de la homosexualidad tiene como resultado más seguro la incertidumbre de determinar la etiología exacta.
A lo sumo, puede considerarse válido que la causa de la homosexualidad probablemente radique en una multiplicidad de factores: es legítimo hipotetizar la presencia de potencialidades biológicas subyacentes al comportamiento sexual, pero el modo en que se utilizan estas potencialidades depende en gran medida de las influencias ambientales que se ejercen sobre el sujeto, y también de la libre iniciativa del mismo.
La interacción entre factores ambientales y personales constituye siempre un problema que requiere una buena dosis de precaución. La ausencia de una causa única y la presencia en cambio de varias causas presentes de diversas maneras sugiere que los orígenes y configuraciones de la homosexualidad son múltiples y diversos. Por tanto, desde un punto de vista etiológico y estructural no existe una única homosexualidad, sino múltiples y diferentes homosexualidades.
Una reciente confirmación de esta afirmación la ofrece una investigación genética realizada en Estados Unidos en el Broad Institute, un centro de investigación del MIT en Harvard, por un equipo internacional de científicos coordinado por el italiano Andrea Ganna, quien declara que "la genética no es el único factor que influye en el comportamiento, la identidad y la orientación sexual. La sexualidad humana, como otros rasgos humanos, es el resultado de una mezcla compleja de factores genéticos, influencias ambientales y experiencias de vida".
La investigación también cuantificó la incidencia del componente genético en la orientación sexual en un 25%, aunque no se concentra en un único gen con un efecto elevado, sino que se distribuye en muchos genes con un efecto reducido. "Esta interacción de factores, que pueden ser indicados individualmente, pero no separados en la síntesis del ser humano viviente, depende del hecho de que el deseo homosexual, aunque existe pre-socialmente, puede sin embargo ser aprehendido culturalmente y también se transforma socialmente" (cf. pp. 56-57).
Nos damos cuenta de lo absurdo de la homofobia frente a la complejidad vinculada a tantos factores complejos.
Una mirada a la historia
El autor también ofrece una visión precisa de la evolución histórica del fenómeno (pp. 33-47). Limitándonos al mundo grecorromano, la homosexualidad y la efebofilia eran consideradas etapas de la iniciación sexual de los jóvenes, y la depravación de las costumbres sexuales como algo normal.
En aquel tiempo, el adulto de hoy era el efebo de ayer; Los filósofos, escritores y dirigentes serios –al menos así aparecían en sus bustos de mármol– habían pasado, sin embargo, por ese proceso.
Por otra parte, cada vicio y cada otra expresión humana negativa tenía su propia deidad tutelar. He aquí, pues, la severa condena de San Pablo (1Cor 6,9-10; 1Tim 1,9-10; Rm 1,26-27), que veía en los vicios ligados al sexo una consecuencia y una expresión de la idolatría.
…y a la Sagrada Escritura
Un examen de los pocos pasajes del Antiguo Testamento que tratan de las prácticas homosexuales (Gn 19,1-29; Lv 18,22 y 20-13; Jc 19) excluye la aprobación y se inclina más bien a la condena, que sin embargo exige ser adecuadamente precisada para evitar interpretaciones fundamentalistas que cortocircuitan, en lugar de conectar hermenéuticamente, el mensaje bíblico con la experiencia actual del amor homosexual.
Es decir, la Biblia no habla de inclinación erótica hacia una persona del mismo sexo, sino sólo de actos homosexuales (Pontificia Comisión Bíblica, Che cosa è l’uomo).
De ello se desprende que la condena bíblica se refiere únicamente a los actos homosexuales, sin ninguna referencia a la orientación homosexual y, menos aún, a la condición homosexual, que la antropología bíblica no contempla.
La Biblia condena la homogeneidad, es decir, la conducta sexual, pero no la homosexualidad como orientación psicológica o condición existencial.
Se puede observar, sin embargo, que la propia antropología bíblica, al concebir al hombre como unidad inseparable de espíritu y cuerpo, aunque desconoce las categorías de condición y orientación, presupone su realidad. Aun admitiendo la concepción unitaria de la antropología bíblica, lo que no cabe en su comprensión es precisamente la posibilidad de una tendencia que no sea heterosexual. Por lo tanto, los actos homosexuales son condenados en la Biblia como resultado de la libre elección de las personas heterosexuales de expresar transgresivamente su instinto sexual.
Una aclaración adicional subraya que el comportamiento homosexual es reprobado como expresión de la transgresión de un deber sagrado hacia el prójimo, como es el de la hospitalidad hacia los extraños, y como expresión de idolatría religiosa.
