Conversación del Papa Francisco con los jesuitas malteses
Fuente: La Civiltà Cattolica
Por Antonio Spadaro
A las 7:20 horas del domingo 3 de abril, el Papa Francisco entra en una sala de la Nunciatura en Malta, donde se encuentran 38 jesuitas malteses, entre ellos el P. Roberto Del Riccio, Provincial de la provincia euromediterránea, que incluye Malta, Italia, Albania y Rumanía. Francisco saluda a todos los presentes, uno por uno, y luego se sienta para entablar una conversación libre y espontánea, como acostumbra a hacer en estos encuentros. El ambiente es cordial y fraternal. Francisco comienza diciendo: «El único recuerdo que tengo de los jesuitas malteses es el de mis compañeros estudiando filosofía. Habían sido enviados a Chile. Yo mismo hice mi juniorado en Chile[1]. Luego se fueron a estudiar a Buenos Aires. El año pasado hablé por teléfono con el último miembro de ese grupo antes de que muriera. No duden en hacer preguntas para que podamos hablar juntos…”.
Santo Padre, la realidad de la Iglesia hoy está cambiando. Cada vez es más pequeña en una Europa secular y materialista. Sin embargo, al mismo tiempo, la Iglesia se desarrolla en Asia y África. ¿Cómo será la Iglesia del futuro? ¿Será más pequeña, pero más humilde y auténtica? ¿Y el camino sinodal de la Iglesia? ¿A dónde va?
El Papa Benedicto fue un profeta de esta Iglesia del futuro, una Iglesia que se hará más pequeña, perderá muchos privilegios, será más humilde y auténtica y encontrará energía para lo esencial. Será una Iglesia más espiritual, más pobre y menos política: una Iglesia de los pequeños. Benedicto dijo cuando era obispo: preparémonos para ser una Iglesia más pequeña. Esta es una de sus ideas más ricas.
Hoy existe el problema de las vocaciones, sí. También es cierto que hay menos jóvenes en Europa. Antes, había tres o cuatro niños por familia. Ahora a menudo sólo uno. Los matrimonios disminuyen mientras la gente piensa en crecer en su profesión. A las madres de estos treintañeros que viven con sus familias de origen les diría: ¡dejen de planchar sus camisas! En esta situación existe también el riesgo de buscar vocaciones sin un adecuado discernimiento. Recuerdo que en 1994 hubo un Sínodo sobre la vida consagrada. Fui como delegado de Argentina. En esa época había estallado el escándalo de los novicios en Filipinas: las congregaciones religiosas iban allí en busca de vocaciones para «importar» a Europa. Esto es terrible. Europa ha envejecido. Tenemos que acostumbrarnos a esto, pero tenemos que hacerlo de forma creativa, para asumir para las vocaciones las cualidades que usted ha mencionado en general para la Iglesia en su pregunta: humildad, servicio, autenticidad.
Luego mencionó el camino sinodal. Y este es un paso más. Estamos aprendiendo a hablar y escribir «en Sínodo». Fue Pablo VI quien retomó el discurso sinodal, que se había perdido. Desde entonces hemos avanzado en su comprensión, en el ejercicio de entender lo que es el Sínodo. Recuerdo que en 2001 fui ponente del Sínodo de los Obispos. En realidad, el orador era el cardenal Egan, pero debido a la tragedia de las Torres Gemelas tuvo que regresar a Nueva York, su diócesis. Yo era el sustituto. Se recogieron las opiniones de todos, incluso de los grupos individuales, y se enviaron a la Secretaría General. Recogí el material y lo ordené. El secretario del Sínodo, un buen hombre que luego murió en las misiones, lo examinaba y decía que se quitara tal o cual cosa que había sido aprobada por votación de los distintos grupos. Había cosas que no consideraba apropiadas. Hubo, en definitiva, una preselección de materiales. Está claro que no se había entendido lo que es un Sínodo. Hoy hemos avanzado y no hay vuelta atrás. Al final del último Sínodo, en el sondeo de los temas a tratar en el siguiente, los dos primeros fueron el sacerdocio y la sinodalidad. Me pareció claro que queríamos reflexionar sobre la teología de la sinodalidad para dar un paso decisivo hacia una Iglesia sinodal.
