El problema político de EEUU
es la ausencia de un partido de izquierdas que defienda los intereses de la
mayoría de “las clases populares”
Fuente: diario.red
Por Vicenç
Navarro
23/10/2024
Foto:
CNN
Las próximas elecciones a la
presidencia del Gobierno Federal de EEUU, así como de su Senado y Cámara de
Representantes, están centrando una gran atención internacional, pues se señala
frecuentemente que pueden tener amplias consecuencias en la vida económica y
política de otros continentes y países incluyendo Europa, y por lo tanto
España. Para entender tales elecciones hay que conocer la gran crisis de
legitimidad de la democracia en EEUU, así como la continua expansión de
movimientos contestatarios de ultraderecha, situación que tiene semejanzas a lo
que está ocurriendo en otros continentes como Europa, temas sobre los cuales he
escrito reciente y ampliamente, señalando los puntos de semejanza así como de
diferencia de lo que está pasando a los dos lados del Atlántico Norte
(continentes que conozco mejor por haber vivido en ambos en mi larga vida
académica). Ver El Fin de la Democracia Liberal y Lo que los Mayores Medios de Información en España no Dicen
Sobre el Crecimiento de las Ultraderechas. En estos artículos hago una
crítica de la cobertura mediática de estos temas importantes por parte de
los mayores medios de información en España (escritos, orales o
televisivos) que considero sesgada y errónea, consecuencia de la escasa
diversidad ideológica en tales medios, que están constantemente discriminando y
cancelando a voces críticas de la sabiduría convencional del país, reproducida
en sus establishments políticos y mediáticos dominantes. Un tanto igual aparece
ahora en su cobertura de las elecciones presidenciales y del Congreso de
los EEUU. Espero mostrar con datos el sesgo y escasa veracidad de lo que están
diciendo y escribiendo tales medios sobre ello. Creo conocer bien Estados
Unidos desde 1965 cuando tras vivir en Suecia y Gran Bretaña, me invitó la
Johns Hopkins University a integrarme en aquella universidad. Antes, tuve que
exilarme de España debido a mi participación en la resistencia antifascista.
Lo que no se dice en los
medios: los enormes déficits de la democracia estadounidense
Existe una percepción
generalizada de los mayores medios de información en España de que la
democracia en Estados Unidos es ejemplar y punto de referencia para el resto de
las democracias en el mundo. Un ejemplo, entre muchos otros, es la definición
de “la democracia estadounidense como uno de los sistemas democráticos más
desarrollados que existe hoy en el mundo”, definición hecha por una de las
periodistas más conocidas en España, la señora Ana Pastor, de la cadena de
televisión La Sexta, que se presenta como la más progresista del país. Tal
observación es común entre miembros del establishment político y mediático en
España, como ocurre también entre los países de la Alianza Atlántica,
promovida por los dirigentes de Estados Unidos, incluyendo el Presidente Biden,
quien definió recientemente a Estados Unidos como el país más democrático
del mundo. Los datos, sin embargo, no confirman tal percepción. EEUU es en
realidad uno de los países menos democráticos entre los países democráticos hoy
a los dos lados del Atlántico Norte.
En este artículo mostraré, en la
Primera Parte, las grandes limitaciones de la democracia en EEUU y como
ello aparece con toda evidencia en las elecciones a la presidencia y del
Congreso de dicho país. Y en la Parte 2 mostraré las características de los dos
mayores partidos en la contienda electoral -el Partido Demócrata y el Partido
Republicano- y presentaré datos sobre los dos candidatos a la presidencia -
Harris y Trump, datos poco conocidos en España y de gran importancia.
Parte 1:
Las grandes limitaciones
del sistema electoral estadounidense que aparecen con toda claridad en estas
elecciones y que no se citan por los grandes medios en España
Varias son las grandes
limitaciones del sistema electoral de EEUU que afectarán de gran manera el
resultado de las elecciones presidenciales, así como del Senado y de la Cámara
de Representantes, que tendrán lugar este noviembre. Una es la escasa
representatividad del Senado, del Colegio Electoral que elige al presidente de
los Estados Unidos, y de la Cámara de los Representantes. El Senado es
la Cámara legislativa más poderosa que existe en el Gobierno Federal de Estados
Unidos pues tiene que aprobar (entre muchos otros temas) el presupuesto
federal, el nombramiento de los ministros del gobierno propuestos por el
presidente, y también los miembros de La Corte Suprema. Un dato poco conocido
en España, que casi nunca es citado en los medios, es que cada Estado de los 50
existentes en EEUU tiene derecho a elegir solo dos senadores independientemente
del tamaño de su población. California que tiene más de 40 millones de
ciudadanos tiene el mismo número de senadores (2) que el Estado de Wyoming que
solo tiene medio millón. Un californiano tiene, por lo tanto, 80 veces menos
poder para incidir en las elecciones del Senado que un ciudadano de Wyoming.
Los Estados pequeños tienen, pues, mucho más poder que los Estados grandes, y
suelen ser más rurales, más conservadores y más votantes del Partido
Republicano (que hoy sostiene posturas de ultraderecha). Esta es una de las
razones por las cuales el Senado tiende a ser muy conservador.
Una situación semejante
ocurre en la elección del presidente de Estados Unidos, la cual se realiza no
por elección directa por parte del electorado, sino por miembros del Colegio
Electoral, elegidos por asambleas
estatales dentro de unas reglas que, de nuevo, favorecen a los Estados pequeños
y desfavorecen a los Estados grandes donde los centros urbanos e industriales
existen. Ello explica la orientación conservadora del Colegio Electoral que
elige al presidente de Estados Unidos. Como consecuencia de ello, en muchas
ocasiones, el presidente elegido no ha sido el más votado. Durante todo el
siglo XXI, el candidato demócrata a la presidencia de EEUU obtuvo más votos que
el candidato republicano (excepto en las elecciones del año 2004), y, sin
embargo, durante este período, EEUU ha tenido más presidentes republicanos que
demócratas. Un caso típico fue la elección del candidato republicano Trump en
el 2016, quien obtuvo tres millones menos de votos que la candidata demócrata
Hillary Clinton.
En cuanto a la otra cámara, la
Cámara de Representantes, es elegida por los Distritos Electorales dentro de
cada Estado. Y los límites de los Distritos Electorales los definen
y aprueban los partidos que gobiernan el Estado donde están los Distritos.