La práctica homosexual es pues presentada y condenada en el Antiguo y el Nuevo Testamento como consecuencia inmoral de un pecado religioso más radical, el cometido contra Dios negando las leyes de su creación y renunciando a su reino.
La Biblia condena la homogeneidad como culto idólatra, pero no tiene como objeto de evaluación el amor entre dos personas del mismo sexo y los actos homosexuales practicados en el contexto de una relación amorosa y respetuosa. Y esto porque la distancia entre los dos horizontes interpretativos, el bíblico y el contemporáneo, impide trasladar inmediatamente el juicio del primero al segundo.
El silencio bíblico sobre el amor homosexual tal como se manifiesta hoy no puede invocarse como prueba de su aprobación, ni puede considerarse como prueba de legitimidad la indiscutible actitud misericordiosa e inclusiva de Jesús, ampliamente atestiguada en las Escrituras, hacia toda persona injustamente discriminada y marginada. Esta actitud de Jesús constituye sin embargo un fundamento válido para contrastar toda forma de homofobia y reconocer la dignidad inalienable de las personas homosexuales, así como «la percepción de todo sujeto humano como persona redimida por el Señor» (G. Piana).
La interpretación y valoración de la homosexualidad a partir de los pocos textos bíblicos que tratan explícitamente de ella no son, pues, suficientes para el discernimiento contemporáneo del amor homosexual, por lo que –como concluye el documento de la Pontificia Comisión Bíblica de Antropología Bíblica– «la aportación de las ciencias humanas, junto a la reflexión de teólogos y moralistas, será indispensable para una adecuada exposición del problema».
La enseñanza bíblica sobre el amor entre el hombre y la mujer es y sigue siendo una referencia fundamental para la interpretación y valoración de toda expresión de la sexualidad humana. Por lo tanto, no puede ignorarse a la hora de hacer un discernimiento sobre la experiencia actual del amor homosexual (cf. Fumagalli 65-67).
El autor también analiza la historia de la Iglesia, a partir de los primeros siglos del cristianismo. Podemos decir, en síntesis extrema, que ese pasado no era tierno con los homosexuales, sino que se limitaba sólo a juicios valorativos.
¿Y hoy?
Mirando al presente, podemos decir que la Iglesia, en sus documentos oficiales, se ha mostrado atenta a la realidad de la orientación afectiva de las personas hacia el mismo sexo, y ha manifestado un interés pastoral maternal hacia estos, sus hijos.
En 2023, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe con la declaración Fiducia supplicans, tras «una reflexión teológica basada en la visión pastoral del Papa Francisco» abrió «la posibilidad de bendecir a las parejas en situación irregular y a las parejas del mismo sexo, sin modificar de ningún modo la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el matrimonio».
Se aclara que son benditas las parejas, pero no las uniones, no las relaciones, sino los individuos en la relación. Se trata de bendiciones sin forma litúrgica que no pueden realizarse en el contexto de los ritos civiles, con vestimentas o palabras típicas de las bodas cristianas, ni delante del altar o en otro lugar significativo de la iglesia. Aclaraciones que, sin embargo, no eclipsan la fuerza incondicional del amor de Dios sobre la que se funda el gesto de la bendición.
Ya en un pasado reciente, Amoris laetitia, aunque se refería a la pastoral de las personas homosexuales sin expresar explícitamente la desaprobación moral de los actos homosexuales, no pretendía legitimarlos. Pero fue una señal cierta de cómo la pastoral, en sintonía con el mensaje global y con todo el magisterio de Francisco, debe mirar ante todo a las personas en la singularidad de sus condiciones de vida, para promover un camino siempre posible.
El acercamiento a la realidad vivida concretamente es, también en el caso de las personas homosexuales, la condición mejor para la interpretación antropológica y teológica, para la valoración moral y para el discernimiento pastoral de su camino de vida cristiana (cf. Fumagalli, pp. 124-125).
En resumen, podemos decir que el juicio de condena de los actos homosexuales por parte de la Escritura y la tradición se refiere a su realización por libre elección resultante de la idolatría religiosa o del egoísmo hedonista. Este no parece ser el caso de los actos homosexuales expresivos de amor personal realizados por personas con orientación homosexual.
Esta posibilidad de amor personal, presenciada también por personas homosexuales creyentes, pone en cuestión la inevitable calificación de los actos homosexuales como expresión de idolatría religiosa y de egoísmo hedonista, y plantea la hipótesis de que podrían ser precisamente una expresión del amor personal cristiano.
