Un Sínodo no sirve de nada si no identifica opciones prioritarias. Es necesario seguir todo y no olvidar ningún problema, situación o ámbito pastoral: pero para ello existen las formas – serias y exigentes – de la pastoral ordinaria.
Fuente: Reflexión y Liberación
Por Fulvio De Giorgi / Catedrático de Historia en la Universidad de Módena y Reggio Emilia
01.05.2024
Desde pequeño hemos oído decir ‘ha llegado la hora de los laicos’. Pues el tiempo ha pasado y no hemos notado muchos cambios al respecto.
Un Sínodo debe identificar los puntos esenciales y fundamentales sobre los cuales reflexionar para eliminar los bloqueos antievangélicos, curar las heridas de la Iglesia e iniciar un cambio verdadero y radical. Se necesita un proceso circular: una escucha exhaustiva del pueblo de Dios para identificar estos pocos puntos esenciales y luego una segunda escucha sobre los méritos de los puntos identificados. Cuando digo escucha me refiero a la atención a todos y en formas variadas. Todos los fieles deben implicarse verdaderamente en formas espirituales apropiadas. Pero ¿por qué excluir otras formas menos eclesiales y más seculares de conocer opiniones? ¿No es posible disponer de datos sobre los que reflexionar y ejercitar el discernimiento en lugares eclesiales adecuados y formas espirituales plenas?
El Sínodo alemán incluyó el diaconado femenino en el orden del día. He propuesto que pensemos en ampliar las funciones de los ministerios que ahora el Papa Francisco abre a las mujeres. Por supuesto que un Sínodo no puede pedir la admisión de mujeres al sacerdocio ministerial, quizás por eso sería necesario un Concilio. Pero un Sínodo nacional puede proponer a la Iglesia universal, al Papa y a todos reflexionar sobre ello, poner el tema en el orden del día. Personalmente, estoy entre los (muchos y desde hace algún tiempo) que no ven en el Evangelio ningún obstáculo al sacerdocio femenino: ¿Jesús llamó sólo a hombres entre los Doce? ¿Entonces? También eran todos judíos y circuncidados… ¿los presbíteros tienen que ser varones, judíos y circuncidados? Pero en nuestra autoconciencia evangélica actual, ¿no parece ya no justificable e incluso incomprensible la exclusión de las mujeres?
Me gustaría hacer una puntualización. Primero: hoy existen fuertes voces espirituales, pero son ignoradas. Hay frescura, una efervescencia positiva y una creatividad espiritual en el mundo femenino: teólogas, eruditas bíblicas, mujeres pensantes. Pero, en general, hay estímulos interesantes entre los eruditos bíblicos. Y así, en el campo ecuménico, en el mundo reformado. Y por supuesto, en primer lugar, está esa trompeta del Espíritu en la Iglesia universal que es el Papa Francisco. Podemos decir que el clima pastoral (no digamos proyectos: hoy hablar de “proyectos” en el campo pastoral parece una mala palabra, tal vez porque ya no somos capaces de planificar realmente…), en los diversos ámbitos y contextos de la Iglesia italiana, tanto sobre el paso del Papa Bergoglio? Bueno… dejémoslo en paz.
El criterio evangélico de un Sínodo es la escucha mutua, sintiéndonos todos hijos de Dios, hermanos y hermanas de Jesús, templos del Espíritu. Pero no una escucha genérica e indiferenciada. Cabría esperar una elección preferencial para los últimos, los pequeños, los marginados. Empezando por los que están dentro de la Iglesia. Por supuesto, la Iglesia debe poner en el centro a aquellos a quienes la sociedad, con su lógica excluyente, margina, oprime y descarta: los pobres, los ancianos, los enfermos, los niños. Pero para un Sínodo es necesario poner en el centro a quienes la propia Iglesia ha marginado en sí misma: ya lo he dicho sobre las mujeres, es el gran tema. Pero pensemos también en las personas de orientación homosexual. Y pensemos en los sacerdotes que han dejado el sacerdocio ministerial. Pensemos en las comunidades de base y en los cristianos de la disidencia, o en lo que queda de ellos. Pensemos en los ámbitos -incluso asociados- del catolicismo conciliar crítico. Es posible que la exacerbación debida a la injusta marginación del pasado haga que estos entornos sean sospechosos sin medida y, a veces, amargamente polémicos, siempre y en cualquier caso. No importa, ofréceles lugares acogedores de encuentro y de escucha genuina e interesada.
En síntesis, un Sínodo debe dar el primer lugar a todos aquellos a quienes el Espíritu da el don de profecía, lo que significa saber ver las heridas de la Iglesia y ser capaces de imaginar nuevos caminos que curen tales heridas.
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