OCTAVI VILÀ. OBISPO ELECTO DE GIRONA
"Es evidente que gran parte de la actividad de la Iglesia deberá basarse en los laicos"
"El modelo de hace 20 o 30 años no volverá pero los sacerdotes que vengan de fuera tienen que ser conscientes de que tenemos una identidad propia"
"La actuación con relación a los abusos sexuales a lo largo de los años era la de pasar hoja y se ha comprobado que no fue una buena reacción"
Fuente: elpuntavui.
Por ANNA PUIG CANTARERO
GIRONA
14/03/2024
Octavi Vilà, en la sede del Obispado de Girona, ayer por la tarde MANEL LLADÓ.
Son unos días de máxima actividad para el obispo electo de Girona, Octavi Vilà. El hasta ahora abad de Poblet todavía no ha fijado su residencia en la capital gerundense pero estos días intensifica las reuniones y encuentros con los diferentes sectores de la diócesis. Será ordenado el 21 de abril y su ministerio abrirá una nueva etapa al frente del Obispado de Girona.
Hacía más de 100 años que no se nombraba un religioso como obispo en Cataluña. ¿Le sorprendió la propuesta?
Bastante. Ciertamente no era algo que me pasara por la cabeza ni que me esperara. Fue bastante sorpresa, sí. ¡Y, además, un choque!
¿Y cuál cree que ha sido el motivo de esta excepcionalidad?
No lo sé. El papa Francisco últimamente ha hecho nombramientos varios religiosos. Fixi's, el obispo de San Sebastián es claretiano, el arzobispo de Pamplona es mercedario, el arzobispo de Oviedo es franciscano, el arzobispo de Mérida, también. El papa debe buscar perfiles diversos para que esté representada toda la Iglesia, me imagino.
En la rueda de prensa que hizo en el monasterio de Poblet el día que se anunció su nombramiento reconoció que le había costado decidirse. ¿Por qué?
Porque entré en el monasterio a los 43 años, con una vocación monástica que me costó un poco de poder salir adelante. Al cabo de poco, cuando hacía unos diez años que estaba en el monasterio, la comunidad me eligió abad, que también fue una aceptación un poco diferente. Seis años después me confirmaron en el cargo. Y ya me pensaba que el recorrido de mi vida estaba marcado por esta actividad. Y, al surgir otra cosa, en cierto modo me desconcertó y provocó que necesitara un tiempo para pensarlo, de reflexión.
Antes que usted hubo otros candidatos que lo descartaron.
No sé si sabremos nunca de lo cierto cómo han ido exactamente las cosas. Es cierto que durante estos dos años, que es mucho tiempo, o prácticamente dos años y medio, porque el obispo Francisco había presentado la dimisión antes, no sabremos nunca si ha habido ternas, si ha habido ternas con una propuesta directa a un candidato que ha aceptado o rechazado. Quizá si algún día los componentes de la comisión de los obispos escriben las memorias, que no lo creo, quizá sabremos la realidad. Es un procedimiento un poco complejo y que queda, digamos, un poco opaco. Y eso no facilita mucho las cosas.
¿Qué conoce de la diócesis de Girona?
Hasta ahora conocía fundamentalmente Solius, que es un monasterio que tenemos en Santa Cristina de Aro. Y como turista, evidentemente, la ciudad de Girona, Figueres, el Museo Dalí, Empúries... todos estos lugares más de recorrido turístico. Y ahora estos días estoy conociendo intensivamente la organización y mucha gente que forma parte de la Iglesia de Girona.
Girona es una diócesis donde los fieles y el grueso del clero, incluso el propio obispo Pardo en su momento lo había pedido, han expresado reiteradamente que querían un obispo inccardinado en el país y formado en Cataluña. Y se alegran de su elección, entre otras cosas, por su compromiso con la cultura, la lengua y el momento que vive el país. ¿Usted se define como catalanista?
Yo estimo profundamente mi país. Si esto es ser catalanista, evidentemente lo soy.