De ahí que no sea infrecuente, por ejemplo, que los barrios donde la mayoría
son ciudadanos negros que suelen votar al Partido Demócrata sean diseñados y
divididos en fracciones pequeñas que pasan a ser parte de los distritos
electorales blancos. Es también conocido, que, para muchos sectores, como la
población negra y sectores pobres de la clase trabajadora blanca, tienen
dificultades en el proceso de votar, siendo el Partido Republicano el mayor
promotor de tales dificultades.
Otro gran déficit
del sistema electoral de los EEUU es que el propio proceso electoral no
permite la pluralidad y fuerza el bipartidismo. Ello es consecuencia de que el
sistema electoral no es proporcional, es
decir, el porcentaje de parlamentarios que tienen un partido en una cámara
legislativa no es el mismo que el porcentaje de votos que recibió tal partido,
lo cual permitiría establecer bloques parlamentarios según el tamaño de su
electorado. El sistema electoral en EEUU, es sin embargo, bipartidista,
permitiendo en la práctica solo dos partidos, uno el Partido Republicano, hoy
de ultraderecha mayoritariamente trumpista, y el otro, el Partido Demócrata,
hoy de derechas con sensibilidad liberal perteneciente a la misma familia
política a la cual pertenecía por ejemplo el Partido Convergencia de Cataluña
bajo la dirección del señor Pujol, o el Partido Ciudadanos, que casi está
desapareciendo en España. Estos dos últimos partidos son parte de La Internacional
Liberal de la cual el Partido Demócrata ha sido parte como Observador. El grupo
parlamentario del Partido Demócrata tiene miembros que son de sensibilidad
socialista, como la Miembro de La Cámara de Representantes por el Estado de
Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez, que por lo general se asocian al
Grupo Progresista de tal partido, grupo que aun siendo minoritario dentro de la
formación política tiene cierta influencia. Y también hay un senador
independiente, Bernie Sanders, que es socialista y muy popular a nivel
nacional. En EEUU, sin embargo, no hay un partido de izquierdas
con representación parlamentaria en el congreso, ni en el Senado ni en la
Cámara de Representantes, lo cual es una de las mayores causas del escaso
desarrollo de su Estado de Bienestar.
La privatización del
sistema electoral que favorece el sesgo a favor de la clase empresarial en el
sistema político y jurídico
Pero el tema que limita
más la democracia estadounidense es la financiación del proceso electoral, que
es predominantemente privada. Esta es una de las mayores causas de que la
democracia estadounidense sea tan limitada.
El sistema electoral está financiado primordialmente por fondos privados, de
manera tal que la mayoría de los fondos son privados donados por individuos,
asociaciones o por empresas con o sin afán de lucro que financian las campañas
electorales de los políticos parlamentarios para defender sus intereses. De ahí
que sea muy frecuente que miembros de las comisiones del Senado y de la Cámara
de Representantes, encargadas de legislar actividades de empresas estén siendo
financiados por estas mismas. Un claro ejemplo es el de quien fue durante todo
su largo mandato senador del Partido Demócrata, Joe Manchin de West Virginia,
que presidió la poderosa Comisión de Energía del Senado, y quien siempre fue
financiado por las industrias del carbón y del petróleo. Lo mismo ocurre en la
Comisión de Sanidad donde las grandes compañías de seguros sanitarios que
dominan la gestión del sector han financiado a muchos miembros de tal comisión.
Es bien conocido en EEUU que la gran mayoría de los miembros de estas
comisiones son muy próximos a las empresas que las comisiones tienen que
regular y supervisar. Estas donaciones, que en muchos países europeos serían
consideradas como actos de corrupción, son legales en EEUU y no se definen como
corrupción. Gran parte de este dinero va a la compra de espacios mediáticos,
para lo cual no hay ningún tipo de regulación. Como consecuencia,
aquellos candidatos con mayores fondos tienen mayores posibilidades de
exposición pública en los mayores medios de información, tanto escritos como
televisivos y radiofónicos, los cuales están también controlados por grupos
económicos o financieros, o por magnates billonarios cuyo primer objetivo es la
promoción de sus intereses comerciales y políticos.
El tipo de donantes con mayores
recursos son por lo general, miembros de la clase empresarial, propietarios y
gestores de las grandes empresas que constituyen los mayores componentes de lo
que se conoce como la “Donor Class” y que tienen una gran influencia, como he
dicho, en configurar la legislación realizada por la clase política. La gran
mayoría de dinero dado en las campañas de candidatos a puestos políticos
procede de la clase empresarial (llamada en Estados Unidos “the Corporate
Class”, un porcentaje de la población muy bajo que posee y gestiona las
grandes fortunas y empresas del país, según C. Maisano, Whose interest
of two parties represent? Dollar and Cents, Oct 2024). Un ejemplo de
ello es del hombre más rico del mundo (260 billones de dólares), el señor Elon
Musk, dueño de X (antes conocido como Twitter), y de otras empresas como Tesla,
la mayor productora de automóviles eléctricos y empresas especializadas en la
exploración comercial del espacio. Es de pensamiento ultraliberal,
que apoya activamente al presidente de Argentina, Javier Milei
(compartiendo sus ideales), siendo muy hostil a las fuerzas progresistas de
cualquier país y muy en particular de los sindicatos. Es muy cercano al
candidato Trump y que ha aportado 75 millones de dólares a su campaña. Trump en
su momento de nombramiento como candidato republicano a la presidencia, le
agradeció públicamente la financiación de su campaña, indicándole que lo
tendría en cuenta en el futuro apoyándole en sus negocios. El Partido
Demócrata también tiene su Clase de Donantes. Uno de los que ha aportado más es
George Soros quien a través de su organización ha donado 60 millones, o
Michael Bloomberg, banquero famoso, quien ha donado 42 millones. Y hay donantes
que han financiado a la candidata a la presidencia de EEUU Kamala Harris
desde los inicios de su vida política, como la billonaria Laurene Powell Jobs.
