Fuente: El Diario Vasco
San Sebastián
08/10/2024
En el siglo XVI, la Corona regularizó el sistema de trata de esclavos. Muchos guipuzcoanos participaron en este sistema.
Desde fines del siglo XV hasta finales del XIX, millones de personas negras fueron obligadas a abandonar sus hogares y vendidas como esclavas. Las fuentes cifran entre 10 y 15 millones de personas las víctimas de este comercio. A pesar de ello, es difícil cuantificar el número exacto: aunque había un registro oficial de esclavos vendidos, también existía la venta clandestina.
Durante cuatro siglos, la esclavitud fue una práctica legal de la que multitud de personas sacó beneficio. En ella participaron estamentos oficiales, banqueros, capitanes y maestres de barcos, comerciantes y compradores. Entre los implicados, hubo muchos guipuzcoanos.
En las siguientes líneas se muestran algunas de las personas que participaron en el siglo XVI, cuando la trata de esclavos comenzó a sistematizarse bajo la supervisión de la Corona.
María Juan de Olano, una tratante a pequeña escala
La guipuzcoana María Juan de Olano había establecido su residencia en Sevilla, una de las ciudades más importantes de la época. Al igual que muchos de sus paisanos, su familia había emigrado allí seducida por las oportunidades que ofrecía la ciudad gracias a su floreciente comercio con las Indias.
María Juan de Olano se integró bien en aquella ciudad. Junto con su marido y su hijo vivió en uno de los barrios más importante, el de Santa María. Además, participó en el comercio con la Indias. Para ello, compró tocas, almohadas y paños, que luego mandaba cargar en los barcos que cruzaban el Atlántico. Una vez en destino, sus socios vendían las mercancías.
Como cualquier otra persona residente en Sevilla, María Juan frecuentaba las Gradas, la escalinata que se encontraba junto a la Catedral, donde se vendían productos procedentes de las Indias y de África. Allí se podían encontrar desde especias y textiles hasta lo que en la época se denominaba «piezas».
Una mañana de noviembre de 1544, María Juan se dirigió a las Gradas para vender una de sus «piezas». Luego la colocó en la escalinata y una persona comenzó a vocear sus características: procede de Guinea, es fuerte y resistente, está a buen precio, no va a encontrar una «pieza» mejor que esta.
En cuanto María Juan encontró un comprador para su oferta, llamó a un escribano para que este redactara el documento que acreditara que la venta había seguido los cauces legales. El escribano anotó el nombre de la «pieza» adquirida: Juana, nacida en Guinea, piel negra, de 13 años de edad, vendida por 12.000 maravedís.
En otras varias ocasiones, María Juan volvió a vender esclavos en las Gradas. También llegó a enviarlo a las Indias para que fueran subastados allí. A pesar de que no se dedicó al comercio de esclavos a gran escala, participó de forma esporádica en la trata de personas.
El gran negocio de la trata
El 14 de mayo de 1542, el azkoitiarra Francisco de Zavala obtuvo una licencia para comprar 25 esclavos. A cambio, entregó a las arcas reales 200 ducados de oro, 8 ducados por cada esclavo. La autorización le otorgaba el derecho a comprarlos en Cabo Verde o Guinea, los dos puntos principales de captura y comercio de personas esclavizadas en África.
Unas semanas después, un barco zarpó desde Sanlúcar de Barrameda hacia esas costas africanas. Lo hizo cargado de vino, telas francesas, calzas, herramientas y armas. La idea era que una vez llegara a destino, el maestre canjeara estos productos por esclavos. Las licencias le autorizaban a ello.
En Cabo Verde, el maestre y sus acompañantes negociaron con intermediarios locales, quienes se internaron tierra adentro para realizar el trueque y traer hasta la costa las caravanas de esclavos. Si en Cabo Verde no capturaban la cantidad de personas deseada, el maestre debía continuar su ruta hacia Guinea, donde completaría la cuota de esclavos.
Además, tal y como se especificaba en la licencia, al menos un tercio de las personas capturadas debían ser mujeres. Esto no solo garantizaba un suministro para el servicio doméstico, sino también la reproducción de más esclavos. Asimismo, se creía que la presencia de mujeres ayudaba a calmar el espíritu rebelde de los hombres esclavizados. Todo estaba bien pensado.
Una vez que el maestre obtuvo el número de esclavos y esclavas estipulado en las licencias, un clérigo se encargó de bautizarlos, puesto que no podían abandonar África sin haberse convertido al catolicismo. A continuación, un oficial marcó a cada una de las personas capturadas con un hierro candente. Aquella marca correspondía al comerciante responsable de los esclavos. En la bodega de aquel barco, varias personas tuvieron la marca de Zavala.
