sábado, 20 de septiembre de 2025

Adiós muchachos

Adiós muchachos, compañeros de mi vida…” dice el tango con letra de César Felipe Vedani, música de Julio César Sanders y grabado por Agustín Magaldi en agosto de 1927. Y también así se titulaba aquella película autobiográfica teuto-italo-francesa de 1987, escrita, producida y dirigida por Louis Malle, que recordaba la pérdida y la amistad en tiempos duros. Hoy esas palabras resuenan con fuerza en El Salvador y en tantos otros lugares del mundo.

Fuente:   Alandar

Por    Eduardo Escobés

18/09/2025


José M. Tojeira (izquierda) y Rafael de Sivatte (Maestría en Teología Latinoamericana).

En apenas dos semanas hemos despedido a dos grandes amigos, dos compañeros de vida y de misión: José María Tojeira, “Chema”, y Rafael de Sivatte. Su partida conjunta nos habla de una generación que poco a poco va cerrando un ciclo: la generación de los jesuitas que, herederos de Monseñor Romero y de los mártires de la UCA, hicieron de la memoria, la justicia y la fe compartida su razón de ser.

 

Una vida entretejida con un pueblo

Chema no fue un académico distante ni un sacerdote de sacristía. Su vida se confundió con la del pueblo centroamericano desde que llegó, joven, en 1969. En Honduras aprendió la fuerza y la dignidad de los campesinos y campesinas, dio voz a los silenciados desde Radio Progreso y fundó, junto a otros compañeros, el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC), que todavía hoy sigue siendo faro de conciencia. En El Salvador, donde llegó en 1985, se hizo salvadoreño de corazón y de derecho: abrazó la comida, las costumbres, pero sobre todo los clamores de la gente sencilla.

Le tocó vivir lo indecible. En 1989, siendo provincial de los jesuitas de Centroamérica, amaneció con el horror de la masacre de sus hermanos y de dos trabajadoras en la UCA. Le tocó hablar claro frente al poder, exigir justicia, cargar con la indignación de todo un pueblo y, a la vez, sostener la esperanza. Desde entonces su voz nunca se apagó: lúcida, serena, siempre con una sonrisa que suavizaba la dureza de la verdad, y con la convicción de que perdonar no significa callar.

 

Testigo y custodio de la memoria

Chema pertenece a esa generación que no buscó el protagonismo, pero que asumió con valentía la memoria de quienes habían sido asesinados. Les tocó custodiar un legado que no era fácil y que generaba incomodidad en muchos entornos (eclesiales, sociales, políticos): el de Monseñor Romero y las mujeres y hombres mártires, el de una Iglesia que no se encierra en los templos, sino que se arrodilla ante el dolor del pueblo. Fueron pastores, mujeres y hombres, con el oído en el suelo, atentas y atentos a los pasos de la historia y al clamor de quienes sufrían entonces y sufren ahora.

Por eso su palabra tenía tanto peso. En los años de posguerra y transición, fue referente ético, faro de dignidad, voz que no se acomodó ni a los discursos oficiales ni al silencio cómplice. Y siempre lo hizo sin perder la alegría: capaz de reír, de bromear, de desarmar tensiones con una sonrisa. Su buen humor fue otra forma de resistencia.

 

El calor de lo humano

Más allá de los titulares que hoy lo recuerdan como rector, académico o defensor de derechos humanos, Chema será recordado por lo que no entra en un currículum: por saludar a cada trabajador y trabajadora por su nombre, por escuchar con paciencia a estudiantes confundidos, por acompañar matrimonios y bautizar a sus hijos e hijas, por hacer reír a sus feligreses en la parroquia de El Carmen en Santa Tecla, donde vivía. Por tratar a todas las personas por igual. Por hacer de la mesa común un espacio sin distinciones. Ese era Chema: pastor, amigo, compañero de camino.

 

Una generación que se despide

La muerte de Rafa de Sivatte, apenas días antes, y la de Chema ahora, nos confronta con el paso del tiempo. Se nos van quienes, tras 1989, recogieron la antorcha y la mantuvieron encendida. Ellos no murieron mártires, pero vivieron como testigos. Testigos haciendo real lo que el libro del Éxodo nos señala: Dios acompaña a su pueblo. Su generación nos enseñó que la fe se mide en compromiso, que la justicia es inseparable del Evangelio, que la memoria es responsabilidad de todos y de todas. Su partida es también un llamado: el relevo está en nuestras manos.

 

El reencuentro

Hoy decimos “adiós muchachos”, pero con la esperanza cristiana de que no es un adiós definitivo. Chema y Rafa ya caminan juntos, reencontrándose con Obdulio, aquel hombre sencillo y digno, jardinero de la universidad, esposo de Elba y padre de Celina, las dos mujeres mártires de la UCA, que preparó el “jardín de rosas” que tantas veces visitamos. Allí, en esa comunión de los que dieron y gastaron la vida por amor, siguen conversando, como tantas veces aquí, sobre justicia y fe.

Y en la tierra, Jon Sobrino -testigo vivo de aquella generación de mártires- los despide con dolor sereno, acompañado de la certeza de que un día se reunirá con ellos y con todos los compañeros que hicieron de la vida un testimonio del Evangelio de Jesús.

“Adiós muchachos” no como final, sino como promesa de reencuentro.

 

 

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