Andrea Tornielli
Ciudad del Vaticano
El
perfil del obispo ha sido trazado con dos de los más importantes discursos del
Pontificado: el que Francisco pronunció en junio de 2013 cuando recibió a los
nuncios apostólicos, y el que hizo, fundamental, del 27 de febrero, frente a la
Congregación de los obispos. A estos se puede añadir la homilía del 25 de
octubre de 2013 en ocasión de las primeras ordenaciones episcopales que celebró
el Papa. En los últimos meses estas indicaciones han ido tomando cuerpo incluso
a nivel operativo dentro de la Congregación para los obispos.
…El
cardenal arzobispo de Chicago Francis George, al hablar sobre la elección del
Cónclave, dijo: «El Cónclave es un ejercicio de libertad. En primer lugar, la
libertad de los electores que deben aprender a liberarse de cualquier tipo de
interés personal o amistad o de cualquier otro motivo para la elección de un
candidato que no sea el motivo dado durante el juramento antes del voto (“¿Quién
es el mejor candidato para el trono de Pedro?”) Segundo, la libertad de los
candidatos que deben ser capaces de desempeñar un ministerio pastoral universal
(un candidato que no es solo subjetivamente libre, sino también objetivamente
libre de cualquier “bagaje” relacionado con sus orígenes y con su pasado...)».
Y
este mismo criterio puede ser aplicado al trabajo de los miembros de la
Congregación para los obispos, que deben proponer al Papa los nombres de los
nuevos pastores de una diócesis. No es un misterio que desde hace mucho tiempo
existen "carriles preferenciales", grupúsculos que premian la
cercanía de ciertos candidatos a algunos cardenales, además de significativas
injerencias, en cuanto al caso específico itálico, por parte de la cúpula de la
Conferencia Episcopal Italiana y de la Secretaría de Estado. En algunos casos, los
nombramientos episcopales a sedes importantes, tanto por su historia como por
sus dimensiones, se han dado mediante la llamada "directísima", es
decir el atajo que permite superar el "trámite" de la Congregación y
la discusión entre los cardenales y obispos que la componen.
Hoy
en día, ciertas influencias han disminuido notablemente. No es ningún secreto, por
ejemplo, que el cardenal Pietro Parolin (nombrado por el Papa como miembro de
la Congregación), a diferencia de lo que hacían sus predecesores, no quiere
interferir en los nombramientos episcopales (sobre todo italianos) pues también
es el Secretario de Estado. Y también la "directísima" y el poder de
los grupúsculos deberían disminuir.
Las
indicaciones de Francisco, al respecto, son clarísimas. Los nuncios apostólicos,
al elegir a los candidatos al episcopado, deben señalar «pastores cercanos a la
gente», que «no sean ambiciosos» y no aspiren al puesto y que no busquen
constantemente, una vez nombrados, ser promovidos a otra sede más importante. El
obispo «se casa» con su Iglesia, pero en muchos casos pasa con facilidad a las
segundas o terceras «nupcias». «Los candidatos deben ser pastores cercanos a la
gente: padres y hermanos, que sean mansos, pacientes y misericordiosos», pidió
Francisco, invitando a dejar que los doctos se dediquen a la investigación y a
la enseñanza. Los candidatos al episcopado deben amar «la pobreza, interior
como libertad por el Señor, y exterior, como sencillez y austeridad de vida», en
lugar de tener una «psicología de "príncipes"». «Que no sean
ambiciosos —dijo el Pontífice a los nuncios—, que no busquen el episcopado y
que sean esposos de una Iglesia, sin que estén buscando constantemente otra».
Los
obispos deben «servir» y no «dominar». Deben ser, sobre todo, padres para sus
sacerdotes, deben estar siempre dispuestos para recibirlos. Además, deben estar
cerca de «los pobres, de los indefensos y de cuantos necesitan acogida y ayuda».
El
Papa también escribió a la Congregación, también llamada "fábrica de
obispos", en febrero y les pidió que se aseguraran de que «el nombre de
quien ha sido elegido sea, antes que nada, pronunciado por el Señor». «El Santo
Pueblo de Dios sigue hablando —dijo Francisco—, y necesitamos a uno que nos vea
con la grandeza del corazón de Dios, no nos sirve un "manager", un
administrador delegado de una empresa, y tampoco uno que esté al nivel de
nuestras pequeñas pretensiones». El Papa invitó a evaluar las candidaturas sin
perder de vista las necesidades de las Iglesias particulares, porque «no existe
un pastor estándar todas las Iglesias». También invitó a los miembros de la Congregación
a elevarse «más allá de nuestras eventuales preferencias, simpatías, pertenencias
o tendencias».
Los
criterios de esta elección deben nacer del origen, de la Iglesia apostólica. El
obispo debe ser «aquel que sabe actualizar todo lo que le sucedió a Jesús, y, sobre
todo, sabe, junto con la Iglesia, hacerse testigo de su resurrección».
«La
renuncia y el sacrificio —añadió el Papa— son connaturales a la misión episcopal.
Y esto quiero subrayarlo: la renuncia y el sacrificio son connaturales a la
misión episcopal. El episcopado no es para sí, sino para la Iglesia, para el
rebaño, para los demás, sobre todo para los que según el mundo deben ser
deshechados».
Francisco
explicó que es «siempre imprescindible asegurar la soberanidad de Dios». Las
elecciones de los nuevos obispos «no pueden ser dictadas por nuestras
pretensiones, condicionadas por eventuales "escuderías", grupos o
hegemonías. Para garantizar tal soberanidad hay dos actitudes fundamentales: el
tribunal de la propia conciencia ante Dios y la colegialidad». Los obispos
debern ser «hombres custodios de la doctrina no para medir cuán distante esté
el mundo de la verdad que contiene, sino para fascinar al mundo, para
encantarlo con la belleza y con el amor, para seducirlo con la oferta de la
libertad que ofrece el Evangelio».
La
Iglesia, añadió, «no necesita apólogos de las propias causas ni cruzados de las
propias batallas, sino sembradores humildes y que confíen en la verdad, que
sepan que siempre se les entrega nuevamente y confíen en su potencia». Una de
las características fundamentales para ser obispo es la paciencia y saber «actuar
como sembradores con confianza, evitando el miedo de los que creen que la cosecha
depende solo de sí misma, o la actitud desesperada de los seculares que, al no haber
hecho la tarea, gritan que ya no hay nada que hacer».
Pero,
sobre todo, el obispo debe ser un hombre de oración, porque un «hombre que no
tiene la valentía de discutir con Dios a favor de su pueblo no puede ser obispo».
Y, al mismo tiempo, debe dedicarse al pueblo,
más que ir de congreso en congreso o de viaje en viaje.
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