Por último, quiero decir que no debemos olvidar esa joya que es la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI. ¿Cuál es la vocación de la Iglesia? No son los números. Es evangelizar. La alegría de la Iglesia es evangelizar. El verdadero problema no es que seamos pocos, en definitiva, sino que la Iglesia evangelice. En las reuniones previas al Cónclave, hablamos del retrato del nuevo Papa. Fue allí, en las Congregaciones Generales, donde se utilizó la imagen de la Iglesia en salida. En el Apocalipsis se dice: «Estoy a la puerta y llamo». Pero hoy el Señor llama desde dentro para que le dejemos salir. Esta es la necesidad de hoy, la vocación de la Iglesia de hoy.
Santo Padre, permítame agradecerle su vida y su ejemplo, y también, en particular, su Exhortación Apostólica «Gaudete et exsultate». Le envío también un saludo desde el Venerable Colegio Inglés, donde trabajo. Allí rezan por usted y le dan las gracias. Mi pregunta es: ¿Cuál es su sugerencia para que los directores espirituales y los seminaristas se preparen para ser sacerdotes del tercer milenio?
¿Qué te llamó la atención de Gaudete et exsultate?
Primero, el conjunto. Cómo vivir las bienaventuranzas. Luego, los signos de santidad. Me llamó mucho la atención la referencia al humor…
¡Ah! La nota 101, la de Tomás Moro. Sí, esa Exhortación Apostólica ha sido archivada. Me gustaría que todos los novicios la leyeran. Me preguntas qué hacer. A los seminaristas les pido una cosa: que sean personas normales, sin imaginarse que son «grandes apóstoles» o «pequeños devotos». Que sean chicos normales, capaces de tomar decisiones sobre su vida en camino. Y para ello también se necesitan superiores normales.
Me llama mucho la atención la hipocresía de algunos superiores. La hipocresía como instrumento de gobierno es terrible. La hipocresía no se ocupa de tu inquietud, de tu problema, de tu pecado oculto. Hay que ayudar a eliminar toda hipocresía que arruine el camino de los jóvenes.
Recuerdo a un estudiante jesuita que luego se casó. Estaba en su primer año de filosofía. Había conocido a una chica y se había enamorado de ella. Quería verla todos los días. Por la noche se escabullía y se iba con la chica para estar con ella. Empezó a perder peso porque dormía muy poco. Pero este chico, afortunadamente, cayó en manos de un anciano padre espiritual que no tenía miedo de nada y no era hipócrita. Él intuía cómo eran las cosas. Le dijo: «Tienes este problema». ¡Se lo dijo! Y lo ayudó a salir de la orden. Y luego el chico se casó.
Yo mismo recuerdo que hace muchos años escuché a un joven jesuita de una provincia europea que hacía sus estudios de magisterio[2] después de filosofía. Pidió al Provincial ser trasladado a otra ciudad para estar cerca de su madre que se estaba muriendo de cáncer. Luego se dirigió a la capilla para que el superior le concediera su deseo. Se quedó allí hasta muy tarde. Cuando regresó, encontró en la puerta una carta del Provincial con fecha del día siguiente en la que le pedía que se quedara donde estaba, y que había tomado esta decisión después de reflexionar y rezar. Pero esto no era cierto. Le había dado la carta con fecha posterior al ministro para que se la entregara al día siguiente, pero debido a lo avanzado de la hora el ministro había pensado en entregarla el día anterior. Este chico quedó destruido. Esto es hipocresía. ¡Que nunca haya hipocresía en la Compañía! ¡Es mejor regañar que tener actitudes falsas!
En la Compañía no se puede acompañar a un hermano sin confianza y claridad. Si el joven no confía en los superiores o en alguien que le guía, no es nada bueno. Los superiores deben hacer nacer la confianza. Y luego deben confiar en la «gracia del estado» para que sea el Espíritu Santo quien les aconseje correctamente. Y que estudien con la sabiduría que la Iglesia ha acumulado a lo largo del tiempo. Pero no deben asustarse de nada. Nunca hay que estandarizar a los jóvenes. Cada uno es una especie única: para cada uno hicieron el molde y luego lo rompieron. Y que los superiores también se acostumbren a tener algún enfant terrible. Hay que tener paciencia y corregirlos, pero a menudo son realmente buenos. No somos todos iguales: tenemos diferentes documentos de identidad.
