Fuente: Religión Digital
Jesús Martínez Gordo teólogo
15/05/2022
A diferencia de sus predecesores, indicaba en otra colaboración, Francisco es el primero que recupera y activa el protagonismo de todo el pueblo de Dios recabando su parecer en la preparación del Sínodo extraordinario de obispos (2014) y del ordinario (2015) sobre la familia y la moral sexual. Se trata de un paso que, como todo inicio, es modesto en su realización, interesante en su pretensión y llamado a un mayor desarrollo. Y lo es porque se trata, si no me equivoco, de la primera ocasión en que se toma en serio la primera de las interpretaciones de Mt 16, 19: la que entiende que el “poder” de Cristo pasa a la Iglesia por medio de Pedro, es decir, la defendida por los Santos Padres.
Después de este primer ensayo de sinodalidad hubo una notable intervención suya el 17 de octubre de 2015, con motivo de la conmemoración del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los obispos por parte de Pablo VI. Se trata de una intervención precedida de un importante discurso a la Administración vaticana, el 22 de diciembre de 2014, conocido como “las quince enfermedades de la curia”. Y a la que sucederá otro, a los dos meses de la conclusión del Sínodo ordinario, el 21 de diciembre de 2015, que será citado como el de “los antibióticos del Papa para la curia romana”.
1.- Francisco y el protagonismo de todo el pueblo de Dios
En su intervención del 17 de octubre de 2015, Francisco recordó, en primer lugar, que la razón de ser del Sínodo era la de “caminar juntos”, bautizados, ministros ordenados y obispo de Roma; una fórmula, confesó, “fácil de expresar con palabras”, pero no tan fácil de poner en práctica.
Seguidamente reivindicó, partiendo de la condición bautismal de todos los católicos, que el pueblo de Dios no podía equivocarse cuando creía si “desde los obispos hasta el último de los fieles laicos” mostraban “su consenso universal en cosas de fe y moral” (LG 12). Recuperando esta doctrina conciliar no solo rescataba del olvido la existencia de una especie de “instinto” eclesial para discernir los nuevos caminos que iba abriendo el Señor, sino sobre todo para superar cualquier intento de establecer barreras infranqueables entre los fieles y los pastores. Todo un aviso para los partidarios de teologías, actitudes y comportamientos autoritativos que tanta acogida siguen teniendo en muchos sectores de la Iglesia; incluidas, por supuesto, nuestras diócesis.
Esta había sido, apuntó a continuación, la verdad que sustentaba su decisión de consultar al pueblo de Dios, siendo consciente de que la escucha del “sensus fidei” era algo más que la realización de dicha consulta. Pero sabiendo igualmente que sin ella difícilmente lo podía haber. Una consideración que le llevó a recordar que “escuchar es más que oír”. Y lo es porque está vinculado, sentenció, con la reciprocidad.
A renglón seguido se adentró en la colegialidad episcopal, recordando que esta se iniciaba con la escucha del pueblo, continuaba con el diálogo de los pastores entre sí y culminaba con la acogida del obispo de Roma, el “testigo último” de la fe eclesial.
La imagen de una Iglesia sinodal se visualizaba, señaló, mediante “una pirámide dada la vuelta”, en la que “la cima se encuentra por debajo de la base”. Una feliz imagen que le permitió recordar cómo la sinodalidad se canalizaba a través de diferentes “órganos de comunión” y cómo la calidad de la misma estaba supeditada a su conexión con la gente, con sus problemas de cada día o, con una expresión muy suya, con “lo bajo”.
Uno de estos “órganos de comunión” son las Conferencias episcopales, que, dotadas de una tímida capacidad magisterial por Pablo VI, vieron cómo esta quedaba reducida durante el pontificado de Juan Pablo II y cómo se limitaban a ser, de hecho, poco más que mera expresión del llamado afecto colegial (“affectus collegialis”).
El Papa Bergoglio, al sostener que las Conferencias episcopales no habían alcanzado todavía la madurez deseable, criticaba semejante reducción y, de paso, la enorme concentración de autoridad magisterial y gubernativa en la curia vaticana.
