Jesús Martínez Gordo
El Diario Vasco 29.V.2015
En Europa existen -además de las llamadas “religiones nacionales” en
Inglaterra, Dinamarca y Grecia- tres maneras de entender y organizar las
relaciones entre las diferentes religiones y el Estado: el modelo francés de la
separación o de la laicidad, el modelo alemán de la aconfesionalidad cooperativa
y el modelo de la mediación que impulsan las instituciones europeas.
España es, desde el pacto constitucional, un Estado “aconfesional”. Y en
la aplicación de dicho acuerdo se ha venido favoreciendo una interpretación en
clave de colaboración. Según la tipificación propuesta, la referencia de fondo es,
por tanto, el modelo alemán.
Recientemente algunos partidos y líderes políticos han proclamado su posicionamiento
favorable a un “Estado laico” y es de esperar que, mientras no se cambie la
actual Constitución, favorecerán una interpretación laica de dicha aconfesionalidad,
aparcando la aplicación cooperativa activada estos últimos decenios.
Sin embargo, queda por ver qué entienden cada uno de ellos por “Estado
laico” y, más concretamente, a qué comprensión de dicha laicidad se apuntan y
las razones de la misma.
Con el fin de hacer un poco de luz al respecto parece oportuno exponer las
dos sensibilidades que, con reiterada frecuencia, aparecen y se enfrentan en Francia,
el país referencial en la comprensión y aplicación de la llamada laicidad.
Desde que en 1905 se proclamara que la república francesa “asegura la libertad de conciencia y garantiza el
libre ejercicio del culto”, a la vez que “no reconoce, ni paga ni subvenciona
culto alguno…” se han dado dos aplicaciones e interpretaciones de dichos
principios: una primera, catalogada como “beligerante”, “integral”, “estricta”,
“exigente”, “normal” o “a la antigua” y “excluyente” y, otra, calificada como
“positiva”, “creativa”, “cordial”, “abierta”, “moderna” o “cooperadora” e
“incluyente”.