miércoles, 9 de abril de 2025

“Hay que lograr que la austeridad, la solidaridad universal y el respeto por la naturaleza lleguen a ser lo normal”

Conversamos con Joaquim Sempere, doctor en Filosofía y autor de numerosos libros que acaba de publicar La Tierra exhausta. Una obra en la que sus personajes dialogan sobre la crisis ecológica.

Fuente:   Ecologista nº 122

Por   Rafael Díaz-Salazar

Profesor de la Universidad Complutense de Madrid

invierno 2024

Joaquim Sempere es un pensador vinculado al movimiento ecologista. Recientemente ha publicado La Tierra exhausta, un libro muy interesante para expandir la cultura y el activismo ecologistas de un modo nuevo. La forma en la que está escrito favorece la difusión de grandes debates que muchas veces no llegan a públicos amplios. Seis personajes dialogan sobre las grandes cuestiones de la ecología y representan diversas formas de posicionarse: Julia, ecosocialista decrecentista; Doris, escéptica y partidaria de un capitalismo verde y social; Silvestre, ecologista que opta por la vida alternativa trabajando en el campo; Leopoldo, comunista que se centra en los problemas sociales y relega a un segundo plano la cuestión ecológica; Abel, lúcido y cínico a la vez; Egidio, el activista dubitativo pero esperanzado.

 

Me parece que en el libro La Tierra exhausta se encuentran claves para afrontar esa sensación ciudadana de que los problemas relacionados con la ecología generan a la vez interés, impotencia y ecoansiedad. ¿No hemos fracasado en la forma de presentarlos? ¿Qué nueva narrativa necesitamos? Doris expresa bien lo que te planteo.

Efectivamente, hemos fracasado. No obstante, hay que introducir matices. Con la civilización industrial muchas innovaciones mejoraban las condiciones de vida de la gente acomodada, aunque con nuevas formas de pobreza y explotación para los de abajo. Pero el espejismo del “progreso” también seducía a esas víctimas, que con sus luchas lograron participar, aunque desigualmente, del banquete. Los daños ecológicos se volvieron invisibles, aunque empeoraran

la salud y el medio ambiente. Hubo en el movimiento obrero quien ya percibió esos daños, como William Morris y el propio Engels. Pero el espejismo tuvo mucha fuerza de arrastre. La narrativa que necesitamos la tenemos ya desde hace unos cuantos decenios: el ecologismo, que se enriquece constantemente con más conocimiento e información. Los desastres ambientales, cada vez más intensos, están ayudando. Pero la perspectiva de renunciar a las facilidades y comodidades que proporciona la sociedad industrial retrae a las mayorías sociales de una apuesta decidida por salidas ecológicas radicales, que son las que se necesitan.

 

En algunos capítulos se afirma que hasta que las masas de la población no experimenten intensos colapsos en la vida cotidiana, no habrá un giro en las formas de producción y consumo. ¿No será demasiado tarde?

Muchísima gente, aun siendo cada vez más consciente del desastre ecológico, no cree que su vida vaya a cambiar demasiado. Conciben nuestro modo de vida despilfarrador como lo más natural del mundo. Confían en que reemplazando los combustibles fósiles por fuentes energéticas renovables todo podrá seguir como antes, aunque con algunos retoques y renuncias. No comprenden que con renovables necesitaremos mucho territorio y sobre todo muchos minerales poco corrientes, y esto para obtener una energía de muy baja densidad, de modo que será aconsejable reducir los consumos de bienes y servicios (que siempre requieren energía) y cambiar muchos hábitos hacia una mayor frugalidad. En los escenarios prospectivos de transición energética de la Generalitat de Cataluña los cálculos, justificadamente, parten de una reducción del 20% del uso actual total de energía. La transición energética vendrá obligada por el agotamiento de los combustibles fósiles en el curso de este siglo, pero también porque su quema es la causa principal del cambio climático.

Añádase que el problema va más allá de la energía. Viviendo como vivimos hoy empeoramos día tras día las condiciones ecológicas y socavamos gravemente la base de recursos de la Tierra que nos sustentan.