Era evidente que él no compartía tal modelo de Iglesia ni la correspondiente organización eclesial; algo que, por otra parte, ya había sostenido en la Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” y que volvió a retomar, literalmente, en esta ocasión: no era “oportuno que el Papa” sustituyera a los episcopados locales “en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios”. Urgía a que las Conferencias episcopales, además de canalizar el afecto colegial, acabaran siendo, en cuanto fuera posible, las instituciones en las que descansara “una saludable descentralización”, es decir, una colegialidad que, además de afectiva, fuera “efectiva”.
Francisco indicó seguidamente que un correcto ejercicio de la sinodalidad tenía una enorme importancia en el desarrollo del ecumenismo, y en particular en el diálogo con la Ortodoxia, tal y como se lo había indicado no hacía mucho a una delegación del patriarcado de Constantinopla: si ellos eran particularmente sensibles a la singularidad e igualdad de todas las Iglesias locales –con dificultades para superar el riesgo de la desmembración–, la Iglesia católica, más atenta a la unidad en torno al primado de Pedro, tenía dificultades para eludir el absolutismo y el unipersonalismo.
Una adecuada comprensión y un ejercicio equilibrado de la sinodalidad podía acercar posiciones y limar los riesgos que presentaban tanto la Iglesia ortodoxa como la católica: “El atento examen sobre cómo se articulan en la vida de la Iglesia el principio de la sinodalidad y el servicio de quien preside” podía ofrecer “una aportación significativa al progreso de las relaciones entre nuestras Iglesias”. Una oportuna aportación, además de sabia, que señalaba un camino conjuntamente transitable.
Y concluyó este memorable discurso indicando que el Papa no estaba, “por sí mismo, por encima de la Iglesia, sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y dentro del colegio episcopal como obispo entre los obispos, llamado a la vez, como sucesor del apóstol Pedro, a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en el amor a todas las Iglesias”.
Fue una frase que dio la vuelta al mundo. Y que, porque sorprendió a no pocos, indicaba que todavía se seguía teniendo una percepción del papado marcadamente unipersonal.
Francisco, a la par que recuperaba el contenido fundamental de lo que entendía, en expresión ya acuñada por él mismo en “Evangelii Gaudium”, como “conversión del papado”, se sumaba, sin duda de ninguna clase, a la interpretación patrística de Mt 16, 19 y empezaba a dar pistas sobre la hoja de ruta que iba a proponer a más de 1.300 millones de católicos y a todas las personas de buena voluntad que quisieran sumarse. Y las daba en sintonía con lo mejor del Vaticano II.
2.- La implementación del discurso
Dicha hoja de ruta volvía a visualizarse con sendas consultas en los sínodos posteriores (el de 2018, dedicado a los jóvenes y sobre la Amazonía, 2019). Y, a la vez, cuajaba en dos decisiones de calado: la promulgación de la Constitución “Episcopalis communio” (septiembre 2018) y, de manera particular, la convocatoria de un Sínodo mundial de obispos sobre la sinodalidad (2021-2023).
2.1.- La Constitución “Episcopalis communio” (2018)
La Constitución de septiembre de 2018 sobre la sinodalidad pasó con más pena que gloria, al menos, mediáticamente, pero es de una gran importancia.
Lo es, en primer lugar, por su tipificación como “Constitución”. Ello quiere decir que no estamos ante un texto menor o de importancia relativa, sino ante un instrumento legal de enorme calado: por ser “constitucional”, está llamado a ser referencial en el gobierno de la Iglesia, en la comprensión del papado y, es de esperar, que en la presidencia de las diferentes iglesias diocesanas y comunidades católicas. Lo que parece estar en juego no suena a baladí o de escasa entidad.
