viernes, 6 de noviembre de 2015

Las ciabogas de Francisco

Por Jesús Mz. Gordo (Teólogo)
(En DV, 2/11/15)

La apuesta del Papa por acercarse a la familia y a la moral sexual desde la misericordia tiene las puertas abiertas. El Sínodo ha reflejado que las tesis rigoristas son minoritarias

La celebración del Sínodo Ordinario de obispos sobre la familia y unas históricas declaraciones de Francisco sobre la necesidad (y urgencia) de repensar tanto la organización y el gobierno de la Iglesia como el mismo papado, han marcado la información religiosa del pasado mes de octubre.

Dejando para otra ocasión las históricas declaraciones del Papa sobre la organización eclesial, es preciso reconocer que a la finalización de la Asamblea de obispos ha sido posible constatar cómo la apuesta de Francisco por acercarse a la familia y a la moral sexual desde la misericordia tiene las puertas abiertas, cierto que después de haber superado algunas resistencias que se han hecho notar mediante las filtraciones a la prensa de un infundio y de una acusación y, al parecer, después de un intenso debate.

Según el infundio, el papa Francisco, al haber padecido un tumor cerebral, quirúrgica y felizmente superado, estaría impartiendo un magisterio inaudito y tomando decisiones sorprendentes. Una maquiavélica y burda filtración que buscaba desacreditar (y, con ello, incapacitar) al sucesor de Pedro y que provocó un desmentido, rotundo e inmediato, tanto del portavoz de la Santa Sede como del cirujano que supuestamente habría realizado dicha imaginaria intervención.

Y según la acusación, firmada, después de muchos dimes y diretes, por media docena de cardenales, la metodología de los trabajos sinodales estaría teledirigida para reconducir (y plegar) el posible documento final del Sínodo a la voluntad papal de reforma. En realidad, era una imputación que, además, de remitir a una praxis desgraciadamente habitual en muchos de los sínodos celebrados en los pontificados anteriores, dejaba entrever el temor de la minoría sinodal a una derrota, como así ha sido.

A pesar de lo denunciado, es evidente que los posicionamientos rigoristas (hasta ahora imperantes y, tras este Sínodo, minoritarios) han tenido la oportunidad de criticar ante el resto de los padres sinodales que la reforma propuesta por Francisco es, con su revestimiento misericordioso, un drástico cambio doctrinal a medio y largo plazo. Como también es evidente que su crítica ha sido acogida por muchos obispos del continente africano, por algunos estadounidenses y por bastantes de la Europa del Este.

Sin embargo, la minoría rigorista no parece haber realizado una defensa suficientemente consistente de su postura. Prueba de ello es que no ha sido asumida por los padres sinodales, aunque –hay que decirlo todo– por una escasa, aunque suficiente, mayoría cualificada (dos tercios).

Concretamente, por un voto en el número 85 del documento final dedicado (sin citarlos explícitamente) a la plena incorporación eclesial de los divorciados vueltos a casar civilmente. Y por algunos más, en los párrafos referidos a las parejas de hecho y a los casados solo civilmente (70 y 71), dos números sorprendentemente abiertos a un tratamiento misericordioso. En todo caso, tampoco se puede ignorar que la derrota sinodal del rigorismo en los puntos reseñados coexiste –a diferencia de lo adelantado en el Sínodo del año pasado– con una victoria suya en todo lo referente a la homosexualidad. No ha sido posible entendimiento alguno con ellos, manifestará el cardenal de Viena, Schönborn, sobre esta cuestión.

Hay otros asuntos en los que no se ha entrado a fondo: revisar el magisterio, poco o nada creíble, por el que se condena el control artificial de la natalidad (’Humanae vitae’, 1968); el papel de la mujer en la Iglesia (un asunto en el que Francisco tiene más recorrido de lo que cree. También doctrinal) y la procreación asistida (una cuestión percibida como compleja y sobre la que no hay posicionamiento).

Hay temas como el aborto, el alquiler de úteros, el mercado de embriones, la eutanasia y el suicidio asistido en los que los obispos se limitan a repetir, sin más, la doctrina tradicional.

Y existen, finalmente, dos cuestiones en las que parece faltarles la sensibilidad y el arrojo requeridos. Son las referidas a la pedofilia (se echa de menos una autocrítica mucho más contundente) y la tocante a la llamada ideología de género (en este asunto se ha impuesto la mentalidad de «los valores innegociables» que ha presidido los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI y de cuya beligerancia tenemos algunos ejemplos tristemente notables en el País Vasco).

Ahora toca esperar la Encíclica que el papa Francisco publique teniendo presentes el texto aprobado y, probablemente también, algunas de las muchas intervenciones que ha escuchado.

Visto el texto sinodal, el Papa tiene las puertas abiertas para iniciar una ciaboga de calado en todo lo referente a la moral sexual y familiar. Y, por lo adelantado, es voluntad suya posibilitar otra, de tanta o mayor relevancia, en lo referente a la conversión del Papado y la organización de la Iglesia. Esto parece que no ha hecho más que empezar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.