jueves, 13 de marzo de 2014

Francisco y el cambio en la «fábrica de los obispos»



Andrea Tornielli
Ciudad del Vaticano


El perfil del obispo ha sido trazado con dos de los más importantes discursos del Pontificado: el que Francisco pronunció en junio de 2013 cuando recibió a los nuncios apostólicos, y el que hizo, fundamental, del 27 de febrero, frente a la Congregación de los obispos. A estos se puede añadir la homilía del 25 de octubre de 2013 en ocasión de las primeras ordenaciones episcopales que celebró el Papa. En los últimos meses estas indicaciones han ido tomando cuerpo incluso a nivel operativo dentro de la Congregación para los obispos.

…El cardenal arzobispo de Chicago Francis George, al hablar sobre la elección del Cónclave, dijo: «El Cónclave es un ejercicio de libertad. En primer lugar, la libertad de los electores que deben aprender a liberarse de cualquier tipo de interés personal o amistad o de cualquier otro motivo para la elección de un candidato que no sea el motivo dado durante el juramento antes del voto (“¿Quién es el mejor candidato para el trono de Pedro?”) Segundo, la libertad de los candidatos que deben ser capaces de desempeñar un ministerio pastoral universal (un candidato que no es solo subjetivamente libre, sino también objetivamente libre de cualquier “bagaje” relacionado con sus orígenes y con su pasado...)».


Y este mismo criterio puede ser aplicado al trabajo de los miembros de la Congregación para los obispos, que deben proponer al Papa los nombres de los nuevos pastores de una diócesis. No es un misterio que desde hace mucho tiempo existen "carriles preferenciales", grupúsculos que premian la cercanía de ciertos candidatos a algunos cardenales, además de significativas injerencias, en cuanto al caso específico itálico, por parte de la cúpula de la Conferencia Episcopal Italiana y de la Secretaría de Estado. En algunos casos, los nombramientos episcopales a sedes importantes, tanto por su historia como por sus dimensiones, se han dado mediante la llamada "directísima", es decir el atajo que permite superar el "trámite" de la Congregación y la discusión entre los cardenales y obispos que la componen.

Hoy en día, ciertas influencias han disminuido notablemente. No es ningún secreto, por ejemplo, que el cardenal Pietro Parolin (nombrado por el Papa como miembro de la Congregación), a diferencia de lo que hacían sus predecesores, no quiere interferir en los nombramientos episcopales (sobre todo italianos) pues también es el Secretario de Estado. Y también la "directísima" y el poder de los grupúsculos deberían disminuir.

Las indicaciones de Francisco, al respecto, son clarísimas. Los nuncios apostólicos, al elegir a los candidatos al episcopado, deben señalar «pastores cercanos a la gente», que «no sean ambiciosos» y no aspiren al puesto y que no busquen constantemente, una vez nombrados, ser promovidos a otra sede más importante. El obispo «se casa» con su Iglesia, pero en muchos casos pasa con facilidad a las segundas o terceras «nupcias». «Los candidatos deben ser pastores cercanos a la gente: padres y hermanos, que sean mansos, pacientes y misericordiosos», pidió Francisco, invitando a dejar que los doctos se dediquen a la investigación y a la enseñanza. Los candidatos al episcopado deben amar «la pobreza, interior como libertad por el Señor, y exterior, como sencillez y austeridad de vida», en lugar de tener una «psicología de "príncipes"». «Que no sean ambiciosos —dijo el Pontífice a los nuncios—, que no busquen el episcopado y que sean esposos de una Iglesia, sin que estén buscando constantemente otra».

Los obispos deben «servir» y no «dominar». Deben ser, sobre todo, padres para sus sacerdotes, deben estar siempre dispuestos para recibirlos. Además, deben estar cerca de «los pobres, de los indefensos y de cuantos necesitan acogida y ayuda».

El Papa también escribió a la Congregación, también llamada "fábrica de obispos", en febrero y les pidió que se aseguraran de que «el nombre de quien ha sido elegido sea, antes que nada, pronunciado por el Señor». «El Santo Pueblo de Dios sigue hablando —dijo Francisco—, y necesitamos a uno que nos vea con la grandeza del corazón de Dios, no nos sirve un "manager", un administrador delegado de una empresa, y tampoco uno que esté al nivel de nuestras pequeñas pretensiones». El Papa invitó a evaluar las candidaturas sin perder de vista las necesidades de las Iglesias particulares, porque «no existe un pastor estándar todas las Iglesias». También invitó a los miembros de la Congregación a elevarse «más allá de nuestras eventuales preferencias, simpatías, pertenencias o tendencias».


Los criterios de esta elección deben nacer del origen, de la Iglesia apostólica. El obispo debe ser «aquel que sabe actualizar todo lo que le sucedió a Jesús, y, sobre todo, sabe, junto con la Iglesia, hacerse testigo de su resurrección».

«La renuncia y el sacrificio —añadió el Papa— son connaturales a la misión episcopal. Y esto quiero subrayarlo: la renuncia y el sacrificio son connaturales a la misión episcopal. El episcopado no es para sí, sino para la Iglesia, para el rebaño, para los demás, sobre todo para los que según el mundo deben ser deshechados».

Francisco explicó que es «siempre imprescindible asegurar la soberanidad de Dios». Las elecciones de los nuevos obispos «no pueden ser dictadas por nuestras pretensiones, condicionadas por eventuales "escuderías", grupos o hegemonías. Para garantizar tal soberanidad hay dos actitudes fundamentales: el tribunal de la propia conciencia ante Dios y la colegialidad». Los obispos debern ser «hombres custodios de la doctrina no para medir cuán distante esté el mundo de la verdad que contiene, sino para fascinar al mundo, para encantarlo con la belleza y con el amor, para seducirlo con la oferta de la libertad que ofrece el Evangelio».

La Iglesia, añadió, «no necesita apólogos de las propias causas ni cruzados de las propias batallas, sino sembradores humildes y que confíen en la verdad, que sepan que siempre se les entrega nuevamente y confíen en su potencia». Una de las características fundamentales para ser obispo es la paciencia y saber «actuar como sembradores con confianza, evitando el miedo de los que creen que la cosecha depende solo de sí misma, o la actitud desesperada de los seculares que, al no haber hecho la tarea, gritan que ya no hay nada que hacer».

Pero, sobre todo, el obispo debe ser un hombre de oración, porque un «hombre que no tiene la valentía de discutir con Dios a favor de su pueblo no puede ser obispo». Y, al mismo tiempo,  debe dedicarse al pueblo, más que ir de congreso en congreso o de viaje en viaje.

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