martes, 5 de marzo de 2024

Las “Madres de la Iglesia” del siglo IV

La vida religiosa tal como la conocemos hoy, tanto la contemplativa como la activa, ha evolucionado a lo largo de dos milenios. En este tercer artículo de cuatro, Christine Schenk analiza la contribución de mujeres cristianas eminentes en el siglo IV, que con la fundación de monasterios sentaron las bases para la vida de las religiosas de hoy.

Fuente:   Vatican News

Por Christine Schenk, CSJ

04/03/2024


La catedral de Santa Sofía (dedicada a la Sabiduría de Dios) en la Estambul moderna. Los antiguos cimientos de la catedral parecen remontarse al siglo IV. (Foto de la autora)

El siglo IV comienza con una dura persecución de los cristianos, especialmente en Oriente. Después de abrazar al Dios cristiano y después de una larga lucha por el poder, Constantino se convierte en emperador en el año 324 d. C. La Iglesia se eleva en esta época a niveles sin precedentes de poder terrenal y capacidad de influencia gracias al favor imperial de Constantino, sus hijos y su madre, Elena. Los hombres de la Iglesia reciben suntuosos beneficios de mujeres cristianas aristocráticas como Olimpia, Melania la anciana, Melania la joven y Paola. Las comunidades cristianas que hasta ese momento se habían reunido en grandes casas, ahora se encuentran en espacios públicos suntuosos. Estos cambios exacerban las tensiones sobre el ministerio público de las mujeres cristianas.

 

Cómo cambia el papel de la mujer en la Iglesia

El siglo IV también vio nacer una peligrosa tendencia a asimilar, aunque simbólicamente, el género femenino a la herejía, a pesar de que tanto hombres como mujeres cristianos están involucrados en las más variadas interpretaciones del cristianismo, hasta el punto de ser definidos como herejes.

Pero sobre todo las mujeres corren el riesgo de ser calificadas como heréticas y sospechosas de impureza, cuando asumen el papel de maestras. Este es el contexto eclesial en el que viven y testimonian su fe las “Madres de la Iglesia” del siglo IV. Lo que sigue es una breve, pero significativa cronología de sus vidas y de la forma en que ellas -y sus comunidades- ejercen la autoridad eclesial en la Iglesia primitiva.

 

Textos escritos por mujeres

Noticias literarias sobre mujeres del siglo IV como Marcella, Paola, Macrina, Melania la anciana y Olimpia nos llegan básicamente de hombres de la Iglesia eruditos como Jerónimo, Gregorio de Nisa, Palladio y Juan Crisóstomo. Tenemos dos textos escritos por mujeres: Proba y Egeria. Proba adapta un centenar de Virgilio en prosa, tan querido en Roma, para contar la historia del cristianismo con el fin de evangelizar a los jóvenes aristócratas, creando un instrumento culturalmente transversal que influirá en hombres y mujeres cristianos durante generaciones. Egeria, en cambio, escribe un diario de viaje para sus hermanas, ilustrando su itinerario hacia los lugares sagrados del Este. Durante este viaje -escribe Egeria- en un momento se encontró con su “amiga muy querida, la santa diaconisa Marthana”, que gobierna un monasterio doble cerca del Santuario de Santa Tecla (en Turquía). Marthana es un raro ejemplo de diácono-mujer que ejerce la autoridad de gobierno sobre hombres y mujeres cristianos. Si bien a menudo se atribuye el nacimiento del monaquismo a Basilio en Oriente y a Jerónimo en Occidente, dos mujeres, Macrina y Marcella, comienzan a practicar este estilo de vida cristiano mucho antes que los hombres.

 

Macrina (327-379 d.C.) funda un monasterio en Annisa, en Asia Menor, que se convierte en el prototipo de la regla monástica escrita por su hermano Basilio. Si Basilio es definido más tarde como «padre del monaquismo», seguramente Macrina es su madre. Su autoridad como guía espiritual influye profundamente en sus hermanos Basilio y Gregorio, ambos teólogos, que elaborarán la doctrina de la Trinidad.  

 

Marcella (325-410) reúne a las mujeres para estudiar las Escrituras y rezar en su villa aristocrática de la colina del Aventino más de 40 años antes de la llegada de Jerónimo a Roma. Cuando Jerónimo regresa a Jerusalén, los sacerdotes de Roma consultan a Marcella para aclarar ciertos pasajes de los textos bíblicos. Marcella interviene también en los debates públicos sobre la controversia origenista.

 

Paola Romana (347-404) funda dos monasterios en Belén: uno para mujeres y otro para hombres. El monasterio masculino lo confía a los monjes y es allí donde, gracias a su apoyo, Jerónimo completa su traducción de la Biblia del griego al latín. Girolamo nos cuenta que el conocimiento de Paola de la lengua hebrea superaba el suyo.

 

Melania la anciana (350-410) logra reconducir a un importante hombre de Iglesia (Evagrio) a su voto de celibato; enseña y convierte a muchos hombres. Es determinante en la resolución de un cisma que involucra a 400 monjes en Antioquía, «venciendo a todo hereje que reniegue del Espíritu Santo». Financia y cofundó un monasterio doble en el Monte de los Olivos, donde sus comunidades se dedican al estudio de las Escrituras, la oración y las obras de caridad.

 

Olimpia (368-408). Ordenada diaconisa en Constantinopla por el obispo Nectario, Olimpia utiliza la inmensa fortuna de su familia para sostener a la Iglesia y servir a los pobres. Funda un gran monasterio cerca de la basílica de Santa Sofía, donde también se ordenan diaconisas tres de sus parientes. Pronto se unen también mujeres de familias del Senado romano, y el número de monjas asciende así a 250.

Estos son solo algunos ejemplos de mujeres del siglo IV cuyas comunidades son precursoras de la vida religiosa contemporánea. Su testimonio y autoridad eclesial influyen fuertemente en las comunidades cristianas de su época, pero también en las de los tiempos venideros. En épocas en las que algunos hombres de la Iglesia prohíben a las mujeres hablar o enseñar públicamente y prefieren que se queden en casa, hay pruebas de que en el siglo IV algunas mujeres cristianas ejercieron autoridad, se expresaron sobre importantes temas eclesiales, enseñaron a mujeres y hombres y dieron libremente testimonio de ese Cristo al que habían elegido vincularse. 

El material utilizado para este artículo está tomado en gran parte del libro de la autora “Crispina y sus hermanas: mujeres y autoridad en el cristianismo primitivo” (Fortress Press, 2017). En el cuarto y último artículo de esta serie, un análisis sobre las motivaciones que pueden haber empujado a las mujeres del cristianismo primitivo a ser contribuyentes activas a la edificación de la Iglesia.


 

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