Fuente: Catalunya
Religió
21/03/2022
(Laura Mor
–CR)
¿Qué
formación reciben los futuros curas? Según apunta Salvador
Bacardit en esta entrevista, el seminario es una “realidad diocesana
que siempre preocupa”. Nacido en Barcelona en 1952, es rector del
seminario de Barcelona desde el curso 2020-2021, delegado para el
clero de esta diócesis y formador del curso introductorio para los nuevos
candidatos de toda Cataluña. Este fin de semana la Iglesia ha celebrado el
Día del Seminario y en Barcelona se han ordenado tres nuevos diáconos. Pero, ¿cómo están los
seminarios en Cataluña? ¿Qué perfiles llegan y qué les piden? ¿Cómo
se encargan de verificar vocaciones en estos seis años de formación?
Ya hace un tiempo que nuestro país cuenta con tres
seminarios. El Seminario Interdiocesano, situado en Barcelona, en la calle
Casp con Bailèn de Barcelona, donde
conviven los seminaristas de la gran mayoría de diócesis. Terrassa tiene seminario propio en Valldoreix. Y
Barcelona y Sant Feliu lo comparten en la calle Diputació. Los rectores y
formadores de estos tres seminarios realizan el seguimiento de los 57
candidatos que en estos momentos se forman para el sacerdocio, y les
proponen diversas actividades y formación conjunta. Como
el propedéutico o introductorio, el primer curso en el seminario, que
este año cuenta con 12 nuevos alumnos. La formación académica
posterior depende del Ateneo Universitario Sant Pacià.
¿Cómo está el seminario?
El Seminario de Barcelona lo he amado siempre, me siento
cercano e implicado. No sólo porque me formé aquí; es la realidad
diocesana que siempre más preocupa en el buen sentido. En este segundo
curso como rector, gracias a Dios y a la colaboración de los seminaristas y del
equipo de formadores, tenemos un buen ambiente de convivencia en la casa.
¿Cómo se organiza?
La casa la formamos tres comunidades, con los
correspondientes formadores de las etapas: el propedéutico, la etapa intermedia
de filosofía y los que terminan con teología. Lo llamamos San Miguel, San
José Oriol y San José de la Montaña. Se hacen actividades por comunidades
y también hacemos todos juntos, por ejemplo, las celebraciones de la
eucaristía, oraciones, las comidas, desde el confinamiento por motivos de
distancia, seguimos haciéndolo prácticamente todos juntos y lo vamos
manteniendo. La diversidad de edades y procedencia es una riqueza.
¿De dónde vienen los candidatos?
Quizás sería mejor que en el seminario hubiera más
diversidad todavía... Vienen vocaciones de familias más motivadas, donde hay
comunidades, grupos y movimientos que trabajan más la dimensión
vocacional. Aquí tienes factores que explican el origen y procedencia de
los candidatos en el seminario.
A otros quizás ni la familia ni ningún grupo les había
acompañado, pero, por un proceso de conversión personal, entran en la vida
cristiana, a formar parte de la Iglesia, y descubren esta llamada de
Dios. En los últimos años vemos estos casos en más chicos.
Siguen un esquema de formación que viene del Vaticano...
La Conferencia Episcopal Española hace su aplicación y
después está esta última edición, publicada por el CPL, en catalán: Formar pastors missioners,
que es la actualización de todos los documentos que se han ido elaborando hasta
ahora, lo que se llama la Ratio fundamentalis del plan de
formación de los futuros sacerdotes.
Incluye tres etapas. Antes de la parte académica, de
filosofía y teología, hay un primer curso que llamamos introductorio o
propedéutico. Sirve para hacer un discernimiento con unas materias
introductorias a la historia de la Iglesia y su estructura, a los medios de
comunicación, a los documentos de Iglesia del catecismo, del ministerio ordenado...
¿En qué ha cambiado en los últimos años la formación en
el seminario?
