Fuente: Il Sismografo
Ucraina
04/03/2022
(Plàcid García-Planas - La Vanguardia)
Esta es la paradoja. El actual sufrimiento será un día
museizado (si sobrevivimos, claro) y lo llamarán turismo cultural. Putin dice
que continuará la ofensiva en Ucrania y "la situación se agravará".
En estas catacumbas, puedes esperar que las bombas de
Putin no te maten mientras acaricias el imponente sarcófago del arzobispo
Mykola Vyzhytskythe, que en principio está vacío. O contemplar un óleo barroco
de San Ignacio de Loyola, porque fueron los jesuitas los que levantaron esta
iglesia en el siglo XVII. O reflexionar sobre la trituradora del tiempo: en
esta catacumba vaciada de cadáveres exponen pequeños restos de esculturas,
maderas o ropa... del mismo tamaño y ruptura que las esculturas, maderas o ropa
bombardeadas hoy.
El tiempo puede tardar siglos en desmenuzar. Nosotros tardamos un segundo.
No hay como una alarma antiaérea para enterarte de que Voltaire, Descartes, Hitchcock o García Márquez fueron educados por los jesuitas: los plafones de las catacumbas repasan los cuatro siglos de historia jesuítica de Lviv y el mundo.
“En el año 2002 –se lee en un plafón– los jesuitas dejaron de atender la vida espiritual de los ciudadanos para centrarse en los refugiados procedentes de diferentes países del mundo”. Es decir, la gente que intentamos sacudirnos de encima.
Pero el mundo no deja nunca de dar vueltas. “Ahora atendemos a refugiados ucranianos –dice el padre Oleksii, el superior de los jesuitas en el país–. Al estallar la guerra, los otros refugiados huyeron hacia Polonia. Los últimos en irse fueron una familia afgana. Desaparecieron en silencio, sin decir nada”.
¿Todos? No. En el Jesuit Refugee Service de la calle Antonovycha queda Manissan, una marfileña de 33 años.
Salió de Costa de Marfil en el 2019 y llegó a Ucrania por avión vía Estambul. Sola. Le acaba de llegar la documentación para poder seguir su camino, pero no tiene a nadie con quien compartir el éxodo hacia Europa, cruzado ahora por cañones.
Manissan sólo habla francés, el francés de África Occidental, y en el Jesuit Refugee Service de Lviv nadie lo habla. Sólo Google Translate rompe esta soledad. Ella y los ucranianos se entienden, a través del móvil, por esta aplicación para voz.
–¿Qué quieres hacer en Europa? –le pregunto por Google Translate.
–Aprender un oficio y trabajar –responde con dulzura.
No sabe a qué país quiere ir, no sabe qué trabajo quiere hacer. Da la sensación de que ni siquiera sabe que Ucrania está en guerra, que es un país a punto de desaparecer.
Manissan sabe tanto de su futuro como, en estos momentos,
nosotros sabemos del nuestro. Hermanados todos en la más absoluta
incertidumbre.
La hermosa ciudad de Lviv se va tensionando. Ella es la única persona que he
visto sonreír.
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