jueves, 16 de octubre de 2025

De enfermera a monja budista

Ayya Arindama ha sido la primera mujer de la Península Ibérica en ser ordenada monja de la orden más primitiva del budismo

Fuente:   La Vangauardia

Por   Sílvia Oller

Girona

12/10/2025


La egarense Annai Osuna, Ayya Arindama en idioma pali,  fotografiada hace dos semanas en Barcelona (Mané Espinosa)

Nacida en una familia religiosa, la egarense Annai Osuna de jovencita ya fantaseaba con la idea de ser monja. Recuerda tener estos pensamientos con trece años y como en los monasterios y conventos católicos a los que llamaba para ofrecerse, le respondían que lo que tenía que hacer era estudiar porque era solo una niña. 

Y eso fue lo que hizo. Estudió, se casó, tuvo hijos y trabajó de enfermera y trabajadora social, centrando su tarea en el tratamiento del duelo. Ayudar a los otros siempre ha formado parte de su forma de ser y vivir. De joven fue voluntaria en Cruz Roja y en organizaciones cristianas, formando a jóvenes y adolescentes.

Cuando ya superaba la treintena se separó, hecho que supuso un punto de inflexión en su vida. “Sentía un sufrimiento profundo, un vacío interno y no sabía como ayudarme a mí misma”, explica Osuna, que en el año 2008 se ordenó por primera vez monja budista a Birmania, país en el que vivió durante seis años.

Este verano ha dado un paso más y ha sido protagonista de un momento histórico en la Península Ibérica al ser ordenada monja de la orden Theravada, el budismo más primitivo y exigente con las directrices de Buda, extendido fundamentalmente en el sudeste asiático.

Entre sus preceptos, por ejemplo, está el hecho de no tener dinero y vivir de la caridad de los otros. Todo lo que recibe y tiene (comida, calzada, techo...) proviene de donaciones. La del Annai Osuna, que ahora responde al nombre de Ayya Arindama, que en el idioma pali significa ‘Maestra que puede adiestrar a los enemigos’, fue la primera ordenación femenina de una monja Theravada en España. 

La ceremonia se celebró el pasado mes de junio en la Matarraña, en Teruel, cerca de un espacio donde se abrirá un centro de formación de monjas budistas. Un hecho poco habitual y que supone un paso más hacia la equidad y la inclusión en la vida monástica de las mujeres y les devuelve un derecho que ya existía en tiempo de Buda, pero que se perdió durante siglos.

Un cambio radical de vida que esta religiosa de 61 años empezó a gestar a raíz de la separación y de resolver algunos dilemas internos. “Al principio yo quería seguir siendo cristiana, no quería cambiar de religión, pero el budismo me hizo entender mejor el mensaje de Jesús, un mensaje muy práctico y arraigado al día a día que me ayudaba a conectar conmigo misma,” explica en conversación telefónica desde Alemania, donde ha participado unos días en tareas de formación. “En el budismo he encontrado las herramientas para cambiar patrones, buscar el equilibrio y conocerme más”, afirma.

Pero pasar de ser practicante a monja hay un buen trecho. Después de hacer algunos cursos de meditación en India, Tailandia y Birmania, dio el paso. “Hice un retiro en India y el profesor me dijo que sería una buena monja. ¡ Anda ya! Hacerme monja, qué burrada,” pensé. Pero en el fondo, no iba desencaminado. “Hice 20 días de meditación para valorar el camino que tenía que tomar y finalmente vi que aquel era el camino”, explica. 

Ordenarse suponía adoptar una serie de votos como no mentir, no matar, no hacer daño, no tomar alcohol ni drogarse, pero también vivir de los ofrecimientos de los demás También raparse la cabeza, un gesto simbólico que representa que uno está preparado para comprometerse y dejar atrás el pasado, alejarse de la vanidad y el orgullo.

Un cambio de vida fácil de asumir en Birmania, donde vivió durante seis años y donde tres de cada cuatro habitantes profesan el budismo. “Al principio me sentía muy halagada por tantas donaciones, mirar a mi alrededor y ver que todo lo que tenía era fruto de la gratitud y generosidad de los otros era demasiado,” dice. 

Entre los años 2014 y 2021 hizo un paréntesis y volvió a España como laica para cuidar de sus padres, ya mayores, y que habían asumido de forma estoica su radical cambio de vida. “Mi madre siempre había pensado que me haría monja, cuando se lo dije no le sorprendió, si bien no contaba con que me hiciera budista y mi padre me dijo que prefería tener una hija lejos pero feliz, que tenerla a aquí pero infeliz”. Los hijos también han asumido su nuevo rol.

En el 2021 a raíz de la muerte de su progenitor por Covid, se ordenó monja a España y se fue a vivir a Santa Maria de Palautordera (Barcelona), en el Montseny, donde se puso al frente de un centro budista, donde se han hecho retiros, meditaciones y charlas. Todavía se emociona cuando recuerda el recibimiento del pueblo, teniendo en cuenta que como monja vive de las ofrendas de los otros. “Nunca me ha faltado nada”.

Arindama reconoce que en los últimos años ha habido un incremento de personas interesadas en prácticas de su religión como la meditación. “El ritmo de vida frenético nos lleva a tener mucha más ansiedad estrés y agitación interior”, explica. En España hay 183 centros de culto budistas, el triple de los que había en el 2011, según datos del Observatorio del Pluralismo Religioso.

El espacio del Montseny quedó pequeño y se trasladaron a la Matarraña, donde el pasado mes de mayo inauguraron en Valderrobres un monasterio, que se ampliará con otro espacio para retiros largos en la localidad vecina de Calaceite el año que viene. Un espacio donde Arindama formará a otras mujeres que quieran ordenarse.

 

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