Durante varios años, Francisco de Zavala continuó cargando esclavos rumbo a las Indias. Ese era el destino de la mayor parte de las personas capturadas en África. Los llevaban hasta allí para ocuparlos en las minas de plata, en las plantaciones de azúcar, en la construcción y en el servicio doméstico. Zavala y su socio Nicolás de Aramburu cargaron al menos 322 esclavos. Teniendo en cuenta que un esclavo podía llegar a venderse por 60 ducados, el negocio les salía rentable.
Domingo de Lizarraras también obtuvo licencias para adquirir esclavos. Sin embargo, él las cedía a otras personas por un precio mayor del que las había obtenido. Esta era otra forma de participación en la trata: la cesión y traspaso de las licencias.
Una travesía desafortunada
El 21 de noviembre de 1587, en el puerto de Sanlúcar de Barrameda los operarios terminaron de preparar el navío San Pedro. En él, habían cargado barriles de vino, de aceite, varios fardos de telas francesas, 100 capotes y 100 mantas. Al día siguiente, el San Pedro debía poner rumbo a Cabo Verde.
El maestre del barco era Esteban de Irizar, un errenteriano con gran experiencia en navegación. Además de él, la tripulación estaba formada por quince personas: un piloto, un contramaestre, un escribano, un despensero, seis marineros y cinco grumetes.
Esteban de Irizar tenía la misión de llegar a Cabo Verde, vender el vino, las telas y el aceite y comprar con el dinero resultante «negros y negras que sean buenos, aunque sean más caros, y que sean de buena disposición y gesto, y poca edad». Si en Cabo Verde los esclavos estaban caros, debía adquirirlos en Guinea. La idea era que obtuviera unos cien esclavos.
Con la marea y los vientos favorables, Esteban de Irizar ordenó la salida. Tras más de una semana de navegación, atracaron en Lanzarote donde se aprovisionaron de agua y de víveres para continuar viaje hacia Cabo Verde.
El 8 de diciembre, cuando estaban cerca de Santiago de Cabo Verde, un marinero subido a la gavia divisó unas velas enemigas. Se trataba de dos barcos con bandera corsaria que les querían dar caza. En cuanto el marinero dio la voz de alarma, Esteban de Irizar ordenó navegar hacia la costa guineana.
Sin embargo, los corsarios continuaron a la zaga del San Pedro. La persecución impedía que el barco del errenteriano alcanzara un puerto seguro, pues si ralentizaba la marcha, daría oportunidad a los corsarios de abordarlos y apoderarse de la mercancía. Con el fin de evitarlo, navegaron hasta que perdieron de vista la costa.
A pesar de que lograron huir del enemigo, la maniobra les pasó factura. Alejarse de Cabo Verde y de la costa guineana les supuso más días de navegación. A consecuencia de ello, el despensero se fue quedando sin bizcocho, carne, frutos secos y agua para repartir entre la tripulación. Además, los marineros y grumetes estaban exhaustos por el esfuerzo de manejar las velas. Asimismo, el vino que transportaban corría peligro de deteriorarse.
Ante la posibilidad de perder la mercancía o de que se produjera un motín, Esteban buscó una solución con el piloto. Los vientos y las corrientes dificultaban la vuelta a Cabo Verde, así que la ruta más rápida para evitar quedarse sin víveres era la de navegar hacia el puerto más cercano, el de Santo Domingo. De manera que tomaron rumbo hacia las Indias.
En aquella ocasión, el barco negrero cruzó el Atlántico sin esclavos. En la bodega se quedaron los cien capotes y las cien mantas que debían cubrir a las personas capturadas en África. Sin embargo, el maestre sabía que en breve les daría uso. Al fin y al cabo, en poco menos de dos meses volvería a Cabo Verde.
María Juan de Olano, Francisco de Zavala, Nicolás de Aramburu, Domingo de Lizarraras y Esteban de Irizar son solo algunos de los guipuzcoanos que durante el siglo XVI tuvieron relación con la trata de esclavos. Sin embargo, la lista de personas implicadas es mucho mayor, tal y como lo ha demostrado el historiador Javier Ortiz Arza en su tesis doctoral «La comunidad vasca de Sevilla y la trata de esclavos (siglo XVI)». Una investigación que revela la participación de los vascos en lo que se considera la mayor migración forzada de la historia.
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