¿Llegaremos tarde? Ya hemos llegado tarde, y las mayorías no reaccionan. Creo que sólo lo harán cuando le vean las orejas al lobo, de verdad, con señales innegables de que ya no se puede vivir como antes. La contracción de la economía nos la impondrá la realidad, queramos o no.

 

¿Vislumbras la posibilidad de un ecofascismo; es decir, una reacción autoritaria con amplio apoyo ciudadano para acaparar todo tipo de bienes con el fin de una parte pequeña de la población mundial pueda tener bienestar y confort?

Por supuesto. Ya hoy existen las actitudes negacionistas. Prometen demagógicamente abundancia frente a quienes pedimos contención y frugalidad. Cuando claman contra los inmigrantes del Sur del planeta están diciendo que no vamos a compartir nada con esos “pelacañas”, ni aquí ni en sus países de origen. Están tácitamente preparándonos para aventuras neocoloniales si hace falta. Confían en un amplio apoyo ciudadano –como tú dices— y en eso reside su fuerza. Pocos analistas políticos dicen que ahí está una explicación importante del crecimiento del fascismo.

 

El decrecimiento es otro de los temas sobre los que se dialoga en el libro. Algunos de tus personajes plantean dudas sobre su aceptación. ¿Cómo educar el deseo de una vida decrecentista?

Explicando los efectos deletéreos del modo de vida de los privilegiados de la Tierra, entre los que nos contamos una gran mayoría de europeos, y los desastres que anuncian. Es muy pedagógico que nuestras conductas sean coherentes con lo que predicamos, de modo que debemos adoptar estilos más austeros de vida y renunciar a actividades –muchas de ellas anodinas— altamente consumidoras de recursos. Hay que convencer a las mayorías de que se puede vivir bien con menos; incluso mejor, si te planteas la vida adecuadamente. Hoy es preciso explicar y dar ejemplo, aunque esta pedagogía no dé todos sus frutos hasta que las poblaciones hayan experimentado en sus propias carnes la escasez que se avecina.

 

La transición energética ocupa una parte central en el diálogo entre los seis protagonistas. ¿Cuál es tu propuesta?

Prescindir totalmente de los combustibles fósiles y pasarse a las fuentes renovables. No hay otra. Y si las renovables no permiten hacer todo lo que hoy hacemos, adaptar la producción

y el consumo a esos límites. Los combustibles fósiles han de ir desapareciendo, y en un plazo breve, como los coches de combustión y la calefacción con gas fósil.

 

Me ha llamado poderosamente la atención los datos que se ofrecen sobre los costos mediambientales de las energías renovables. En algunos sectores son superiores al empleo de petróleo, gas y carbón. Entonces, ¿qué hacemos?

Tal vez te refieres al dato de que para producir la misma electricidad con renovables hacen falta 20 o 30 veces más materiales que con fósiles. Lo importante es dejar de quemar fósiles y de emitir gases de efecto invernadero a la atmósfera. Cuando lleguemos a tener todo un sistema que se mueva con electricidad limpia almacenada en baterías o con hidrógeno verde, podremos practicar una minería y una industria sin emisiones. Si esto exige cantidades de materiales desmesuradas, no tendremos más remedio que reducir nuestro uso de energía y de materiales hasta llegar a un equilibrio viable y sostenible. Habrá que impulsar la eficiencia para hacer más con menos, minimizar toda la minería, impulsar todo el reciclado de metales que se pueda. Deberemos avanzar con cautela, y si tropezamos con prácticas cuyos efectos superen ciertos umbrales limitantes, parar en seco y renunciar a lo que sea preciso. Es inaceptable el trabajo infantil insalubre de niños congoleños en minas de cobalto para que yo pueda usar sin límites mi abultada panoplia de gadgets electrónicos. Se trata de un reto moral cuya solución resulta difícil de imaginar, dada la mentalidad dominante. Pero hay que apostar radicalmente por la renuncia en casos así.

 

Me han gustado mucho los diálogos sobre la percepción de la realidad y los obstáculos mentales para la transición ecológica. ¿Cuáles son los más importantes pensando en la construcción de una contrahegemonía cultural?

