Fuente: ATRIO
Por Mariano Álvarez Valenzuela
22/04/2023
Es mucho peor que eso, ni siquiera es inteligente y mucho menos artificial, ya que si el sustantivo desaparece también lo hace el adjetivo.
Lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿Qué entendemos por inteligencia?: Si llegamos a mostrar que no cumple con esta primera condición entonces nos evitaremos la molestia de preguntarnos por cualquier otra que haga referencia a ella.
Este acto ya en sí muestra lo que es la inteligencia. Nos muestra el principio por el que ella misma se rige: “La pregunta”. En el ser humano la inteligencia parte siempre de una pregunta. Es el único ser de la naturaleza que, para conocer, para saber y saberse que “és” y “está” en la realidad, es capaz de preguntar y preguntarse. La “pregunta”, así, a secas, es el primer acto intencional del ser humano para poder salir de su indigencia ante la cual se asombra y precisa de una respuesta. La pregunta es a lo que Zubiri llamaba como formalidad de la realidad.
Todo conocer, que no saber, surge en su estado primordial en forma de asombro. El conocimiento, antes que palabra es asombro. Antes que razones son sinrazones y es por ello que nos deja como vulgarmente se dice: “boquiabiertos”. Gesto que es la antesala evolutiva de la palabra que se expresará primariamente en forma de pregunta. La pregunta abre espacios de realidad en la realidad.
Hoy día parece que hayamos perdido la capacidad de asombrarnos. De tanto saber, que no de conocer, ya no hay nada que nos asombre. Damos por hecho que ya tenemos la realidad y el conocimiento de ella en nuestras manos, y que todo nuevo conocer es cuestión de imaginación, de tiempo y de esfuerzo sobre lo que percibimos como real. La ciencia y la técnica han ocupado el lugar del asombro, y a la vez han desbancado al antiguo mito que nos sacaba del todo asombro, pero sin que percibamos que estos son nuestros nuevos mitos.
Nuestras nuevas esperanzas se fundamentan en que la ciencia y la técnica nos rescatarán de nuestro sentimiento de indigencia permanente. En este punto solo quiero mencionar de pasada un tema fundamental en la existencia del ser humano, que es el del papel que ambas desempeñan en su futuro, dejando el tema abierto para otra reflexión: “¿Realmente la ciencia y la técnica son determinantes o son coyunturales y circunstanciales en la búsqueda del sentido de su existencia?”. Como digo de momento dejo aquí planteada la pregunta.
Hemos olvidado y despreciado el proceso a través del cual el hombre primitivo intentaba acceder al conocimiento de sí y de su realidad, hasta el punto de menospreciarlo. Este olvido en sí ya es una actitud acientífica, pues la ciencia siempre busca la causa primera sobre la que todo saber y conocer se fundamenta, y la busca no por mera curiosidad, precisamente la busca porque intuye que en ella reside el sentido último de su existencia, sacándole definitivamente de su indigencia.
El ser humano desde sus inicios se encuentra sometido a una estimulación múltiple, por lo que su percepción de la realidad oscila en un doble plano cognitivo entre lo singular y lo universal, entre lo sensorial y lo conceptual, y en definitiva entre lo concreto y lo abstracto. Dos mundos completamente distintos que si no sabemos diferenciarlos acabarán distorsionando nuestra capacidad intelectiva, la inteligencia.
El pensamiento abstracto puro por sí solo no puede conocer realidades y la pura sensorialidad tampoco, ya que ésta ni siquiera llega a la categoría de percepción humana. En el ser humano no hay percepción sin abstracción.
Todo conocimiento se sustenta en un trasfondo “mental” que es el mundo de las “ideas”, mundo que se abstrae de toda realidad sensorial y también se sustenta en un fondo “imaginativo” que es el mundo de lo sensible y concreto, de lo que está presente e invade nuestros sentidos. Si no tenemos claro esto que ya Platón antepuso a todo principio de conocimiento, tendremos una deficiente capacidad para discernir, intelegir y en definitiva poder estar en realidad y captar la realidad.
Con la idea, establecemos un plus sobre la realidad sensitiva, la “cosa”, a través de lo que denominamos por entendimiento agente, accediendo al mundo creativo de la abstracción en una praxis relacional con nuestros congéneres, con la naturaleza y con el mundo, creando así sistemas generalizadores y preconceptuales. Esta forma de proceder nos evidencia una situación pocas veces tenida en cuenta: La vida humana nunca y menos ahora, ha consistido y consiste en una relación orgánica entre realidades, sino en un ser fronterizo, un ser entre lo particular y lo universal, entre lo fáctico y lo sistémico, entre lo posible y lo real. Nuestro estar en realidad es siempre un estar haciendo realidad en la realidad. Ni el ser humano ni la realidad están acabadas frente a frente. ¡Excitante realidad ¡
Los sistemas de significado, los valores existenciales, las creencias, pertenecen más al mundo de lo que no se percibe orgánicamente, al mundo de lo posible, de lo real futuro, de lo universal y de lo sistémico. Sin ellos el ser humano no habría aparecido. Habría permanecido en el mundo de las sensaciones, de las necesidades, de los deseos elementales y en definitiva persiguiendo rastros que le lleven a satisfacer su necesidad existencial. Su realidad principal era su alimento, no precisaba saber la realidad de las cosas.
