miércoles, 10 de noviembre de 2021

Regreso al futuro: el gobierno en la Iglesia Católica

Fuente:   International La Croix

Por Michael Kelly SJ

08/11/2021

 


El Papa Francisco durante la misa de apertura de la asamblea del Sínodo de los Obispos para la Amazonía. (Foto por PHOTOSHOT/ MAXPPP)

 

Los católicos no pueden darse el lujo de empantanarse en sus propios y frecuentes  fracasos cuando tienen enfrentarse a los desafíos de los tiempos.

 

En toda la Iglesia Católica, algo se está moviendo sobre la forma en que somos gobernados.

A muchos de nosotros, tanto en la Iglesia como en la sociedad, no nos importa gran cosa ese tema. Hace mucho tiempo hicimos las paces con ser parte de comunidades, organizaciones, naciones e incluso familias donde simplemente seguimos con nuestras vidas y dejamos la gestión a aquellos a quienes les gusta estar a cargo de las cosas.

Pero ahora en la Iglesia, se nos presenta -a cada uno de nosotros- el desafío y la oportunidad de tomar una mayor parte en el establecimiento del curso y gestión de la conducta de lo que ya somos parte: la Iglesia.


Incluso en aquellas partes de la Iglesia Católica donde los precedentes de la Iglesia Oriental tienen diferentes patrones de liturgia y estructura de la Iglesia, -la tradición siria en la India, por ejemplo-, el patrón de gobierno también está sometido a presión.

Nuestra respuesta se basa en una vasta experiencia de participación de las comunidades en su gobernanza.

Parte de ella es relevante y otra parte es completamente irrelevante para los desafíos y oportunidades de hoy en orden a establecer el rumbo y administrar la conducta de nuestra vida en la Iglesia.

Por ejemplo, hoy podemos asumir mayores responsabilidades de gestión acordes con nuestras cualificaciones y experiencia en áreas particulares de la actividad misionera o apostólica, independientemente de que tengamos o no un estatus eclesiástico como, por ejemplo, puede ser el de un clérigo.

 

Son muchos los que, de entre nosotros, viven en sociedades autoritarias

Y luego están aquellas tareas y responsabilidades que requieren el munus u oficio autorizado por el estado clerical. Y ahí es exactamente donde comienza el problema para el ejercicio del gobierno en la Iglesia Católica.

A pesar de todo tipo de exhortaciones a participar y ser activos en el gobierno de la Iglesia, eso es, simple y prácticamente, imposible sin el munus que se confiere con las órdenes.

Algunos de nosotros vivimos en sociedades democráticas y participativas. Muchos más de entre nosotros viven en sociedades plagadas de instituciones políticas autoritarias y controladas centralmente. Muy a menudo, a lo largo de la historia, tal modo de proceder ha sido adoptado erróneamente como normativo en el gobierno de la iglesia.

Y se ha hecho sin escuchar; sin contar con quienes quedan afectados por las decisiones que se adoptan; de arriba hacia abajo, una forma de gobierno, de mando y control muy común en las sociedades medievales. Todo esto se ha adoptado en la Iglesia, dotándolo de racionalizaciones eclesiásticas que, en realidad, no tienen fundamento teológico.

También fue bastante común en la Edad Media una estructura colegial alternativa que condujo a la creación de los tipos de gobierno colaborativo, conocidos como organizaciones capitulares, colegiales o incluso conciliaristas que aún persisten en las órdenes y congregaciones religiosas y que se caracterizan por elegir a sus responsables de forma periódica y legislar sobre la regulación de sus vidas en el capítulo.

Todas estas son formas de liderazgo colegiado, colaborativo y participativo. Ahora, bajo el liderazgo del actual Papa, pero aprovechando el estímulo y la estructura sugeridos por el Vaticano II, estamos construyendo una manera de liderazgo mediante una forma sinodal de gobierno.

 

Pero, ¿qué significa eso exactamente?

Se ha sugerido que los sínodos pueden ser concebidos y realizados como la respuesta de la Iglesia a la democracia. Pero ese no es realmente el asunto.

Las dos formas principales de democracia en funcionamiento o disponibles en el mundo son la democracia representativa y la democracia participativa.

La democracia representativa es más común y tiene representantes electos votados en asambleas para legislar sobre lo que consideran mejor aquellos a los que representan. Luego, cuando termina su trabajo, pueden ser reemplazados por otros representantes.

La democracia participativa solo puede funcionar con poblaciones más pequeñas donde todos los interesados en una propuesta legislativa tienen la posibilidad de emitir un voto sobre lo planteado.

Los sínodos son muy diferentes porque solo las personas de cierto estatus en la Iglesia pueden participar y no todos los que participan pueden tener una voz efectiva en lo que se decide. Frecuentemente, es lo que muchos -con estatus consultivo- pueden esperar de un sínodo en el que participan, pero que lo hacen sin voz o sin voto deliberativo o decisivo.

Por lo tanto, los sínodos no son democráticos. El Consejo Plenario Australiano es así. Es algo así como la Cámara de los Lores británica, cuyos miembros no son elegidos por nadie, sino que forman parte de ella por derechos de nacimiento o debido a un estatus otorgado por la Corona: la nobleza.

 

Los católicos tienen un largo camino por recorrer si pretenden ponerse al día.

Los "padres" sinodales son todos varones y están en su lugar en virtud de su estatus ordenado en la Iglesia. La mayoría, al parecer (como en Australia), son nominados por obispos y nombrados, no elegidos.

El alcance y la importancia de este estatus se encuentran claramente restringidos y fijados, siendo difícil que las operaciones ordinarias de un sínodo en la Iglesia Católica sean algo más que un paso muy pequeño en el camino para solucionar los desafíos que presenta la gobernanza.

El gobierno de la Iglesia Anglicana está más desarrollado en el uso de los sínodos y tenemos mucho que aprender de ellos.

No son la última palabra porque también ellos son reflejo de la iglesia y de la sociedad en la que se formaron.

Pero serían un buen lugar para que los católicos romanos comiencen a aprender cómo se pueden escuchar otras voces que no sean episcopales, respetando las formalidades -tan propias- del proceso católico: los obispos nombran a los miembros del sínodo que, en última instancia, votarán sobre cualquier recomendación.

Los anglicanos cuentan con tres grupos (obispos, clérigos y laicos) interviniendo en la toma de decisiones. Es algo que han tomado prestado de las iglesias ortodoxa y luterana. Ahora les toca a los católicos romanos aprender de estas otras iglesias cómo estructurar y armonizar estas diversas voces para un gobierno más efectivo.

Es evidente que los católicos tienen un largo camino por recorrer -si su objetivo es ponerse al día- de las estructuras y procesos ortodoxos, anglicanos y protestantes que se han estado desarrollando a medida que los católicos han ido depositando, cada vez más confianza, en hacerlo todo desde Roma a lo largo de los siglos.

Así pues, los católicos no pueden quedarse donde están. Si lo hicieran acabarán empantanados en sus propios fracasos en un tiempo como el nuestro en el que tenemos que enfrentarnos a los desafíos del tiempo actual.

 

Michael Kelly SJ es el editor de La Croix International.

 

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