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J. L. Beltrán de Otalora |
(Aparecido en SURGE Vol. 71 Num. 678)
José Luis Beltrán de Otalora
Bilbao
Nota: Por la extensión que ocupa el artículo, aparecerá fragamentado. Se publica hoy el CUARTO Y ÚLTIMO FRAGMENTO
Alegrías
La persona lo es desde el principio hasta el final. En
tramos de su existencia, ejerce funciones. De ellas es de las que se jubila. No
de su identidad, de su dinámica vital.
Lo traumático de la jubilación acontece cuando en el
transcurrir de la vida uno ha ido atándose, limitándose, viviendo cada vez con
mayor exclusividad la identificación con algunas de sus funciones laborales. Su
repentina desvinculación de ellas le desquicia, y desquicia a quienes tiene
cerca.
Puede ocurrir, ocurre, pero no es lo normal.
Por el contrario, y pese a las dificultades señaladas más
arriba, y otras, la etapa de la jubilación se visualiza por el disfrute de no
pocas ni pequeñas alegrías. Basta una serie de miradas en nuestras ciudades y
pueblos: los jubilados y jubiladas con los nietos; o de la manita de sus
parejas, o en la partida del Hogar de Jubilados, o en torno a un viaje que no
les fue posible en otros momentos anteriores…
¿Y cuando de los sacerdotes jubilados se trata? Anotaré
algunas de las fuentes de profundas alegrías.
Primera causa de goce: la suerte que tocó
vivir
Hoy pueden sucederse los cambios con gran rapidez; o con
gran lentitud. Y no digamos en el futuro.
Pero los jubilados de hoy procedemos del siglo pasado, de
la primera mitad del siglo pasado. Y pese a ello, y la velocidad entonces más lenta de los
acontecimientos, ¿qué generación ha acumulado tantos acontecimientos de primera
magnitud, decisivos para la marcha de la Historia en general y de la propia
Iglesia como nuestra generación? Nos ha tocado vivir El Concilio Vaticano II,
la Asamblea Diocesana, la iglesia de Tarancón, la Transición Democrática, la
coexistencia con personajes de la talla de Juan XXIII, Kenedy, Luther King,
Gandi…, el Mayo del 68…, las renovaciones pastorales y litúrgicas de los
impulsos primeros, cuando aún no habían sido apagados, del Concilio; la
recuperación de los Movimientos Apostólicos; la organización del laicado; unos
primeros planes extraordinarios de Evangelización…
Acontecimientos de ese nivel, vividos colectivamente como
fue nuestro caso, por grandes que hayan sido las decepciones generadas después
de algunos de ellos, dejan el alma de una persona tallada de un modo muy
particular… Y lo que a medida que se sucedían entrañaba retos, trabajos y dolor
(a veces de parto, en ocasiones de defenestración) generó en nosotros también
ese tipo de frutos que son consistencia, satisfacción en la profundidad y
aliento incombustible de esperanza, pasión.
Segunda causa de goce: toques del don de la
Sabiduría
Segunda, o quizás primera.