De ahí deriva la enorme influencia de la clase empresarial (que es la que tiene
más dinero) sobre el gobierno federal de Estados Unidos que prácticamente
controlan los comités y comisiones del Senado y de la Cámara de Representantes
y ejercen gran influencia sobre el presidente de los EEUU. La importancia de
tal tema requiere una expansión en el análisis del gran dominio que las clases
empresariales tienen en la vida política y mediática del país. Pude ver
personalmente la enorme influencia ejercida por tales compañías de seguros
sanitarios (uno de los sectores más lucrativos del capital financiero
estadounidense) tenían sobre la política sanitaria federal cuando en el año
1992, el Reverendo Jesse Jackson (discípulo predilecto de Martin Luther
King), presidente de la “Rainbow Coalition” (asociación que incluía
movimientos de derechos civiles, sindicatos y asociaciones feministas y de la
tercera edad, entre otros) me pidió que (como experto y asesor suyo cuando
participó en las primarias presidenciales del Partido Demócrata en 1988),
participara en la comisión especial nombrada por el Presidente Clinton y
presidida por la Señora Clinton para hacer propuestas para reformar la sanidad
estadounidense. La izquierda del Partido Demócrata no había sido al principio
invitada a tal comisión y fue la presión de sindicatos y movimientos sociales
del “Rainbow Coalition” lo que forzó a La Casa Blanca a que hiciera tal
invitación. Y fue entonces cuando Jesse Jackson me pidió que en representación
del Rainbow Coalition formara parte de dicha comisión.Fue así como tuve la oportunidad,
trabajando en La Casa Blanca, de ver cómo funciona el poder político en EEUU,
lo que expongo en el artículo “Getting the Facts Right: Why Hillarycare Failed” Counter
Punch, 11/12/07. Aconsejo su lectura.
Cómo la distribución
del poder de clase es reproducida en las instituciones políticas
En EEUU las dos categorías de
poder que tienen más visibilidad política y mediática son raza y género. El
poder de la ciudadanía es reconocido que depende primordialmente de la raza y
del género del individuo. Véase, por ejemplo, la composición por raza y género
de la clase política federal para ver su importancia. El número de
políticos negros y pertenecientes a otras minorías, así como el número de
mujeres en el Senado y en la Cámara de Representantes, está muy por debajo de
lo que les correspondería por el tamaño de cada grupo poblacional. Hay otra
categoría de poder, sin embargo, que realmente nunca se cita, y es “clase
social”. Y este silencio oculta una realidad que es evidente. Los EEUU tienen
clases sociales muy semejantes, por cierto, a las existentes en la mayoría de
los países de la Europa Occidental. Según uno de los estudios más detallados
realizado sobre la estructura social de los EEUU, el 1 % de la población
pertenece a lo que se llama “la clase empresarial” (Corporate Class), que,
como acabo de indicar, incluye a los propietarios y a los gestores de las
grandes empresas del país. Le sigue “la clase media”, que se divide en alta y
baja. La clase media alta (19 %) incluye a los grupos profesionales con
educción superior y a los pequeños empresarios, entre otros, y la clase media
baja (28%), que incluye a los autónomos y a los artesanos, entre otros. Y por
último “la clase trabajadora” (52 %), que incluye a los trabajadores
manuales, de servicios, de comercio y del campo. Esta clase constituye la
mayoría de las clases populares que son la mayoría de la población. Es
interesante que un estudio de las percepciones de pertenencia e identidad de
clase entre la ciudadanía, la mayoría de la población estadounidense, en
respuesta a la pregunta de si pertenecen a la “clase alta”, “media” o
“trabajadora”, se identificaron como “clase trabajadora”. Los datos parecen
confirmar que la mayoría de la población es y se autodefine como “clase
trabajadora”.
Analizando a qué clase social han
pertenecido durante los últimos 20 años los miembros de las tres instituciones
más importantes del Gobierno Federal, a saber, el Consejo de Ministros, El
Senado y la Cámara de Representantes, se ve que, como promedio, los
miembros de la “Corporate Class”, que se calculaba que eran
aproximadamente un 1% de la población, han constituido el 70% de los
miembros del Consejo de Ministros, el 60% del Senado, y un 44% de La
Cámara de Representantes. La clase media alta, que era alrededor de un 18% de
la población, constituía el 30% del Consejo de Ministros, el 38% del
Senado y el 48% de La Cámara de Representantes. Mientras que la clase media
baja ,que era el 29 % de la población, no aparecía en el Consejo de Ministros,
aparecía un 2% en el Senado y un 5% en La Cámara de Representantes. Y el grupo
de la clase trabajadora, que representaba casi el 52 % de la población, nunca
ha estado en el Consejo de Ministros ni en el Senado, y en la Cámara de
Representantes solo en un 1.5%. La gran mayoría de la clase política federal
pertenecía a la clase empresarial y a la clase media profesional Se
critica en Estados Unidos, con razón, la falta de diversidad por raza y género
en el Senado y en la Cámara de Representantes. La gran mayoría son hombres y
blancos. Y en cambio, nunca se reconoce la enorme falta de diversidad por clase
social (Ver V.Navarro, “What is happening in the United States? How
social class influences political life”, Monthly Review, June
2021).
Consecuencias del sesgo
(por clase social) de la clase política federal
No es sorprendente, por lo tanto,
que las preferencias en cuanto a tipo de propuestas legislativas varían mucho
también según, no solo la raza y el género, sino también la clase social del
político. Propuestas legislativas a favor de sistemas universales, como el de
establecer el derecho a la sanidad a todo ciudadano y residente del país, son
muy populares entre la mayoría de las clases populares (“la clase
trabajadora” más “la clase media baja” que so la gran mayoría de la población)
no siendo así entre las clases empresariales y de clase media alta. En
realidad, el sistema sanitario estadounidense es mayoritariamente privado,
gestionado por las grandes compañías de seguros sanitarios, que tienen una
enorme influencia, como ya he indicado antes, en el sistema sanitario en el que
tales empresas son enormemente beneficiosas con costes elevadísimos que explica
que el 18% de las familias estadounidenses tengan unas deudas retrasadas de
facturas médicas de hasta 22 mil dólares; y que el 36 % de los enfermos terminales
(que están en el proceso de morirse), expresen preocupación de cómo ellos o
ellas pagarán las facturas médicas. Estos temas raramente aparecen en los
mayores medios de información y en el discurso político de los partidos
mayoritarios, incluyendo al Partido Demócrata. La distancia entre lo que las
clases populares desean y lo que el Estado Federal aprueba es enorme. La
mayoría de la población (la mayoría de “las clases populares” en general, y de
“la clase trabajadora” en particular) están a favor de la universalización de
los servicios sanitarios, así como también están a favor de una mayor
contribución de impuestos sobre las rentas de capital, un mayor control de las
armas (para alcanzar los niveles que existen en la mayoría de países
democráticos de la Europa Occidental), de establecer un derecho al trabajo,
temas estos poco o nunca discutidos por el establishment político y mediático
federal. Incluso ahora, en plena campaña electoral, no han sido temas
debidamente tratados por parte del Partido Republicano ni tampoco por el
Partido Demócrata o su candidata Harris.
