sábado, 3 de septiembre de 2022

Vasili Grossman: un ucraniano ante otra guerra

Por:   Felisa Elizondo   

septiembre 2022


Desde tiempo atrás, Ucrania –hay que reconocerlo tristemente– ha sido campo de cereales pero también tierra de violencia y penurias. En los primeros decenios del último siglo conoció una hambruna provocada por la colectivización que no ha caído en el olvido, y una guerra que dejó millones de muertos. Allí, en la ciudad de Berdichev, en la que fue aniquilada una comunidad judía en la que destacaron ilustres maestros, nacieron Conrad y Grossman, dos escritores que han dado cuenta, cada uno a su modo, del poder de las tinieblas.

Las noticias de la guerra en curso devuelven actualidad a Vida y Destino, obra monumental de Vasili Grossman, que escribió también El infierno de Treblinka, uno de los primeros reportajes sobre el Holocausto que llegó a los juicios de Nuremberg, y Todo fluye sobre lo que sucedió más tarde.

 

Valentía y lucidez de un reportero

Vida y Destino es todo un fresco en el que las escenas y los diálogos yuxtapuestos recrean el sentir y el vivir de decenas de personas que, entre muchas más, se vieron afectadas por la sangría de Stalingrado[1]. Una batalla que, como una tempestad de acero y lodo, cambió el curso de la guerra, si bien solo para asegurar una paz triste a los que sobrevivieron al desastre. Así, para Vera, una de las voces de este libro que reconoce, aunque la guerra estaba lejos: “la tranquilidad no volvió con la calma. Con la calma había llegado la tristeza y parecía que las cosas eran más fáciles cuando en el aire resonaba el gemido de los aviones alemanes, cuando retumbaban las explosiones de los proyectiles y la vida estaba llena de fuego, miedo y esperanza” (p. 1080). Y “de la guerra –leemos en páginas finales– había surgido la paz, una paz pobre, miserable, casi tan ardua como la guerra” (p. 1088).

Vida y Destino ha sido comparada con Guerra y Paz al documentar, como hizo Tolstoi en su momento, la complejidad del conglomerado de gentes que se reconocen en un territorio inmenso y padecen la arbitrariedad de los que dominan. Más de mil páginas dan idea de un dolor que, a juicio del autor, empieza allí donde comienza a faltar la libertad. Una afirmación que reaparece en varios capítulos y en títulos como el posterior Todo fluye, pues Grossman entendía que ese es uno de los retazos de humanidad que ningún intento de sumisión llega a anular.

Como ocurre con la mejor literatura, la carga humana, que pesa sobre estas páginas que retratan decenios terribles del siglo pasado. cobra actualidad en estos momentos que amenazan con dejar atrás sueños que no hace mucho parecían posibles. Y nos alerta sobre la consideración más atenta y el respeto incondicional que merecen las mil formas del sufrimiento.

 

Cronista del horror y de la humanidad

Grossman fue reportero en varios frentes: el de Kursk, el Dniéper y el Volga. Aquellas crónicas subyacen en sus obras. Había nacido en 1905 en una familia de origen judío, identidad por la que, sin ser practicante, tuvo que pagar un alto precio. Separados sus padres, vivió un tiempo con su madre en Ginebra, cursó estudios sucesivos en Kiev y obtuvo el título de ingeniero químico en la Universidad de Moscú. En 1927 escribe los primeros textos, y en 1928 publica su primer ensayo. Se casa con Ana Petrovna y tiene una hija: Ekaterina.

Trabajó un tiempo como ingeniero en la región del Donbás, pero pronto se dedicó solo a la escritura.  Un relato sobre su ciudad natal, que data de 1934 y retrata la vida de una familia judía pobre, recibió los elogios nada menos que de Gorki, Babel y Bulgakov. También escribió sobre el ambiente de una mina de carbón y algunos trabajos más que le merecieron cierto reconocimiento. Pero su escritura resultó poco encajable en el “realismo socialista” y sufrió las presiones y la censura de la Sociedad de Escritores que, a juicio de testimonios fidedignos, ahogaba toda posibilidad creativa[2].

Ya en los años de Ucrania conoció las primeras purgas estalinistas. Casado de nuevo con Olga Mijáilovna Gúber, en 1937 se vio atrapado en la Gran Purga cuando su esposa fue arrestada a raíz de la ejecución de su primer marido. Decidió asumir el grave riesgo de liberarla y adoptó a los dos hijos para evitar que fuesen tratados como huérfanos de los “enemigos del pueblo”. Pero se vio obligado a callar ante algunos procesos injustos. Una pasividad que lamenta como una cesión cobarde su alias en Vida y Destino.

