La lectura implicativa de Berpiztu Kristau Taldea
Bizkaia, noviembre 2025
Berpiztu Kristau Taldea nos hemos encontrado en diferentes ocasiones a lo largo de estos últimos meses para hacer la lectura implicativa del documento final del Sínodo sobre la sinodalidad (2024). El resultado es esta aportación que ofrecemos al Pueblo de Dios en Bizkaia, estructurada en tres apartados.
En el primero, exponemos algunos de los hechos que presiden nuestra lectura implicativa. En el segundo, ofrecemos nuestra síntesis de dicho documento final. Y, en el tercero, señalamos diez puntos concretos que creemos necesarios en nuestra Diócesis de Bilbao, enfatizando la importancia de celebrar una Asamblea Diocesana.
I.- Cuatro hechos mayores
Cuatro son los “hechos mayores” que presiden nuestra lectura implicativa.
1.- La caída del número de los católicos o fieles “practicantes” cultuales, sobre todo, a partir de la pandemia de la Covid.
2.- La caída de muchas de las actuales parroquias; algo que, previsiblemente, se acelerará en los próximos años.
3.- La caída —igualmente, en picado— del número de presbíteros diocesanos seculares y su muy complicada recuperación a corto, medio y largo plazo, si no cambia –y se enriquece– el actual –y excluyente– modelo de ser presbítero en el rito latino del que formamos parte.
4.- La celebración en la diócesis de Bilbao —entre los años 1984 y 1987– de la Asamblea diocesana; un acontecimiento eclesial de primer nivel que fue alentado por unos obispos, un equipo vicarial y muchas personas interesadas en recibir creativamente el Vaticano II en nuestra iglesia local. Venimos sosteniendo, desde hace años, que nuestra Iglesia local está necesitada de una segunda Asamblea Diocesana.
II.- Nuestra lectura implicativa del documento sinodal del Sínodo (2024)
1.- El Sínodo no es un trámite más ni una cuestión de papeleo eclesiástico. Se trata de una propuesta de fondo: pensar de nuevo cómo ser Iglesia en este tiempo. El documento final insiste en que no basta con ajustar normas o actualizar costumbres; lo que está en juego es la identidad misma de la Iglesia, llamada a ser comunidad que camina unida, que escucha de verdad y que reconoce la voz del Espíritu en quienes suelen quedar fuera de los centros de decisión.
2.- Desde el inicio se subraya que esta experiencia nace del Evangelio y no de estrategias pasajeras. Igual que los discípulos pasaron del miedo al coraje tras encontrarse con el Resucitado, también ahora la Iglesia está invitada a salir de sus encierros, a reconocer errores con claridad y a arriesgarse a tocar las heridas del mundo. La sinodalidad se presenta como una vuelta a la fuente: recuperar lo más genuino de la tradición, desde las primeras comunidades hasta el Vaticano II.
3.- Uno de los aspectos más novedosos es el esfuerzo de escucha real. Por primera vez se han tenido en cuenta, de modo sistemático, voces de laicos y laicas, mujeres, jóvenes, pueblos originarios, migrantes, pobres y comunidades perseguidas, además de cristianos y cristianas de otras confesiones. La clave no está solo en hablar, sino en escuchar de manera que la vida de la Iglesia se configure a partir de esas voces.
4.- El texto reconoce que este camino implica conversión personal y estructural. No basta con gestos simbólicos: hay que superar el clericalismo, revisar el rol del ministerio ordenado y abrir espacios reales para el liderazgo laical, con especial atención al papel de las mujeres. Se constata el dolor y la impaciencia de muchas de ellas, y aunque se abre la posibilidad del diaconado y de una mayor corresponsabilidad, el documento se queda corto en compromisos concretos, manteniendo todo en un “discernimiento futuro” que puede resultar frustrante.