No sabría identificar ninguna idea que deba destacarse. Todas las que menciono son importantes y pueden servir para construir esto que tan acertadamente calificas de “contrahegemonía cultural”. Hay que lograr que la austeridad, la solidaridad universal y el respeto por la naturaleza lleguen a ser “lo natural” y “lo normal”.

 

En algunos diálogos se plantea la necesidad de una espiritualidad ecológica e incluso de una “revolución espiritual”. ¿Por qué? ¿Cuáles serían sus señas de identidad”

El utilitarismo amoral dominante deshumaniza. Mide la bondad de la conducta humana con baremos cuantitativistas y mercantilistas. Necesitamos una reforma espiritual. Si pensamos en la maravilla que es la vida biológica, como resultado de millones de años de evolución con su riqueza impresionante de formas, muchas de gran belleza, no tenemos más remedio que admirarnos. Si además nos damos cuenta de que la tierra no nos pertenece, como dice el indio Seattle, sino que nosotros le pertenecemos a ella, podemos abrirnos a una experiencia de lo sagrado, lo que merece reverencia y respeto. Pero la erosión de nuestra sensibilidad por la civilización industrial capitalista lleva a ignorar estos sentimientos o a mofarse de ellos como anacrónicos y ridículos. Hay comunidades del Sur del planeta en que antes de cortar un árbol se le pide perdón. El leñador necesita el árbol, supongamos, para fabricarse una canoa. Cortar el árbol es un daño al bosque, pero responde a una necesidad. El ritual del perdón viene a decir: te hago daño, pero es pequeño y reparable, y no tengo otros medios para satisfacer mi necesidad. El ritual está asociado a la idea de que el uso de bienes naturales es compatible con el respeto. Por eso el bosque se aprovecha sosteniblemente y no se contempla como un simple reservorio de recursos a nuestra disposición. ¿Te imaginas a un conductor de bulldozer rezando una oración antes de entrar a saco a derribar cientos de árboles destinados a la venta?

 

Al final de La Tierra exhausta se plantea un debate interesante sobre vivir la crisis e imaginar salidas. ¿Cuáles son las prioritarias?

Ante todo, detener el crecimiento económico y avanzar hacia una economía estacionaria en que la huella ecológica no supere la biocapacidad del planeta, y hacer un enorme esfuerzo cultural para adaptarnos a esta nueva situación en la que no se dispondrá de tantos recursos ni comodidades como ahora, sobre todo si lo producido se reparte equitativamente a escala mundial. Este reparto será necesario para estabilizar el marco geopolítico mundial, pues sin igualdad habrá conflictos y migraciones masivas. Otra prioridad es el crecimiento cero de la población mundial.

 

¿Cómo relacionar la acción ecologista con la alegría, la vida buena y la felicidad?

Por de pronto, una sociedad ecológicamente estabilizada eliminaría los riesgos y los miedos que nos atenazan. La alegría y la felicidad, además, pueden alcanzarse sin demasiados medios materiales: vivir sin tantos artefactos y tan sofisticados puede resultar tan satisfactorio, o más, que vivir con la obsesión del consumo en un mundo sobreequipado como el actual. La imaginación y la creatividad humanas no tienen límites. Luchar por una sociedad reconciliada, además, es una fuente valiosa de felicidad.

 

¿Qué esperanza tienes después de muchas décadas dedicado a la militancia activa y a pensar la cuestión ecológica?

Creo que nos esperan años muy duros. Los dueños del mundo nos impondrán su poder capitalista y seguirán devastando la sociedad y la biosfera, sin tener enfrente ninguna fuerza unida y poderosa capaz de derrotarles, aunque a la vez vayan desarrollando técnicas útiles para una sociedad ecológicamente sana y sostenible en un futuro hipotético. La dinámica de acumulación de capital es una fuerza imparable y autodestructiva. La salvación llegará, a mi entender, a largo plazo, a partir de las ruinas de la autodestrucción. En esta etapa de tránsito será importante resistir, cultivando los valores de igualdad, libertad, fraternidad y amor a la naturaleza; y hacerlo no solo con pensamiento y discurso, sino tratando de vivir de maneras más sanas, con fórmulas comunitarias que faciliten la resistencia y planten semillas de un futuro distinto.

 

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