En 1941, cuando Hitler atacó a la Unión Soviética, aunque enfermo de tuberculosis, acude al frente como periodista y escribe para el diario Estrella Roja. Sus crónicas pasaban de mano de mano y una novela suya sobre el pueblo ruso se publica por entregas en aquel medio. Corre el peligro de ser capturado en el frente de Kiev, y en 1942 asiste al cerco y a la batalla de Stalingrado, un episodio mayor cuya trascendencia percibía: “Era Stalingrado –escribe tras evocar la mirada de una mujer débil y enferma que ya no podrá habitar aquellas ruinasla que determinaría la filosofía de la Historia y los sistemas sociales del futuro. La sombra del destino del mundo oculto a los ojos de los hombres en la ciudad que un tiempo había conocido una vida normal y corriente. Stalingrado se convirtió en la señal del futuro” (p. 1090).

Los sucesos, el ambiente y los diferentes tipos de hombres que se batieron en el barro de las orillas del Volga esquivando obuses y metralla, ocupan muchas páginas en obras como Por una causa justa y, desde luego, en Vida y destino. Son anotaciones que recogen y recrean momentos de furor, arrojo, crueldad y bajas sin cuento en los soldados. Escenas y diálogos en los que asoman también, junto a la crueldad y la bajeza, la hombría, la piedad, la sabiduría de los simples y algunos asombrosos trazos de bondad.

Además, gracias a la memoria de algunos personajes de más edad, llegan recuerdos que se remontan a la represión y las cargas zaristas, y se entreve que quien escribe sufrió personalmente las amenazas y purgas del estalinismo antes y después de la guerra contra los invasores alemanes. Los caracteres que retrata, de procedencias, memoria y talantes más que varios, muestran bien que ni la causa común, invocada por el poder o la ideología, ni la desgracia que se abate sobre la mayor parte, llegan a borrar una diferencia que cada uno lleva escrita en el fondo de su alma y que es el resguardo de su humanidad. Una marca mínima, pero imborrable que coincide con las palabras “uno mismo” o “libertad”. “La libertad consiste en el carácter irrepetible , único, del alma de cada vida personal”, sentencia después de describir la muerte --única – de algunos que son llevados como reses  a las cámara de gas.

 

Después de la batalla, antisemitismo y prohibición

Cuando el Ejército soviético repelió el asedio alemán, Grossman recibió la orden de dejar Stalingrado, algo que sintió como una traición, de manera que escribió a su padre en estos términos: “Parto con un sentimiento enorme de tristeza, como si dijera adiós a un ser querido. Me ligan a esta ciudad sentimientos, pensamientos, emociones dolorosas e importantes, extenuantes pero inolvidables. La ciudad se ha convertido para mí en una persona viva”.

En abril de 1944, con el Ejército Rojo, llegó a Odessa y siguió después la ofensiva en Bielorrusia y Polonia. Entró en los campos recién liberados, por lo que pudo redactar El infierno de Treblinka, que sirvió de testimonio en los .juicios de Núremberg

De regreso a Moscú reencuentra al general Chuikov, el militar más importante en el asedio de Stalingrado y asiste a la ofensiva a orillas del Vístula y el Oder, hasta entrar en Berlín donde pudo conocer también la brutalidad ejercida por los rusos sobre civiles alemanes. Desde la capital del Reich escribe: “Día de la capitulación de Berlín. Es difícil de describir. La concentración de impresiones es monstruosa. Fuego, incendios, humo, humo, humo. Una gigantesca turbamulta de prisioneros. Los rostros tienen un aire trágico [...]: este día gris, frío y lluvioso es, incontestablemente, el de la derrota de Alemania. Entre el humo, en medio de las ruinas, en las llamas, en medio de centenares de cadáveres que cubren las calles...”.

Había pasado varios años en los frentes y recibido medallas y premios hasta llegar a ser honrado como Héroe de la URSS. Pero de vuelta a su tierra y en regiones recién liberadas de la ocupación, había descubierto el vergonzoso colaboracionismo de algunos ucranianos. Y constatado que en Berdychev, su localidad natal, su madre había sido asesinada por los comandos alemanes junto con los 35 000 judíos de la ciudad. El antisemitismo, que era ya una amenaza en el tiempo de los zares, alcanzó dimensiones impensables cuando llegaron las tropas nazis y los judíos ucranianos se vieron también apresados en un gueto. Así lo recuerda en una última carta la madre de un personaje clave de Vida y Destino y el propio Grossman en una hallada entre sus papeles.

Además, poco a poco, vio desvanecerse su proyecto de escritor pues, aunque había previsto publicar su novela sobre la epopeya de Stalingrado, tiene que aceptar una censura férrea de la que no le libra una apelación al propio Stalin. Finalmente, en 1952 salió: Por una causa justa.