El olvido de la clase
trabajadora: cuándo y cómo ocurrió y las consecuencias de ello
Es obvio, por lo tanto, que la
categoría de “clase social” ha sido y continúa siendo de una enorme importancia
para conocer y definir la política federal en EEUU. Y es llamativo que dentro
del olvido de clases sociales, la más grande, la “clase trabajadora”, casi
nunca aparece en el discurso de los establishments políticos y mediáticos del
país. Este olvido de “la clase trabajadora” ha sido muy marcado desde los años
80 del siglo pasado cuando hubo una rebelión de “la clase empresarial” en
contra de los grandes avances que “la clase trabajadora” consiguió durante el
periodo conocido como “la época dorada del capitalismo”, que duró desde el
final de la Segunda Guerra Mundial (cuando el nazismo y el fascismo fueron
derrotados) hasta los años 70. Fue en este periodo, cuando las fuerzas
progresistas anti-fascistas, tuvieron más poder para establecer el Estado de
Bienestar en la Europa Occidental y también en EEUU, aunque en este último el
desarrollo del Estado de Bienestar fue mucho más limitado y tardío. En realidad,
la mayor expansión del limitado Estado de Bienestar en EEUU ocurrió en los años
60 y 70, con el establecimiento de Medicare (la atención sanitaria para los
ancianos), en respuesta a la gran agitación social de los años 60, la década de
mayor agitación social en el siglo XX, con movilizaciones contra de la
guerra de Vietnam y la huelga de los mineros, que paralizó el este de los
EEUU. Las conquistas sociales de los años 60 y 70 fueron las que originaron la
respuesta de la clase empresarial de los años 80 -la revolución neoliberal
globalizadora- para parar y revertir los avances de la clase trabajadora.
Tal revolución fue iniciada por
el Gobierno Reagan en EEUU y el Gobierno Conservador de Margaret Thatcher
en la Gran Bretaña, y luego fue expandida en la Europa Occidental, incluso
entre grandes sectores de la socialdemocracia (lo que se llamó La Tercera Vía).
Tal nuevo movimiento político estableció el modelo neoliberal
globalizador, que interrumpió gran parte de las políticas redistributivas
keynesianas del periodo anterior, dando gran énfasis a las medidas de
austeridad del gasto público social y de desregulación de los mercados
laborales (las medidas neoliberales), así como a la movilización internacional
de capital y también del mundo trabajo (las medidas globalizadoras). Fue a
partir de aquel momento que la influencia de la clase empresarial ha crecido de
una manera muy notable y con ello los beneficios empresariales a costa de la
disminución de los ingresos de “la clase trabajadora”. Las rentas del trabajo
como porcentaje de la totalidad de las rentas descendieron en EEUU desde los
años 80 hasta el periodo pre-pandémico, bajando de un 70% a un 65%. Y lo mismo
ocurrió con la capacidad adquisitiva de las familias de “la clase trabajadora”,
que han estado descendiendo desde el inicio de la revolución neoliberal
globalizadora.
Este descenso de poder de “la
clase trabajadora” y el aumento de poder “de la clase empresarial” tuvo un
enorme impacto. Incluso el término “clase trabajadora”, que había sido
ampliamente utilizado en el lenguaje político incluso entre las derechas en Europa
(Democracia Cristiana y Partidos Liberales) dejó de utilizarse y más tarde
incluso las izquierdas y fuerzas autodefinidas como progresistas, como el
Partido Demócrata, también dejaron de utilizarlo. Estos cambios
ocurrieron de una manera progresiva y tuvieron un impacto político muy
marcado, con cambios en la orientación tanto de los partidos políticos como del
comportamiento electoral de sus bases. El crecimiento del neoliberalismo
iniciado por el Partido Republicano, y que fue más tarde adoptado por el
Partido Demócrata, durante el Gobierno Clinton, creó un crecimiento de la
abstención política en la “clase trabajadora” y también un cambio muy notable
en su actitud hacia el gobierno federal, con un crecimiento de un
movimiento de anti-gobierno federal, como consecuencia de ver al Estado Federal
controlado por los defensores del modelo neoliberal globalizador, y promovido
por ambos partidos. El primer afectado por este movimiento fue el Partido
Republicano (que tradicionalmente había sido favorable a disminuir el poder del
Estado Federal y donde sus bases se revelaron y echaron a los globalizadores,
manteniendo sin embargo el componente neoliberal). Por otra parte, grandes
sectores de la clase trabajadora desengañados y hostiles al Partido Demócrata
que votaban al Partido Demócrata dejaron de hacerlo. Se había creado así un
movimiento anti-Estado Federal que canalizó astútamente Trump, presentándose
como el defensor de las clases populares frente al Estado Federal globalizador.
Este es el nuevo Partido Republicano al que se refiere Trump en sus
discursos a los explotados miembros de la clase trabajadora. Es sintomático que
el candidato a la vicepresidencia por parte del Partido Republicano, el Senador
J.D. Vance, nacido de una familia obrera y de una región (Apalachia) conocida
por su obrerismo y conservadurismo, definió recientemente al Partido
Republicano como el partido de “la clase trabajadora”. Vance habló también,
como hijo de la “clase trabajadora”, subrayando la existencia de “la lucha de
clases” en EEUU, definiendo a Trump como la persona que en contra de lo
que se dice “no está en el bolsillo de la clase empresarial, sino que quiere
estar en el gobierno para responder a las necesidades del hombre trabajador,
tanto de aquel que está sindicalizado como el que no”. Y más adelante, en
el mismo congreso del Partido Republicano, Vance indicó que el objetivo de
Trump en su postura antiglobalizadora era el de proteger los salarios de los
trabajadores en EEUU y así evitar que tales puestos fueran a China. La cantidad
de empresas estadounidenses que están trabajando en China es enorme. Y el
pegadillo de “made in China” aparece en todas partes de Estados Unidos. Ni que
decir tiene, que a través de este discurso que es enormemente atractivo a la
clase trabajadora estadounidense, discurso que se presenta con gran agresividad
en contra del establishment neoliberal globalizador, es muy efectivo. Aparece
así Trump, como el anti-establishment que atrae a la clase trabajadora. El
enorme desencanto de “la clase trabajadora” con el Partido Demócrata, principal
instigador del modelo neoliberal globalizador ha hecho descender el apoyo de
tal “clase trabajadora” a aquel partido, para en su lugar apoyar al trumpismo,
que controla al Partido Republicano. Este desplazo del voto de “la clase
trabajadora” ha implicado una división dentro de esta “clase trabajadora”, pues
la dirección de los sindicatos ha continuado apoyando al Partido
Demócrata y muy especialmente al Presidente Biden (quien en muchas ocasiones
apoyó explícitamente a los sindicatos en sus conflictos laborales). Pero
grandes sectores de “la clase trabajadora”, incluso de la sindicalizada, se han
opuesto al Partido Demócrata, pues no han visto un cambio significativo de
medidas más radicales del gobierno para mejorar su capacidad adquisitiva,
controlando, por ejemplo, la elevada inflación. Como consecuencia unos de los
sindicatos más importantes de EEUU, The International Brotherhood of Teamsters
(La Hermandad Internacional de Camioneros), no ha podido, como su dirección
quería, apoyar a Harris, porque sus bases se opusieron.
