viernes, 20 de agosto de 2021

Creyentes a través de la televisión

Fuente:   Diario Vasco

FÉLIX GARITANO

Sacerdote

19/08/2021

 

El gran bajón que ha experimentado la asistencia a la Eucaristía dominical en nuestras iglesias constituye hoy una evidencia incuestionable. Si la misma ya resultaba palpable en los últimos años como consecuencia del proceso de secularización que está azotando a la vieja Europa, la irrupción del Covid-19 no ha hecho más que agudizarla. Muchas voces pastorales pronostican que una vez pasada la pandemia (cuando esto ocurra) difícilmente recuperaremos a quienes en este tiempo de infección vírica han abandonado las comunidades cristianas.

Me refiero, naturalmente, a las personas mayores que antes acudían a nuestras celebraciones, porque las generaciones jóvenes y las de edad adulta, lo asumo con dolor hace tiempo que las habían abandonado, excepto para acudir a algún funeral ocasional. Ahora que la liberación de las restricciones sanitarias nos permite encontrarnos en la calle con nuestros 'antiguos practicantes', estos intentan justificar su ausencia en el miedo al contagio en nuestras iglesias (aun cuando todos los datos coinciden en que nadie se ha contagiado dentro de ellas) y con el argumento añadido de que «ahora sigo la misa por televisión».

En buena medida, esta actitud es de comprender. La pandemia ha provocado un daño más profundo de lo que imaginamos: muchos mayores se han hecho a quedarse en casa. Y también es cierto que resulta más cómodo poder alimentar desde casa nuestra mayor o menor necesidad religiosa. Igualmente, es comprensible el cansancio de muchos de nuestros cristianos que durante años han acudido al «mismo rito de siempre», con predicaciones y textos que muchas veces no conectaban con sus vidas reales. Como lo es, asimismo, que el «seguir la misa por televisión» supone una práctica menos interpeladora que un encuentro al que hay que ir y donde a veces te encuentras con una predicación que te interroga seriamente sobre tus actitudes en la vida. Pero con todo, ninguno de nosotros otorgaríamos el mismo valor a la posibilidad de conversar con tus familiares por teléfono o por videoconferencia que a la de poder reunirte con ellos.

Este constituye uno de nuestros problemas. Es que nosotros «no seguimos la misa», nosotros vamos a un encuentro de hermanos en la fe aun cuando todavía tiene poco de encuentro; desgraciadamente, está excesivamente acaparada por una serie de personas, sobre todo por el cura. Llegará el día, y no muy tarde, en que la misa sea verdaderamente un encuentro de hombres y mujeres que han optado por el camino de Jesús. Y donde todos hablan, comunican sus experiencias, se animan mutuamente a vivir la experiencia de Jesús en el mundo.

Nosotros no vamos al templo. Nuestro Maestro nos dijo: «En adelante, los verdaderos adoradores de Dios lo serán en espíritu y, en verdad, no necesitarán de templos». Nosotros vamos a un encuentro donde los hermano y hermanas son tan importantes como ese Jesús que nos reúne; en realidad, es un poco lo mismo, pues todos estamos habitados por su Espíritu. Amamos el templo, no en vano celebramos nuestra Eucaristía en él, pero lo importante es el encuentro.

Las primeras comunidades la hacían en casa. La Iglesia tendrá que dar un giro importante a nuestra liturgia, actualizar sus textos, buscar la forma para que tenga más carácter de encuentro. Todos podemos aportar, no obstante, algo más de lo que hacemos. Porque todos conocemos el impacto de los medios de comunicación, aprendemos mucho, nos conectan con muchas realidades, pero perdemos la comunicación interpersonal. Y esto es lo más importante de nuestra realidad social: vernos, comunicarnos, compartir, enriquecernos mutuamente, ayudarnos a vivir unos con otros.

 

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