Fuente: Rebelión.org
Por Vijay Prashad
11/05/2024
Fuentes: Instituto Tricontinental de Investigación Social [Imagen: Liby Ousmane Lougué (Burkina Faso), Papa Roger, 2020]
Francia lleva mucho tiempo intentando socavar la soberanía africana, desde las luchas de liberación nacional del siglo XX hasta hoy. Pero África no toleró el dominio francés entonces, ni lo tolerará ahora. Este boletín pretende comprender mejor la oleada de golpes de Estado en el Sahel y el fervor por la soberanía africana en la región.
El 2 de octubre de 1958, Guinea declaró su independencia de Francia. El presidente de Guinea, Ahmed Sékou Touré, se enfrentó al presidente de Francia, Charles De Gaulle, que intentó obligar a Touré a abandonar el proyecto de independencia. Touré dijo de las amenazas de De Gaulle: “Guinea prefiere la pobreza en la libertad a la riqueza en la esclavitud”. En 1960, el gobierno francés lanzó una operación encubierta llamada Operación Persil para desestabilizar Guinea y derrocar a Touré. La operación recibió el nombre de un detergente de lavandería, utilizado para lavar la suciedad. Esto proporciona una clara muestra de la actitud francesa hacia el gobierno de Touré. El envío de armas de Francia a los grupos de la oposición en Guinea fue interceptado en Senegal, cuyo presidente, Mamadou Dia, se quejó al gobierno francés. Francia no toleraría la independencia africana, pero los pueblos de África no tolerarían el dominio francés.
Ese fervor por la soberanía africana sigue intacto. “¡Fuera Francia!” era el lema entonces y sigue siéndolo ahora, de Senegal a Níger. Para comprender mejor la evolución reciente de esta lucha, el resto de este boletín contiene un boletín informativo de Basta de Guerra Fría y de la Organización de los Pueblos de África Occidental sobre la manifestación de ese sentimiento en el Sahel.
Boletín 13: El Sahel busca su soberanía
El grito“La France degage!” [“¡Fuera Francia!”], contra el legado del colonialismo francés en la región, resuena desde hace tiempo en África Occidental. En los últimos años, este llamamiento ha alcanzado una nueva intensidad, desde los movimientos populares de 2018 en Senegal y la promesa electoral del recién elegido presidente Bassirou Diomaye Faye de liberar a su país del sistema monetario neocolonial del franco CFA hasta los golpes militares con apoyo popular en Malí, Burkina Faso y Níger y la expulsión de las fuerzas militares francesas de estos países entre 2021 y 2023.
Los gobiernos militares de los Estados centrales del Sahel (Malí, Burkina Faso y Níger) han tomado medidas para recuperar su soberanía de los monopolios occidentales –como la revisión de los códigos y contratos mineros y la expulsión de militares extranjeros– y establecer nuevas plataformas de cooperación regional. El 16 de septiembre de 2023, los gobiernos de Burkina Faso, Malí y Níger firmaron la Carta Liptako-Gourma, un pacto de defensa mutua que estableció la Alianza de Estados del Sahel. Esta alianza trilateral es una respuesta a las amenazas de intervención militar y sanciones económicas lanzadas contra Níger por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) tras el golpe popular que tuvo lugar en el país en julio de 2023.
Pocos meses después de alcanzar este acuerdo de cooperación en materia de defensa, los tres países se retiraron del bloque regional de la CEDEAO. Algunos comentaristas políticos han afirmado que estos acontecimientos, junto con la expulsión de las fuerzas militares francesas de la región, “auguran problemas” para la seguridad social, el desarrollo económico, la estabilidad política y la integración regional. ¿Qué hay detrás del maremoto que azota el Sahel y qué significa para la región?
El legado del colonialismo francés
El sentimiento antiimperialista lleva años gestándose en el Sahel. En el caso de Níger, que es emblemático de la oleada de resistencia en la región, durante el golpe de julio de 2023 la población salió a la calle contra el resabio colonial francés que ha facilitado la corrupción rampante y estructural y ha privado de derechos a amplios sectores de la población.
Gran parte de esta corrupción ha tenido lugar en el sector minero de Níger, que representa uno de los mayores yacimientos de uranio de alta ley del mundo. Por ejemplo, en 2014, antes del golpe de Estado, el entonces presidente nigerino Mahamadou Issoufou redujo los impuestos sobre las actividades mineras que beneficiaban directamente a los monopolios franceses, recibiendo a cambio pagos indirectos. Mientras tanto, los militares franceses en Níger actuaban como gendarmes para las empresas mineras y contra quienes trataban de emigrar a Europa.
La Société des Mines de l’Aïr (Somaïr), supuesta “empresa conjunta” entre Níger y Francia en la industria del uranio, es un ejemplo más de la continua influencia francesa en la región y en el continente. Mientras que la Comisión de Energía Atómica de Francia y dos empresas francesas poseen el 85% de la empresa, el gobierno de Níger solo posee el 15%. Mientras cerca de la mitad de la población nigeriana vive por debajo del umbral de pobreza y el 90% carece de electricidad, en 2013 el uranio de Níger alimentaba una de cada tres bombillas en Francia. No debe sorprender que, poco después del golpe de 2023, ciudadanos nigerianos tomaran la embajada francesa y la base militar en la capital, Niamey. Francia retiró sus tropas poco después.