En contraste, el Partido
Demócrata define a la “clase media” como la base esencial de su partido.
En su congreso, todos los delegados hablaron de “las clases medias” como la
clase a la cual se tenía que dedicar el partido. Únicamente los sindicalistas
invitados y el socialista senador independiente Bernie Sanders hablaron en tal
congreso de “la clase trabajadora” como la esencial para el partido. No así
todos los demás ponentes del Partido Demócrata que continuaron siempre hablando
de “las clases medias”.
Parte 2:
Características de las
candidaturas actuales (Trump vs Harris): sus campañas y estrategias electorales
Los mayores medios de información
españoles se han centrado en analizar las declaraciones de los dos candidatos a
la presidencia del país, así como las encuestas publicadas sobre los apoyos que
cada candidato ha recibido en el momento de la encuesta entre la población en
general o entre el sector de la población que dice que va a votar. Tal
información es insuficiente. Hay que conocer mejor a los candidatos y al
electorado.
1. El republicano Trump
De los dos candidatos, uno, el
republicano Trump, que ya fue presidente de los EEUU durante el período
2016 -2020 (anterior a la actual presidido por Biden), es muy conocido en EEUU
no solo por haber sido presidente, sino también por su enorme visibilidad
mediática desde el mismo día en que dejó de serlo, al explicitar su deseo de
continuar siéndolo, negando su derrota electoral, atribuyéndola a una
manipulación del proceso electoral por parte del Partido Demócrata dirigido por
el presidente Biden. Tal manipulación contra él, según Trump, continuó
después con una larga lista de juicios (más de 40) en su contra, como parte de
un proceso supuestamente programado para eliminarlo del panorama político e
impedir su intento de presentarse a las elecciones próximas. Tal mensaje de
“victimismo” ha sido muy movilizador para sus bases electorales,
primordialmente en la ultraderecha del país -el trumpismo-. La gran
visibilidad dada por la mayoría de los medios televisivos y escritos en los
EEUU de tales juicios ha sido una de las mayores causas de visibilidad
mediática del candidato Trump durante el largo periodo entre las
elecciones del 2020 y las actuales. De tales acusaciones hay algunas que son
únicas y nunca ocurridas con anterioridad a ningún presidente de los EEUU, como
el de haber apoyado un golpe contra el Congreso en el momento decisivo de las
elecciones del 2020. Pero muchas de las otras acusaciones son de causas que se
presentan con cierta frecuencia en la clase política de aquel país, tales como
abuso sexual y evasión de impuestos. Esto último lo presentó Trump como
una prueba de la selectividad de casos que seguían una supuesta motivación
política, argumento que ha tenido cierta receptividad y apoyo en sectores más
amplios que el de su base electoral principal. Esta visibilidad de Trump en los
procesos penales ha sido utilizada por sus seguidores como prueba de la
supuesta movilización del aparato estatal y judicial para destruirlo
políticamente, acusando a tal aparato de ser un mero instrumento del Presidente
Biden.
Temas centrales de la
campaña de Trump
Uno de los temas más utilizados
en su campaña electoral ha sido el supuesto éxito económico de su gobierno,
contrastando, por ejemplo, la baja inflación durante el periodo de su
gobierno, con la muy alta durante el actual período del Presidente Biden, lo
cual ha tenido un impacto muy notable en reducir la capacidad adquisitiva de
las clases populares. El gran crecimiento de la inflación, sin embargo, se
debió primordialmente a la expansión y duración de la pandemia, así como a la
gran escasez de recursos, primordialmente de los alimentos y de la energía, que
se atribuyen en parte a las dos guerras, la de Ucrania (que se asume contribuyó
a la escasez de productos agrícolas), y la de Israel-Gaza (que también se asume
contribuye a la escasez de productos energéticos -el petróleo-). Tal
explicación, sin embargo, es insuficiente, pues una de las causas de la elevada
inflación fue la subida de precios por parte de los empresarios de la
producción y distribución de tales recursos a fin de aumentar sus beneficios, y
que ha sido una causa mayor en el incremento de tal inflación como lo ha
reconocido incluso el Banco de Europa, dato al que ni Trump ni Harris han hecho
referencia. Una consecuencia del gran incremento de la inflación durante
la pandemia y el intento de reducirla fue el incremento de los intereses
bancarios por parte The Federal Reserve Board (La Reserva Federal, organismo
federal independiente), lo cual dificultó el acceso a las hipotecas,
contribuyendo a agudizar el problema de la vivienda, un problema gravísimo
sobre todo para la juventud del país. Ignorando todos estos hechos, Trump
responsabiliza directamente al gobierno Biden-Harris del crecimiento de la
inflación, ocultando que su récord económico fue muy deficiente. Otro tema ha
sido la inmigración, atribuyéndole el deterioro de los puestos de trabajo para
la población nativa y contribuyendo a aumentar el problema de vivienda,
utilizando en su discurso anti-inmigrante un tono racista, xenofóbico de gran
hostilidad. Esta hostilidad que ha ido creciendo en intensidad, tono y
extensión, y en la medida que se acerca el día de elecciones, el 5 de
noviembre, va expandiendo en sus discursos a sectores de la población que no
están de acuerdo con sus políticas, refiriéndose no solo a dirigentes de
Partido Demócrata, sino a amplios sectores de la sociedad que considera
enemigos, sujetos incluso, a ataque militar. El Jefe del Estado Mayor del
Ejército de EEUU, el general Marc Milley, la máxima autoridad del ejército
durante el mandato de Trump, lo calificó en un libro posterior, como “un
fascista hasta la médula”.
