Stimmen der Zeit (2012) 5, 289-290.
En Mannheim se ha
celebrado del 16 al 20 de mayo de 2012 el 98 Congreso de los católicos
alemanes, el llamado “Katholikentag”,
bajo el lema “atreverse a partir de nuevo”, con una referencia explícita a los
“cargos y acusaciones del 2010, “año del escándalo”. Andreas R. Batlogg,
jesuita y director de “Stimmen der Zeit”, publicaba como editorial, el
siguiente texto, días antes de tal evento eclesial.
***
Según
Stefan-Bernhard Eirich, asistente espiritual del Comité Central de los
Católicos Alemanes (ZDK), la propuesta de “atreverse a partir de nuevo” coincide
“con una reflexión en profundidad y con intentos de diálogo entre laicos y clérigos,
entre responsables y “fieles comunes” que forman parte del Pueblo Dios”. La
formulación es seductora. Según Alois Glück, presidente de dicho Comité
Central, se quiere “emitir una señal de
que estamos dispuestos a introducir reformas y prestos a iniciar un nuevo
camino”.
En Alemania estos
encuentros (conocidos como “Katholikentag”) son, desde hace más de 160 años, un excelente barómetro para medir la temperatura
de lo que ocurre en la vida –a menudo insospechadamente rica– de la Iglesia y para
conocer cómo se aúnan mística y política. Será interesante ver cómo se
desarrolla en esta ocasión el diálogo trianual con los obispos. Según Eirich, “el
lema del “Katholikentag” de Mannheim expresa la voluntad de una iglesia
católica alemana dispuesta a evaluar los resultados obtenidos hasta el presente,
lista a partir de nuevo, mirando de forma renovada los logros alcanzados y que ofrece un poderoso y vivo contra-testimonio
a todos aquellos que la consideran desde hace mucho tiempo anquilosada”. También
se busca que los obispos aborden, según
el cardenal Reinhard Marx, “los temas fundamentales a partir de las inquietudes
y preocupaciones locales. Todos los temas centrales han de tener su sitio en
este proceso plurianual”.
En julio de 2011
se programaron tres encuentros anuales en septiembre de 2012, 2013 y 2014, dedicados
a tres cuestiones de fondo: “la responsabilidad
común de todos los bautizados en la iglesia” (“Participatio”); “el tratamiento misericordioso
de las biografías rotas” (“Compassio”); “la capacidad de comunicación de la
Iglesia" (“Communicatio”). Habida cuenta de los distintos comentarios formulados
desde julio de 2011, no queda más remedio que preguntarse: ¿será posible y
podrán ponerse realmente sobre la mesa todos los temas o sólo algunos previamente
seleccionados? ¿Quién establece cuáles son los temas “centrales” y cuáles los marginales,
es decir, los aparentemente exentos de prioridad? ¿Existen asuntos “prohibidos”,
“reservados” a los obispos? ¿Qué significa
partir de nuevo estando “abiertos a los resultados”?
Renovar las estructuras
En Alemania la gravedad de la crisis pastoral, provocada
no sólo por la falta de sacerdotes, ha llevado a propiciar cambios de una
relevancia inusitada, a menudo comparables a los adoptados durante los años del
concilio de Trento (1545-1563). Es cierto que la “Iglesia del pueblo” es
algo que pertenece en gran parte al pasado, pero no es menos cierto que
persisten las mentalidades a ella vinculadas. En la transición hacia un “cristianismo
de la decisión” o “de la elección” (del que Karl Rahner ya hablaba en los años
cincuenta del siglo pasado y que ha vuelto a ser reformulado en nuestros días,
a partir –por supuesto- de unas condiciones ligeramente diferentes, en el
sínodo de Würzburg y que se pueden consultar en el libro “El cambio de las estructuras
de la Iglesia como tarea y oportunidad”, 1972), han aparecido diversas cuestiones
que han provocado, y seguirán provocando, tensiones. Crece el número de las personas que ya no sienten la Iglesia como su
casa. Las parroquias “XXL” favorecen el anonimato y las discusiones sobre los
caminos que es preciso emprender frecuentemente desembocan en enfrentamientos
entre los distintos grupos, algo que se asemejan mucho a la guerra de
trincheras.
A partir de la indicación
de que no puede, ni debe, existir un “camino particular como iglesia nacional”,
los obispos recuerdan que determinadas cuestiones sólo pueden ser resueltas a
nivel de la Iglesia universal y, por tanto, por el Papa o por un concilio. Ésta
es una indicación oportuna, sin que, por ello, deje de existir la necesidad de
buscar soluciones regionales y particulares. Porque ¿se pueden acallar los debates
sobre cuestiones que deben ser discutidas “in loco”, sobre el terreno? Y ¿qué
significa en estos momentos “volver a partir” estando abiertos a los
resultados? Una cuestión sobre la que ha habido un pronunciamiento papal
mediante una encíclica o alguna otra declaración romana de nivel inferior ¿puede
ser considerada resuelta de “una vez y para siempre”? ¿Tiene sentido prohibir el debate y la discusión sobre problemas tales como
los “viri probati”, la predicación de los laicos, la ordenación de mujeres o el
diaconado femenino? ¿Son útiles las medidas disciplinarias o las amenazas de
sanciones canónicas cuando se abordan cuestiones que agitan el corazón de las personas;
más aún, el corazón de cristianos comprometidos que no han tomado (al menos, todavía)
la decisión de exiliarse interiormente?
La situación pastoral obliga a reflexionar nuevamente
sobre cuestiones que el magisterio considera cerradas. El dicho “Roma
locuta, causa finita” atribuido a Agustín († 430) es, según Klaus Schatz, “una
reformulación interesada que no respeta el contexto”: en efecto, sólo la segunda
parte es propiamente del padre de la Iglesia (Sermones 131, 10). En la época de
la controversia con los pelagianos se habían
enviado a la sede apostólica las actas de dos concilios (sínodos), “después”
de que “in loco” (sobre el terreno) se hubieran tomadas decisiones al respecto.
Roma respondió enviando rescriptos en los que comunicaba que la cuestión estaba
resuelta (“causa finita”). Es cierto que
Agustín atribuye “a la Iglesia romana, en cuestiones de fe, una mayor
autoridad, pero no la considera una autoridad magisterial superior para las
restantes. La Iglesia romana tiene “auctoritas”, pero no tiene “potestas” sobre
la Iglesia norteafricana”.
La complejidad actual de la relación Iglesia-mundo ya
no consiente una única respuesta posible, válida para todos los tiempos. Y
menos, sobre cuestiones que a menudo se presentan de manera diferente en cada
uno de los continentes. En la actualidad, los cristianos preparados y
capacitados ya no se dejan llevar agarrados por una correa o arrastrados por un
“bozal” ¿No estarán confundiendo algunos la lealtad con la obediencia del
cadáver?
La participación genera la identificación.
Donde el “común de los fieles” no participa en los procesos de toma de
las decisiones (“participatio”), es normal que se incremente el número de
quienes sienten y sufren con la Iglesia (“compassio”) y es, igualmente normal
que aumente el número de quienes cuestionan su capacidad de diálogo y mediación
(“communicatio”).
El “Katholikentag”
es una oportunidad para ejercer la comunión entre obispos y laicos, participando
todos ellos de una común preocupación por una iglesia con futuro. Ambas partes
deben escuchar y pueden aprender la una de la otra.
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