5.- El horizonte que se dibuja es el de una Iglesia con ministerios diversos, no reducidos al altar. Catequistas, acompañantes espirituales, responsables de la caridad, animadores juveniles o defensoras de la creación forman parte de una ministerialidad que debe abrirse a mujeres, jóvenes y personas casadas. La toma de decisiones también necesita renovación: la “conversación en el Espíritu” no es un simple método, sino una práctica de escucha, silencio, discernimiento y consenso. Consejos pastorales y sínodos locales han de dejar de ser órganos decorativos para convertirse en verdaderos espacios de participación.
6.- El documento conecta estrechamente sinodalidad y misión. La Iglesia no se entiende a sí misma como encerrada en sus templos, sino enviada a habitar los conflictos del mundo, a escuchar el clamor de los pobres y a cuidar de la Casa Común. Se rechaza la lógica colonial de “llevar” respuestas prefabricadas y se propone caminar con otros, aprender de ellos y compartir búsquedas. Esto implica valorar la diversidad cultural, abrirse al ecumenismo como camino de reconciliación real e integrar la pluralidad de expresiones litúrgicas y pastorales.
7.- La renovación que se propone no puede quedarse en actitudes; requiere reformas estructurales: consejos vinculantes, criterios más comunitarios en la elección de obispos, mayor protagonismo de laicos y ministerios nuevos con estabilidad real. Aunque el texto evita hablar con todas sus letras de redistribución del poder, es evidente que ese es el trasfondo.
8.- El Evangelio resuena con fuerza en la afirmación de que las mujeres y hombres pobres no son solo destinatarias de la misión, sino sujetos activos. Sus vidas y su fe son verdadera teología en acto. Sin embargo, queda pendiente una reflexión más clara sobre la economía eclesial: el uso de bienes, la transparencia en las cuentas y la sobriedad institucional siguen siendo temas poco desarrollados.
9.- El documento no esquiva las heridas abiertas: los abusos de poder, conciencia y sexuales son reconocidos como un mal profundo que exige verdad, reparación y justicia. Sin estos pasos, la sinodalidad sería una palabra vacía. El riesgo está en que la Iglesia siga gestionando internamente sus fallos, sin aceptar mecanismos de control externos que refuercen su credibilidad.
10.- Finalmente, se insiste en que la sinodalidad requiere formación y espiritualidad. No se improvisa. Hay que aprender a escuchar, discernir y trabajar juntas y juntos, y todo ello sostenido en la oración, el silencio y la humildad de reconocerse servidores. Solo así este proceso dejará de ser un experimento pasajero y se convertirá en estilo de Iglesia.
Por todo esto, nuestra mirada implicativa de documento sinodal confirma el que en un mundo herido por democracias frágiles, polarización social y crisis ecológica, la sinodalidad quiere ser también una voz profética. No se trata de competir con nadie, sino de ofrecer con sencillez una manera distinta de relacionarse y de vivir la fe: más fraterna, participativa y solidaria. El documento, con todas sus limitaciones, abre un horizonte de esperanza. El desafío es no dejarlo en palabras, sino traducirlo en decisiones y cambios concretos en parroquias, comunidades y diócesis.
III.- Sugerencias concretas
Al proponer estas sugerencias confesamos compartir y ratificar la previsión que se ofrece en el número 94 del Documento final del Sínodo sobre lo que puede pasar en la Iglesia y en una diócesis cuando no se implementa —como es nuestro caso— una Asamblea Diocesana. Lo compartimos y ratificamos porque es lo que venimos evidenciando, al menos, desde hace más de 30 años, en nuestra diócesis de Bilbao: “sin cambios concretos a corto plazo, la visión de una Iglesia sinodal no será creíble y esto alejará a los miembros del Pueblo de Dios que han sacado fuerza y esperanza del camino sinodal”.
Es un acertado diagnóstico que, a la vez, coexiste —algo que, también compartimos y esperamos que no sea por puro voluntarismo— con lo que seguidamente se indica en dicho Documento final: “corresponde a las Iglesias locales encontrar modalidades adecuadas para poner en práctica estos cambios”.
A la luz —y a la sombra— de lo recogido en este número, formulamos y ofrecemos las siguientes diez sugerencias.
