Georg Kraus,
Tradujo y condensó: Lluis Tuní
Fundamentación dogmática del acceso de las mujeres al presbiterado. Equivalencia y complementariedad de varón y mujer en el orden de la creación y de la salvación
El punto de partida del acceso de mujeres al presbiterado es la dignidad de la mujer, fundamentada bíblicamente en el mensaje de la creación y de la redención.
El fundamento más profundo de la igualdad de dignidad de varón y mujer está en la semejanza con Dios, común a ambos y que viene expresada en Gn 1,27: “Y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó”. Por tanto, varón y mujer juntos son imagen de Dios; la mujer no está subordinada al varón; como imagen de Dios, tienen ambos en sí, varón y mujer, algo divino. Vitalmente, esto significa que los sexos están para complementarse y presentar juntos la plenitud de lo humano. La plenitud humana se realiza en la colaboración complementaria de varón y mujer.
Esto se puede aplicar a la vida eclesial: en la comunidad, varón y mujer han de colaborar complementariamente. También en los ministerios eclesiales se ha de manifestar la igualdad de varón y mujer. La participación de la mujer en los ministerios eclesiales ha de dejar claro que el hombre no domina a la mujer, sino que varón y mujer juntos dirigen la iglesia.
En el NT la igualdad de varón y mujer en la semejanza con Dios es una convicción fundamental.
Jesús defiende esta igualdad en su predicación y en su conducta. En su actuación salvífica incluye tanto a varones como a mujeres. Como resucitado se aparece primero a las mujeres y les encarga que anuncien el mensaje central de salvación, su resurrección.
Y en las comunidades primeras se impone la convicción paulina expresada en Ga 3,28: “ya no hay ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
En orden al acceso de mujeres a la ordenación, todo esto significa: varón y mujer han sido redimidos de la misma forma por la obra salvadora de Jesucristo, de manera que tienen la misma participación en la transmisión de dicha obra. La mejor manera de llevar adelante la tarea del ministerio salvífico es la colaboración complementaria de varón y mujer.
Un presupuesto necesario de la equiparación del ministerio salvífico es el acceso de las mujeres a todos los ministerios.
La participación de todos los bautizados en el sacerdocio de Cristo
Cristo es el único y verdadero sacerdote de la nueva alianza. De su sacerdocio participan todos los que por el bautismo han sido incorporados a la iglesia como cuerpo de Cristo. Todos los bautizados forman un sacerdocio santo (1 P 2,5).
Y en este sacerdocio todos los bautizados son llamados al ministerio sacerdotal. Y esto vale tanto para los varones como para las mujeres. El sacerdocio de todos es una auténtica capacitación para el ministerio salvífico, y esta capacitación incluye a las mujeres.
De ahí que aquellas que se sientan llamadas y tengan las dotes necesarias puedan ser ordenadas sacerdotes.
La representación de Cristo a través de todos los bautizados
Puesto que todos los bautizados han sido revestidos de Cristo (Ga 3,27) y son en Cristo una nueva creación (2 Co 5,17), todos ellos, gracias a su ser en Cristo, están capacitados para representarle.
Y es a la luz de esta representación que debe interpretarse la formulación católica de que el sacerdote actúa “en la persona de Cristo”. Este “en la persona de Cristo” es utilizado tradicionalmente como fundamento del sacerdocio reservado a los varones: si Cristo era varón, sólo los varones pueden representarle.
Ahora bien, el hecho de “ser persona” implica en principio la dignidad humana específica, común a varones y mujeres. Y en la persona de Cristo se trata de su humanidad y no de su masculinidad.
El Hijo de Dios no se hizo varón, sino persona humana, y esto lo comparten varones y mujeres. Las mujeres, como bautizadas, representan a Cristo en su “ser persona”, es decir, están también capacitadas para representar sacerdotalmente a Cristo.
Así, pues, también desde esta perspectiva, debería estar abierto el acceso de las mujeres al sacerdocio ordenado.
Un nuevo comienzo pneumatológico en la cuestión de la ordenación de mujeres
La iglesia es una creación del Espíritu de Dios y vive por los siglos gracias a la fuerza creadora del Espíritu de Dios. Fue la obra del Espíritu lo que en Pentecostés llamó a ser a la iglesia.
Cuando los apóstoles se reunieron con las mujeres y María, la madre de Jesús (Hch1, 14), el Espíritu de Dios se p osó en “cada uno de ellos” en forma de lenguas de fuego (Hch 2, 3 s).
Pedro se presentó como testigo y lo interpretó (siguiendo a Joel 3,1) como el acontecimiento del fi n de los tiempos: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas” (Hch 2,17). Allí había mujeres, que también fueron llenas del Espíritu y se les atribuyó un ministerio profético.
Por aquel entonces las mujeres no podían hablar en público, ya que no tenían ningún derecho a dar testimonio público. Hoy la situación es completamente distinta, ya que las mujeres tienen los mismos derechos y pueden actuar públicamente en todos los terrenos.
De ahí que actualmente y sobre la base de la igualdad de la mujer hay que volver a pensar y a regular el papel de la mujer en la iglesia.
Conclusión
Dogmáticamente, pues, tanto desde la equivalencia y complementariedad de varón y mujer en el orden de la creación y de la salvación, como desde la participación de todos los bautizados en el sacerdocio de Cristo y de la representación de Cristo a través de todos los bautizados, como también desde la perspectiva penumatológica, se impone en la iglesia redireccionar la cuestión de la ordenación de mujeres.
Lo decisivo en la cuestión de la ordenación de mujeres no es el hecho de que haya una larga tradición, sino la prueba de si esta tradición, actualmente, contribuye a la salvación de la humanidad.
Siguiendo a Jesús, podríamos decir que el hombre no está hecho para la tradición, sino la tradición para el hombre. Corresponde a la voluntad de Jesús (Señor del sábado: Mc 2, 27) decidir si una tradición, muy discutida en su misión salvífica, pueda ser cambiada.
La salvación del hombre ha de ser el principio supremo en la iglesia. Y dado que la ordenación de mujeres abre un nuevo y específico campo del ministerio de salvación, promoverá, en la situación actual, la salvación de muchos hombres.
La misión salvífica es la voluntad central de Jesucristo. ¿Puede la gerencia de la iglesia católica seguir ignorando esta voluntad absoluta del Señor? Si en el contexto católico hay que aplicar “paciencia” en la cuestión de la ordenación de mujeres, habrá que concluir con K. Rahner: “Esta paciencia no ha de ser sometida a esfuerzos excesivos, porque el tiempo apremia y no se puede esperar 100 años sin perjuicios para la iglesia”.
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