NOTA: En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que,
en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR
«COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a
iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en
soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
Me ahorro, por ello, poner al día las
cifras y porcentajes de ancianos afectados en nuestras residencias desde lo que,
si no es una segunda oleada del coronavirus, tiene todas las pintas de acabar
siéndolo. Me ahorro, también, aplaudir la petición de “responsabilidades,
medidas y soluciones para la situación en las residencias y en la atención a
mayores” que el Movimiento de Pensionistas de Euskadi sumó, en su manifestación
de agosto, a su conocida exigencia de “una pensión digna mínima de 1080 euros”.
Y me ahorro exponer el Informe de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz del
arzobispado de Madrid denunciando la “clasificación de enfermos en función de
su ‘utilidad social’”, y la posterior desatención de los ancianos, siguiendo un
documento del Ministerio de Sanidad fechado el 5 de marzo. Dejo estos y otros datos
y consideraciones.
La Comunidad de Sant’Egidio, además de criticar la
tendencia a tratar a los mayores como residuales y revindicar sus derechos,
tiene en funcionamiento cuatro programas de atención, operativos en Italia, en
el resto de Europa y en otros continentes.
El primero de ellos vino provocado por el
impresionante pico de mortalidad que se dio
en el verano de 2003, durante el que murieron en Europa miles de ancianos a
consecuencia de las extremas olas de calor. Pronto se supo que la enorme
mortalidad de aquel verano se debió no solo a la fragilidad, sino también al
aislamiento social, que sufre la población mundial más anciana, y, especialmente,
la europea. Por eso, puso en marcha un servicio preventivo que contrarrestara
su aislamiento social, así como los efectos negativos que provocan sobre la
salud de las personas de más de 80 años no solo las olas de calor o de frío, sino
también las epidemias de gripe, las caídas o la pérdida del conviviente. Y lo
hizo propiciando la creación de redes sociales de proximidad en las que los sujetos
más activos fueran las propias personas mayores: llamadas telefónicas, visitas
a domicilio, realización de trámites burocráticos, fiestas en la calle, estands
informativos, etc. En concreto, quienes forman parte de estas redes sociales reciben
cada día la información correspondiente sobre las condiciones meteorológicas,
lo que les permite saber si va a llegar una ola de calor o de frio. De este
modo, pueden activar a tiempo el protocolo de emergencia, contactando con todos
los ancianos a los que se hace el seguimiento para comprobar su estado de salud
y movilizar, si procede, las redes de proximidad. Durante la emergencia se va a
visitar a los ancianos que no tienen teléfono y a los que lo tienen, pero no
han respondido a las llamadas. Tampoco faltan las visitas a las residencias
para ayudar a vencer, cuando se dé, el aislamiento, el abandono, la lejanía de los
familiares y la despersonalización. No se puede descuidar, apuntan en
Sant’Egidio, que los ancianos mueren cuatro veces más en las residencias que en
casa.
Además, propone tres nuevas soluciones
de vivienda para aquellos que no puedan vivir en su casa, porque la han
perdido, porque tienen un nivel muy bajo de autonomía, por conflictos familiares
o por pobreza económica. Gracias a la primera de ellas, la “covivienda”, los ancianos,
uniendo sus recursos que —por separado, son más que modestos— viven juntos y evitan
ir a una residencia, además de procurarse la ayuda que necesiten y continuar
viviendo como quieren. La “covivienda” es una alternativa muy innovadora; complicada,
pero no imposible. En la segunda, “los pisos tutelados”, se trata de edificios
enteros de miniapartamentos (40-60 m2) para una o dos personas,
destinados a mayores autosuficientes que no tienen casa, han sido desahuciados
o viven solos. Estas personas disponen de servicios comunes y ayuda en los
problemas de cada día. Es una manera de continuar viviendo en casa, pero en un
entorno protegido. Y, la tercera, “las casas familia”, son para mayores con
poca autonomía funcional, que no pueden quedarse en su domicilio habitual o que
no lo tienen porque su situación económica no se lo permite o porque carecen de
relaciones interpersonales significativas y buscan disfrutar de un entorno
familiar: sus estancias están adornadas de manera no anónima y pueden llevar
sus muebles. Además, la ausencia de barreras arquitectónicas y los instrumentos
adaptados ayudan a no perder la autonomía.
He aquí cuatro alternativas que, contando con el protagonismo y solidaridad de los mayores, permiten afrontar la última etapa con una envidiable calidad de vida. No estaría mal que, a su luz, repensáramos el modelo que venimos impulsando.
Magnífica reflexión. Eskerrik asko
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