Soberanía, seguridad y terrorismo
El 16 de marzo de 2024, el gobierno de Níger revocó un acuerdo militar de una década de antigüedad con Estados Unidos, tan solo dos días después de que una delegación estadounidense se reuniera con las autoridades locales para plantear su preocupación por la asociación del país con Rusia e Irán. En un comunicado público, el gobierno de Níger “condenó enérgicamente la actitud condescendiente, acompañada de la amenaza de represalias, del jefe de la delegación estadounidense hacia el gobierno y el pueblo de Níger”. El comunicado añadía que “Níger lamenta la intención de la delegación estadounidense de negar al pueblo soberano nigeriano el derecho a elegir a sus socios y los tipos de asociación capaces de ayudarle realmente a luchar contra el terrorismo en un momento en que Estados Unidos ha decidido unilateralmente suspender toda cooperación”. El gobierno también citó las siguientes razones para revocar el acuerdo con Estados Unidos: el coste que ha infligido a los contribuyentes nigerianos, la falta de comunicación en torno a las operaciones nacionales y las actividades de las bases militares estadounidenses, los movimientos de aviones no autorizados y la ineficacia de su denominada labor antiterrorista.
Estados Unidos ha establecido la mayor presencia militar extranjera en el continente africano, empezando con la Iniciativa Pan-Sahel de 2002 y siguiendo con la creación del Comando de Estados Unidos en África (AFRICOM) en 2007, que estableció una importante red de bases militares estadounidenses en todo el Sahel (de las cuales hay nueve solo en Níger, así como dos en Malí y una en Burkina Faso). En 2007, el asesor del Departamento de Estado estadounidense, J. Peter Pham, definió el objetivo estratégico de AFRICOM ante la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de EE. UU. de la siguiente manera:
Tras la guerra de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Libia, dirigida por Francia y Estados Unidos, la región del Sahel se ha visto envuelta en graves conflictos, muchos de ellos generados por nuevas formas de actividades armadas yihadistas, piratería y contrabando. Francia y EE. UU. han utilizado estos conflictos como pretexto para aumentar sus intervenciones militares en toda la región. En 2014, Francia creó el G5 Sahel (un acuerdo militar que incluía a Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger) y amplió o abrió nuevas bases militares en Gao (Mali), Yamena (Chad), Niamey (Níger) y Uagadugú (Burkina Faso). En 2019, EE. UU. comenzó a realizar ataques con drones y vigilancia aérea en todo el Sahel y el desierto del Sahara desde su Base Aérea 201 en las afueras de Agadez (Níger), el mayor esfuerzo de construcción en la historia de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Según el Índice Global de Terrorismo, la región del Sahel fue la más afectada por el terrorismo en 2023, con casi la mitad de todas las muertes relacionadas con él y el 26% de los incidentes terroristas en todo el mundo. Burkina Faso, Mali y Níger figuran entre los diez países más afectados por el terrorismo, un hecho que a menudo se aduce para justificar el fracaso de los nuevos gobiernos militares. Sin embargo, esta realidad es anterior a los golpes de 2021-2023 y habla más bien del impacto de la intervención militar estadounidense y francesa. Entre 2011 (año de la guerra de la OTAN contra Libia) y 2021 (año del primero de la reciente oleada de golpes de Estado sahelianos, en Malí), Burkina Faso, Malí y Níger pasaron de los puestos 114, 40 y 50, respectivamente, en el índice de países más afectados por el terrorismo a los puestos 4, 7 y 8. Está claro que la “guerra contra el terrorismo” de EE. UU. y Francia ha hecho poco por mejorar la seguridad en la región y, de hecho, ha tenido el efecto contrario.
Buscando nuevos socios y caminos
La población del Sahel se ha desilusionado no solo con las estrategias militares de Occidente, como demuestran los crecientes acuerdos de cooperación en materia de seguridad con otros países, sino también con las políticas económicas occidentales que han dado escasos resultados en materia de desarrollo social. A pesar de los abundantes recursos energéticos de la región (incluidas las ya mencionadas reservas de uranio de Níger), el Sahel tiene uno de los niveles de generación y acceso a la energía más bajos del mundo, con al menos el 51% de la población sin acceso a la electricidad.
Aunque la Alianza de Estados del Sahel comenzó como un pacto de defensa, la autonomía política y el desarrollo económico son sus principales objetivos. Esto incluye, por ejemplo, llevar a cabo proyectos energéticos conjuntos y explorar la posibilidad de establecer iniciativas regionales de energía nuclear civil. Burkina Faso ya ha firmado acuerdos con Rosatom, empresa estatal rusa, para construir nuevas centrales eléctricas, mientras que Mali está avanzando en la aplicación de la energía atómica a través del Programa Nuclear Nacional, supervisado por la Agencia Maliense de Protección contra la Radiación.
En última instancia, la Alianza de Estados del Sahel representa un intento de defender las demandas de soberanía y el derecho a la autodeterminación, un programa por el que los pueblos de Níger, Burkina Faso y Mali se han volcado en las calles para apoyarlo.
Los acontecimientos en el Sahel se desarrollan a gran velocidad, pero como escribió la novelista maliense Aïcha Fofana en La fourmilière [El hormiguero] en 2006, la modernización se ve atenuada por la rigidez y la sabiduría de las viejas costumbres. “Siempre hemos sido generosos”, le dice el griot de La fourmilière a un joven que tiene muchas ideas para transformar la sociedad. Hay que tener paciencia. El cambio está llegando. Pero llega a su propio ritmo.
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