Fuente: Religión Digital
Santi Villamayor
27/07/2023
Hace bastantes décadas sí que la vestimenta definía a la persona. La sotana determinaba el carácter sagrado del sacerdote y el traje recatado y negro la honestidad y la sumisión de la mujer. Hoy no. Cada uno viste como quiere y así hay directoras de banca en vaqueros y cajeros de supermercado con deportivas de lujo.
Y digo esto porque me ha sorprendido mucho la carta de José Ignacio González Faus a Yolanda Diaz. No es la imparcialidad de su profetismo. Critica, sin querer darle importancia, algo que le parece de poca monta pero a la vez lo constituye en la razón poderosa para no votarla, en contra del sabio discernimiento, de los nobles sentimientos de justicia que siempre le han caracterizado.
Si fuera por el vestido (la sotana) yo no me hubiera acercado a eso que puede significar Dios. Esa prenda fea, lavada y planchada por feligresas devotas o hermanos coadjutores al servicio de los “padres”; de tergal, una fibra sintética de última moda, que teñía de negro el “Evangelii Gaudium”, la alegría de vivir, y que ha sido usada como medio de imposición y ostentación de una pureza muerta, celibataria, pretendidamente impuesta por la divinidad. Comprada entre otros recursos con las rentas bursátiles de los donativos de los feligreses. Son reminiscencias de un tiempo pasado todavía vigente, como los disfraces electorales.
Nos queda mucho por limpiar en casa antes de escobar fuera. Si en Yolanda el vestido ritual es parte de su estrategia política y de su función representativa, en otros se ha hecho de la vestimenta ritual un instrumento de errónea autoridad, y de los templos, por cierto vacíos por dentro, un lujoso hogar y vestido para la divinidad. No han sido tanto comprados a la explotación laboral cuanto expropiados o inmatriculados a cambio de alguna connivencia política o imposición dogmática.
Su crítica social a la moda de expolio y muerte queda eclipsada por la importancia excesiva que le da al vestido y a la estética personal y traicionada por dirigirse solo a la mujer y a la izquierda. ¿Te has fijado como van de repeinados y acicalados muchos políticos varones y qué trajes llevan? ¿Con qué vestidos, con que rostro, se ha dibujado la figura divina, dorada y aterciopelada, de mitra y cucurucho para representar ya de entrada una condición divina autoritaria?
Echo en falta aquí el mismo tratamiento para todos los parlamentarios, varones y mujeres. Me duele que siendo quizás Gonzalez Faus, la persona que mejor ha sabido traducir e interpretar en el pasado siglo a Jesús de Nazaret no acabe de hacerlo ahora ante esta ciudadanía desafecta de la religión, posmoderna y vitalista. Me duele porque muchos nos hemos implicado en la construcción de Sumar, la primera unidad de la izquierda y bien avenida con el centro izquierda, formaciones ambas que a mi entender responden mejor a la solidaridad que al egoísmo, concreción de ese talante evangélico en el que Jose Ignacio tanto ha insistido frente a la religión del blanqueo sepulcral.
Se confunde Jose Ignacio cuando en este momento político deja de votar a una persona, cuyos valores aprecia, y mucho, solamente por su vestimenta injusta y deja de votar solidaridad abandonando la decisión colectiva en manos del posible egoísmo de una derecha envalentonada y, en algún caso aplaudida episcopalmente. Pide coherencia pero no a todos ni por un igual, quien es una de las personas más coherentes que he conocido, en una institución que solo mirada por algunos hechos sería la menos elegible. Una Iglesia que se viste ritual o teatralmente como la política, con bordados de seda y oro para “agradar” e incitar a un Señor, varón omnipotente, dador de favores. Ese no es el significado del indecible impulso de la Bondad que se suele mal decir y a quien le ponemos nombres o vestidos siempre inapropiados.
He participado activamente en la campaña de Sumar. Algo también debido a lo que de ti aprendí: un talante moral de izquierdas, un revolucionario posicionamiento junto a los pobres: la moralidad del publicano no engreído de su doctrina y de sus propuestas de salvación, que primero mira en su ojo propio; la del samaritano y la samaritana que siendo ambos despreciados, a pesar de ello, el primero practica el amor personal y cívico y la segunda da de beber al extranjero sediento pareciendo ella también una mujer repudiada. ¿Vestía decentemente o a la moda? Es la izquierda moral del perdedor, la del joven que ni estudia ni trabaja y se va de casa, y que cuando vuelve, la derecha moral del hermano mayor se enfada.
Por eso no es lo mismo votar a la derecha que a la izquierda. Y no se puede traicionar esa moralidad por cuestiones parciales como el vestido, las uñas o la excitación sexual.., ni negarse a votar porque no se haya conseguido consensuar dos temas especialmente difíciles de conciliar, porque en ellos se dirimen esas dos opciones estructurales de la solidaridad o el egoísmo. Allí se enfrentan el “medre quien pueda” o el “vamos a tirar juntos del carro”.
Tu teología ha sido una obra creativa de adaptación, el impulso hacia “una nueva humanidad” más que hacia esa vieja religión que desprecia el cuerpo y reniega de la hermosa y conciliadora sexualidad. Ojalá los hombres, que no solo somos machos, ni cuerpo verde y alma celestial, sino sobre todo personas, ciudadanos de la tierra, del amor sexuado, y de la belleza que seduce para la bondad, aprendiéramos el detalle de presentarnos agradables a los demás. Virtud que la mujer cultiva con más esmero y más cuanto mayor se hace. No niego que hay algo de ese deseo erótico en el resultar atractivo y atractiva. Lo que no seduce no induce y la letra con gusto entra y porque también los lirios del campo se visten de gloria.
Estamos mayores, Jose Ignacio, el cambio de época es muy fuerte. Yo mismo me siento ya inadaptado buscando esa Internacional de la Esperanza de traje sencillo que tú llamas Reino de Dios. Pero quizás, buen y querido maestro, nos ha llegado el tiempo de explicarnos con mayor actualización y que otros nos releven en la construcción de la “nueva humanidad”. Es una sugerencia de un pequeño fariseo vestido de publicano sin por ello desamor alguno.
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