Pero no pudo ver publicada en vida su obra mayor, en la que el totalitarismo y los crímenes soviéticos se yuxtaponen a los de los nazis. Vida y Destino solo pudo conocerse fuera de la URSS en una edición francesa de 1956. Y solo en 1988, bajo el gobierno de Mijaíl Gorbachov, se imprimió también en la Unión Soviética.

 

Más que nada, la libertad

Grossman alerta en varios momentos sobre la consideración y el respeto incondicional que merece lo que de único alienta en cada ser humano, que se expresa en su también modo único de vivir, sentir y reaccionar ante los sucesos.  Ya al comienzo de Vida y Destino escribe: “Entre millones de isbas rusas no hay ni habrá nunca dos exactamente iguales. Todo lo que vive es irrepetible. Es inconcebible que dos seres humanos, dos arbustos de rosas salvajes sean idénticos…La vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las particularidades por la vía de la violencia” (p. 11-12).

Después de aludir a las revueltas que se sucedieron en los guetos y en los campos de prisioneros escribe: “La aspiración innata a la libertad es invencible; puede ser aplastada pero no aniquilada (…) la eterna, ininterrumpida violencia, directa o enmascarada, es la base del totalitarismo. El hombre no renuncia a la libertad por propia voluntad. En esta conclusión se halla la luz de nuestros tiempos, la luz del futuro” (p. 264).“La libertad consiste en el carácter irrepetible , único, del alma de cada vida personal”, sentencia después de describir cómo viven una muerte “única” también quienes son llevados como reses a las cámara de gas  (p708).

En más lugares insiste en señalar que, con la privación de la libertad, comienza lo que llega a ser más inhumano. Y con la misma convicción sostiene que “el sentimiento abrumador de la propia sumisión”, puede paralizar a un hombre, algo que pudo probar en su propia trayectoria. Ese íntimo querer ser uno mismo, contra toda igualación impuesta, está  entre lo que de valioso asegura haber encontrado sobre la tierra.  Al lado de la amistad, el amor a la familia, la piedad y la bondad.

De ahí que, al modo de la mejor literatura, en capítulos que retratan decenios terribles del siglo pasado en los que dominan el furor y la crueldad, el autor cuida de mostrar que ni el horror ni la tristeza, aunque parezcan infinitos, son todo. Y que dolor y amor pueden no excluirse en medio de las mayores tragedias: “Se pagan caros los intentos/ de destruir el dolor, porque también, / está el amor ahí”, ha escrito más recientemente Joan Margarit en De Senectute.

 

Amor y bondad sin ideología

El conocimiento de la muerte de Yekaterina, su madre, fue un golpe muy duro para Grossman que no se perdonó el no haber hecho lo suficiente para salvarla. Quizá por ello incluye una carta escrita desde el gueto, a Shtrum, su alias en Vida y Destino, que termina así: “Recuerda que el amor de tu madre siempre estará contigo, en los días felices y en los días tristes, nadie tendrá nunca el poder de matarlo” (p. 110).

A su muerte se hallaron dos cartas entrañables, fechadas en 1950 y 1961, dirigidas a ella: “Me parece dice en unaque mi amor por ti es cada vez más grande y responsable, porque ahora quedan muy pocos corazones en los que vivas. Estos últimos diez años, mientras trabajaba [en Vida y Destino], he pensado en ti sin interrupción; mi novela está dedicada a mi amor y devoción hacia la gente, y ése es el motivo por el cual está dedicada a ti. Representas para mí lo humano por excelencia, y tu terrible destino es el destino de la humanidad en estos tiempos inhumanos. Durante toda la vida he creído que todo lo que había de bueno en mí, todo lo honesto, todo lo bondadoso, mi amor por los otros, todo venía de ti. Todo lo que hay de malo en mí no viene de ti. Pero tú, mamá, me amas, a pesar de todo lo malo que tengo [...] No temo nada, porque tu amor está conmigo, y el mío estará contigo por toda la eternidad”.

A esa memoria filial obedece ya la dedicatoria de Vida y Destino. Y la misma piedad de hijo se expresa en un párrafo incrustado en la página 180: “Todos los hombres son culpables ante una madre que ha perdido un hijo en la guerra; y a lo largo de la historia de la humanidad todos los esfuerzos que han hecho los hombres por justificarlo han sido en vano”.

Como valor entre los valores, Grossman deja asomar, en medio de la crueldad y de la miseria que parecen imbatibles, la bondad. Capaz de sobrevivir a la retórica vacía de las ideologías. Y a las promesas excesivas de un Bien que nunca se cumplen.

