LA MIRADA
Los nuevos disturbios alertan del grado de estupidez que puede anidar en la Euskadi del bienestar que banalizó la violencia
Fuente: El Diario Vasco
30/08/2021
La nueva violencia que sacude nuestras calles, singularmente las guipuzcoanas, está provocando, además de desórdenes públicos, ataques contra la autoridad que encarna la Ertzaintza y una ristra cada vez mas larga de detenidos, un notable desconcierto general. Seguridad ha constatado que los últimos altercados responden a la animadversión a las prolongadas reglas contra el Covid-19 y no a un 'revival' de la kale borroka de antaño –aunque en cuanto a métodos destructivos, todo se pega–. De seguir siendo así tras las razias de botellón en Donostia, Hernani, Hondarribia e Irun, es el conjunto de la sociedad la que ha de sentirse interpelada.
Que una parte de la juventud vasca, por minoritaria que sea, interprete que su libertad pasa por vulnerar las normas antipandemia, emborracharse masivamente y emprenderla con la Ertzaintza y el mobiliario público alerta, de entrada, del grado de estupidez que puede llegar a anidar en generaciones educadas en el bienestar y con una asunción laxa de sus responsabilidades. Cierto, es injusto generalizar. Pero en paralelo, también resulta sumamente contraproducente eludir, ignorar o condescender con aquellas actitudes juveniles que arrancan un día, 'porque yo lo valgo', saltándose los requerimientos sanitarios y acaban en comisaría bajo la muy seria acusación de desórdenes públicos y atentado contra los agentes del orden. Confiados en que esto era flor de los meses de pandemia, manifestaciones inaceptables pero puntuales –y, por lo tanto, digeribles– de hartazgo social, hemos tendido a mirar hacia otro lado a ver si esta nueva violencia se apaga como languidecen el verano y las 'no fiestas'. De ahí la zozobra al comprobar que los disturbios se reproducen y cunden, alimentando la convicción de los expertos de que sus autores están incorporando los duelos con la Ertzaintza al cóctel de su diversión. La rebeldía era esto. Una banalización de las consecuencias de la violencia que vuelve a aflorar después de la larga y mucho más devastadora banalización del mal que arraigó en las calles de Euskadi cuando ETA mataba y la kale borroka no dejaba vivir. Por eso hay simpatizantes de la izquierda abertzale en San Sebastián que atribuyen los altercados que perturban la recuperada paz de la ciudad a la actitud represiva –provocadora, es el mensaje implícito– de la Ertzaintza y piden apoyo para los detenidos aunque éstos no tengan nada que ver, según Seguridad, con el independentismo radical. Y por eso, también, EH Bildu se ha negado a condenar las algaradas. No solo porque el verbo se ha convertido en un tótem. También porque condenar estos disturbios interroga a la izquierda abertzale por lo que no hizo en su día con los desatados bajo su cobertura ideológica.
La trivialización de la violencia se ha enseñoreado también esta semana de desconcierto en el comunicado con el que Sortu legitima los 'ongi etorris' a presos de ETA. Esta vez, el estupor generalizado viene después de interpretar que tanto los pasacalles por los asesinos como la justificación de los mismos por sus inspiradores iban formando parte de un pasado en trance de diluirse. Nuestra natural inclinación a ver la botella medio llena difumina la evidencia de que la izquierda abertzale no va a apostatar de lo que ETA ha significado en su imaginario histórico ni ha reconocido aún, como tal, el padecimiento de los familiares de los asesinados por la organización armada, subsumidos en el conglomerado de 'todas las violencias, todas las víctimas'. Aunque conviene recordar que este es un país donde 'Josu Ternera' llegó a sentarse, nada menos, que en la comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco presidida entones por el hoy lehendakari Urkullu. De todos aquellos polvos, algunos de estos lodos del desconcierto.
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