"El reinicio de una pastoral eclesial diocesana sigue adoleciendo de una resistencia endémica y estructural al cambio"
Fuente: Religión Digital
Por P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
03/02/2023
Me viene a la memoria una cita que he leído atribuida al teólogo, filósofo y humanista Erasmo de Rotterdam: "Al hombre no le gusta el cambio, porque el cambio significa mirar en el fondo de su alma con sinceridad, desafiarse a sí mismo y a su vida. Para ello hay que ser valiente, tener grandes ideales. La mayoría de los hombres prefieren revolcarse en la mediocridad, hacer del tiempo el estanque de su existencia".
He aquí lo que podría identificarse exactamente como el gusano más dañino no sólo de la vida humana, sino también de la vida espiritual, pastoral, eclesial -también, por hipótesis, de la Diócesis de Navarra-: ser resistentes al cambio, aferrarnos con los dientes a nuestros propios esquemas e ideas, defensores acérrimos de la costumbre y del "siempre se ha hecho así", más comprometidos con la conservación de lo poco que está a salvo en nuestras manos que valientes aventureros de la novedad.
Pensándolo bien, hasta pudo ser una de las grandes controversias de Jesús: el Reino de Dios, la novedad absoluta de una vida habitada por el amor de un Dios Padre está aquí, en medio de vosotros, mientras bajáis la mirada sólo hacia vosotros mismos, nadando en el mar tranquilo de vuestras tradiciones religiosas y reflejándoos en el narcisismo de vuestra buena observancia de ritos, reglas, preceptos, abluciones… Hay aquí un Reino que quiere convertir el agua en vino e inaugurar espacios de vida para los pobres y los enfermos, mientras vosotros estáis preocupados por la observancia del sábado y las largas túnicas con las que pasear por el patio del Templo.
Aquí es donde el poder del Evangelio encuentra su mayor resistencia: cuando, en lugar de entusiasmarnos con una pesca milagrosa, preferimos quedarnos en la orilla con nuestras pequeñas redes. Cuando, en vez de cambiar y volar alto, preferimos una vida estancada, un trabajo pastoral repetitivo y una espiritualidad que se nada y bucea en su propia mediocridad.
Hay una enfermedad del alma que paraliza más que cualquier error o pecado. El papa Francisco la ha denunciado a menudo, recordando una larga tradición espiritual que se remonta a los Padres de la Iglesia, y que ellos la llamaban acedia: un enemigo invisible, una niebla del alma, un estado de pesimismo interior, un estanque en el que nada se mueve, mientras uno se queja de todo. El papa Francisco decía efectivamente hace ya algunos años: "es un pecado neutro. Es decir, de los que no eligen y no son ni blancos ni negros, de los que no arriesgan, no cuestionan, no cambian, no luchan. Se mantiene firme, juega a "lo que se puede hacer" sin exagerar nunca: hay que tener cuidado -dice el Papa- con el "peligro de deslizarse en esta acedia, en este pecado "neutro"": el pecado de la "neutralidad". Pecado "neutro": el pecado de lo neutro es esto, ni blanco ni negro, no se sabe lo que es. Y éste es un pecado que el demonio puede utilizar para aniquilar nuestra vida espiritual y también nuestra vida como personas" (Homilía en la Casa Santa Marta, 24 de marzo de 2020).
Este sutil enemigo de la vida y del alma puede llegar de forma lenta, silenciosa y encubierta, cuando, simplemente abrumados por los ritmos de la vida o asustados por los posibles cambios, elegimos o nos instalamos en el camino de la comodidad fácil, acomodándonos tranquilamente en el sofá de nuestras pocas seguridades y cultivando nuestros hábitos pacíficos: sin preguntas, sin entusiasmo, sin pasión.
La tibieza y la pereza se apoderan entonces de nosotros. No nos alejamos ostensiblemente del fuego del Evangelio, pero tampoco nos acercamos demasiado por miedo a que nos envuelva hasta el punto de bautizarnos como Apóstoles del Reino. Atribuyen, creo, a Henri de Lubac esta frase: "El hábito y la rutina tienen un increíble poder de destrucción".