2. Los candidatos
demócratas. El que se suponía que iba a ser: Biden
No se ha reconocido
suficientemente, que el gobierno Biden hizo cambios sustanciales en la política
económica del Partido Demócrata, en respuesta al crecimiento de las protestas
frente al modelo neoliberal globalizador. La propuesta de Biden, era un intento
de recuperar y reactivar El New Deal, con cambios en su política federal,
principalmente en tres direcciones. Una fue la expansión de las inversiones
federales en su limitado Estado del Bienestar, y en el sector industrial,
además de intentar disminuir el componente globalizador del modelo, así como la
postura anti-clase trabajadora que el modelo implica. Intentó favorecer a los
sindicatos nombrando a gente favorable en las comisiones federales que afectan
el mercado laboral, pasando de una orientación empresarial a una
orientación laboral. Estos cambios se presentaron en respuesta a varias razones
que incluían, desde la necesidad de responder al cambio climático y reducir la
globalización de la economía (y también la reducción de desigualdades sociales que
el modelo anterior había creado), hasta disminuir el desencanto de la población
con el sistema democrático.
Varios obstáculos aparecieron en
el desarrollo de este programa de Biden: uno, fue la enorme hostilidad de la
mayoría de la clase empresarial, muy importante e influyente en el Senado, que
intentó todo lo posible para cambiar la situación. Y ello a pesar de que la
mayoría del Senado era del Partido Demócrata, pero Biden no pudo conseguir la
aprobación de su propuesta tan y como la había presentado, teniendo que
cambiar significativamente importantes elementos de ella. Y una de las personas
opuestas fue precisamente el senador Manchin, citado anteriormente, quien
estaba claramente al servicio de las compañías energéticas no renovables del
país. Otro obstáculo, incluso mayor, fue la pandemia. Esta tuvo un impacto muy
negativo en la calidad de vida de “las clases populares”, muy especialmente de
“las clases trabajadoras”, pues eran estas las que tenían que trabajar en su
mayoría fuera de casa, y fueron las que perdieron más puestos de trabajo
y sufrieron mayores recortes en su capacidad adquisitiva, pues la inflación les
impactó más que a las clases de renta superior. Pero el obstáculo mayor para
para llevar a cabo sus medidas del nuevo New Deal, era que muchas de las
medidas tomadas eran claramente insuficientes para resolver los enormes
problemas de la clase trabajadora, y esta insuficiencia y también imposibilidad
de llevar a cabo sus propuestas iniciales creó un incremento del enfado
popular, que generó el deseo del Partido Demócrata de renovar a Biden.
El gran problema de Biden (que
puede continuarse con Harris, en caso de ser elegida), es que no resolvió el
problema mayor que las clases populares tenían y continúan teniendo (incluyendo
el incremento del precio de la cesta de compra en el mercado). Y lo que ha
ocurrido con la inflación es un ejemplo de ello. Se tenían que haber hecho
correctivos mucho antes y con medidas mucho más intervencionistas, como el
control federal de los precios alimentarios y energéticos, como se había
propuesto por la izquierda del Partido Demócrata, y que Harris había apoyado en
su juventud, pero que abandonó después, como señalé antes. Mientras, la
pandemia desapareció, pero la inflación continúa, hecho que Trump continúa
explotando en su campaña electoral, ignorando que la mayor parte de la pandemia
(causa mayor del descenso de bienestar de la población) ocurrió durante el
gobierno Biden y no durante su gobierno. En realidad, el gobierno Trump tuvo
unos indicadores económicos muy deficientes, con la tasa de desempleo más alta de
los últimos 50 años, en su último año de gobierno y con la menor tasa de
producción de empleo durante el mismo periodo. Y sus políticas sociales fueron
enormemente reaccionarias mostrando una muy marcada postura antisindical y muy
favorable a la mayoría de la clase empresarial, que sorprendentemente no han
sido muy criticadas por el Partido Demócrata.
Otro punto vulnerable del
gobierno Biden ha sido su política exterior, que le está significando un gran
coste electoral a su sucesora Harris, de sectores que normalmente votan al
Partido Demócrata. Ejemplos de ello son las guerras, una de ellas la guerra
entre Rusia y Ucrania, que hubiera sido prevenible en caso de que EEUU y la
Alianza Atlántica no hubieran intentado expandirse para incluir a Ucrania en la
OTAN. Este punto lo utiliza Trump a su favor, puesto que, aunque hay una
simpatía por parte de la mayoría de la población de EEUU hacia la población
ucraniana por la brutal invasión de su país por parte de la dictadura de Putin,
también es cierto que hay cierto cansancio por grandes sectores de las clases
populares por el enorme gasto militar estadounidense que sustrae de otras
inversiones percibidas como más necesarias, así como el temor de que el
conflicto pueda escalar a un conflicto nuclear. Trump vende la narrativa de que
esta guerra nunca hubiera ocurrido durante su gobierno debido a su buena relación
con Putin con quien ha estado en contacto varías veces desde que dejó la
presidencia. El otro conflicto militar, es el ataque brutal de las tropas de
Israel en Gaza, que el Tribunal Internacional de la Haya ha definido como de
naturaleza genocida, ataques que se están extendiendo ahora al Líbano, con
apoyo del gobierno Biden, proveyendo la mayoría del armamento. Trump habla
menos de ello porque él sería incluso más activo en el apoyo al gobierno
de ultraderecha de Israel, que tiene conexiones con la ultraderecha europea y
muy en particular con Orbán de Hungría a quien señala también de ser su amigo.
Hay amplios sectores de la población estadounidense, predominantemente entre la
juventud, que son muy críticos del apoyo militar que Biden está ofreciendo al
gobierno de ultraderechas de Netanyahu y que le significan un coste electoral a
la candidatura de Harris que mantiene la misma política que Biden en este tema.
La candidata
demócrata actual: Kamala Harris
Al retirarse Biden, la
alternativa fue Kamala Harris, quien ha tenido en contraste con Trump, muy poca
visibilidad mediática durante su vida política, incluyendo siendo
Vicepresidenta del Gobierno Federal de los EEUU. Y aunque su visibilidad
ha sido intensa a partir de su candidatura a la presidencia, su periodo de
exposición ha sido muy limitado (solo 2 meses). Harris había tenido una
orientación progresista durante su previa vida política (Fiscal General del
Estado de California y miembro del Senado Federal) apoyando, por ejemplo,
varias propuestas del candidato independiente (el socialista Senador Bernie
Sanders), cómo el establecimiento de un programa universal de atención
sanitaria que garantizara un derecho (no existente en Estados Unidos) al acceso
de todo ciudadano y residente a los servicios médicos del país. Otra propuesta
que había también favorecido era el establecimiento de un programa de control
de los precios de los productos alimenticios y energéticos a fin de disminuir
la inflación. Estas son propuestas que, durante su carrera política, Harris ha
ido diluyendo primero, y abandonando después, a fin de eliminar su imagen de
“política radical”, que creía podría erróneamente perjudicarla. En realidad,
los datos muestran que la mayoría de “las clases populares” favorecían la
regulación de tales productos.
