29 12:11:51 de junio de 2012
Juan Carlos Navarrete
Comunidades Laicas Marianistas
Resulta refrescante volver nuestra mirada a la Iglesia primitiva y hacer de nuestra Fracción del Pan una celebración cercana, familiar, fraternal y solidaria...(Juan Carlos Navarrete).
“Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19)
La crisis de la Eucaristía es reflejo de la crisis de la Iglesia. ¿Por qué una mayoría de los que se confiesan creyentes católicos no participan de la Misa, siendo que esta celebración “está en el centro de la vida de la Iglesia”?, ¿por qué una parte importante de los que van a misa tienen una mirada crítica en la forma como la vivimos hoy?,¿ por qué lo que debería ser una experiencia sacramental cargada de sentido y vida no tiene mayor incidencia en la vida de todos los días?. He aquí unos apuntes.
1. Por cuidar las formas hemos descuidado el fondo. Muchas autoridades de Iglesia viven más preocupadas del cumplimiento de las normas litúrgicas que del sentido sacramental y pastoral de nuestras celebraciones. Por siglos asistimos a celebraciones pensando que el latín era la lengua oficial de Dios. Con la Reforma de Lutero en el siglo XVI la Biblia se acercó a la gente y nuestros hermanos protestantes nos precedieron en la lectura de la Palabra en su propia lengua. Tuvieron que pasar 4 siglos para que los creyentes católicos pudieramos hacer lo propio. Bajo la bandera de la unidad en el culto hemos sacrificado la diversidad y el respeto de las subculturas en las que la fe ha de encarnarse. ¿Cómo reaccionaría Jesús al presenciar una de las tantas liturgias en el Vaticano?,¿se sentiría interpretado y a gusto o al igual que en el Evangelio montaría en su “santa ira”?. “Misericordia quiero, y no sacrificio” ( Mt 9,13).
2. Mas que participar de la Eucaristia simplemente asistimos a un rito. Nuestras celebraciones están marcadas por una suerte de “régimen presidencial” donde el sacerdote pareciera ser el protagonista principal y por momentos el único. Los laicos y laicas asumimos un papel más pasivo que activo: nos sentamos y paramos, respondemos las invocaciones del que preside, somos oyentes más que hablantes, más que ser convidados a un banquete pareciera que nos alimentamos de las migajas que caen de la mesa. Necesitamos cultivar una experiencia sacramental que nos llene de gusto y gozo, que otorgue sentido a nuestras vidas y que la vivamos desde el corazón. Una experiencia donde pasamos de lo individual a lo comunitario, del anonimato a historias compartidas, donde nuestras vidas se cruzan, se enredan, se contagian con el pan partido y compartido y con la sangre derramada y entregada para salud de su gente. ¿En qué medida nos sentimos participando de un banquete, involucrados en la Fracción del Pan, viviendo la fraternidad al calor de la oración (cf.Hechos 2,42)? .
3. El divorcio entre la vida y la eucaristia. Para San Alberto Hurtado “¡Mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada¡”. En cada celebración la comunidad pone sobre la mesa sus gozos y dolores, sus esperanzas y también sus frustraciones. La misma homilía debería desde el evangelio iluminar nuestros acontecimientos personales, de barrio, de país y del mundo. En la Pascua Judía cada año no sólo se hacía un recuerdo de aquel Dios que los había liberado del yugo de la esclavitud en Egipto sino que se hace memoria de un Dios que está actuando hoy. Una celebraciòn desvinculada de la vida está condenada a lo irrelevante y secundario. ¿ En nuestras Eucaristías hacemos realmente fiesta porque Jesús nos ha convocado para proclamar su año de gracia en medio nuestro?.
4.Las familias se han ido y nos estamos poniendo viejos. Hasta no hace muchos años era frecuente ver familias enteras. Hoy vemos personas solas, parejas y unos pocos niños y jóvenes. Nos cuesta integrar a los niños y niñas, así como enganchar con los jóvenes. Es frecuente escuchar que nuestras celebraciones son fomes, largas, frías, poco festivas, que no se escucha bien lo que se dice ni tampoco se entiende bien lo que se hace. Nos está haciendo falta calor de hogar: recibir de manera sencilla y fraternal a los que llegan a la casa del Señor, dar espacios para los actos espontáneos y para las equivocaciones. Integrar en la celebración el llanto de la guagua, el correr de los niños, la vitalidad de los jóvenes y la humilde figura del perro parroquial. Contar con un equipo de acogida, con un buen coro y equipo de amplificaciòn, disponer el altar y los asientos en forma coloquial, acoger a los niños y jòvenes, todo ayuda a crear un clima de celebración donde los ingredientes del pan y el vino se transformarán y de paso nos transformarán. Para favorecer un clima así, en el contexto actual, el que preside tiene mucho que decir y hacer. ¿Cuál es la “pastoral del domingo” que estamos implementando de modo de hacer de la misa dominical una Fiesta de Comunión familiar?.