Quizás los cambios se noten más en la aplicación de este
plan de formación, que es el que tenemos escrito en el Reglamento. En el
caso de Barcelona, lo tenemos en aplicación Ad
experimentum desde el año
pasado. Aquí está cómo nos organizamos: funcionamiento, horarios,
actividades pastorales, la parte académica del curso introductorio y de los
otros cursos de filosofía y teología, la dirección espiritual... Si lo
comparamos con antes, el régimen interno del seminario es más flexible, más
libre: los fines de semana acuden a las parroquias, a las familias, se pueden
encontrar con sus amigos. Antes había un régimen de internado. Desde
hace años tienen otras actividades fuera de ahí.
¿De dónde provienen los candidatos? ¿Tienen cultura
de parroquia, de trabajo en equipo, de grupos, de un cierto activismo
eclesial? ¿O son paracaidistas?
En este primer curso existe mucha diversidad de
edades. Hay algún joven de menos de 19 años y algunos mayores de
cincuenta. Yo, además de párroco, estoy más cerca suyo como formador del
propedéutico, de los nuevos. Vemos que esta diversidad de procedencias y
de edades es una buena experiencia para todos, para los mayores y para los
jóvenes. Existe un clima muy saludable de convivencia, de
fraternidad. Comparten las historias de cada uno, la historia más
biográfica, familiar y vocacional. Esto facilita mucho el objetivo de este
curso: que se conozcan más entre ellos, que en el seminario les conozcamos más y
nos ayude a ver si realmente este es su camino.
El seminario también sirve para verificar estas
vocaciones. Es un tiempo de formación encaminado a que puedan llegar al
presbiterado, pero si en algunos casos no se ve, por su parte o por la nuestra,
se marchan y no pasa nada. Es uno de los objetivos del seminario:
comprobar, verificar esta llamada de Dios a partir de la experiencia y, sobre
todo, de la relación con sus compañeros, porque es uno de los mejores momentos
de discernimiento.
“DEBE VERIFICARSE NO SÓLO LA VOCACIÓN ESPIRITUAL,
SINO LA ESTRUCTURA HUMANA DE CADA CANDIDATO”
¿El autoconocimiento es uno de los objetivos del
seminario?
Que se conozcan bien a ellos mismos es una tarea que
nunca acabamos de realizar del todo. Puede haber factores que condicionan
mucho; en el terreno psicológico, del inconsciente... Hay factores de
nuestras historias familiares, de la infancia, que si se trabajan pueden evitar
que algunas personas sufran o que hagan sufrir más de la cuenta a los
demás. Con muchos temas que lamentablemente están en la actualidad de la
Iglesia, de denuncias por abusos, etc., hacen pensar: “¿Esto no podría haberse
podido prever antes? En personas que tienen dificultades, ¿no ha habido un
filtro en el seminario para constatar estos problemas?”
Desde el Santo Padre hasta los obispos y con este plan de
formación esto debe hacerse: debe verificarse, no sólo la vocación desde el
punto de vista espiritual, sino la estructura humana de cada
candidato. Para que la Iglesia pueda aceptar a estos candidatos sin
ninguna preocupación. Es importante saber que son buenos candidatos desde
un punto de vista humano y psicológico. En el primer curso, además de la
formación espiritual y académica, realizamos unas valoraciones
psicológicas. Es un requisito del plan de formación.
¿Lo hacen con la Fundación Vidal
i Barraquer?
Con la Fundación Vidal i Barraquer y después hay
otros dos caminos para realizar estas valoraciones. Trabajamos con la
psiquiatra Montserrat Lafuente, que tiene una consulta donde
realiza las valoraciones psicológicas; y el padre franciscano Bernardino
Hospital, que también es psicólogo. Tal y como indica este plan de
formación, ellos pueden escoger. Les hacen unas entrevistas y después,
siempre que quieran –y, en principio, siempre lo aceptan–, hablamos con los
formadores de este informe. Es otra herramienta muy útil para que se
conozcan mejor, qué dificultades tienen y qué recomendaciones hacen estos
expertos.
En esta primera etapa, ¿cómo se ayudan entre compañeros?