Y fue de los pocos eclesiásticos de alto rango que fueron a ver los presos políticos, tanto en Madrid como en Cataluña. ¿Por qué lo hizo?
Yo fui elegido abad en 2015 y pensamos que lo que se ha llamado como proceso estaba ya en una fase ciertamente un poco avanzada. A las muy pocas semanas de mi elección como abad, fue nombrado presidente de la Generalitat Carles Puigdemont. Los voy a ir conociendo. También pertenecemos más o menos a la misma generación, lo que también hace establecer ciertos vínculos. Y eran gente conocida por mí. Y, evidentemente, en un momento de dificultad creo que hay que estar al lado. Eso no quiere decir compartir todas sus ideas. Sino una estricta relación personal.
¿Y no hacía falta más compromiso o más gestos como el suyo por parte de la Iglesia?
Quizás algún día se sabrán algunas gestiones que la Iglesia hizo en ese momento, no soy yo quien las tiene que explicar sino sus protagonistas. Se intentó hacer algunas cosas, pero no salieron bien. Fue un momento muy complejo pero sí hubo algunas iniciativas en ciertas direcciones para buscar soluciones.
La suya fue una vocación tardía. Explíquenos un poco su historia.
Bien, yo voy a incorporarme al monasterio con 43 años. En ese momento se decía que era una vocación tardía. Posteriormente, en mi monasterio ha entrado gente con más edad todavía. Yo siempre digo que es un poco la tónica de la sociedad actual, que grandes decisiones se retrasan cada vez más. Por ejemplo, relaciones de pareja, tener hijos, etcétera. Y así vemos como padres y madres son cada vez también mayores, ¿no? Es un poco la tónica social global. Yo había tenido mucha relación con el monasterio de Poblet desde muy pequeño, ya que mi padre colaboraba con él. Y, sinceramente, no se me había pasado nunca por la cabeza ser monje. Pero en el año 2000 mi predecesor me ofreció ser secretario de la Hermandad, que es una asociación de laicos vinculada al monasterio. Era una asociación que, desde los años cuarenta, había sido más bien colaboradora económica. Pensamos que los monjes volvieron a Poblet en el año 40. Era un momento de posguerra muy duro y había grandes prohombres que ayudaban económicamente. Y nosotros vamos a intentar darle un sentido más espiritual. Eso me fue adentrando cada vez más. Y en un momento dado coincidió en que la situación laboral me ofrecía un nuevo cargo y había que decidir si aceptar esa responsabilidad o no. Encontraba un poco una deslealtad dejarla al cabo de poco tiempo y eso marcó el momento concreto.
Y ahora, en el Obispado de Girona. No sé si es una parada que usted se imaginaba.
No. Ha sido una sorpresa total. Tanto lo fue la elección de abad por parte de la comunidad como ser designado obispo de Girona por el santo padre. Son dos cosas que no entraban en mi programa mental.
La ceremonia será el 21 de abril. ¿Ya sabe quién lo ordenará?
Lo hará el arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, metropolitano, por tanto, de la diócesis de Girona, arzobispo de mi diócesis de origen y profesor mío en la facultad.
¿Y qué tipo de obispo quiere ser? ¿Cómo quiere que sea su ministerio?
Pensaba estos días y me rondaban por la cabeza imágenes un poco ideales que uno puede tener de modelos de obispos. En la Iglesia universal hay muchos ejemplos y también en el ámbito catalán. Y en la Iglesia de Girona creo que hay precedentes muy significativos. Aparte de mis dos predecesores inmediatos, el obispo Francesc y el obispo Carles, creo que el obispo Jaume Camprodon fue el gran cambio. Fue de esos obispos cercanos a la gente, cercanos a los sacerdotes. Y no se puede imitar, porque las situaciones son diversas, pero son referentes.
