Mientras la llamada al bienestar sube cada vez más de volumen, el volumen del que vive en la pobreza se silencia cada vez más
Fuente: El Diario Vasco
Por Fernando Prado Ayuso
Obispo de San Sebastián
19/11/2023
Celebramos hoy una nueva Jornada Mundial de las Personas Pobres. Convocados por el papa Francisco bajo el lema bíblico, 'No apartes tu rostro del pobre', la Iglesia nos invita a todos, también a los no creyentes, a tomar nueva conciencia de que hay personas con rostro, con historia, con corazón, a las que no deberíamos nunca apartarles la mirada.
En el día de
mi ordenación episcopal hablé de ellos. Son los que no hacen historia, los que
no forman parte de la historia. Todo lo más, a veces forman parte de alguna
crónica en los periódicos, generalmente de la crónica negra. Nos cuesta
mirarlos. Algunos se recogen por las noches, después de rebuscar algo que comer
en los contenedores de basura, para refugiarse en algún cajero, algún recoveco,
algún portal de nuestras casas o algún atrio de nuestros templos. Otros buscan
algo de calor y compañía en los escasos albergues que tienen a su disposición.
Son los que no cuentan.
Nuestra vida ciudadana está preocupada, generalmente, por cosas que nos parecen más importantes. Tenemos el foco puesto en nuestras ideas de país, en nuestro equipo de fútbol y en nuestras aficiones. También nos preocupa que acaben cuanto antes las molestas obras en nuestras calles, para poder ver cómo las plazas de nuestros pueblos o cómo la Bella Easo resplandece ante los ojos de todo el mundo. En esto también invertimos muchas energías, pasiones y no poco presupuesto público.
Cada pobre
que vemos en nuestras calles nos habla de los límites de nuestras instituciones
públicas
Pero la
verdad es que en nuestra Bella Easo, y en muchos pueblos grandes y pequeños de
nuestra provincia de Gipuzkoa, hay gente que vive en el margen (o quizá ya en
la otra orilla, sin retorno), que duerme entre cartones, pasa frío, no se puede
duchar o ir al servicio con comodidad. El diagnóstico de las instituciones de
nuestro entorno que trabajan con las personas pobres es unánime: mientras la
llamada al bienestar sube cada vez más de volumen, el volumen del que vive en
la pobreza se silencia cada vez más.
Pero por
mucho que miremos para otro lado, ahí están. Cáritas, en sus cualificados
informes, señala que los que piden ayuda han cambiado de perfil. No son
números, son personas. Las personas que demandan nuestros servicios son,
preocupantemente, cada vez más jóvenes y tienen un rostro más femenino. Un
pequeño ejército de unos mil voluntarios de Cáritas en toda Gipuzkoa, junto con
muchas otras personas que espontáneamente ayudan desde iniciativas ciudadanas,
ven que el rostro de los que nos necesitan es cada vez más multicolor.
La labor de
estos voluntarios, por cierto, es encomiable. ¡Les debemos tanto! No solo por
su servicial y desinteresada entrega. Lo que más conmueve es lo que dicen con
lo que hacen. Cada cosa que hacen por los que están al otro lado les comunica:
tú lo vales, tú tienes dignidad. Y eso se lo están diciendo a ellos
directamente y también a nosotros que como ciudadanos necesitamos escuchar una
y otra vez ese clamor por la dignidad. Si de algo estoy convencido es de que
restablecer o tutelar la dignidad de los más débiles contribuye a la
fraternidad humana y salvaguarda la imagen de Dios impresa en cada persona.
Nuestras
instituciones eclesiales no llegan. Las iniciativas ciudadanas tampoco. No se
nos puede exigir más. A las instituciones civiles, sean del color que sean, sí.
Cada pobre que vemos en nuestras calles nos habla de los límites de nuestras
instituciones públicas. Me consta que muchos de nuestros políticos y
gobernantes en nuestra ciudad y en nuestros pueblos están en esta onda de
compromiso y no miran para otro lado. Hay que darles las gracias por lo que
hacen, ciertamente, pero también hay que decirles: no es suficiente. Se puede
hacer más. Es cuestión de prioridades.
A mis
queridos diocesanos, especialmente, quiero decirles que, aunque no siempre esté
a nuestro alcance la solución de los problemas de los desfavorecidos, no
podemos dejar de recordarnos e insistir en que la atención a los pobres es una
gloria de la Iglesia, un signo que la sociedad reconoce y valora. Es
evangelizar sin palabras. Una Iglesia lejana a los pobres sería opaca, poco
creíble, porque no reflejaría el amor de Jesucristo por los últimos. Nunca lo
olvidemos.
No olvidemos
tampoco que en la Iglesia no hacemos nunca nada, ni tampoco servimos a los
hermanos necesitados desde una ideología, o por una ideología política. Lo
hacemos desde la fe e iluminados por el Evangelio de Jesús. Benedicto XVI dijo
en cierta ocasión que «si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en
sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría
menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose
con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es
abogada de la justicia y de los pobres, precisamente, al no identificarse con
los políticos ni con los intereses de partido». (Ceremonia de apertura de la
Conferencia de Aparecida, 2007).
Esta es la mirada que fundamenta todo discurso sobre la dignidad. Esa que no aleja el rostro del pobre, sino que, más allá de nuestras ideas, o de lo mucho o poco que hagamos, le dice: tú lo vales.
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