El patriarca de Moscú defiende la ofensiva de Putin contra las "fuerzas del mal", mientras sus escisiones locales se unen y logran el apoyo creciente de otras diócesis.
Fuente: Huffington Post
Por Carmen Rengel
14/04/2022
La guerra entre Ucrania y Rusia tiene un flanco militar, uno territorial, uno geopolítico, uno histórico, uno cultural, uno identitario, uno económico y, también, uno religioso. La invasión de la nación vecina ordenada por el Kremlin ha sacudido los pilares de la Iglesia Ortodoxa, una compleja estructura en la que su jerarquía y sus ramificaciones ya libraban una contienda seria desde hace tiempo —que en la zona se mataba ya desde hace ocho años— y que ahora se ha intensificado. El cisma no parece tener vuelta de hoja.
Esta es la situación: tenemos a Kirill o Cirilo I, el patriarca de la iglesia ortodoxa rusa y muy muy cercano al presidente Vladimir Putin; al metropolita Onufry, al frente de la iglesia ortodoxa ucraniana dependiente de Moscú, y al metropolita Epifanio I, líder de la iglesia ortodoxa de Ucrania, una escisión de la original moscovita nacida en 2018 y enemiga absoluta de la que un día fue su matriz, a la que acusa de difundir la propaganda del Kremlin. Desde el inicio del conflicto, el pasado 24 de febrero, la Iglesia ortodoxa local se unió, Onufry y Epifanio superaron sus diferencias y se alinearon con sus tropas, reservistas y voluntarios armados, rechazando la presencia de soldados rusos.
Ya había tendencias, familias, corrientes, incluso hermanos peleados, pero el escenario actual supera todo eso: no sólo se están uniendo los líderes religiosos locales a base de nacionalismo y defensa de la patria asediada, sino que se está degradando la unidad y la lealtad al patriarcado de Moscú. A diferencia del catolicismo romano, que sigue la supremacía papal, las iglesias ortodoxas orientales son autónomas o autocéfalas, pero la de Moscú y todas las Rusias, como se llama, es la guía o el paraguas para muchas comunidades del este de Europa, los Balcanes y Oriente Medio. No todos sus fieles ni sus religiosos comparten que Kirill defienda a capa y espada una ofensiva que hay quien llama genocidio. Es algo nunca visto que está llevando, por ejemplo, a dejar de orar por el patriarca en cada misa, el signo más fuerte de desobediencia en el mundo ortodoxo, o a emitir cartas de rechazo nunca vistas.
Y es que religión también es política. El alineamiento de Kirill con Putin ha sido tal que desde el altar repite punto por punto el discurso del Kremlin, sin fisuras, trasladando mensajes como la desnazificación necesaria de Ucrania o la necesidad de defender la familia desde su visión confesional —eso incluye el odio a los homosexuales—, pasando por la evocación del mundo ruso perdido que estaba en la base del discurso con el que Putin dio inicio a su ataque. La Iglesia Ortodoxa búlgara, la serbia y la Iglesia de Jerusalén han pedido oraciones por la paz, genéricas, sin nombrar a Rusia como agresor, pero la Iglesia Ortodoxa rumana, la de Georgia o la griega han criticado más directamente a Rusia o al presidente Putin. Una tensión desconocida.
Así están las cosas
Ucrania tiene la tercera población ortodoxa más grande del mundo, sólo por detrás de Rusia y Etiopía, según el tanque de pensamiento Pew Research. El 78% de los adultos se cataloga como ortodoxo. Actualmente, las dos mayores comunidades ortodoxas de Ucrania son la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú (UOC-MP) —que está bajo la jurisdicción de la Iglesia ortodoxa rusa— y la Iglesia ortodoxa de Ucrania (UOC). Esta última se estableció hace poco más de tres años, tras separarse de su contraparte rusa, a la que estuvo vinculada unos 300 años. Fue reconocida como iglesia autocéfala nacional por el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, lo que provocó un cisma que todavía dura entre Constantinopla y Moscú, que pelean por ampliar o mantener su zona de influencia, más allá de la religión.
La Iglesia recién nacida estuvo impulsada por el entonces presidente, Petro Poroshenko, que quiso unir a las tres comunidades en las que estaban antes dispersos los ortodoxos del país. Antes de que se fundara esta variante, la rusa era la confesión más numerosa, con 12.000 parroquias; la seguían la Iglesia Ortodoxa de Ucrania de la Patriarquía de Kiev, con 6.000 parroquias, y una Iglesia independiente minoritaria, con 1.000 parroquias.
