Volvió el Niño,
(bueno, mocetón ya), (el que eliminamos y el Padre restableció resucitado para
siempre.)
Volvió.
Este año no encontró
ni a su madre.
Los entendidos le
remitieron a «favoritos de GPS»:
Capitales del Mundo,
Ciudades con nudos
de comunicación tierra-mar-aire y rascacielos de negocios…
Ni recuerdos de su
padre.
Y a él nadie le
reconoció.
De espalda a los
religiosos,
se elevó sobre sí
mismo
como oso polar en el
amanecer de la primavera
y olfateó,
cara a la salida del
sol,
el horizonte.
Afirmándose en
tierra,
enfiló la dirección,
atravesó océanos y
continentes.
Encontró su destino,
antes del final cercano,
en medio de un
pequeño mar.
Varado.
Quedó varado.
El Niño
(bueno, mocetón ya)
Varado.
Flotaban,
como aquella de
Pedro en que el mocetón dormía,
multitud de
embarcaciones ingobernables.
Entre despojos de
pateras y quillas encalladas,
mantos,
bolsas,
basura
y cadáveres de
niños supervivientes de los Herodes Grande y Antipas de hoy,
prolongaban su supervivencia
hombres
y mujeres más recias
de caoba y diamante.
Ha sido ayer
—acontece ahora—
cuando Niño-mocetón
y Madre se han encontrado.
La Madre ha hundido
en el Hijo
la espada más
templada de ternura
Sorbidas las aguas del
Mediterráneo
la luna las ha transfigurado
en Océano solar.
Todos los muertos
han sido restituidos a vida nueva.
Y es que
Nos ha nacido el
Niño.
Está junto a él la
Madre.
Y José.
Y ya no nos lo
arrebatarán.
Sin inventarnos
lugares nuevos,
Vayamos adonde él
nos nace y espera
Navidad de 2018
Txelis