Es verdad. Ha llegado una grande oleada. La secularización y la disminución/debilitación de las fuerzas vivas eclesiales diocesanas siguen acechando entre nosotros, como un huésped inquietante que viene a alimentar miedos, ansiedades, etc. A estas alturas, el reinicio y actualización de una pastoral eclesial diocesana sigue adoleciendo de una resistencia endémica y estructural al cambio. Ante posibles sobresaltos, el asunto del coronavirus ha sido ya descartado como un accidente en el camino o un paréntesis para volver a una supuesta normalidad del más o menos, del ir tirando,…, es decir, la rutina de la decadencia.
Y así, incluso pasado el riesgo previsible de un retorno del coronavirus, se ha ido procediendo sin aprovechar el momento presente como tiempo y lugar de discernimiento para imaginar el futuro sino, por el contrario, limitándose a organizar apresuradamente lo que ya se hacía y como ya se hacía, sin otras reflexiones y, mucho menos, tomas de decisión. Lo digo con cierto atrevimiento, y quizá hasta equivocándome: los sacerdotes sobre todo nos ocupamos de seguir haciendo lo de siempre y como siempre tratando de cumplir para que todo siga como siempre.
Reconsiderar y reproponer la forma y las modalidades pastorales de antes, aquello a lo que siempre hemos estado acostumbrados, puede ser para algunos -es de entender (no necesariamente de justificar)- una respuesta para calmar la preocupación y la ansiedad ante una situación nueva que está abriendo escenarios inéditos. Sin embargo, como decía Jorge Mario Bergoglio cuando aún era arzobispo de Buenos Aires, esta actitud revela que "el corazón no quiere problemas.
Existe el temor de que Dios nos embarque en viajes que no podemos controlar...Así madura una disposición fatalista: los horizontes se achican a la medida de la propia desolación o quietismo". Y aquí ya hay un sutil proceso de corrupción: se llega a la mediocridad y a la tibieza... El alma llega entonces a contentarse con los productos que ofrece el supermercado del consumismo religioso... La mundanidad espiritual y el paganismo se disfrazan de ropaje eclesiástico.
No es fácil y no hay soluciones fáciles. Pero hay una gran lección del Evangelio que la Iglesia de Navarra hoy y mañana debe volver a escuchar: en el corazón de la experiencia cristiana y del seguimiento de Jesús está la invitación a la conversión, es decir, a la novedad y al cambio. Es el descubrimiento de una nueva manera de ver, de un nuevo mundo de sentido, de una nueva manera de vivir la vida y la fe. El propósito de la predicación de Jesús, de hecho, no es hacer que la gente se sienta culpable ante Dios y mostrarles cómo ser buenos y perfectos, sino inspirarles una nueva forma de vivir su existencia.
De hecho el Maestro de Nazaret contaba historias y realizaba curaciones para mostrarnos a cada uno de nosotros cómo nuestras vidas podrían ser diferentes, nuevas, transformadas y despiertas. Y le decía a Nicodemo, y a cada uno de nosotros, que el cambio es lo más difícil para el ser humano, pero que si te dejas transformar naces de nuevo y recibes ojos nuevos. ¿Tenemos oportunidades de experimentar nuevas formas de acceder a Dios y al Evangelio? ¿Podemos dejar el hábito mecánico de los planteamientos, de las actividades, de las estructuras que hasta ahora han poblado nuestra pastoral eclesial diocesana para repensar juntos, laicos, religiosos y sacerdotes en nuevas iniciativas de anuncio relevante y vivencia significativa de la fe en nuestra sociedad de Navarra en el siglo XXI?
Estimado Arzobispo, bien lo sabemos: cuanto menos nos movamos, menos se moverá. Al principio, la inmovilidad parece una limitación, sobre todo si está causada por un traumatismo o por la falta de tiempo y espacio. Pero luego uno se adapta, se acostumbra, hasta el punto de desear la inmovilidad como indispensable. Llama la atención la insistencia de imágenes motrices en la homilías del papa Francisco: "partir", "recomenzar", "caminar", "moverse", "ir", "salir", "viaje", "gimnasia", "volver",…. Y, a la inversa: "establecerse", "atrincherarse", "atascarse", acostumbrarse a un "espíritu de aparcamiento".