Esta hipótesis del amor personal no parece ser excluida por la presentación bíblica del amor responsable entre el hombre y la mujer como sentido de la sexualidad humana: este amor, de hecho, es y sigue siendo la figura ideal y paradigmática del amor interpersonal, lo que no excluye, sin embargo, otras figuras ciertamente no emblemáticas, sino meramente análogas. El autor también destaca los límites del amor homosexual (pp. 170-174).
Sin embargo, la doctrina de la Iglesia no niega que la orientación homosexual pueda corresponder a la identidad sexual de la persona, ser innata a ella, tanto que no requiera un cambio de orientación sexual. Se pone en cuestión la opinión según la cual la tendencia homosexual definitiva, y por tanto no sólo transitoria, de ciertas personas, sería tan natural como para tener que considerar que justifica, en ellas, relaciones homosexuales en una sincera comunión de vida y de amor, análoga al matrimonio.
El Magisterio no niega y más aún reconoce la capacidad de “donación” de las personas homosexuales, pero niega que ésta pueda encontrar expresión en un acto homosexual, expresando unívocamente el egocentrismo hedonista.
La relación entre la objetividad de los actos y la subjetividad del agente es una cuestión crucial para la teología moral, que se esfuerza por elaborar una teoría de la acción que integre mejor los actos y la persona que los realiza, teniendo debidamente en cuenta el valor simbólico de todo acto humano (cf. p. 170).
Fumagalli busca una solución argumentando sobre el filo de la navaja, manteniendo un equilibrio entre los datos antropológicos examinados y las legítimas dudas expresadas por los documentos que expresan el magisterio de la Iglesia.
Ciertamente, una teología del ideal objetivo, que no presta atención a la historia subjetiva, considera toda distancia respecto del ideal en términos negativos de mal.
Una teología más atenta a las experiencias personales considera, en cambio, el camino hacia el ideal, reconociendo la gradualidad necesaria para realizarlo y los posibles obstáculos que lo limitan.
Esta segunda concepción teológica caracteriza el magisterio más reciente de la Iglesia, madurado sinodalmente y enseñado con autoridad por el Papa Francisco.
Sin embargo, el amor homosexual no es objetivamente la realización de la vocación al amor propia de todo ser humano en su totalidad, sino sólo en todas las partes posibles para las personas homosexuales.
Un camino de humanización
La cuestión ética entonces no es: es bueno o malo ser homosexual, sino más bien: ¿qué puedo hacer con esta realidad?, ¿cómo puedo abrir un camino de humanización dentro de esta realidad? Podemos calificar el amor y los actos homosexuales a la luz de cuatro consideraciones.
La donación interpersonal se revela en un acto libre realizado y libremente aceptado, y se contradice en cambio en un acto impuesto al otro y en un acto sufrido: no realizaría, de hecho, un camino de humanización. La donación se revela en un acto de atención al otro y, por tanto, salvaguarda la alteridad de la otra persona evitando repliegues narcisistas. La donación de sí en beneficio del otro se revela también en un acto generativo, capaz de comunicar vitalidad, evitando un acto de algún modo mortificante, como dañar el cuerpo, perturbar la psique y pervertir el espíritu. La donación se revela en un acto que expresa y alimenta la comunión interpersonal.
La unificación personal se revela en un acto casto, realizado responsablemente, que, como todo gesto de amor, exige que sea casto, modesto y no simplemente un arrebato instintivo y compulsivo, con exclusión de la responsabilidad personal y del respeto a los demás.
El don de sí debe vivirse en un ambiente social que, de todos modos, sugiere comportamientos homologables a la cultura dominante: es necesario saber distanciarse de ella a la luz del amor cristiano. Esto también exige que ambos socios no realicen actos homosexuales con otros sujetos, pues ello traicionaría su amor.
Finalmente, el amor sexual homosexual también debe tener su propia historia, en el sentido de que cualquier acto homosexual ocurre dentro de una historia de vida que los dos comparten sin límites de tiempo. Lo que se requiere en una relación homosexual desde la perspectiva de un camino de humanización de la relación, se requiere también para el amor que une al hombre y a la mujer.
Concluyo con las palabras del Papa Francisco:
«En primer lugar, deseamos reiterar que toda persona, independientemente de su orientación sexual, debe ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar cualquier signo de discriminación injusta y, en particular, cualquier forma de agresión y violencia. Por lo que se refiere a las familias, se trata de asegurar un acompañamiento respetuoso para que quienes manifiestan tendencias homosexuales puedan tener la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida» (Amoris laetitia, 250).
ARISTIDE FUMAGALLI, L’Amore possibile, Persone omosessuali e morale cristiana, Questioni di etica teologica, Cittadella ed., Assisi 2020, pp. 207, € 15,90.
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