E, igualmente lo es, en segundo lugar, porque se trata de un documento que estuvo precedido por un informe de la Comisión Teológica Internacional sobre “la sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia” (marzo, 2018). Si bien es cierto que el texto desarrollaba, magníficamente y en fidelidad a lo solicitado por el Papa Bergoglio, que la sinodalidad es el reto que tienen los católicos para el tercer milenio porque es “dimensión constitutiva de la Iglesia”, también es cierto que no alcanzaba, como hubiera sido deseable, el otro objetivo asignado: “examinar” lo que “está previsto por el ordenamiento canónico para poner en evidencia el significado y las potencialidades y darles nuevo impulso”. Sus sugerencias, en este sentido, eran más bien exiguas, limitándose a recoger la praxis existente y aportando algunos consejos de menor y escaso relieve operativo.
Es el vacío que, en parte, intenta llenar Francisco con esta Constitución; en concreto, cuando, continuando con su intervención del 7 de octubre de 2015, indicó —como he adelantado— que el Papa, no estaba “por sí mismo por encima de la Iglesia”, sino que, como bautizado que era, se encontraba entre los bautizados y, a la vez, en el seno del colegio episcopal —como obispo entre los obispos— a quienes presidía como sucesor de Pedro en la Iglesia de Roma.
La incuestionable centralidad de esta tesis conciliar (aunque silenciada en los dos últimos pontificados) funda que, a partir de ahora, los Sínodos de obispos cuenten —desde que él preside la Iglesia de Roma— con una primera fase en la que el Pueblo de Dios es consultado sobre la cuestión que se aborde. Y una tercera etapa, posterior a la propiamente episcopal, en la que participa “recibiendo” (o no) lo sinodalmente acordado.
Pero no solo eso. Hay más. A partir de ahora, puede ser normal que los acuerdos alcanzados en el aula sinodal sean aprobados o ratificados y publicados por el obispo de Roma como magisterio suyo, sin necesidad de redactar un texto propio o diferente al acordado por los padres sinodales. Y por si eso pareciera poco, el Sínodo podrá ser deliberativo. Cuando el sucesor de Pedro así lo determine, lo aprobado por los padres sinodales será firmado por el mismo Papa y por cada uno de los participantes, siendo de obligado cumplimiento para todos los católicos.
Es evidente que Francisco quiere poner en pie una Iglesia sinodal, en las antípodas de la clericalista que nos ha llevado, entre otras desgracias, al agujero negro de la pederastia y de su encubrimiento sistemático. Y es evidente que la sinodalidad es la manera menos inadecuada para operativizar la interpretación patrística de Mt 16, 19.
2.2.- La convocatoria de un singular Sínodo de Obispos
La segunda decisión de calado ha sido la convocatoria de un Sínodo mundial de obispos sobre la sinodalidad con unas implicaciones y un calendario inéditos hasta el presente y que consta de tres etapas, claramente diferenciadas.
La primera, diocesana y nacional, arranca en octubre de 2021 y llega hasta abril de 2022. A la finalización de la misma la Secretaría General del Sínodo redactará el llamado primer “Instrumentum Laboris”, antes de septiembre de 2022. A esta primera fase sucederá otra, continental (de septiembre de 2022 a marzo de 2023), que terminará con la redacción de un documento final, enviado, igualmente, a la Secretaría General del Sínodo.
Dicha Secretaría volverá a redactar un nuevo “Instrumentum laboris” (el segundo) para los participantes en la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, el llamado Sínodo mundial de obispos, que se celebrará en octubre de 2023 en el Vaticano y que se clausurará —como viene siendo habitual los últimos decenios— con la aprobación de un documento que puede ser ratificado por el Papa o modificado por el sucesor de Pedro; normalmente, con una Exhortación apostólica.
3.- La sorpresa del 9 de octubre de 2021
Pero el pasado 9 de octubre, en la sesión de apertura del Sínodo sobre la sinodalidad, el Secretario General del Sínodo de los Obispos, cardenal Mario Grech, daba la sorpresa. Y lo hacía manifestando a los presentes su deseo (es de suponer que compartido por el Papa Francisco) de que, en este Sínodo, el documento final no se limitase a recoger “únicamente el ‘placet’ de los obispos”, sino que estuviera “acompañado del consenso de todas las Iglesias” y que, por tanto, antes de ser presentado al sucesor de Pedro, fuera “convocado de nuevo” el Pueblo de Dios para “cerrar”, de esta manera “el proceso sinodal” abierto el mes de octubre de 2021. Procediendo de esta manera, apuntaba, el texto final sería resultado de un consenso en el que quedaría reflejada la voluntad del Pueblo de Dios y del colegio de los obispos.