El problema es que, incluso llegado determinado momento, hasta se puede perder la fuerza para moverse. Una enfermedad convierte en fatigoso o imposible un gesto que antes era fácil y ligero. Esto se aplica tanto a las enfermedades graves como a una simple indisposición que obliga a permanecer en cama. Ciertos tipos de depresión también debilitan el poder de moverse: al debilitar las "emociones" se inhibe la motivación. Desmotivado, uno no se mueve. La edad también limita la fluidez de los movimientos. Los gestos se vuelven inseguros y lentos, cada vez más necesitados de ayuda. Incluso paradójicamente, la pérdida de movimiento puede ser consecuencia de los movimientos.
Asumir repetidamente una postura incorrecta crea un hábito motor y gestual incorrecto que reduce la fluidez. La postura incorrecta de la espalda provoca alteraciones en todo el cuerpo, reduciendo la agilidad. Es similar a lo que tradicionalmente se denomina "vicio", es decir, "falta". Un vicio es básicamente una falta de movimiento, debida a la repetición de un movimiento erróneo. Todo vicio tiene un fuerte componente obsesivo: se admira algo de forma tan exclusiva que la mirada del observador queda fija: se convierte en un fijador, incapaz de moverse en otras direcciones. Los vicios privan de agilidad al porte y al comportamiento, que cae en lo ridículo y desgarbado.
Ciertamente, tanto las glorias eclesiales remotas o más cercanas en el tiempo, como la conciencia del propio valor, son cosas buenas pero, reducidas a fijaciones y a mantras manidos, obstaculizan la agilidad del alma. Incluso una determinada manera de anunciar el Evangelio, una costumbre pastoral, está expuesta al riesgo de fijaciones que reducen su elasticidad. Incluso pastoralmente uno se fija, se vuelve fijo, como las imágenes inmóviles de los ídolos: "tienen pies y no andan" (Sal 115).
Igualmente, se pierde movimiento por el sobrepeso. La voracidad -típica de glotones, no de gourmets- hace que el cuerpo, incluso el de la Iglesia de Navarra por hipótesis, sea innecesariamente cansado, fatigado, pesado de llevar, obligándolo a la pereza y la falta de gracia. Un remedio para la pérdida de movimiento es la fisioterapia, la rehabilitación (también en forma de dieta de adelgazamiento). Un curso de rehabilitación es muy complejo, delicado. A menudo es largo, por lo que no tiene sentido posponer continuamente su inicio. Sólo comienza con la confianza mutua entre rehabilitador y rehabilitado. Sin esperanza en la recuperación del paciente, ningún fisioterapeuta le trataría. Sin el presentimiento del éxito, el presentimiento favorable de la competencia del rehabilitador, el paciente no soportaría ningún ejercicio.
La esperanza de éxito desencadena la otra condición necesaria de un camino de rehabilitación: la voluntad de someterse a un esfuerzo. En la experiencia del esfuerzo vibra un interesante misterio. Por un lado, cuanto más se "esfuerza" un movimiento, menos placentero resulta para quien lo ejecuta y para quien lo observa. Por otro, precisamente por la repetición del esfuerzo, el gesto adquiere soltura y gracia. Cuánto esfuerzo cuesta aprender un paso de baile y cuánto, por "esforzarse", resulta torpe, desgarbado.
Sin embargo, si el bailarín acepta someterse repetidamente a ese esfuerzo, sus movimientos se volverán ligeros, porque no le costarán ningún esfuerzo. Lo mismo ocurrirá con el niño que aprende a andar, a hablar, a escribir, a solfear, o con el aprendiz que maneja una nueva herramienta en el taller. La voluntad de esforzarse es la condición necesaria para lograr un movimiento sin esfuerzo, ágil, bello y lleno de gracia. A todos, también a nuestra Iglesia de Navarra, nos cuesta esfuerzo movernos más, seguramente también ingiriendo menos, pero el resultado es fluidez y gracia.