Creía en la bondad concreta, no en el Bien con mayúscula pero abstracto. En Vida y Destino, unas páginas reproducen los papeles garabateados por Ikonikov, un extolstoista tenido por escasamente cabal, leídas por un viejo bolchevique. Son apuntes que plantean nada menos que la progresiva limitación del concepto de bien en los sistemas morales y filosóficos que se han sucedido. Una merma que limita la noción misma de bien, de la que no se libra el cristianismo ni el cristianismo ortodoxo. Una reducción del ideal evangélico que ha llevado a verter mucha sangre por causa del que solo es “un bien pequeño”.  Y a la desastrosa imposición por la fuerza de un llamado “bien social” como fue la colectivización soviética de 1937 que sembró el hambre en Ucrania. Hasta convertirse, irónicamente, en la terrible “idea grande y hermosa” que “mataba sin piedad a unos, destrozaba la vida a otros, separaba a los maridos de sus mujeres” y que “ahora ha traído el gran horror del fascismo alemán levantado sobre el mundo”.

Ese excursus se acerca al final con un canto a la bondad cotidiana, la de la viejecita que da un mendrugo a un prisionero, la del soldado que da de beber a su enemigo herido, la de los jóvenes que se apiadan de los ancianos, la del campesino que oculta en el pajar a un viejo judío: “Es la bondad particular de un individuo hacia otro, es una bondad sin testigos, pequeña, sin ideología. Podríamos denominarla la bondad sin sentido”, “esa bondad, esa absurda bondad es lo más humano que hay en el hombre (p. 515-519).

La bondad, “bella e impotente como el rocío”, leemos en otro párrafo y, sin embargo, como lo humano, “indestructible”.

 

Una negativa que es todo un reconocimiento

Aunque parecía que la evolución del régimen era real, todavía en 1962, Grossman vió rechazada su solicitud de publicar Vida y Destino, y  sus cintas requisadas por el KGB. Escribió una carta a Krushchov en la que reclamaba la libertad para su libro apelando al aperturismo del nuevo gobierno. Una carta en la que sostiene su solo intento de defender la verdad:”... escribí lo que consideraba, y sigo considerando, que es la verdad. Escribí solo el resultado de mis reflexiones, de mis sentimientos, de mis sufrimientos. Mi libro no es político. En la medida de mis capacidades, escribí sobre la gente corriente y sobre sus penas, sus alegrías, sus errores; hablé de la muerte, de mi amor y mi compasión por los seres humanos [...] Ese libro es tan querido para mí como lo son los hijos honestos para un padre. Privarme de mi libro es como privar a un padre de su hijo [...] ¿Por qué este libro, que no contiene mentiras ni calumnias, sino solo verdad, dolor, amor a los seres humanos, me ha sido arrancado por medio de la violencia administrativa, por qué lo han secuestrado como si se tratara de un criminal, de un asesino?”

Semejante alegato solo obtuvo una negativa “razonada” con motivos que se pueden leer  como otras tantas cualidades de la obra: defiende la libertad, es favorable a la religión, defiende a Trotsky y puede dañar como lo hizo la de Pasternak... Es decir: la condena  resulta sin quererlo todo un reconocimiento. Pero Grossman solo logró terminar La paz sea con vosotros, relato de un viaje a Armenia, y en septiembre de  1964 falleció en Moscú a consecuencia de un cáncer de estómago sin ver publicada su mayor obra. La que vuelve a la actualidad con motivo de otra enorme desgracia de Ucrania, su país de origen.

 

Felisa Elizondo   

septiembre 2022

 

 



[1]Vasili Grossman, Vida y destino, Trad. Marta Rebón, Madrid, Galaxia-Círculo de Lectores 2007, 111 p

[2] Se comprende que Vasili Grossman haya considerado la falta de libertad como el comienzo de la muerte. En la reciente biografía, Alexandra Popof señala que en 1990, poco antes de la disolución de la URSS, salió a la luz Asistencia obligada con testimonios de la intimidación ejercida sobre escritores que eran requeridos a comparecer ante una comisión o reunión en la que se decidía la vida y la muerte. “Para nosotros –escribe unohacían las veces del rezo, la confesión, los libros, el circo, la opereta… Eran más trascendentes y terribles que un consejo médico. Eran un patíbulo”. La sospecha, hasta la exclusión, partía de la Unión de Escritores Soviéticos que desde 1934 impuso el “realismo socialista” y los insumisos eran enviados a campos de trabajo o veían negada la publicación de sus obras. Debían comparecer en sesiones en las se decidía quiénes eran aceptables y quiénes no. Una experiencia de la que no se libraron ni Pasternak ni Solzhenitsyn que dejó a otros muchos condenados al olvido y a la ignominia.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.