Este salto a la abstracción en el ser humano es de suma importancia, ya Platón lo remarcó como principio para razonar, para hacer filosofía, para llegar a la verdad de la realidad, hasta tal punto que hizo grabar en el frontispicio de la “Academia” donde impartía sus enseñanzas una frase que venía a decir: Quien no sepa geometría que se abstenga de entrar, pues no es posible aprender filosofía sin la capacidad de dar el salto de las cosas concretas a los universales, a las formas puras, a las esencias.
No debemos de confundir inteligencia con habilidad. La primera es innata, la segunda es adquirida en una praxis relacional, social y cultural.
La inteligencia humana comienza cuando ante sí experimenta un vació existencial, un vacío de realidad, un vacío de motivación y de inducción pulsional a la acción, es decir cuando no encuentra una sucesión automática de opciones útiles fisiológicamente sugeridas, careciendo de sustento sobre el que apoyarse racionalmente y existencialmente según sean las circunstancias en las que se encuentre. No le queda otro mundo que el de la abstracción y si este no fuese innato, el ser humano se quedaría en naturaleza pura sin poder salir de ella, sería una especie más de la naturaleza sin necesidad de preguntarse nada ni de asombrarse por nada. La llamada I.A no habría surgido. No le hacía falta.
Desde el momento en que un grupo de humanos dio el salto de la sensación al significado y se despojó de la facticidad sensorial de una presencia, de una imagen, que invadía toda su realidad y entró en un proceso de generación de significantes y creencias, la realidad tomó otro camino muy distinto al de la mera cosa en sí.
Una característica psicológica del ser humano ya desde sus estadios primordiales es la del antropomorfismo, la de atribuir a la realidad con la que convive de cualidades humanas y en especial a la más próxima a la suya propia, a la vida animal.
Antropomorfizar es el modo pulsional instintivo que de forma inconsciente le mueve a dotar de sentido a toda la naturaleza, a toda su realidad circundante. Es un instinto integrador natural, consustancial de su ser en el mundo, de su modo de existir, de su modo de ser y estar. Así por ejemplo llegará a amar las cosas más insólitas que nadie pueda imaginar y lo mismo podemos decir de cualquier otra pulsión humana, emocional o racional.
Esta pulsión le lleva a moverse en un espacio existencial límite entre su naturaleza y la naturaleza a la que quiere dotar de sentido. Un equilibrio inestable entre dos realidades distintas, en las que su libre voluntad acabará teniendo la última palabra para decidir a cuál de las dos se adhiere.
En esta dinámica, la llamada I.A, es un intento de antropomorfizar la realidad no humana, dotándola de palabra sintética, palabra que emerge de la interacción artificial entre una naturaleza inorgánica (su hardware) y unas reglas de conducta lógico racionales en forma de órdenes estimulares (su software, impulsos eléctricos) carentes de significado y significante para el propio hardware y software. Todo es inorgánico sin posibilidad de autopercepción. Todo es automatismo puro y duro bajo una apariencia humana ficticia.
La llamada I.A, no solamente no sabe hacerse preguntas (no las necesita), tampoco sabe ni puede hacer demostraciones que amplíen el campo de la realidad. No voy a seguir enumerando sus carencias, solo me limitaré a expresar lo que ella misma dice de sí a través de la última versión que conozco del modelo de I.A desarrollado por OpenAI, el llamado modelo ChatGPT: “Mi propósito es el de ayudar a generar textos similares a los realizados por el ser humano en función de unos datos de entrada que recibo. Mis respuestas además están limitadas a la información que me facilitaron cuando me crearon, siguiendo un algoritmo de aprendizaje automático. Tampoco tengo conciencia ni intencionalidad, ni voluntad, ni…” A esto podríamos añadirle la imposibilidad de algoritmizar la libertad.
Aquí en este punto volvemos a tener que preguntarnos sobre el papel que la ciencia y la técnica juegan en el futuro del ser humano, en ese futuro que busca su sentido existencial que le libere de la radical indigencia y sinsentido de su muerte. No en vano ésta fue su primer gran asombro. ¿Esta ciencia y esta técnica que han externalizado la inteligencia, serán capaces de rescatarle de su indigencia?
Dejo aquí el tema abierto para que quien tenga interés en este asunto comparta “desde sí mismo” lo que cree al respecto.
La I.A, no sabe matemáticas no solo porque no sepa geometría, ni porque no sepa que sabe, sino porque simplemente no es inteligente, al no poder abstraerse de la realidad. Realidad enlatada.
La abstracción en la persona es una invitación innata a un salir constantemente de su propia realidad, es la pulsión inconsciente de su libertad, que le hace ser realidad singular, concreta, única e irrepetible en la naturaleza. Aspecto ya tratado en otras reflexiones, aquí en Atrio.
Esta pulsión innata al ser humano, le lleva a maltraer en su existencia, le desquicia y le deja continuamente en la más pura indigencia, en tanto no sea capaz de descifrar su secreto, secreto indescifrable para su mera razón, pero a disposición de su libre voluntad, no descansará.
¿Que no lo entiende?, le invito a que lo piense.
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