1.- En el nº 117 del Documento final del Sínodo se constata que “en muchas regiones del mundo, las pequeñas comunidades cristianas o comunidades eclesiales de base son el terreno en el que pueden florecer intensas relaciones de proximidad y reciprocidad, ofreciendo la oportunidad de vivir concretamente la sinodalidad”.
Tenemos presente, en primer lugar, este número porque entendemos que la primera y más importante de las sugerencias teológico-pastorales que brotan de la lectura en la que estamos inmersos es la de promover y acompañar a los actuales “restos parroquiales” o “rescoldos comunitarios”, allí donde los haya o pueda haberlos, para que puedan ser —cuanto antes— comunidades vivas, con futuro y estables.
Esta sugerencia se sostiene, esquemáticamente, en estos cinco puntos o acciones, imposibles de desarrollar en estos momentos como se merecen:
1.1.- Promover “comunidades de libre y responsable adhesión” equivale a constituir —de manera prioritaria— posibles “restos parroquiales” o “rescoldos comunitarios” formados por un número mínimo de entre 15 y 20 bautizados y bautizadas que están dispuestos a entregar un tiempo determinado para ponerse en marcha y crear —en unos 6 o 9 años— una comunidad viva, con futuro y estable. Entendemos que es algo que hay que promover a partir de lo que actualmente subsiste en nuestras parroquias y comunidades. Esta “comunidad de libre y responsable adhesión” —así constituida, donde sea posible— pasaría a ser el “primer círculo de pertenencia eclesial”.
1.2.- Alentar, promover y acompañar los “equipos pastorales o ministeriales de base” constituidos, al menos, por los tres ministerios laicales (palabra o anuncio, celebración o espiritualidad y caridad y justicia) y dos delegados de la comunidad (coordinación e infraestructura) con reconocimiento y envío episcopal o vicarial. Las llamadas del Documento final sobre la ministerialidad laical son de lo más claro y contundente que hay en dicho Documento, aunque nos parezca que —en algún importante punto— se quede corto con respecto a la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Ministeria quaedam” (1973) de Pablo VI cuando sostiene la existencia de ministros “instituidos” (lectorado y acolitado y, recientemente, catequesis) y la posibilidad de que las diócesis “reconozcan” otros en función de sus necesidades
1.3.- Cuidar la relación con los otros diferenciados “círculos de pertenencia eclesial”: los dominicales, los ocasionales, los alejados, las comunidades y organizaciones —religiosas o laicales— estables presentes en el territorio, los movimientos apostólicos, etc.
1.4.- Recepcionar la teología conciliar del ministerio, laical y ordenado (diaconado, presbiterado y episcopado). No vale el retorno contrarreformista al concilio de Trento y al modelo de un ministerio ordenado sacralizante y obsesionado por “su poder”, al que también estamos asistiendo en nuestra diócesis. A diferencia de este modelo, entendemos que necesitamos presbíteros que sean apostólicos, itinerantes y cuya identidad y espiritualidad pase por la promoción y el cuidado de la unidad de fe, la misión y la comunión eclesial de los posibles “restos parroquiales” y de los “rescoldos comunitarios” que puedan acompañar o, en su caso, de las comunidades parroquiales estables, cuando se compruebe que, efectivamente, lo son.
1.5.- Desarrollar creativamente —al menos, de momento— el canon 517 & 2, a la espera de la revisión del Código de Derecho Canónico que se demanda en el Documento final. Las sugerencias a la creatividad y valentía pastoral en este sentido son notorias en dicho Documento final.
Como también lo es el camino que vienen recorriendo unos cuantos obispos centroeuropeos en su relación con los departamentos vaticanos cuando solicitan la oportuna “recognitio” de algunas iniciativas que, formalmente no recogidas en el actual Código de Derecho Canónico, entienden, sin embargo, que son pastoralmente necesarias.
Tal es el caso, por ejemplo, del nombramiento de mujeres a puestos de responsabilidad pastoral en las llamadas vicarías territoriales y en otros ámbitos, hasta ahora reservados en exclusiva a los presbíteros. La gran mayoría de ellos comunican que no solo han sido escuchados, sino que, incluso, se han encontrado con una actitud proactiva por parte de los responsables de tales departamentos vaticanos; algo sorprendente, por desconocido, hasta no hace mucho.