En el mismo espíritu de
moderación, Kamala Harris ha presentado la aprobación y apoyo a su programa
económico por parte de la entidad bancaria de mayor importancia en EEUU
(Goldman Sacks), intentando tranquilizar así a la “Donnor Class” del Partido
Demócrata y de toda clase empresarial del país. Y en el sector sanitario,
apoyó primordialmente a las medidas del Presidente Biden, tales
como el de controlar el precio de algunos productos farmacéuticos, como
la insulina, dato importante, pero de limitada incidencia, puesto que los
cambios necesarios del sector sanitario deben ser mucho más profundos que los
propuestos por el Gobierno Federal. EEUU es el país que se gasta más dinero en
sanidad (17% del PIB) y en el que hay mayor descontento por parte de la mayoría
de la población a los dos lados del Atlántico Norte, por el coste de tal acceso
y accesibilidad. La moderación de Harris tiene como objetivo, no solo
tranquilizar a La Clase Donante, sino también de atraer al votante republicano
tradicional que se siente amenazado y muy incómodo con el trumpismo. Esta
estrategia de tranquilizar a la derecha causa sin embrago, una pérdida de apoyo
por parte de sectores de “la clase trabajadora” y de otros sectores de las
clases populares, como jóvenes, negros y latinos, que hubieran apoyado a Harris
si hubiera mantenido la postura más progresista de su juventud. En realidad,
está perdiendo apoyo entre grupos que votaban demócrata. Uno de cada cinco
varones jóvenes negros y latinos va a votar a Trump.
Las bases electorales de
los candidatos
En cualquier análisis del
electorado, lo que hay que informar es no solo sobre lo que los candidatos
dicen o dejan de decir, sino sobre el grado de confianza, fe, apoyo y entusiamo
de sus votantes. Y una nota de gran importancia es, por ejemplo, que el apoyo
electoral por el candidato Trump ha sido casi constante en la mayoría de las
encuestas realizadas desde ya hace tiempo. Aproximadamente un 46-47% le apoya.
Es un electorado fiel, leal, claramente movilizado con una ideología definida
(un nacionalismo cristiano y profundamente anti-inmigrante, que se siente
amenazado por el mensaje internacional globalizador. La gran mayoría de
iglesias cristianas lo apoya, con una añoranza a un pasado que se define como
mejor que el presente. Y hay que subrayar que este movimiento precede a
Trump y continuará después de él. Es profundamente anti-establishment Estado
Federal, al cual se le percibe como cautivado y mero instrumento del
establishment político y mediático globalizador. Su apoyo deriva de la animosidad
de “las clases populares” en contra del Estado Federal y la percepción de que
durante el gobierno Biden se vivió peor.
La base electoral de Harris es
mucho más variada e incluye desde grandes sectores del neoliberalismo
globalizador hasta las viejas y nuevas izquierdas, movimientos minoritarios,
todos con un denominador común: están temerosos del trumpismo. Hay poca ideología
común o un proyecto alternativo. Las únicas excepciones son, la movilización en
defensa del aborto, que explica entre otros hechos la diferencia muy notable
entre el voto masculino y el femenino (el primero apoya a Trump y el segundo
apoya a Harris). Y otro mayor proyecto alternativo al trumpismo, es el intento
de movilización en defensa de la democracia, que Trump destruiría. Este segundo
argumento tiene escaso apoyo entre “la clase trabajadora” pues la mayoría no
considera que la democracia actual esté resolviendo sus enormes problemas. Hay
hoy en EEUU una crisis muy acentuada de legitimidad del Estado Federal.
La gran mayoría de la población
indica que la economía no va bien y ello a pesar de que el gobierno Biden
acentúa que las cifras económicas han mejorado desde la pandemia y que se ha
recuperado la economía con la mayoría de los indicadores económicos a su favor.
Pero el hecho es que este argumento tiene el punto flaco, y es que la
calidad de vida de las clases populares a continuado descendiendo incluso
después de la pandemia, y que el precio de la cesta de compra continúa
creciendo, y la capacidad adquisitiva de la gente, bajando. Y esta es una
realidad que se refleja, por ejemplo, en que la esperanza de vida continúa
descendiendo. Y de ahí que el malestar continúa. Y aunque el
intento inicial del gobierno Biden, reflejado en sus primeras propuestas, era
recuperar el New Deal, las reformas propuestas han sido insuficientes
para solucionar la gravedad del problema. Y Harris que entusiasmó al principio,
en lugar de incrementar las demandas, las diluyó con un mensaje de
moderación que desalentó a algunas bases electorales.
El Partido Demócrata no ha
presentado las propuestas preferidas por las clases populares y muy en
particular de “la clase trabajadora” (señaladas en este artículo). Las
políticas son limitadas e insuficientes para solucionar los grandes problemas
que “la clase trabajadora” tiene. Y para mayor desánimo, ni
siquiera se reconoció el nombre de “clase trabajadora” en el Congreso del
Partido Demócrata, donde como como indiqué antes, ni siquiera se mencionó a “la
clase trabajadora”, siendo “la clase media” (definida como la gran mayoría de
la población, que está entre los super ricos y los super pobres), la que El
Partido definió como su punto de referencia. Las encuestas muestran que
los votantes de “la clase trabajadora”, incluyendo a la mayoría de los
sindicalistas, no votarán a Harris. Y este es su gran problema.