La propia vida comunitaria ayuda mucho. Algunos de
ellos vivían en familia o los mayores vivían solos y el ponerse a vivir en
común no es fácil. Pero es un aprendizaje que debe servirles después para
su futuro. Justamente, con el tema del sínodo, el día del Seminario hemos
tomado este eslogan: 'Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino'. Esto
debe empezar a aplicarse y a compartir en el seminario. Si son personas
que tienden a aislarse y les cuesta mucho convivir con sus compañeros, quizás
son más llamados a otro tipo de vocación. El pastor diocesano, sobre todo,
debe tener el carisma de estar con la gente y de compartir al máximo con todos.
Cuando salen del seminario, en cambio, la mayoría de curas
viven solos. ¿Es un buen modelo o debería repensarse?
Los obispos siempre valoran que los curas después de la
ordenación puedan vivir acompañados por otros curas y parroquias, en grupos...
Hay que ver si totalmente, en comunidades de vida, o en las comidas, en
momentos que pueda existir una relación más fraterna y cercana. Esto
se recomienda desde siempre, pero la realidad es que no es fácil.
¿Qué problemas concretos lo impiden?
La vida dispersa de la actividad pastoral, en diferentes
parroquias, los horarios, los ritmos de vida que llevan hacen difícil la
convivencia en grupos de sacerdotes. Aunque no somos religiosos, y no
existe un compromiso de vivir en comunidad, nosotros lo valoramos, siempre que
estén dispuestos a ello. Algunos tienen problemas familiares, o les cuesta
mucho compartir con los demás compañeros. Se respeta una vida más en soledad;
pero no es recomendable. La soledad puede traer más bien algunos momentos
de crisis, que te sientas desprotegido a nivel humano, espiritual...
¿Cómo se trabaja?
Con el clero de Barcelona después de la ordenación
hacemos encuentros con el cardenal y los obispos auxiliares, recesos,
ejercicios, encuentros de reflexión pastoral, alguna salida, vacaciones en
verano... Todo esto lo promovemos desde la diócesis. Si la experiencia del
seminario ha sido buena, después tienen ganas de seguir haciéndolo. Si por
lo que sea les ha costado mucho, lo fácil es que se vayan aislando. Es una
asignatura pendiente facilitar que haya condiciones suficientes: rectorías, casas
en las que cada uno tenga su espacio propio y espacios en común por las
comidas, la oración, la convivencia... Combinar una cierta vida personal y una
vida en común.
“LA IGLESIA DEBE GANARSE A PULSO QUE SU TESTIMONIO SEA
MÁS CREÍBLE”
Como delegado del clero, ¿qué es lo que más le preocupa
hoy de la experiencia de los curas que ya están en activo?
La principal preocupación es cómo llegar a la
gente. Ponemos la vida al servicio de nuestras comunidades. Pero no
sólo para mantener el culto, sino para llegar a la gente que se siente alejada
de la Iglesia. Es la evangelización de las periferias con las que
tanto insiste el Santo Padre. Cuesta salir a anunciar el evangelio en
esos ambientes que quizás son más críticos con la Iglesia. Es más cómodo
quedarnos con quienes ya tenemos, la gente que nos valora, la gente de misa...
¿Cómo conseguimos llegar a más gente y no caer en una pastoral de
mantenimiento? La pastoral de jóvenes con los diferentes ambientes de
barrio, en la ciudad, esto cuesta. El reto es coordinar este trabajo de
evangelización.
¿Cómo llevan, por lo general, la colaboración o el
trabajo en equipo, con los laicos? Dentro de la parroquia es fácil crear
relaciones asimétricas: el párroco es el párroco.
Si buscamos una evangelización de salir afuera, debe
hacerse con los mismos laicos, con las familias, con la escuela, con todos los
ambientes culturales y sociales. Que por las obras nos conozcan. Con
mensajes de buena voluntad o en el ámbito religioso sólo llegamos a la gente de
siempre. Es necesaria una presencia más significativa, con el mundo
social, pastoral, comunicativo... Se está haciendo mucho trabajo, pero a veces
quizás es muy discreto. En los ambientes europeos, con complejo de
inferioridad, hemos perdido el prestigio que teníamos hace años. Y, en
este sentido, mejor: la Iglesia debe ganarse a pulso que su testimonio sea más
creíble. No estamos en un momento de buena imagen, pero hay que superar
estas barreras, sumar esfuerzos, ser más creativos, con métodos pastorales.