Acabar con la dependencia religiosa de Rusia se convirtió en un paso más en el proceso de ruptura de lazos con el mundo soviético, pero el desacople estaba siendo lento: antes de la invasión, Moscú y Kirill continuaban ejerciendo una influencia notable en la espiritualidad del país, ya que las parroquias pueden decidir si permanecen fieles al liderazgo moscovita o si se pasan a la nueva comunidad. En 2019, un estudio elaborado por varios centros de estudio de Ucrania reveló que el 43,9% de los ciudadanos decía ser ser miembro de la unificada Iglesia ortodoxa de Ucrania, el 38,4% sostenía tan sólo que era ortodoxo, sin apellidos, y apenas el 15,2% era seguidor de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú.
La guerra está cambiando las cosas. No hay indiferencia cuando se bombardea y se ataca con artillería hasta iglesias, por más que Moscú diga que en ellas se esconden “terroristas y mercenarios”.
El que aplaude y alienta
El patriarca de Moscú, Kirill, no sólo no ha condenado los ataques, sino que los ha bendecido. Habla de una intervención contra “las fuerzas del mal que luchan contra la unidad histórica entre Moscú y Kiev”. En su primer sermón tras el inicio de la invasión, dedicó sus palabras a “los supuestos valores propuestos hoy día por quienes aspiran al poder mundial”, cuyo símbolo sería, según él, el desfile del Orgullo Gay —celebrado cada año en la capital ucraniana como en cualquier otra ciudad europea—, formaría parte de un plan de Occidente para minar los cimientos de sociedad rusa, a su entender. Días más tarde, afirmó que rusos y ucranianos son “un solo pueblo”, que “malvados actores externos” buscan dividir. Ni siquiera he pedido un alto el fuego humanitario para atender a las víctimas.
Es defensor del llamado mundo ruso de Putin, quien entiende que como una mayoría de la población del este de Ucrania habla ruso, entonces, según el razonamiento putinista, Rusia tiene derecho a reclamar dichos territorios como su zona de influencia o patio trasero. Y si hay un Ejecutivo en Kiev que lo impide, se ocupa todo el país y se coloca un Gobierno títere justificadamente. Para Kirill la religión es un brazo más en esta unificación forzosa, en esta guerra contra el modelo occidental de vida. No sólo ha seguido al presidente ruso en estos años, sino que le ha proporcionado argumentario con sus intervenciones, apuntalando el deseo de Putin con su propio ansia.
Es recíproco: desde el Kremlin se ha estado engordando a la iglesia leal, que le ayudaba como correa de transmisión de su mensaje. Medios como la BBC o el New York Times han dado cuenta de ayudas millonarias y donaciones sin freno para la construcción de nuevos templos o la mejora de los actuales, para actos en los que la defensa se mezclaba con la religión y para encuentros de jóvenes convocados por Kirill y orientados a buscar más voluntariado gubernamental. Una alianza en la misma dirección: recuperar la influencia en la era posterior a la URSS en un mundo cambiante.
Poder aparte —que ya explica mucho—, en esta crisis hay también una profunda raíz espiritual-cultural. Putin y la Iglesia Ortodoxa coinciden en que en Ucrania es donde nace la “nación rus”, la llamada Rus de Kiev, el primer estado eslavo ortodoxo del este europeo, nacido en el año 882 y que se mantuvo hasta la invasión mongola del siglo XIII. En particular, la capital Kiev, tiene un significado espiritual de suma relevancia para los ortodoxos.
En 2019, el polémico Kirill comparó Kiev con el significado de Jerusalén para el cristianismo global, según la agencia rusa TASS. Y por eso se refiere a ella como la capital dorada que hay que recuperar, reconquistar, dominar, y por eso juega con las palabras, como el presidente: no habla ni de invasión ni de guerra, sino de “operación militar especial” para “salvar” al país del mundo occidental y sus valores “corruptores”, como ha defendido en el pasado.
Esa actitud ya devino en la ruptura de 2018 y ahora esa lejanía se ha acrecentado, dentro y fuera de Ucrania. El metropolitano Onufriy Berezovsky de Kiev —que representa a la UOC-MP en Ucrania— condenó enérgicamente las acciones rusas en su Estado y apeló directamente a Putin, pidiéndole el fin inmediato de la “guerra fratricida”. Podía ser esperable. También ha hecho un llamado al propio Kirill para que ayude a resolver este conflicto. Eso ya se esperaba menos, pero en la iglesia está pasando como en el resto de la sociedad ucraniana, que la agresión está uniendo a proucranianos y prorrusos, todos sometidos al mismo asedio. Numerosos sacerdotes han pedido públicamente una ruptura con Moscú.
“La consecuencia más significativa es que numerosas parroquias y sacerdotes en Ucrania se han distanciado de la IOR”, afirma a la agencia Efe Thomas Bremer, profesor de Estudios Ecuménicos y de las Iglesias Orientales de la Universidad alemana de Münster. “Normalmente, en la liturgia se pide una oración por el Patriarca, lo que ha dejado de hacerse en señal de protesta”, explica. Cita vídeos de Internet donde los sacerdotes dicen: “nos defraudó y ya no es nuestro patriarca, no podemos confiar en él”, en referencia a Kirill. “Y eso es un paso muy audaz”, añade.