5.El lugar de la Palabra. No hay que escatimar esfuerzos por dar a la Palabra la importancia que ha de tener en nuestras celebraciones. En el esquema actual nuestras celebraciones dominicales tienen un exceso de lecturas. Nuestra capacidad de escucha se vuelve frágil y corta. Hay que aprender de aquellas comunidades que concurren a las casas y capillas con la biblia debajo del brazo. Se agradece cuando el sacerdote ha preparado la homilía y es capaz de hacer el puente entre lo que Dios nos habla en la Biblia con lo que vive la comunidad. Alguien retrataba esto diciendo que en la homilía el sacerdote debía tener en una mano el evangelio y en la otra el diario. ¿Estamos dando a la Palabra el lugar que ha de tener en nuestras vidas, en los encuentros de comunidad y en las misas dominicales?.
6.Rescatar las celebraciones de la comunidades primitivas. Resulta refrescante volver nuestra mirada a la Iglesia primitiva y hacer de nuestra Fracción del Pan una celebración cercana, familiar, fraternal y solidaria, sencillas y cargadas de simplicidad. Nuestras celebraciones a granel, nuestros grandes templos oscuros y fríos, nuestras formalidades y pomposidades, una actitud un tanto grave y racional, no contribuyen precisamente a esto. Cuando hemos celebrado la Eucaristía en nuestras casas o en pequeños grupos en las capillas, se ha transformado para los comensales en una experiencia transformadora, rescatando el sentido más profundo de la celebración. Una experiencia que debemos multiplicar en los grupos de la catequesis familiar de iniciación a la vida eucarística. No se trata de ser innovadores o hacer muchas cosas o signos sino de restacar la sencillez y simplicidad de lo esencial.
7.Problemas de implementación. Para permitir que entre aire fresco a nuestras celebraciones tropezamos con algunos obstáculos: primero, necesitamos más sacerdotes, luego que éstos estén en sintonía con lo que acabamos de expresar y por último contar con laicos y laicas que no sean más papistas que el Papa. Si por falta de sacerdotes la eucaristía no es posible celebrarla en todos los rincones del mundo, la Iglesia está en falta grave. Por lo mismo, hay que orar y actuar por el aumento de vocaciones al sacerdocio ministerial y a su vez para que la Iglesia se abra ya a ordenar a hombres casados. Respecto del segundo punto, vemos que los sacerdotes abiertos a vivir la eucaristía de la manera como la anhelamos no son la mayoría y en ocasiones aquellos que se atreven son castigados por sus pares o por la Iglesia institucional. Por último, es necesario que los laicos y laicas asumamos la responsabilidad que nos cabe en el actual escenario. A veces los cuidados del sacristán terminan matando al señor cura. Nos hemos acostumbrado a que las cosas sean como están y algunos califican como un sacrilegio cuando nos atrevemos a renovar nuestras celebraciones. Nota curiosa es que sean muchas veces sacerdotes jóvenes los que fruncen el ceño cuando de habla de renovación. No se trata de ser creativos ni saltarse de por sí algunos momentos de la estructura actual de la Eucaristía sino de cultivar una actitud donde lo que se persigue es sentarse en torno a una mesa inclusiva donde Jesús se hace presente salvando hoy como lo hizo ayer. Avanzar en esta línea es tarea de todos pero una responsablidad mayor cabe a la jerarquía y ellos tendrán que asumir su responsabilidad por no dar respuestas al estado actual de nuestras celebraciones, por la incapacidad o miopìa para leer en clave evangèlica los signos de los tiempos en estas materias: “oiràn, pero no entenderàn,y, por màs que miren, no veràn” (Mt 13,14). ¿Nuestras celebraciones dominicales las vivimos como una experiencia de filiaciòn y fraternidad, de comunión y salvación?.
8.La importancia de la comunión y del silencio. Celebrar sin poder masticar y beber la comida que se nos ofrece nos deja con hambre y en parte fuera de la mesa común. Una mesa excluyente y no inclusiva. De ahí la importancia del rito del perdón para reconciliarse consigo mismo, con nuestros hermanos y con Dios. Un banquete que nos abre a la alegría y a la esperanza, alejándonos de la culpabilidad y la calamidad. En el caso de nuestros hermanos y hermanas que se casaron y juraron amor por siempre pero tuvieron que separarse con el dolor de su alma y con el paso del tiempo encontraron al amor de su vida e hicieron familia y hoy tienen un hogar, no tengo duda alguna que Jesús los invita a participar de lleno en su mesa y recibirlo en su cuerpo y su sangre. Que la comunión no se transforme en un acto que nos aleje, nos deje debajo de la mesa y nos impida acercarnos a comulgar. Por una mesa que acoja, anime y acompañe no solo a nosotros y a “muchos” sino a “todos”.
“La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo” (Aparecida Nº 251)
Juan Carlos Navarrete
Comunidades Laicas Marianistas
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