Pedimos a nuestro obispo y a su equipo de gobierno un comportamiento pastoral y jurídico con la diócesis y con la curia vaticana homologable al de estos obispos y diócesis por su incuestionable sintonía con el Documento final del Sínodo.
2.- La lectura del Documento final del Sínodo nos lleva a sugerir, en segundo lugar, la importancia de tener muy presente en el “aggiornamento” de la identidad y espiritualidad del ministerio ordenado la matriz bautismal —tal y como se realiza en el Vaticano II (“Presbyterorum Ordinis”, 1965), para, desde ella, repensar la singularidad del sacramento del Orden recibida de Trento y superada en el Vaticano II. Es algo que se está formulando, en concreto, por quienes están repensando la “representatio Christi” o la actuación “in nomine Christi Capitis” —y los “poderes” derivados del sacramento del Orden— en una Iglesia toda ella sinodal y ministerial.
Creemos que es una de las mejores maneras de salir al paso del tan denostado clericalismo y de la sacralización del ministerio ordenado, reactivados en el Sínodo mundial de obispos de 1971. Fue entonces cuando se propició una lectura involutiva y preconciliar de la identidad y espiritualidad del ministerio ordenado, reactivada con fuerza —como hemos adelantado— estos últimos años; también entre nosotros.
3.- Nuestra lectura implicativa del Documento final del Sínodo nos lleva, en tercer lugar, a sugerir la necesidad de comprender y ejercer el diaconado como sacramento de Cristo, servidor de los pobres y promotor de la justicia, no como “sub-presbíteros” o “curas de segunda división”. E igualmente, a sugerir la necesidad de promover en los posibles “restos parroquiales” y en los “rescoldos comunitarios” el ministerio— a la vez ordenado y laical— de la caridad y de la justicia. Nos parece imprescindible repensar el papel de Cáritas como entidad al servicio de dicho ministerio. La caridad y la justicia son parte constitutiva e intrínseca de la comunidad cristiana. Por eso ni se pueden externalizar ni hacer depender de profesionales o de criterios y protocolos de actuación ajenos.
4.- E igualmente, nos lleva a recordar —en cuarto lugar— la identidad y espiritualidad de los obispos o sucesores de los apóstoles –para nada, como explícitamente proclama el Vaticano II, vicarios o delegados del Papa— enfatizando la importancia de que lideren proactiva y esperanzadamente una renovación eclesial que permita contar con comunidades vivas, estables y con futuro cuanto antes. Por tanto, nos estamos refiriendo a un episcopado que se olvide del pluralismo indiscriminado al que suelen recurrir en nombre de una comunión, formal, “ingenua” y aparentemente sin opciones. Y, sobre todo, a que superen la “tortícolis vaticana”, tantas veces denostada, pero no por ello, superada.
Además, nos referimos a un episcopado que también ha de estar dispuesto a someterse —en sintonía con el nº 135 del Documento final del Sínodo— a evaluaciones periódicas, tal y como se expresan los padres y madres sinodales sobre la Curia y los Nuncios, algo que también creemos que vale para nuestro obispo.
5.- La lectura implicativa nos lleva —en quinto lugar— a sugerir la necesidad de evaluar y repensar el ministerio de los laicos con encomienda pastoral y profesionalizados como laicos que acompañan —una buena parte de ellos, por no decir que todos— teológico-pastoralmente a los llamados “equipos ministeriales de base” de los posibles restos parroquiales o de los rescoldos comunitarios, cuando lo necesiten y demanden; nunca como gestores o coordinadores de los mismos o por encima de ellos.
6.- En sexto lugar, pensando en algunas de las instituciones, necesarias para que pueda implementarse una iglesia sinodal, en nuestra diócesis se requieren consejos —tanto parroquiales como los diocesanos— que sean codecisivos deliberativos y codecisivos. Vale para este punto todo lo indicado sobre “la corresponsabilidad diferenciada” y la necesidad de superar el formato unipersonal, absolutista, medieval y monárquico de tal “diferencia” —actualmente vigente— en favor de otra democrática (nº 36. 89. 92).
