Qué pasó con la Reforma Litúrgica

Jesús Espeja, OP

 Hace unos días, a última hora, entré en un templo céntrico de Madrid, y me sentí trasladado a mis tiempos de monaguillo; un sacerdote celebrando en latín, de espaldas al pueblo, con casulla de las antiguas en forma de guitarra que el ayudante recogía de una esquina cuando el sacerdote se arrodillaba en signo de adoración, mientras sonaba la campanilla de siempre. Y no pude menos de preguntarme:¿qué está pasando aquí?

 

Quienes tuvimos la suerte de recibir el primer documento del Vaticano II sobre la reforma litúrgica con gozo y esperanza, nos vemos desconcertados al ver que hoy en la práctica litúrgica de la Iglesia, en vez de continuar la reforma iniciada por el Vaticano II, se regresa a épocas pasadas del barroco. No tengo nada contra el latín, en que durante muchos años tuve que impartir cursos en Salamanca, y muchas veces también celebré la eucaristía mirando al retablo y de espaldas al pueblo como en Madrid lo hace hoy dicho sacerdote de cuya buena intención no dudo.

Pensando detenidamente, creo que la intención profunda de la constitución conciliar “Sobre Liturgia” no fue sólo ni tanto emplear las lenguas vernáculas en vez de una lengua muerta como es el latín. Su intención primordial fue y sigue siendo que todos los fieles bautizados participen activa y piadosamente en la celebración del misterio del culto cristiano. Al no cultivar en los fieles la experiencia personal y comunitaria del misterio, posiblemente nos hemos quedado el cambio de formas que sin duda era elemental.

El gran peligro hoy está en que, olvidemos la profunda intención que tuvo la reforma litúrgica con Concilio, y pensemos que volviendo a una lengua ininteligible y a unas formas anacrónicas -algunos pueden pensar que la liturgia es más misteriosa cuanto menos se entienda- ya celebramos la liturgia cristiana, cumbre y fuente de una espiritualidad que sólo se hace real en una vida dentro del mundo “con sus gozos y esperanzas”.