Que haya una mala imagen pública proyectada de la
Iglesia, ¿cómo afecta al estado de ánimo de quienes se apuntan al seminario?
El peligro es el repliegue. Ir a lo seguro, a
nuestro terreno, donde nos encontramos más a gusto, más
tranquilos. Popularmente a esto se le llama quedarnos en la
sacristía. A veces, algunos de los candidatos que vienen de ambientes
justamente más alejados y pobres en la fe prefieren esta seguridad; y esto
no es bueno ni para ellos ni para la gente. Hay que hacer un esfuerzo
para superar estas situaciones, con una presencia más testimonial, más
creativa, más gozosa, más esperanzada.
La mejor estrategia sigue siendo la de los primeros
discípulos: míranles cómo se aman, venid y veréis. Que la gente que nos
conoce encuentre un clima de fraternidad y positivo en las parroquias y en el
seminario. Con una presencia transformadora que dé lo mejor que tenemos:
la frescura del evangelio, una vida más justa para todos. Poner la vida al
servicio de este trabajo apostólico, militar por esta causa del Reino de Dios,
todo este mensaje, si la gente lo capta, sigue teniendo mucha
actualidad. La lástima es que quizás no estamos presentándolo con
suficiente entusiasmo y quizás las adversidades son muy fuertes y nos lo hacen
difícil, ¿no?
Circula la idea de que hacerse cura es la mejor de las
vocaciones posibles: la más auténtica y la que más renuncias implica. ¿Lo
explican así en el seminario?
Es verdad. Lo presentamos así como campaña
vocacional, pero le sigue una reflexión. Decimos “el camino verdadero”,
pero el camino verdadero es el de Jesucristo: “Yo soy el camino, la verdad y la
vida”. Todos los que seguimos a Jesús, todos los bautizados, seguimos el
camino de Jesús. Las vocaciones para seguir a Jesús son diversas y todas
son igualmente importantes y complementarias. Consagrar la vida a Dios
significa dedicarte a ello y comporta unas renuncias. Aun así, a los
seminaristas les digo que los padres de familia también renuncian a muchas
cosas. ¿Qué harían si estuvieran solos? Quizás tendrían una vida más
cómoda. Las renuncias están ahí: el celibato, el hecho de no tener una
familia propia, pero en cambio también tenemos una disponibilidad diferente a
otras vocaciones. Ciertamente no puede decirse que sea la mejor, pero
quizá sea la manera más generosa de entregarnos.
¿Los seminaristas son conscientes de en qué mundo viven?
Algunos de ellos por edad ya han trabajado o han
realizado estudios universitarios, lo llevan ya en su propio bagaje. Los
que están en el seminario y son más jóvenes, miramos que se les complemente la
formación para sintonizar bien con los retos sociales y la cultura. Es muy
importante: la vocación del clero diocesano es estar en la sociedad. Secular significa
que estás en medio del siglo, de lo temporal. Tienes que tener sintonía
con las preocupaciones de la gente. El mismo culto bien entendido debe
partir de la vida de las personas, y después de que sea una forma de iluminar
el camino de compromiso de los laicos y de las demás vocaciones.
¿La figura de delegado del clero sería una especie de
Síndico de Agravios de los curas? Si alguien ha vivido una situación
de conflicto con su párroco, ¿debe venir a hablar con usted?
Si hay alguna queja o situación de dificultad, me llega y
tratamos de encauzarlo. Los que hay que mirar que estén bien acogidos y
adaptados son los que llegan de fuera: atendemos a unos 25 curas que llegan de
otros países y continentes. Algunos vienen de África, de Asia, de
América, a realizar estudios y a colaborar pastoralmente. Hay una
primera acogida: papeles, tema económico, adaptación cultural, adaptación a
nuestra realidad pastoral, que es muy diferente a la de sus países de
origen. Más que por dificultades o quejas, el delegado del clero es una
tarea de acompañamiento, apoyo, estímulo.