Poco antes, Francisco había recordado, en la misma sesión, que “todos estamos llamados a participar en la vida de la Iglesia y en su misión y si falta una real participación de todo el Pueblo de Dios, los discursos sobre la comunión corren el riesgo de ser buenas intenciones”. Hemos dado pasos adelante, pero queda todavía camino por andar. Y, concretamente, tenemos que hacernos cargo del “malestar y el sufrimiento de muchas personas”, sobre todo, “de las mujeres que frecuentemente se encuentran todavía en los márgenes”.
3.1.- “La una y única Iglesia Católica existe en y a partir de las Iglesias particulares”
Unas pocas semanas después, el mismo cardenal M. Grech, respondiendo a la acusación de que con la propuesta por él formulada el 9 de octubre se había extralimitado en sus competencias, recordó a los obispos italianos, reunidos en Conferencia episcopal el 23 de noviembre de 2021, que Francisco había transformado el “acontecimiento” del Sínodo en “un proceso”, gracias a la Constitución “Episcopalis communio” (2018).
Reconozco, continuó, que “no es fácil darse cuenta del cambio de perspectiva que comporta dicha elección”, pero está fuera de toda duda que “por primera vez no solo todos los obispos, sino todo el Pueblo de Dios se encuentra implicado en el proceso sinodal: no solo todos los bautizados, hombres y mujeres, individualmente considerados, sino todas las Iglesias repartidas por el mundo”.
Y continuó su intervención citando uno de los pasajes conciliares que ha provocado uno de los debates más intensos, interesantes y apasionados del postconcilio: “en la base de esta transformación del Sínodo de ‘acontecimiento’ a ‘proceso’ se encuentra el principio de que la una y única Iglesia Católica existe en y a partir de las Iglesias particulares”.
Por eso, concluyó su intervención, es esta “reciprocidad y mutua interioridad” entre la Iglesia Católica y las Iglesias particulares la que fundamenta la doble apertura del Sínodo, en San Pedro el 10 de octubre, “y en cada Iglesia particular, para mostrar que la Iglesia “acontece” en las Iglesias. Esta es una decisión que no tiene nada de inútil doblaje. Y quien lo sostenga, no ha entendido lo que ya dijo Pablo VI en “Evangelii Nuntiandi”.
De nuevo, el tópico es obligado: se puede decir más alto, pero no más claro.
3.2.- Una más que posible cuarta etapa sinodal
Por las palabras del cardenal Mario Grech, parece que, desde un punto de vista formal, queda pendiente (supongo que hasta octubre de 2023) la decisión sobre esta nueva etapa sinodal. A nadie se le escapan sus enormes implicaciones ya que el documento redactado por los obispos en el aula sinodal, volvería a las diócesis de todo el mundo para ser discutido y, si se considerara oportuno, enmendado. Las sugerencias y observaciones que se formularan serían remitidas de nuevo a la Secretaría General del Sínodo para que, una vez integradas las que se estimaran pertinentes, se presentara el Documento final a Francisco para su promulgación.
4.- Una recepción creativa y sinodal de Mt 16, 19
Si esta última etapa llegara a buen puerto (y es de esperar que así sea), nos encontraremos con una programación que llevará a superar —en nombre de un más que deseable “consenso” entre los obispos y de éstos con el pueblo de Dios— la interpretación “romana” de Mt 16,19 en favor de la patrística. ¡Nada que ver con las relecturas propiciadas en los pontificados anteriores primando un modelo absolutista y monárquico de gobierno y magisterio a partir de la famosa “Nota explicativa previa” a la Constitución Dogmática “Lumen Gentium” y en contra de lo debatido, aprobado en el aula conciliar y ratificado por el mismo Pablo VI.
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