LOS PROPIOS MONSTRUOS
«Un
monstruo viene a verme». Título internacional: A monster calls. Dirección: Juan
Antonio Bayona. País: España. Año: 2016. Género: Drama, fantástico. Reparto: Sigourney
Weaver, Felicity Jones, Lewis MacDougall, Liam Neeson. Guion: Patrick
Ness; basado en su novela.
La esperada y nueva película de Juan Antonio Bayona
viene a cerrar una trilogía sobre la relación maternofilial que inició con “El
orfanato” y continuó con “Lo imposible". Bayona presenta ahora “Un
monstruo viene a verme” cuyo guión está inspirado en una novela ilustrada de
Patrik Ness.
Conor (Lewis MacDougall) tiene trece años
(“Demasiados para ser un niño y pocos para ser un hombre”). Siete minutos
después de cada media noche tiene una pesadilla en la que una voz le llama
desde un cementerio próximo que se divisa desde su ventana. Junto al cementerio
hay una pequeña iglesia y un árbol milenario que se transforma en monstruo ante
los ojos atónitos de Conor. Acompañado de esa criatura de apariencia
monstruosa, Conor vivirá la aventura de reconocer sus propios miedos,
enfrentarse a ellos y afrontar su peor pesadilla, su propia verdad, la que
siempre oculta y a la que no hace frente.
No le faltan al chico motivos para andar
aterrado ante su vida: sus padres están separados, su madre está muy enferma de
cáncer, todo indica que deberá ir a vivir con su abuela, adusta y fría; además
en el Colegio vive un permanente acoso que le lleva al miedo y a encerrarse en
sí mismo, en sus dibujos y en las historias fantásticas que han quedado en su
corazón y que el monstruo le recuerda.
Estamos ante una película intimista y
profunda que se mueve con habilidad entre el melodrama y la fantasía. Todo el
aspecto melodramático está muy bien conseguido; la interpretación es excelente,
contenida e intensa. Brillan especialmente Sigourney Weaver dando vida a una abuela exigente
y distante, Felicity Jones, en el papel de la madre enferma; de una
manera particular hay que subrayar el trabajo del joven Lewis MacDougall en el
papel del pequeño Conor; MacDougall tiene un extraordinario magnetismo en la
pantalla y los registros de tristeza, miedo, rabia, impotencia y ternura van y
vienen con la misma intensidad con la que se viven en la adolescencia.
En ese intimismo del relato cobra un
papel extraordinario la fotografía. Los claroscuros exteriores se convierten en
metáfora de la vida, que siempre es ambigua y regala alegría y penas; el diseño
de los interiores es magnífico, las casas, los relojes, los dibujos, los
recuerdos, los objetos cobran protagonismo por sí mismos y hablan de todo lo
que acumulamos en nuestra existencia; vivir se convierte en hacer acopio de
objetos que nos recuerdan lo que fuimos, lo que somos y lo que estamos llamados
a ser; Conor aprenderá que destruir los objetos no nos hace huir de nuestros
miedos.
Pero Bayona también se maneja de una
manera extraordinaria con las escenas fantásticas: el monstruo, la destrucción,
los efectos especiales están muy bien y siempre al servicio de la historia.
Hay, por otra parte, un tema incesante en
el film: la narración de historias como elemento de construcción de la propia
personalidad; el monstruo recuerda cuentos que ya conocía el muchacho y en esas
historias (que en la pantalla aparecen como dibujos de acuarela animados) no
hay héroes o villanos, los personajes que presentan tienen una conducta moral
frágil, como frágil es la vida; el monstruo le recordará que no hay buenos o
malos químicamente puros, todos los seres humanos somos débiles y ambiguos,
capaces de lo mejor y de lo peor.
La enfermedad de la madre va a llevar al
muchacho (y por ende al espectador) a recordar lo duro que es enfrentarse a la
muerte de los seres queridos; es tan inevitable que tarde o temprano hay que
afrontarla. Vivir es ir perdiendo personas a las que amamos e ir acumulando
objetos que nos las recuerdan. Y en esos momentos sublimes de la muerte de los
seres queridos nos enfrentamos a la más profunda verdad de nosotros mismos, a
la verdad más monstruosa.
Esa verdad, nos dice Bayona, nos dice que
el amor puede dar sentido a la vida. Necesitamos decirnos que nos queremos,
necesitamos darnos, necesitamos descubrir lo que tenemos en común con las
personas que nos son distantes para romper intolerancias.
Por si fuera poco, toda esta reflexión
abierta a mil sugerencias está admirablemente musicada por Fernando Velázquez,
que ha compuesto una inspirada banda sonora absolutamente genial.
Hermosa, original, lírica y sugerente,
“Un monstruo viene a verme” se convierte en una propuesta cinematográfica más
que interesante. Un film con alma.
JOSAN MONTULL
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