Girona es una diócesis muy grande, con 380 parroquias en 13 arciprestazgos pero sólo 123 capellanes. En realidad en activo, es decir que tengan hasta 75 años y no hayan presentado la renuncia, no llega a una sexagésma. Se está pasando, pues, de una iglesia clerical de un sacerdote en cada parroquia a un sistema de comunidades cristianas con sacerdotes. ¿Se deberá contar más con los laicos ante esta falta de capellanes?
Creo que es evidente que gran parte de la actividad de la Iglesia deberá basarse en los laicos. En muchas parroquias me estoy dando cuenta estos días de que ya se está haciendo así, que son equipos de laicos que llevan la actividad. En ámbitos digamos quizás un poco administrativos, como por ejemplo la economía o el archivo parroquial. Pero también muchas veces en celebraciones de la palabra, en asistencia a las familias cuando tienen un difunto en el tanatorio o de otras funciones. Porque es evidente que así se debe hacer, a raíz del número reducido de sacerdotes. También hay un número elevado de diacas permanentes respecto a otras diócesis, pero es evidente que los laicos deben tener cada vez un papel más importante.
¿Cómo piensa impulsar estas nuevas comunidades cristianas?
A ver, primero de todo hay que conocer en profundidad la diócesis. Conocer lo que me van explicando los sacerdotes, los arciprestazgos, cómo está cada zona... Y a partir de ahí conocer también el papel que tienen los laicos en cada parroquia y cómo se puede avanzar en la formación integral. Porque, si un laico debe atender a otras personas, debe tener ciertos conocimientos, aparte de los teológicos, para que sea capaz, por ejemplo, en una situación de dificultad de una persona, aportarle cierta medida de consuelo. Para hacerlo hay que preparar a la gente y hay que avanzar en esta línea.
Entiendo, sin embargo, que tampoco desisten de la incorporación de nuevos sacerdotes a la comunidad?
Evidentemente que no. Hay algunos seminaristas en este momento. Es casi seguro que el número de sacerdotes que había hace 20, 30 o 50 años ya no se podrá alcanzar nunca más. No sólo aquí, sino en general, en todas partes. Eso ya será diferente para siempre. Pero, evidentemente, hay que tener claro que el papel del sacerdote es insustituible.
Nada será igual pero ¿cree que puede ser mejor?
Hay que intentar mejorar la situación actual, claro. Tenemos que ver qué fórmulas hay. Una puede ser buscar sacerdotes de otras zonas del mundo, de otras culturas. A veces ha funcionado. Otros, no. Y hay que ir con cierta cautela. Debemos ser conscientes de que aquí hay una identidad propia. Quiero decir que los sacerdotes que vengan aquí tienen que ser conscientes, de esta situación. También se debe atender a comunidades de inmigrantes, muchas de las cuales vienen de Sudamérica. Y esto también es una realidad cada vez más presente aquí en Girona y en toda Cataluña, en general. Y eso son realidades que se tienen que ir abordando.
¿Y cuál cree que debe ser el papel de las mujeres en las parroquias? Con un papel secundario pero vital en la Iglesia, ¿cree que deben coger más responsabilidades?
Diría, en primer lugar, que en este aspecto se está avanzando. Ya sé que decir esto parece que sea justificarse. El otro día vi un reportaje de la televisión católica francesa que hablaba de las mujeres en el Vaticano y de los lugares que ocupan de cierta responsabilidad, por ejemplo, en la vida religiosa. Y eso es muy bueno porque la mayor parte de los religiosos del mundo son mujeres. Y es evidente que deben tener una presencia en un organismo que regula esto. He sido gratamente sorprendido de ver muchos de los secretariados que hay en el Obispado que están ocupados por mujeres. Hay un porcentaje muy elevado de puestos de responsabilidad. Y eso es muy importante. Y entre los laicos hay, también, un alto grado de mujeres. La Iglesia no sé en el futuro en qué velocidad o hacia qué sentido avanzará. Si lo veremos o si será más lento. Y es cierto que hay oposición en algunos sectores. Pero el papa Francisco va dando pasos hacia este sentido, algunos de los cuales quizás no son muy conocidos por la opinión pública en general. Hizo un motu proprio, que es la manera que él tiene para hacer algo de manera directa, sin tener que pasar muchos filtros, en los que instituía la calidad y el lectorado por las mujeres, algo que no existía. Y esto es un paso previo inevitable. Sin él no podrían llegar otras cosas. Aparte, vengo de un orden monástico, el cisterciense, en el que monjes y monjas forman todos ellos un capítulo general, un sínodo. El Consejo del Abad General es un órgano paritario de abades y abadesas. Por lo tanto, vengo de una cultura, de un orden que está muy acostumbrado a esta paridad.