Esta rebelión ha traspasado las fronteras ucranianas y ha desatado una inédita oposición interna a Kirill en la propia Iglesia ortodoxa rusa. Unos 300 sacerdotes y diáconos rusos han firmado una carta abierta titulada “Sacerdotes rusos por la paz”, donde piden un “alto al fuego inmediato”. “Pensamos con amargura en el abismo que tendrán que superar nuestros hijos y nietos en Rusia y Ucrania para volver a ser amigos, respetarse y quererse”, se lee en ella. Hablan de crisis “fratricida”, reclaman que cesen las armas ya, que haya una reconciliación. “Lamentamos la terrible experiencia a la que fueron sometidos inmerecidamente nuestros hermanos y hermanas en Ucrania”, sostienen sin miedo. Y añaden un aviso: “Ninguna autoridad terrenal, ningún médico, ningún guardia nos protegerá de este juicio”. La salvación no llega con las manos manchadas de sangre.
Uno de los que se han mojado es el padre Roman Popov, miembro de la misión eclesiástica rusa en Jerusalén durante los últimos 20 años. Reconoce que está “conmocionado” por la guerra y “alterado” por las palabras de su patriarca. “Es una cuestión de humanidad. Soy ruso, Rusia es mi patria y creo que los ucranianos son más que hermanos nuestros, pero cualquier proceso político tiene que estar marcado por la paz y el entendimiento. Entendemos que el pueblo ucraniano debe ser libre de tomar sus propias decisiones. Derramar sangre no es la vía, menos de hermanos”, señala sucinto, en una conversación telefónica tensa y breve. Aún así, no deja de decir: “El sacrificio de Cristo por el mundo se hizo para la vida, no para el tormento”.
Se disculpa, nervioso, cuando se le pregunta por las noticias de sacerdotes detenidos en Rusia por desacreditar supuestamente a las fuerzas armadas rusas con sus críticas. Insiste en que el comunicado no aporta nombres ni señala culpables, sino que “ruega por la paz”. ¿Y eso en qué lugar les deja respecto a su patriarca? La esquiva: “hacemos un llamamiento por la no violencia, eso nadie lo puede rechazar. Bienaventurados los pacificadores, dicen las escrituras”.
“Derramar sangre no es la vía, menos de hermanos (...). El sacrificio de Cristo por el mundo se hizo para la vida, no para el tormento”
—Roman Popov, religioso ortodoxo ruso en Jerusalén
El futuro
Igual que nadie sabe predecir el devenir de la guerra —hasta su inicio fue una sorpresa— nadie sabe en qué puede acabar este cisma entre los ortodoxos del Este de Europa. Hay diócesis que han manifestado su deseo de independencia respecto de Moscú, pero tampoco tienen clara la adhesión que han de tomar. La clave está en que ninguna de las otras iglesias locales tiene un líder con la fuerza y el carisma de Kirill, por más que Onufry y Epifanio estén ganando enteros con el paso de los días.
Algunos, incluso, quieren convocar a un consejo de obispos con el fin de tomar una decisión que los encamine a abandonar su histórica relación con la institución liderada por Kirill, indica Ukrinform. Sin embargo, según el servicio ucraniano de la BBC, hay otros que llaman a mantener la “mente fría”, señalando que es imposible montar una iglesia nueva mientras dure la contienda y que los lazos históricos hay que intentar mantenerlos.
Lo que sí está claro es que, tras la invasión, habrá un antes y un después en las relaciones entre los ortodoxos rusos y ucranianos. “Si los rusos ganan el control de Ucrania, lo cual es posible, tendrán una iglesia en Ucrania que no es de confianza para ellos. Tendrás obispos que han dicho: ‘ya no confío en ti’”, explica Thomas Bremer. “Posiblemente, tendrán que cambiar el episcopado y muchos de los obispos. Y creo que muchos sacerdotes y fieles ya no irán a la iglesia pues ya no tienen confianza en la ortodoxia rusa”, concluye.
Las dos Iglesias son el símbolo de la hostilidad histórica e ideológica entre rusos y ucranianos, y después del conflicto, la relación entre ambas se volverá a discutir porque, entre las 15 Iglesias ortodoxas nacionales que existen en todo el mundo, sólo Constantinopla, Atenas y Alejandría reconocen la autocefalia ucraniana, que es rechazada por Antioquía y Serbia. Las demás se habían mantenido neutrales hasta ahora, pero la invasión rusa está desplazando a la mayoría a posiciones opuestas a Moscú. Está por ver si estamos ante un cisma definitivo.
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