Se dice que San Ignacio de Loyola, tras una operación chapucera en su pierna herida en combate, la rehabilitó, hasta donde pudo, caminando. Y la fisioterapia a la que sometió a su cuerpo mientras caminaba fue una oportunidad para rehabilitar su alma. Fruto de ello son, por ejemplo, sus Ejercicios Espirituales. ¿Ha sido el camino o proceso sinodal para la Iglesia un camino fisioterapéutico, es decir, de rehabilitación en la Iglesia de Navarra? Un camino o un proceso así exigen esperanza, esfuerzo y ejercicio repetido. Y, sobre todo, exigen que volvamos a caminar hacia Jerusalén y hacia lo que allí sucedió una mañana temprano, cuando todavía estaba oscuro. Y de allí a Emaús, a Antioquía, a Roma,…, al mundo entero.
Un amigo mío me recordaba, cuando yo era Superior Provincial, que era más responsable del presente o del futuro, que no del pasado. No hay que hacer otra Iglesia de Navarra. En todo caso, quizá hay que hacer una Iglesia de Navarra distinta. También atribuyen a Yves Congar aquel pensamiento: "Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas nuevos lenguajes y pones palabras de vida en nuestros labios, presérvanos de convertirnos en una Iglesia museo, bella pero muda, con tanto pasado y tan poco futuro". Si la Iglesia se volviera rancia, comenzaría a pudrirse.
El papa Francisco ha percibido la dificultad de algunos hermanos y hermanas que todavía se sienten inseguros y temerosos ante un camino realmente sinodal, deliberadamente dejado abierto a las llamadas decisiones que haya que discernir y adoptar. En todo camino hay "riesgos". Uno de ellos es el formalismo, es decir, contestarse con contemplar la hermosa fachada de una iglesia sin siquiera poner un pie en su interior. No se trata de contentarnos con dar una bella imagen de nosotros mismos sino de seguir colaborando más y mejor en la obra de Dios en la historia de esta Comunidad Foral.
Y esto exige transformar ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de nuestra Iglesia. El riesgo de la inacción es real. 'Siempre se ha hecho así': esta palabra es un veneno en la vida de nuestra Iglesia. Siempre se ha hecho así, es mejor no cambiar: quien se mueve en este horizonte, incluso sin darse cuenta, cae en el error de no tomar en serio el tiempo en el que vivimos. El riesgo es que al final se adopten viejas soluciones para nuevos problemas: un trozo de tela áspera, que al final crea un desgarro peor.
Gestionar el cambio dentro de una institución representa uno de los desafíos más difíciles que debe afrontar un líder. No pocos de los intentos de cambio organizacional fracasan y uno de los factores determinantes es la inevitable activación de fuertes resistencias dentro de la propia institución. Sin embargo, cuando una entidad se encuentra actuando en un entorno que no es simplemente complejo e incierto sino profundamente diferente del pasado -no vivimos en una era de cambios sino que estamos siendo testigos de un cambio de era-, son necesarios ajustes importantes para la relevancia y significatividad eclesial en la sociedad de Navarra.
De hecho, frente a los cambios en la realidad, se puede actuar al menos de tres maneras diferentes:
a.- de manera reactiva, tratando de reaccionar a ellos a menudo manteniendo hábitos que, al no ser reconocidos por el contexto, conducen inevitablemente a la muerte;
2.- de modo adaptativo, con ajustes que le permitan mantenerse a flote y no hundirse, pero esto también le lleva paulatinamente a perder credibilidad y fuerza;
3.- o de forma proactiva y creativa, alejándose de viejos paradigmas que ya no son funcionales y generando nuevos modelos y estilos.
No es casualidad que el papa Francisco no se limite a decir que la acción de la Iglesia debe revestir un estilo misionero. De hecho, distingue dos formas de naturaleza misionera, elemento clave para comprender la Evangelii Gaudium: el cambio a emprender no es de naturaleza misionera programática sino de naturaleza misionera paradigmática: "El ‘cambio de estructuras’ (de obsoletas a nuevas) no es el resultado de un estudio sobre la organización del sistema funcional eclesiástico, que daría lugar a una reorganización estática, sino que es una consecuencia de la dinámica de la misión. Lo que hace caer las estructuras decadentes, lo que lleva a un cambio en el corazón de los cristianos, es precisamente el espíritu misionero. De ahí la importancia de la misión paradigmática".