Decía hace un momento que la Iglesia catalana tiene una identidad propia. Pero también es cierto que está aflorando una nueva generación de sacerdotes muy conservadores y alejados de los aires de apertura.
A veces algunos rectores de seminario o algunos obispos me lo han manifestado. Quizás algunas nuevas generaciones vienen ya formadas de otros ámbitos, no llegan al seminario, y eso imprime una cierta característica propia. Uno de los temas importantes de la Iglesia hoy en día son los movimientos, que san Juan Pablo II reforzó bastante, creo que en un buen sentido porque él veía una gran parte del futuro de la Iglesia. Pero es un tema que hay que tener siempre presente hacia dónde nos lleva y qué dinámicas genera dentro de la Iglesia.
Usted que es un hombre de letras y que ama la cultura del país, el uso del catalán es una pesadilla débil en la Iglesia. Según un estudio reciente, sólo un 13% de los practicantes que habitualmente van a misa lo hacen en catalán. ¿Cómo se puede revertir?
La Iglesia podría ser, para mucha gente que ha venido a nuestras tierras en los últimos tiempos, una vía de integración. Es verdad que se deben hacer misas en castellano si hay una población de habla castellana en lugares concretos. Pero también que sea un poco, a través de la celebración de la eucaristía, una manera de integrarlos dentro del país.
¿Y cómo se impulsa?
Esta es una de las ideas que tengo en la cabeza, que tendremos que mirar cómo concretar y cómo hacerlo. La parroquia no puede ser una escuela de lenguas. Y no estamos hablando sólo de lengua, es la misma cultura, todo en general. Que la gente se sienta integrada. Porque si no se integra, o esperamos, terceras o cuartas generaciones, eso es mucho tiempo.
Uno de los temas más polémicos de los últimos años ha sido el de los abusos sexuales. ¿Cómo ha vivido esta polémica y qué opina de la posición de la Iglesia?
En el monasterio de Poblet hubo un caso de abusos sexuales en el verano de 2021 que todavía está en vía judicial. En ese momento perdí la distancia respecto al problema y tuve que tomar decisiones. Como, por ejemplo, la comunicación de la posición de la comunidad respecto a este tema. Aquí, primero de todo, hay que tener presente a las víctimas y su dolor, que no es acotado en el tiempo, sino que es un dolor que viven a lo largo de su vida, que los marca, que a veces frustra su afectividad, sus relaciones personales posteriores. Y esto es un hecho muy grave y muy importante. Por lo tanto, primero de todo lo que se debe hacer es escuchar a las personas e intentar ayudarlas en la medida de lo posible. Y, por otro lado, hay que poner todas las medidas para que estas situaciones no se repitan. Es cierto que no se puede evitar al 100% pero se deben poner todos los medios. En este sentido, la actuación de la Iglesia a lo largo de los tiempos, sobre todo hasta el pontificado del papa Benedicto, era un poco de girar hoja e intentar salvar la situación como se podía. Hemos visto que no ha sido una reacción muy buena. Eso ha ido cambiando y el papa Francisco todavía ha insistido más. Y esa es la línea que se debe adecuar. Es obvio que también hay que tener misericordia para los culpables. Con cualquier persona que infringe una norma, una ley. Pero hay que estar muy convencido de que hechos de este tipo no se pueden volver a repetir. Y, sobre todo, atender a las personas que lo han sufrido.
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