Es posible otro afrontamiento de la crisis ministerial
II PARTE
Jesús Martínez Gordo
La diócesis de Udine. El año 1997 el arzobispo de Udine, A. Battisti, comunicaba su decisión, largamente madurada, de favorecer e impulsar la figura del coordinador parroquial. Lo hacía mediante una carta que, fechada el 15 de agosto del mismo año, llevaba el significativo título de “el coordinador parroquial. Identidad, tareas, formación”. En esta carta, después de clarificar las tareas específicas e insustituibles del sacerdote, señalaba que el coordinador parroquial “participa” de la cura pastoral del párroco o arcipreste (CIC 517 & 2), colaborando con él en la elaboración del programa de actuación, encontrando agentes pastorales, precisando los servicios que se les van a confiar, favoreciendo su formación teológica y pastoral y, sobre todo, promoviendo la colaboración recíproca entre todos ellos.
El coordinador pastoral es elegido de entre los miembros del consejo parroquial o (si esto no fuera posible) de entre los agentes de pastoral, de manera que pueda ser “reconocible y reconocido” por la comunidad. El párroco lo presenta al obispo, a quien corresponde su nombramiento. La encomienda se realiza por un quinquenio y es renovable. El obispo indica en el nombramiento las tareas que le confía, habida cuenta de su capacidad y de su disponibilidad.
El servicio es normalmente gratuito, pero la comunidad debe comprometerse a pagar los gastos que resulten de tal prestación, así como la formación necesaria para su capacitación, los desplazamientos y la asistencia sanitaria o la seguridad social al coordinador que no la tuviera. Si el trabajo exigiera media dedicación o dedicación plena se ha de prever una retribución adecuada a sus necesidades, previo acuerdo con los servicios de la curia. Estos son extremos que se han de clarificar antes de recibir el nombramiento episcopal.
El obispo, al presentar esta decisión a la diócesis, decía en una nota: “me hago cargo de que muchas comunidades no son conscientes todavía del momento delicado de nuestra archidiócesis ni del cambio radical de mentalidad que esto requiere. Pero sería grave y culpable omisión por mi parte como obispo y de vosotros sacerdotes y fieles, no ponernos con responsabilidad pastoral a la escucha de lo que el Espíritu dice a nuestra iglesia, para ayudarle a responder a los graves desafíos de nuestro tiempo”.
El 22 de noviembre de 1998, el arzobispo de Udine, Mons. A. Battisti, entregaba públicamente, en la Catedral, el nombramiento de cooperadores pastorales a 32 laicos, a 6 comunidades religiosas femeninas y a 4 religiosos a título individual que se unían a 8 diáconos permanentes enviados en los años anteriores a otras tantas parroquias de la diócesis.
Recientemente, la diócesis de Udine ha refirmado la importancia de esta responsabilidad que ha tipificado como “referente pastoral”: “un cristiano laico, hombre o mujer, que se compromete responsablemente en promover y coordinar la actividad pastoral que se le confía, por el bien de la comunidad parroquial o de la unidad pastoral”. Es una figura ministerial que se desglosa, en unos casos, como “referente de la comunidad” (coordinador de las actividades pastorales de las parroquias en las que el párroco no reside de manera estable) y, en otros, como “referente de la unidad pastoral” (referencia para los trabajadores pastorales de cada uno de los cinco ámbitos en los se articula la actividad de la unidad pastoral: liturgia, catequesis, caridad, juventud y familia).
La diócesis de Bolzano-Bressanone. Mons. Egger, obispo de esta diócesis hasta su fallecimiento en 2008, reconocía la importancia de la vía abierta por la diócesis de Udine, pero subrayaba la necesidad de estrenar una nueva, más carismática. Y se inspiraba para ello en el modo como Pablo identificaba a sus colaboradores y como descubría la estructura que dar a la comunidad.
Si Pablo fuera obispo de Bolzano-Bressanone, venía a sostener, Mons. Egger, muy probablemente tendría presentes estos cuatro criterios en el discernimiento ministerial:
1.- El criterio territorial. También las pequeñas parroquias de montaña tienen derecho a mantener su propia identidad y sería una decisión errónea pretender unificarlas con otras más grandes sólo por cuestiones de burocracia eclesiástica. Antes de llegar a tal extremo hay que invitarlas a que reconozcan los servicios y los carismas que ya se ejercitan en su seno, posibilitando -si es necesario- reconocimientos formales de los mismos. La parroquia es la forma más inmediata de acceso al Evangelio y de anuncio del mismo. No es de recibo perder tal preciada mediación.
2.- El criterio carismático. Los laicos reconocidos o llamados a desempeñar una responsabilidad pastoral tienen un camino que andar y no todos han de aproximarse al perfil de quien, por ejemplo, es convocado a desempeñar una tarea con plena dedicación, con una formación teológica completa y con posibilidades de hacer una carrera eclesiástica. Habrá algunos que tengan que presentar este perfil, pero los animadores o gestores de las comunidades locales y otras posibles figuras no tienen por qué ajustarse a él. Por otra parte, no se han de ignorar los riesgos que corren los más profesionalizados: su perfil puede acabar estando desmedidamente referido al de un modelo de trabajo socialmente aceptado (dedicación horaria, sindicación, exigencias laborales, etc.) y desconocer la dimensión espiritual de esta dedicación.
3.- El criterio institucional. No hay que forzar los procesos si no se quiere acabar obteniendo los efectos contrarios a los deseados (tales como un nuevo laicado clericalizado) o perpetuar nuestras actuales deficiencias eclesiales. Hay que inventar algo que sea efectivamente una anticipación del futuro, lo que frecuentemente requiere paciencia histórica y no necesita de tanta mediación institucional.
4.- El criterio personal. Los guías de la comunidad han de ser personas capaces de establecer y mantener relaciones regulares y personales. Este tipo de relación ha sido siempre el punto más importante de la tarea pastoral y ahora tal carisma se encuentra, en buena medida, en los laicos que moderan los consejos pastorales. Y, de manera especial, en aquellos que son capaces de interpretar la voluntad de la comunidad cristiana y contribuyen decisivamente para que avance unida.
El resultado de este proceso de discernimiento abierto en su día por Mons. Egger ha sido una articulación mixta entre la figura del laico con encomienda pastoral y la de un equipo ministerial.
En el primer caso, un laico (llamado “asistente pastoral”) es nombrada por el obispo diocesano como “responsable parroquial” para que desempeñe (bajo la moderación de un presbítero) las tareas y servicios requeridos por la pastoral parroquial. En las unidades pastorales con más 3.500 habitantes este asistente tiene una dedicación a tiempo pleno. Es pagado por las parroquias y la diócesis colabora mediante una contribución.
El equipo pastoral, por su parte, presenta dos modalidades:
a.- en las parroquias con sacerdote residente funciona como un apoyo del mismo. Normalmente, lo forman los miembros del Consejo Parroquial y les compete –bien sea grupal o individualmente- el acompañamiento y la formación de los voluntarios, el apoyo de cuantas iniciativas se estimen oportunas, el debate de todos los problemas específicos que puedan surgir, la propuesta de nuevas iniciativas, la atención a sectores específicos y determinados de la vida pastoral, etc.
b.- en las parroquias (o suma de parroquias) sin un presbítero residente, el obispo les confía responsabilidades específicas y bien concretas en determinadas áreas pastorales. Uno de sus miembros asume el papel de guía del equipo pastoral.
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