[Artículo publicado originalmente en El Periódico, el 15 de marzo de 2025].
Fuente: Cristianisme i Justícia
Por Josep M. Lozano
13/04/2025

[Imagen de Antonio Garcia Prats en Pixabay]
Hace varios años, John Elkington arrancaba su libro seminal sobre gestión de la sostenibilidad con una pregunta inquietante: ¿el progreso consiste en enseñar a los caníbales a comer con cuchillo y tenedor? Hoy podríamos decir que el tan celebrado fin de la idea de progreso está consistiendo en que los caníbales vuelvan a sus hábitos primigenios y prescindan de tenedores y cuchillos: son cada vez más una trituradora de carne humana que va deglutiendo sin miedo ni vergüenza, y va convirtiendo a grupos sociales y países en daños colaterales, con la certeza de que lo hace por su bien. Suyo, ¿de quién? Y con el añadido de que el campo de acción de estos caníbales ya no es lo que ocurre en su entorno inmediato: son caníbales globales, en un mundo que ya no ejerce de contexto moldeador de la acción, sino que es el escenario donde llevar a cabo su actuación sin restricciones.
Lo tienen fácil, para ser caníbales globales. Porque la globalización se ha convertido en un proceso sin sujeto ni fines, y se ha reducido a una correlación de fuerzas, poder e intereses. Siempre lo había sido… también, por supuesto. Pero conjugábamos las globalizaciones en plural, con diversos focos y propósitos, todos ellos entreverados pero con dinámicas y ritmos propios: la globalización financiera, las redes sociales, las pandemias, los movimientos sociales, la ciudadanía global, las relaciones comerciales, los productos culturales y la industria del entretenimiento, etc. Ahora seguimos hablando de todos ellos, pero han pasado a ser un espejismo como tal porque solo son los terrenos donde los caníbales globales, según momentos y circunstancias, confrontan sus fuerzas, su poder y sus intereses. Como ha dicho Genís Roca, vamos en un coche a toda velocidad conducido por un mono con una pistola.
Pero estos talantes no son inocuos, tampoco en lo que atañe a las mentalidades, preferencias y estilos de vida. Quizás por eso es especialmente importante recordar dos globalizaciones más: la globalización de la indiferencia y la globalización de la superficialidad. La «globalización de la indiferencia» es una expresión del Papa Francisco, que simbólicamente parece estar entre la vida y la muerte en estos momentos. La globalización de la indiferencia es el resultado de un individualismo sin reconocimiento. Un individualismo asociado a una especie de blindaje cultural y moral: como vivimos en una sociedad plural, nadie debe meterse en lo que hago y pienso ni, por supuesto, cuestionarme nada. Es un individualismo que no afirma el individuo sino su solipsismo. Es un individualismo que excluye al otro y evita verse afectado por su situación. No es casual que se esté proponiendo una llamada teología de la prosperidad, donde se vincula la voluntad y el encuentro con Dios a la consecución de una vida próspera y exitosa. Y, por consiguiente, se refuerza el sentirse ajeno al sufrimiento generado por la pobreza, la injusticia, la violencia, las diferencias o las migraciones. En la globalización de la indiferencia no es que no se escuche la pregunta bíblica de «dónde está tu hermano», sino que, simplemente, se la considera irrelevante y sin sentido. Ignora que un mundo interdependiente convertirá tarde o temprano en real la pregunta que recuperó Hemingway: no preguntes por quién tocan las campanas; tocan por ti. Porque tocarán por todos.
La expresión «globalización de la superficialidad» tiene su origen en Adolfo Nicolás, el anterior superior general de los jesuitas. Cada vez más abducidos por la dispersión y con el sentimiento de que alguien ha borrado todo horizonte, hemos adoptado como modelo de vida nuestra relación con las tecnologías: vivimos inmersos en un deslizamiento (scroll) continuo en hechos y acontecimientos, en los que sobreviven los más fuertes o los más afortunados, creyendo que encontraremos soluciones individuales a problemas sociales. Inundados por la incertidumbre, buscamos el cobijo de la tribu o una compañía que dé calor a la intemperie, y nos conformamos con ello. Por eso las fake news son tan difíciles de combatir, porque lo que está en juego no es qué es la verdad sino quiénes son los nuestros.
Y por eso son tan necesarios los movimientos de ciudadanos que en todo el mundo y también al lado de casa plantan cara a la indiferencia y la superficialidad. No solo porque son el testimonio de que otro estilo de vida es posible, sino porque el reto que tenemos delante no es simplemente de los políticos: es sobre todo cívico. Porque nuestra indiferencia y nuestra superficialidad cotidianas son las mejores aliadas que pueden tener los caníbales. Y porque no dejarse dominar por la indiferencia y la superficialidad es la puerta que nos permitirá acceder a la esperanza. Siempre recordando lo que dijo V. Havel: la esperanza no es la convicción de que algo va a salir bien, sino la certeza de que tiene sentido, pase lo que pase.
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