No soy quién para interpretar el alcance de las palabras del papa Francisco. Quizá nos está diciendo que, para lograr un cambio profundo y efectivo en una organización, en línea con las teorías sistémicas del cambio, no basta con operar en los niveles, en las estructuras y en los procesos más altos, sino ante todo en los niveles más profundos: los modelos mentales, los pensamientos que generan y mantienen en pie los componentes más superficiales. Son los pensamientos los que crean estructuras, pero luego sucede que éstas mantienen prisioneros a los seres humanos que los produjeron.
He aquí también la insistencia del papa Francisco allá en el año 2016, respecto a la reforma de la Curia, al decir: "Es necesario reiterar con fuerza que la reforma no es un fin en sí misma, sino un proceso de crecimiento y sobre todo de conversión. La reforma de la curia no se realiza de ninguna manera con el cambio de las personas - lo que ciertamente sucede y sucederá - sino con la conversión de las personas. La reforma será efectiva única y exclusivamente si se implementa con hombres "renovados" y no simplemente con hombres "nuevos". Sin un cambio de mentalidad, el esfuerzo funcional sería en vano".
Un simple cambio programático nos llevaría a implementar acciones reactivas o adaptativas, manteniéndonos siempre dentro de un paradigma, un lenguaje y un estilo que ya no son comprensibles para el mundo y que ya no son efectivos. Peor aún, haría la estructura más pesada y aumentaría la complejidad del funcionamiento pastoral de la estructura eclesial.
¡El cambio de paradigma no nos pide que hagamos cosas nuevas, sino que hagamos nuevas las cosas! Nos pide también dejar algunas prácticas que ya no son significativas, para simplificarlas: "La pastoral misionera no se obsesiona con la transmisión inconexa de multitud de doctrinas que intentamos imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que verdaderamente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se centra en lo esencial, en lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario.
La propuesta se simplifica, sin perder profundidad y verdad, y así se vuelve más convincente y radiante" (EG 35). Porque ésta es la única misión de la Iglesia: anunciar el Evangelio a todos de forma libre y desinteresada. Incluso el enfoque en los resultados (números, estadísticas, etc.), si se interpreta dentro del viejo paradigma, no ayuda y sólo conduce al desarrollo de acciones reactivas, una "pastoral de trinchera".
Yo creo que éste puede ser tal vez el único camino hacia un cambio real y significativo. Mejor aún, un cambio generativo. Lo que está en juego no es un simple cambio funcional, organizativo, de manera de gestionar nuestra Iglesia. Lo que está en juego es un cambio pastoral, es decir, una manera de ser Iglesia en nuestra sociedad de Navarra. Sólo así podremos volver a ser no sólo una realidad creyente sino también una realidad creíble.
Convertirse en una "Iglesia de Navarra en salida" significa activar un dinamismo propio de nuestra Iglesia. Cuando se pierde este dinamismo, podemos cuestionar nuestra propia naturaleza (Ad Gentes Divinitus 2). El criterio pastoral propuesto por el papa Francisco me parece más urgente, oportuno y eficaz que nunca. Permitir que la Iglesia no permanezca inmóvil es aceptar el desafío de vivir las ineludibles y necesarias tensiones, haciendo un cambio que debe pasar del interior al exterior, de los modelos mentales a las estructuras.
Y esto depende ni sólo ni principalmente del papa Francisco. Depende también, más y mejor aún, de su nuevo liderazgo, estimado Monseñor Florencio Roselló, y de la conversión -término clave para el cambio de las estructuras eclesiásticas- que debe producirse primero en cada uno de los que trabajamos en la Iglesia, en todos los niveles, sabiendo mirar más allá de los propios patrones y reconectando con la esencialidad del Evangelio, con la realidad de Navarra y del conjunto y de cada uno de sus habitantes.
Ahora que finalizo este esbozo de reflexión, explico el título que he puesto. La pregunta, yo creo, no es propiamente "¿A dónde vas Iglesia de Navarra?" sino la que he puesto: "¿A dónde quieres ir Iglesia de Navarra?" Esta pregunta implica, mejor aún, una decisión, una opción, el concurso de nuestra libertad en el presente y en el futuro.
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