Hay que ser muy críticos
con el trumpismo pero no demonizar a los trabajadores que lo apoyan. Hay que
entender por qué lo hacen
Una situación común pero
preocupante entre amplios sectores del Partido Demócrata es atribuir el voto
obrero al trumpismo, al crecimiento del racismo, del sexismo y de homofobia
entre “la clase trabajadora blanca”, presentando este crecimiento como la
causa de su creciente apoyo a la ultraderecha. Tal aumento, en caso de
que fuera real, es insuficiente y en muchas ocasiones erróneo pues se
olvida que “la clase trabajadora” tiene un problema muy grande y
grave: el descenso de su capacidad adquisitiva y de su calidad de vida. Hay que
ser muy críticos con el trumpismo pero no demonizar a los trabajadores que lo
apoyan. Un tercio de “la clase trabajadora” tiene problemas para llegar a fin
de mes. Y la esperanza de vida (años de vida) para este grupo continúa
descendiendo. Y su voto al trumpismo se debe a que le perciben como la
voz más visible contra el establishment neoliberal globalizador, hoy
representado por el Gobierno Federal y el Partido Demócrata. Hay una lógica
para que estos sectores de la clase trabajadora voten al trumpismo. Un caso
claro fue lo que ocurrió en el barrio obrero más grande de la ciudad de
Baltimore -Dundalk, que es el barrio que rodeaba a los altos hornos de acero en
la ciudad, que era de los más grandes en EEUU. Hace años en época de Clinton,
los altos hornos dejaron Baltimore y EEUU y fueron a China y otros países con
coste laboral y condiciones laborales muy bajas. Hoy este barrio está muy
decimado y pobre. Y la gran mayoría de sus vecinos vota a el trumpismo. Y de
ahí que el candidato a vicepresidente republicano haya indicado que el Partido
Republicano es el partido de “la clase trabajadora”, lo cual hay que denunciar,
pero entender para poder resolverlo creando movimientos políticos alternativos
que sean anti-neoliberales globalizadores y que sean percibidos como tal por
los trabajadores, incluyendo a los que votan a Trump.
Algo semejante está ocurriendo en
cuanto a la inmigración. El discurso más común en los medios oficiales es que
la inmigración enriquece al país en muchos sentidos y ello es cierto, no hay
duda de ello. Ahora bien, también puede tener costes dependiendo de cómo se
realice, y este coste lo sufre “la clase trabajadora”. El aumento de la
población significa que los inmigrantes utilicen también escuelas, centros
sanitarios y otros centros y servicios públicos, que en caso de que no
aumentaran los recursos ya existentes, podría suceder que esto sucediera
a costa de los servicios que ya está recibiendo la población ya
establecida. Y también en una economía con un mercado de trabajo muy
desregulado, la entrada de inmigrantes puede implicar que los empresarios
escojan al inmigrante pagándole menos que a las poblaciones establecidas, y
esto ha ocurrido y puede continuar ocurriendo a menos que se hagan cambios en
la regulación del mercado de trabajo que lo impidan. Viví una experiencia
personal que muestra los problemas y también las posibles soluciones a
este tema. Y me refiero a Suecia, país que conozco bien por haber vivido en él
y tener familia. Suecia es un país con un Estado de Bienestar muy desarrollado
y ha sido ejemplar en muchos aspectos. Y uno de ellos fue como llevaba las
políticas de inmigración. Es un país donde “la clase trabajadora” tenía un gran
poder como resultado de haber estado gobernado por la gran mayoría de tiempo
desde la Segunda Guerra Mundial, por una coalición de partidos de izquierda.
Como consecuencia de ello, las desigualdades sociales eran mucho menores que el
promedio de Europa, y su Estado de Bienestar estaba muy avanzado, y la
inmigración estaba muy regulada. El mundo empresarial tenía limitaciones y no
podía pagar salarios diferenciados según el origen del trabajador. Todos los
trabajadores cobraban lo mismo por el mismo tipo de trabajo. Recientemente las
derechas (conocidas como los “partidos burgueses”) gobernaron por varios años
y lo primero que hicieron fue desregular el mercado de trabajo
permitiendo que los empresarios paguen según su propio criterio, pagando mucho
menos al inmigrante que a los residentes del país. Y aumentaron muy
marcadamente la inmigración. Además, comenzaron una cierta austeridad en
el gasto social. Y algunas de estas reformas no fueron cambiadas por las nuevas
izquierdas gobernantes. Yo vi lo que estaba ocurriendo y predije que un nuevo
partido de ultraderecha, que era minúsculo en aquel país, crecería
inmediatamente, como fue el caso, llegando a ser ahora la segunda fuerza en el
Parlamento Sueco. Y también, como era de esperar, han crecido los conflictos
relacionados al racismo, diluyéndose la solidaridad de clase extendida a toda
la población que había existido durante la era dorada de la socialdemocracia.
Esta experiencia y otras muchas
semejantes son especialmente relevantes para EEUU que se presenta como un país
de inmigrantes, y de cierta forma lo es. Pero si los nacidos allí están
inseguros, es lógico y predecible que surjan tales sentimientos. Es importante
que la solidaridad y la universalización de derechos se recuperen como
principios básicos de las izquierdas. Y el racismo y el sexismo juegan un papel
clave en la división de las clases populares. De ahí que el país de los
inmigrantes tiene que ver con el país de los movimientos sociales que se
centran en la liberación de los grupos discriminados (negros, latinos, y otros
discriminados, incluyendo a las mujeres y a los ancianos). Pero esta diversidad
tiene un aspecto que los limita, que es la división de los movimientos de
liberación, compitiendo entre ellos por recursos y atención político-mediática,
cuando deberían estar aliados en una acción política conjunta. Y este es el
gran reto de las izquierdas en EEUU. Es el país de los movimientos sociales que
coincide con la ausencia de un partido de izquierdas. Hay muchos movimientos de
liberación, pero, en cambio, las personas de dichos movimientos tienen muy
pocos poderes. Hay un movimiento feminista grande, pero las mujeres tienen muy
poco poder en EEUU. Hay un movimiento en defensa de los derechos civiles, en
cambio, las personas más carentes de estos derechos existen en este país. Hay
movimientos a favor de la tercera edad, pero los ancianos tienen poca
protección social en este país. Y la mayoría de todos estos distintos
movimientos son gente de “clase trabajadora”, clase que no tiene su propio
partido. Suecia había tenido siempre unas izquierdas fuertes, con alianzas de
partidos de izquierda en el gobierno. No había un movimiento feminista fuerte,
pero en ningún país las mujeres han tenido tanto poder como en Suecia. Y ello
ha sido debido a que ha habido partidos políticos con sensibilidad de clase que
se sentían responsables de todos los distintos tipos de opresión que existen
dentro de la sociedad. El problema político de EEUU es la ausencia de un
partido de izquierdas que defienda los intereses de la mayoría de “las clases
populares”. Su ausencia, es de nuevo, resultado del enorme poder de la clase
empresarial que limita enormemente la democracia en el país, como queda
demostrado en este artículo.