Fuente: Redacción de Atrio
24/08/2022
En el Día Nacional de Ucrania, a los seis meses de la invasión rusa
Reaparece para mí un extraordinario vaticanista, Marco Politi, que escribió junto al Pulitzer Bernstein, el de Watergate, la mejor biografía de Juan Pablo II. Ahora creo que describe bien la soledad en que se encuentra Francisco en un conflicto mundial que está dividiendo a bloques de naciones y también el interior de iglesias ortodoxas y del catolicismo. AD.
Por Marco Politi
23/08/2022
La presión del gobierno ucraniano sobre el Vaticano continúa en silencio. El presidente ucraniano Zelensky desea que el Papa esté en Kiev, posiblemente antes del viaje del pontífice a Kazajistán (que tendrá lugar el 13 de septiembre). Francisco no se ha decidido. Preferiría una misión tanto en Kiev como en Moscú para fomentar las conversaciones de paz. Se trata de un tira y afloja que lleva meses entre bastidores. El Papa Francisco es claro y directo en su solidaridad con el pueblo ucraniano. Ha denunciado las masacres y los sufrimientos infligidos por el ejército ruso al pueblo ucraniano y ha enviado a sus cardenales para llevar ayuda humanitaria y expresar su cercanía al dolor de esta nación.
Pero el pontífice argentino no se adhiere a la línea política de Zelensky. Francisco, que instó al patriarca ruso a no ser el “monaguillo” de Putin, está igualmente decidido a no ser el “capellán de Occidente”. Lo hizo escribir en blanco y negro en el Osservatore Romano. Desde el punto de vista del Vaticano, Zelensky quisiera enrolar al Papa bajo la bandera de una narrativa que sólo ve a Ucrania como agraviada (lo cual es totalmente cierto), a Putin como una bestia demoníaca metafísica, y a Rusia como un estado que debe ser reducido a tal condición que una iniciativa militar como la del 24 de febrero no pueda repetirse jamás (Lloyd Austin, Secretario de Defensa de los Estados Unidos, dixit).
Esta es la narrativa que, con fuertes tintes de marketing, recorre las capitales de la OTAN y la UE. Parte de esta narrativa es la eliminación de cualquier análisis del “antes”, es decir, de los movimientos geopolíticos que condujeron a la guerra actual, y de cualquier reflexión sobre los efectos que una guerra total al borde del conflicto nuclear podría provocar en Europa, Asia y el mundo.
Francisco no comparte este enfoque. Está claramente fuera del coro. Como fuera del coro están el gran número de Estados que representan la mayoría de la población del planeta y que no desean ponerse del lado de Rusia ni de Occidente. Porque no les convence una narración que describe una tragedia internacional como una película del oeste, en la que el sheriff y sus hombres deben exterminar a la banda de malos.
La guerra actual es un conflicto entre Occidente y Rusia y debe evaluarse como tal. Hay que dejar de lado el “esquema de Caperucita Roja“ – dijo explícitamente Francisco en junio. Es inútil pretender que la OTAN no se ha expandido en las décadas posteriores al fin de la URSS, llevando el peso del bloque político-militar a las fronteras de Rusia. No tiene sentido ocultar que Washington, en los tiempos de George W. Bush -en los años del delirio de omnipotencia que llevó a Estados Unidos a creer que podía ocupar Afganistán e Irak al mismo tiempo–, había pensado en incluir a Ucrania en el sistema de la OTAN. Fue bloqueada por la Alemania de Angela Merkel, que sigue reivindicando el acierto de su “no”, y por Francia en 2008. Sin embargo, el impulso expansionista continuó. Occidente empezó a “ladrar a las puertas de Rusia”, recuerda Francisco. Quería olvidar la indicación realista de Henry Kissinger de que Ucrania debía ser una zona neutral entre Rusia y Occidente. Con el resultado de que geopolíticamente Rusia ha sido “rodeada y humillada”, como señaló inmediatamente el historiador Andrea Riccardi.
Romper el hechizo del olvido es la claridad del debate en los círculos políticos o militares estadounidenses. “La OTAN se ha establecido en el espacio que hace 30 años pertenecía a la Unión Soviética”, dice desapasionadamente Elbridge Colby, asistente adjunto del secretario de Defensa durante la administración Trump. Todo esto no justifica de ninguna manera la guerra infligida por Moscú a la “atormentada Ucrania”, en palabras de Francisco. Pero el Vaticano nunca pierde la visión de conjunto de un asunto tanto histórico como geopolítico.
La última llamada telefónica entre Zelensky y Francisco fue seguida de un tuit del presidente ucraniano en el que afirmaba que “nuestro pueblo necesita el apoyo de los líderes espirituales del mundo, que deben transmitir al mundo la verdad sobre las horrendas acciones cometidas por el agresor en Ucrania”. Es un tuit que representa plásticamente las diferentes orillas en las que se encuentran el Papa Francisco y los políticos de Kiev. Al Vaticano no le gusta que le digan lo que debe hacer el pontífice, como tampoco le gusta que las autoridades estatales ucranianas hayan censurado por televisión el Vía Crucis del Papa porque pidió la paz entre ucranianos y rusos.
Francisco ya ha denunciado varias veces los horrores de la invasión rusa. Pero su perspectiva va más allá. El pontífice no está de acuerdo con una política orientada a la “victoria”, de contornos indefinidos, que está dando lugar a una escalada continua. El secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Parolin, ha dejado claro en varias ocasiones que la defensa armada contra un agresor es legítima, pero también ha repetido que debe ser “proporcionada”. En otras palabras, una estrategia que conduce a una espiral incontrolable de acciones militares cada vez más peligrosas para todo el mundo es irresponsable.
No se le escapa al Vaticano que las acciones de sabotaje ucranianas en territorio ruso (con el tiempo se sabrá si el intento de asesinato de la hija del ideólogo panruso Dugin forma parte de esto) casi parecen tener el propósito de empujar a Rusia a un paso en falso para involucrar directamente a la OTAN en la guerra. Ya en primavera, Zelensky intentó imponer una zona de exclusión aérea sobre el cielo ucraniano, implementada por los aviones de la OTAN. Francisco quiere un intento serio de alcanzar un alto el fuego. Zelensky reiteró que las armas solo pueden ser silenciadas si Rusia se retira por completo de todos los territorios ucranianos ocupados (incluso Crimea, que fue anexionada en 2014 y nunca ha sido ucraniana en su historia, cultura y tradición). En esta profunda divergencia geopolítica radican las dificultades de un viaje papal a Kiev sin una misión igual a Moscú. Por otra parte, Putin está convencido de que sin una señal clara de Washington a favor de las negociaciones, no tiene mucho sentido tratar con Zelensky.
Al final, Francisco decidirá personalmente cómo y cuándo moverse. Pero su idea de que ha llegado la hora de un nuevo orden mundial, acordado por todos, permanece inalterada.
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