¿Hay alguien que elija venir aquí a hacer de cura por una
motivación económica, como un trabajo?
En algunos momentos se había hecho una campaña, pienso,
bastante desafortunada, que decía ‘Hazte cura, un trabajo seguro’. En el
sentido de que tendrías la vida resuelta. Es un mal enfoque, buscar ser
cura para tener un modus vivendi. Con la aportación que nos hace el
obispado podemos vivir bien, tenemos cierta tranquilidad; en cambio, los
laicos quizás están más en situación de precariedad, a la intemperie social y
económica. Pero tampoco tendría sentido que uno pensara sólo en la nómina,
sería un enfoque totalmente equivocado de lo que significa la vocación al
sacerdocio.
¿Cómo trabajan la educación afectiva de los seminaristas?
Cuando tratamos temas de formación, con la valoración
psicológica, hay una parte sobre la cuestión afectiva y sexual de la persona,
como seminaristas y futuros curas. Hacemos este informe psicológico y
prevemos unas sesiones sobre estos temas. Ha venido la profesora de
moral Margarita Bofarull, un médico, el doctor Josep Maria
Simón, la psicológica Sonsoles Gallo, la psiquiatra Montserrat
Lafuente. Hemos realizado cuatro sesiones de este tema en dos
cursos. Vamos trabajando.
También existe el acompañamiento desde la dirección
espiritual en la que salen estos temas. Forma parte de nuestra realidad
como personas. En el seminario los chicos agradecen que tratemos estos
temas con libertad y franqueza. Como el ambiente no nos acompaña
demasiado, esto debe quedar muy claro: que es una opción libre, que no
busquemos ningún refugio ni compensaciones, que no hay ningún desequilibrio que
pueda traer problemas a uno mismo ni a los demás... Es un tema que trabajamos
mucho y es uno de los objetivos de esta formación en el seminario.
¿Qué dice la normativa en caso de que un candidato sea
homosexual? ¿Puede cursar esta formación sin impedimentos?
Si uno reconoce que tiene esta tendencia claramente
manifestada, que la vive y la sufre de algún modo, esto puede llegar a ser una
dificultad. En los documentos, la Iglesia recomienda que no puedan acceder
al ministerio a personas que tengan un ejercicio o práctica de la
homosexualidad. Actualizada, vigente o permanente. Otra cosa son
episodios o experiencias de etapas anteriores. Cada caso puede ser
distinto. Es bueno hablar de ello, forma parte del contexto actual: ¿Estas
personas deben ser aceptadas, deben ser excluidas, debemos
acompañarlas? ¿Hasta qué punto puede ser un impedimento? El celibato
debe ser una opción clara, cuando uno quiere dedicarse libremente a los demás,
pero no por inseguridades de su vida afectiva o sexual, o con la pareja o
matrimonio.
Pero sería equivalente a lo que se pide a una persona
heterosexual: el celibato se exige a todos de entrada.
La renuncia que conlleva el celibato a la vida afectiva y
sexual es para todos. Lo que ocurre es que la renuncia al matrimonio en
este sentido te permite más libertad. La otra opción puede parecer una
forma de sublimar una situación difícil de vivir culturalmente o, todavía hoy,
familiarmente. A veces se decía: “Mira, entra en el seminario y de eso no
hables con nadie”. Y después venían problemas. Porque no es una
opción del todo libre. Es una forma de tapar una problemática que uno no
había hablado con nadie. Esto no es bueno, no es sano. De entrada,
dado que los curas tenemos mucha relación con mucha gente y, sobre todo, con
niños y jóvenes, debemos ser muy equilibrados en este sentido. No basta
con decir: “Pides a Dios que te ayude, lo llevas a la oración y no hables con
nadie”. Es un tema que debe trabajarse.
“SE HA DICHO –MUCHOS OBISPOS DICEN– QUE EL CELIBATO SEA
UN TEMA REVISABLE PARA LOS CURAS DIOCESANOS”
¿Veremos en algún momento curas casados?
