Fuente: DW
23/11/2021
También para la Iglesia católica
se están cerrando los espacios en Nicaragua, ante una represión que no cesa
contra cualquier voz crítica al régimen de Daniel Ortega.
La detención de Edgard
Parrales, quien fuera embajador de Nicaragua ante la Organización de Estados
Americanos en el primer gobierno de Daniel Ortega, aún no había sido
confirmada oficialmente al cierre de este artículo. Parrales había participado
antes en un programa de televisión en que se habló de la decisión del gobierno
nicaragüense de retirar
al país de la OEA. No era la primera vez en que pronunciaba públicamente
críticas al régimen de Daniel Ortega este exsacerdote, que en su día se había sumado
a las filas sandinistas y ocupó varios cargos tras el derrocamiento de la
dictadura de Somoza. Como Ernesto y Fernando Cardenal, y Miguel d'Escoto, fue
suspendido en 1984 del ejercicio sacerdotal, por abrazar la Teología de la
Liberación. Y aunque dejó el sacerdocio hace muchos años, se casó y formó
una familia propia, su historia en cierto modo es un reflejo de lo que ha
vivido la Iglesia Católica en el país.
Figuras que otrora apoyaron al sandinismo, ahora son
perseguidas. "Edgard Parrales fue detenido por personas que no llevaban
uniforme de la policía, y no había una orden de detención en su contra.
Entonces fue como un secuestro”, dice Barbara Lucas, del Informationsbüro
Nicaragua, una asociación alemana con sede en Wuppertal que lleva más de
cuatro décadas informando sobre ese país. "La detención de Edgard Parrales
es otra señal de que cualquiera que se pronuncia públicamente está arriesgando
su libertad. Y este señor tiene 79 años, eso es un peligro para su vida”,
subraya.
Sacerdotes bajo presión
Las voces opositoras son acalladas, con encarcelamiento,
presiones y amenazas. Y no se excluye a los sacerdotes de hoy, que denuncian
atropellos a los derechos ciudadanos desde el púlpito. "Algunos fueron
retirados por el Vaticano, porque su situación era de mucho riesgo”, indica
Barbara Lucas. El caso más conocido es el del obispo nicaragüense Silvio Báez,
que en sus sermones criticó al régimen de Daniel Ortega y habló abiertamente de
una "dictadura”. Ahora se encuentra en Miami, por decisión vaticana.
Desde los tiempos de la revolución sandinista, en que
muchos religiosos tomaron partido contra Somoza, hasta la actualidad, mucho ha
cambiado. Tras la reconciliación en 2005 de Daniel Ortega con el ya fallecido
cardenal Miguel Obando y Bravo, que había sido un fuerte detractor, hubo una
etapa de acercamiento. Y cuando estallaron las protestas, en 2018, fue la
Iglesia nicaragüense la que intercedió ante el gobierno. "Fue un fuerte
apoyo para la población, sobre todo para la gente joven que estaba siendo
tratada con una violencia terrible. Había cierto respeto por la Iglesia
Católica. Muchos cardenales se pusieron a favor del pueblo, pero también
hubo palabras de mediación. Intercedían también para que el gobierno de
Nicaragua cesara con esa violencia innecesaria”, dice Betina Beate, directora
del departamento de América Latina de Misereor, una organización de ayuda al
desarrollo del episcopado alemán.
¿La Iglesia, un posible mediador?
Pero la situación se ha endurecido a medida que se ha
incrementado la represión. Y también la Iglesia ha sido blanco de múltiples
ataques. ¿Le queda todavía algún margen de acción, en un país tan católico como
Nicaragua? "Creo que sí, que tiene el margen de ofrecer un espacio para la
población, de hablar, de sanar las heridas, pero creo que no tiene un papel de
mediación, porque el régimen no está dispuesto a dialogar de verdad”, apunta
Barbara Lucas.
También Betina Beate piensa que ya es demasiado tarde
para una mediación. "Hay mucha gente de iglesia en Nicaragua que tiene la
sabiduría para poder hacer una mediación, para que el conflicto baje de
intensidad y pueda haber un diálogo. Pero pienso que el gobierno no va a tener
ahora ninguna intención de pedirle a la Iglesia que haya una mediación, y sin
la voluntad del gobierno, esa mediación es imposible”, dice.
Barbara Lucas afirma que en Nicaragua "hay una
dictadura, un Estado policial”, sin libertad de expresión. "Para mí,
personalmente, es un camino muy doloroso, porque en los años 80 había mucha
esperanza, muchos anhelos, mucho idealismo, y poco a poco vimos cómo se
cerraron los espacios para una sociedad justa y más solidaria”, cuenta. Aun
así, cree que la Iglesia tiene todavía un rol importante. "Pero, en este
momento, es un papel más bien debajo de la superficie, porque actuar en público
puede ser muy peligroso”, estima, y recuerda lo que acaba de ocurrir con Edgard
Parrales.
(ms)