Ayer, escuchando los discursos que se pronunciaron, se habló de Malta como país de acogida para los refugiados. Me quedé perplejo. Nosotros también tenemos un acuerdo con Libia para devolver a los inmigrantes. Seguro que oyó hablar de la tragedia ocurrida en el Mediterráneo el sábado pasado, cuando 90 inmigrantes procedentes de Libia perdieron la vida. Sólo cuatro sobrevivieron. Se reunirá con algunos de los refugiados. Pero no verá los campamentos, donde la situación es mucho más difícil. Es cierto que es un problema de toda Europa, que no ayuda a nuestro país. Esto también se aplica a la recepción de ucranianos.
Es cierto: la migración es un problema europeo. Los países no se ponen de acuerdo. Entiendo que no es fácil para Italia, Chipre, Malta, Grecia y España. Son ellos los que deben recibirlos porque son los primeros puertos, pero luego Europa debe hacerse cargo. En Europa tenemos que avanzar en los derechos humanos para eliminar la cultura del descarte. También debemos evitar dar legitimidad a la complicidad de las autoridades competentes, siempre, incluso en las reuniones y encuentros.
En el avión me regalaron un cuadro hecho por un niño, Daniele, que pinta su angustia al ahogarse y querer salvar a su compañero que se hunde. Recomiendo un libro, Hermanito[3]. Salió hace un año. Es la historia de un hermano mayor que abandona Guinea en busca de su hermano menor. La crónica es transcrita por un poeta. Nos permite conocer la travesía del desierto, el tráfico de inmigrantes, el encarcelamiento, la tortura, la travesía por mar… Y a ti, gracias por no hablar con medias tintas. Esta es una de las vergüenzas de la humanidad que entra en la política de los Estados.
Si hay un incendio en la habitación de al lado, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos allí y continuamos nuestra reunión? Es una imagen: lo mismo está ocurriendo en el mundo con el cambio climático. El mundo arde y nosotros nos quedamos callados. ¿Cómo se vincula la evangelización con el cambio climático?
Hay que trabajar en este campo, sí. No cuidar el planeta es un pecado contra el don de Dios que es la creación. Para mí es una forma de paganismo: es utilizar como si fueran ídolos lo que el Señor nos ha dado para su gloria y alabanza. No cuidar de la creación para mí es como idolatrarla, reducirla a un ídolo que se desprende del don de la creación. En este sentido, cuidar la casa común ya es «evangelizar». Y es urgente. Si las cosas siguen como hasta ahora, nuestros hijos ya no podrán vivir en nuestro planeta.
Se está haciendo muy tarde y tenemos que irnos. Permítame hacerle una pregunta rápida: ¿cuáles son sus consuelos y desolaciones sobre el proceso de sinodalidad?
Hay consuelos y desolaciones. Le daré sólo un ejemplo: en las primeras sesiones del Sínodo sobre la Amazonia se prestó mucha atención a la cuestión de los sacerdotes casados. Luego, el Espíritu también nos hizo ver que faltaban muchas otras cosas: catequistas, diáconos permanentes, el seminario para aborígenes, sacerdotes que venían de otras diócesis o que eran trasladados dentro de la misma diócesis. Todo esto se ha vivido entre consuelos y desolaciones. Esta es la dinámica espiritual del Sínodo.
Al final de la reunión, que duró unos cuarenta minutos, Francisco nos pidió que rezáramos juntos un Ave María. A continuación, dio su bendición a los presentes, les saludó pidiéndoles que rezaran por él y les regaló a todos un rosario.
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1. Período de la formación que sigue inmediatamente al noviciado. ↑
2. Período de formación, generalmente de carácter pastoral, entre el estudio de Filosofía y el de Teología. ↑
3. Se trata de una novela de Amets Arzallus Antia e Ibrahima Balde (Blackie Books, 2021).
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