Fuente: reflexión y liberación
21/09/2024
Como la Biblia lo dice a cada paso, y lo dicta el sentido común, no hay paz auténtica sin justicia, sin respeto por los derechos humanos y, claro está, por el primero de ellos: el derecho a la vida. No estamos ante un asunto que pueda ser dirimido únicamente en el campo de la política por aplicar o de los factores económicos a tener en cuenta. En la raíz hay una cuestión ética, de sentido de la persona humana, del porqué de la vida en sociedad.
La coherencia personal o la doblez embustera, la verdad o la mentira en el discurso político, la certeza de que todos los seres humanos son iguales en dignidad o la pretendida superioridad de algunos, la honestidad en el manejo de los recursos públicos o el usarlos como su caja chica y personal, no son vagos y gaseosos problemas morales. Son decisivos en el establecimiento de relaciones sociales justas y respetuosas.
No hay nada más concreto que una buena teoría, parafraseándolo podríamos afirmar en nuestros días que no hay nada más político (en tanto construcción de la polis, la ciudad, la nación) que un buen y exigente comportamiento ético. Las variadas formas de corrupción (el dinero fácil, el juego de influencias, la embriaguez del poder, el uso sistemático de la mentira) corroen la vida social y la credibilidad de quienes tienen importantes responsabilidades en ella.
Discernir en la crisis actual, percibir su hondura más allá de la coyuntura, y saber salir de ella con imaginación implica liberarse de una de las peores lacras que enferman y envenenan la relación entre personas. Nos referimos a lo poco que parece valer la vida humana entre nosotros. Los ejemplos, pese a todas las explicaciones y justificaciones que se quieran dar, están allí hiriendo nuestros ojos y nuestros corazones; son tan claros y tan frecuentes que es inútil entrar en detalles.
Eso es lo que no podemos aceptar como seres humanos y como ciudadanos. Se impone un gran esfuerzo por forjar un mundo humano basado en la justicia social y el respeto a los derechos humanos y el cuidado del medio ambiente, tema que ha tomado gran importancia en el contexto del cambio climático que a muchos preocupa. Urge igualmente crear entre nosotros aquello que se ha designado como una cultura de la vida, vale decir como una actitud global que no deje resquicio a una voluntad de muerte, abierta o disfrazada.
Para hacerlo contamos con la inmensa y variada riqueza histórica y cultural que nos viene de los diversos pueblos que viven y buscan convivir. Desde esas distantes y distintas vertientes, sin que una se imponga a la otra, será posible esa nación para todos los que la anhelamos.
La situación de la mujer en nuestra sociedad, pese a ciertos pasos positivos, se halla en una escala de valores que evidencia un profundo desdén por su condición humana, a quien se le niega la plenitud de sus derechos como personas, a ellas corresponderían las tareas inferiores en la familia, en el trabajo, en la organización social, en la Iglesia. Pero es claro que ese menosprecio es, sobre todo, una degradación del varón como ser humano.
La comprensión de que la mujer tiene iguales derechos que el hombre no es un favor, es el reconocimiento de una necesaria equidad.
Gustavo Gutiérrez, OP / Lima, 11 de diciembre de 2019
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