E, igualmente vale el modo de implementar dicha capacidad codecisiva y deliberativa de los consejos pastorales parroquiales y del Consejo Pastoral diocesano propuesto por el Camino Sinodal alemán. Ello quiere decir que lo normal ha de ser que las decisiones adoptadas por mayoría cualificada sean asumidas por el obispo y los párrocos o moderadores pastorales como vinculantes; obviamente, cuando no estén fehacientemente en juego la unidad de fe, la misión y la comunión eclesial; algo que hay que, igualmente regular, teniendo en cuenta el modo de proceder de la Iglesia en los primeros siglos y lo que, al respecto, ya se está formulando —y hasta ensayando— en algunas diocesis centroeuropeas y australianas.
7.- En séptimo lugar, nuestra lectura implicativa no puede descuidar la claridad con la que en el Documento final se enfatiza la intervención del pueblo de Dios en el nombramiento de sus obispos. Y, en concreto, nos lleva a sugerir que, sin descuidar las consultas personales al respecto, se empiece a reconocer al Consejo Pastoral Diocesano la capacidad para presentar una terna, en conformidad con el nº 70 de dicho Documento final: “la Asamblea sinodal desea que el Pueblo de Dios tenga más voz en la elección de los obispos”. No estaría de más que hubiera una consulta al respecto por parte, al menos, de nuestro obispo ante las instancias vaticanas, tal y como se recoge en el último punto de este decálogo. Es una deuda que tenemos pendiente con la Asamblea Diocesana y con el Consejo Pastoral Diocesano.
8.- Sugerimos, en octavo lugar, establecer Asambleas diocesanas periódicas en conformidad con el nº 108. Obviamente, ésta es una decisión que compete no solo convocar, sino, también, liderar al obispo proactivamente, en fidelidad a lo que —con claridad meridiana— se dice en dicho número del Documento final: tales encuentros diocesanos son imprescindibles —más allá de estratégicas consideraciones sobre si hay “masa crítica o no” u otro tipo de cuestionables argumentos— “cuando se trata de opciones relevantes para la vida y la misión de una Iglesia local”.
9.- De la lectura del Documento final del Sínodo concluimos con toda claridad, en noveno lugar, la urgencia de crear la Conferencia Episcopal Vasca en conformidad con los nº 120 y 126 y superar la actual configuración eclesiástica, castigo franquista de la postguerra.
10.- Finalmente, invitamos al obispo a que tenga muy presente la “Nota de acompañamiento” del papa Francisco al Documento final; en particular, cuando dice que “se podrá proceder (…) a la activación creativa de nuevas formas de ministerialidad y de acción misionera, experimentando y sometiendo las experiencias a verificación” (24 de noviembre de 2024). Y, en concreto, al pasaje en el que remite el acompañamiento en la actual “fase de implementación” del camino sinodal, “a la Secretaría General del Sínodo junto con los dicasterios de la Curia Romana”.
La lectura de este punto nos lleva a sugerir la importancia de contar, en décimo lugar, con obispos que asuman proactivamente no solo tal indicación papal, sino también a que se sumen a la revisión en curso de la “recognitio papal” en un modelo de iglesia más policéntrico que el actual y a enumerar sinodalmente las cuestiones que —como se indica en el Documento final— “deben ser restituidas a los Obispos en sus Iglesias o agrupaciones de Iglesias”, referidas al gobierno y al magisterio diocesano (134).
Creemos que con esta sugerencia se encuentra en juego la recepción conciliar de la deseada —y frustrada— articulación entre primado papal y colegialidad episcopal y la superación de una sinodalidad meramente “escuchante” por parte de la jerarquía en favor de otra “codecisiva” y deliberativa, tal y como también queda propuesta —y pendiente de estrenar— en la Constitución Apostólica “Episcopalis communio”, 18 & 2: el Papa puede conceder a la Asamblea “potestad deliberativa”.
Berpiztu Kristau Taldea
Bilbao, noviembre 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.