Félix Placer Ugarte
Teólogo (24/04/2014,
En GARA)
Con
motivo de la ceremonia de reconocimiento oficial como santos de dos papas, Juan
XXIII y Juan Pablo II, se celebrará el próximo domingo en el Vaticano, el
teólogo gasteiztarra recuerda las trayectorias de ambos, la del artífice del Concilio
Vaticano II y la de quien pretendió combinar «el ímpetu renovador de Juan XXIII
y la temerosa prudencia pastoral de Pablo VI» pero caracterizado por su
autoritarismo. La comparación de esas trayectorias evidencia las «distancias
importantes y altamente significativas» entre uno y otro, hasta el punto de
representar, en palabras de Placer, dos modelos de Iglesia que, asegura, el
papa Francisco ha querido unir en la ceremonia del domingo, tratando de
contentar a todos. El autor del artículo pone muy en duda que pueda
conseguirlo.
Este domingo, 27 de abril, en Roma, acostumbrada a eventos
religiosos multitudinarios, tendrá lugar uno de extensa intensidad mediática.
Se celebrará y retrasmitirá con cobertura de alta tecnología y alcance
planetario la ceremonia de reconocimiento oficial como santos de dos papas,
Juan XXIII y Juan Pablo II. La plaza de San Pedro de la Ciudad del Vaticano
resultará pequeña para la multitud esperada en este acontecimiento de la
Iglesia católica.
Juan XXIII (1958-1963) impactó por su sencillez y cercanía, después del hierático Pio XII. Pero, sobre todo, es recordado y celebrado por su audacia de convocar e iniciar el llamado Concilio Vaticano II (1963-1965) que propuso las líneas de un cambio de rumbo como Iglesia de los pobres, en diálogo con el mundo, servidora de la humanidad. Al menos esta fue su intención, plasmada en los documentos aprobados en aquella magna asamblea conciliar de la que se cumplen los cincuenta años de su celebración.
Tras la muerte del conocido como «Papa bueno», en pleno
desarrollo del concilio, Pablo VI (1963-1978) lo continuó y clausuró con
fidelidad a su predecesor. Pero la euforia innovadora de aquel acontecimiento
eclesial pronto adquirió un sesgo de alarmante retroceso involutivo en contra
de las promesas y horizontes abiertos. El dubitativo papa Montini no logró
romper los férreos diques curiales que con tenacidad conservadora se oponían a
las reformas del Concilio. Y la Iglesia se retiró, en frase del conocido
teólogo alemán Karl Rahner, a los cuarteles de invierno.
Quedaron, en consecuencia, muchos temas por resolver y problemas por responder: el nuevo modelo y estructuras de una Iglesia centrada en los pobres, temas morales de gran envergadura, acceso de la mujer a la plena responsabilidad en la Iglesia, la validez de la Teología de la Liberación, la reforma de la curia vaticana, entre otros. Pablo VI no logró, a pesar de su alta calidad intelectual y honestidad pastoral, abrir caminos de libertad para una Iglesia diferente.
Posteriormente Juan Pablo II (1978-2005) quiso conseguir para
la Iglesia y el mundo una especie de amalgama -de ahí el nombre que eligió-
entre el ímpetu renovador de Juan XXIII y la temerosa prudencia pastoral de
Pablo VI. Desde la experiencia pastoral en su Polonia natal, donde sufrió una
traumática experiencia con el régimen comunista, este «joven» papa lideró un
mandato arrollador. Sus incansables viajes por el mundo, incluida Cuba, sus
numerosos escritos doctrinales y pastorales, su militancia anticomunista, su
imagen mediática, su atracción para los jóvenes... envolvieron su figura en un
halo de inusitada popularidad. Apoyado doctrinalmente en el teólogo conservador
Ratzinger, luego su sucesor, frenó los avances de la teología -en especial de
la liberación- y desarrolló una pastoral de estilo conservador para la que
nombró obispos de este talante, con una especial predilección por el Opus Dei y
movimientos tradicionales. Ciertamente logró reconocidos avances en el diálogo
ecuménico con otras iglesias y religiones.
En los graves escándalos de pederastia se procedió con oscuridad y encubrimiento, luego lamentados y reconocidos.
Fue un Papa estrella, de gran capacidad mediática y cercanía a las masas, incansable hasta en su penosa enfermedad, pero no un dinamizador de una Iglesia renovada. Más polémico que dialogante, más autoritario que cercano, y alentador de pasos renovadores. Tal vez, como algunos han indicado, se dejó llevar por un cierto culto a su personalidad desbordante.
Por tanto, entre Juan XXIII y Juan Pablo II hay distancias
importantes y altamente significativas. Representan dos modelos de Iglesia, y
el papa Francisco ha querido precisamente unirlos en la ceremonia de
reconocimiento de ambos como santos, este domingo. Con intención y objetivos
pastorales y con habilidad vaticana dentro del enmarañado tejido eclesiástico,
trata de contentar a todos. ¿Lo conseguirá? Pero, incluso, cabe preguntarse si
es posible lograrlo cuando entre los dos papas hay tan evidentes diferencias.
En concreto, el estilo renovador y reformador de Juan XXIII, que sancionó el
Vaticano II, y las posiciones conservadoras y modelo autoritario de Juan Pablo
II, que luego continuó Benedicto XVI, a quien su debilidad reconocida le llevó
a presentar su dimisión, parecen difícilmente compatibles. Aunque el Vaticano
es especialista en componer y adaptar posturas distantes y hasta opuestas (esta
canonización es una muestra de ello), en este caso no parece factible contentar
a todos.
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