En la historia de la Iglesia esto ha existido, pero en
estos momentos no está previsto. Yo no me atrevería a decir que lo
veremos; pero ciertamente en algunos momentos se ha dicho –muchos obispos
lo dicen– que sea un tema revisable para los curas diocesanos. Pero
esto no quiere decir que sea fácil, porque existe una tradición que pesa mucho,
con argumentos a favor y en contra. Que tenga que llegar por necesidad
también sería una lástima. Quiere decir que debería aceptarse, pero no
como un camino bueno para la Iglesia. Si es importante que no falte nunca
la eucaristía –fundamento de la vida cristiana y de la Iglesia–, de algún modo
u otro habrá que pensar en el futuro. El espíritu ya iluminará a quienes
tengan que decidir para que nunca falten ministros que puedan celebrar la
eucaristía.
Quienes deciden, ¿elegirán antes a curas casados que a
mujeres célibes como ministros
ordenados?
En estos debates, si teológicamente es posible o no, la
tradición pesa mucho y existen diferentes opiniones. La Iglesia pide que
exista el máximo de igualdad de género. ¿El máximo qué quiere
decir? ¿Hasta dónde puede llegar? ¿También que incluya el ministerio
ordenado? Es un tema en debate. Más que un tema reivindicativo, sería
para que se viera claro desde un punto de vista teológico, pastoral, bíblico...
Hay comisiones que lo han estudiado, como el diaconado. Es un camino a
recorrer. La valoración del papel de la mujer desde hace unos años ha
cambiado y se ha ganado mucho. Pero está por avanzar. En esto estamos
todos de acuerdo.
En el campo más personal, ¿cómo le marcó la experiencia
como misionero en Chile?
Nuestra diócesis de Barcelona todavía tiene la
experiencia misionera en colaboración con el norte de Chile y hasta hace poco
con el norte de Camerún. Los curas de Barcelona íbamos a colaborar a estos
dos países. Ahora sólo hay dos curas mayores que están en Calama y llevan
más de cuarenta años. Los años que fui yo éramos cuatro o cinco
compañeros, en el norte de Chile, en el desierto de Atacama. Y en
colaboración con un obispo, que nos acogió muy bien, pude hacer una de las
mejores experiencias de mi vida.
¿Fue recién ordenado?
Después de cinco años de ordenado. Se recomienda que
sea después de un tiempo de rodaje aquí. Yo me ordené en Mollet y después
estuve cinco años en Santa Cecília, en el paseo de Sant Gervasi. Y
entonces trabajaba de periodista en La Vanguardia. Me
encontraba muy bien en Barcelona, pero tenía ese deseo de dar un
servicio al tercer mundo y seguir el ejemplo de mis compañeros. Fui por cinco años y se alargó un poco más porque el obispo me
pidió que cuidara de los seminaristas y del acompañamiento de los candidatos de la pastoral
vocacional. En el presbiterio éramos unos 20 y había 15
seminaristas. Era un buen momento. Ahora, en pocos años, ha habido
una crisis muy fuerte en todo el país, por el tema de los abusos en buena
parte, que ha dañado la práctica religiosa y las vocaciones. De ese
momento tengo un recuerdo de mucha riqueza pastoral,
humanamente. Recomendaría a todos los que puedan que se vayan y hagan una
experiencia.
¿Se contempla en el plan de formación? ¿O sólo es
una recomendación?
Como una recomendación; también se pueden realizar
experiencias en verano, yendo de voluntariado o a campos de trabajo, pero es
mejor si vas un tiempo largo, porque es cuando te sientes más identificado. En
la iglesia católica hablamos mucho de Iglesia universal, y ahí lo vives en
primera persona: te acabas sintiendo mucho como uno de ellos. Los años que
estuve de delegado de Cáritas, estaba en Santa Coloma de Gramenet, y también me
ayudó mucho a ver diferente a todo este mundo de la gente necesitada.
¿Y después de Santa Coloma?
Fui a Sarrià, cambié de realidad social. También hay
un ambiente de profesionales, clase media acomodada de tradición católica, muy
solidaria con muchas causas, una parroquia con mucha vida; me sentí muy
bien. Lástima que estuve poco tiempo. Me pidieron enseguida que
viniera aquí al seminario.