Fuente: Religión Digital
06.01.2022
Corintios XIII
Jesús Martín Mendieta,
sacerdote, consiliario de la HOAC, «servidor de Cristo Jesús, apóstol por
llamamiento divino, escogido para anunciar la Buena Noticia de Dios a los
pobres» (Rm 1,1) nació el 21 de febrero de 1923 en La Arboleda, una aldea de la
zona minera de Bizkaia, en el Valle del Trápaga. Vivió su infancia en el
País Vasco, «pudo ser un bandido», decía él, pero se dejó tocar por el Dios
de la vida:
"Sí, a mí, que iba para delincuente, que mis padres no sabían qué hacer con migo, que estaba rodeado de mineros, la mayoría ateos, Dios me hizo sacerdote y me ofreció la HOAC, para desarrollar mi vocación".
Sus padres fueron referentes en su vida constantemente: «Mi padre siempre fue un hombre honrado, y mi madre rezó mucho por mí, para que no tomara un camino equivocado».
Fue militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) desde el año de su fundación, en 1946. Se ordenó en el santuario de Begoña en 1954 cuando tenía 31 años y tuvo varios destinos en Bizkaia. Sus primeros destinos pastorales los desarrolló en zonas obreras de su diócesis. Durante los primeros dos años de sacerdocio estuvo destinado en la zona minera y, después de allí, le nombraron capellán del barrio de la papelera de Aranguren. Estuvo cuatro años viviendo en un barrio de chabolas en el monte Banderas, de Bilbao.
Se incorpora a la HOAC —Hermandad Obrera de Acción Católica— y apasionado por el «Divino obrero de Nazaret», como él llama siempre a Jesús, lo da a conocer a las gentes de sus parroquias. El año 1962 se traslada al barrio de Otxarkoaga acompañando a muchos de aquellos chabolistas que estuvieron con él. Descubrió la gracia de estar con los últimos y, por eso, todos los años de su sacerdocio los ha dedicado a transmitir la Buena Noticia del Evangelio al mundo obrero empobrecido, en Sevilla, en Ferrol, en Badajoz, con el fin de expandir la HOAC, y en Bilbao, a donde ya mayor regresa en 2010, y donde el 12 de agosto de 2016, murió, a la edad de 93 años.
Destaca de él su dedicación a los pobres y al mundo obrero: «Se encontró con un Dios encarnado en las personas más necesitadas y se entregó por completo a esta causa». «Su entrega al mundo obrero fue total», relata José Luis, consiliario de Bilbao, quien ha compartido muchas vivencias con Jesús. «Siempre lo hacía con el beneplácito del Obispo —relata Kerman, otro consiliario—. Se insta laba como cura parroquial y desde ahí promovía el movimiento obrero cristiano en el entorno».
Jesús es uno más del barrio, cuenta Felipe, consiliario de Plasencia: «A pesar de sus 80 años, coge el bus urbano, conoce a la gente, sabe sus nombres, se ha hecho uno de ellos. Continuamente va cargado con la edición del ¡TÚ!, publicación de la HOAC, para distribuirla y que en alguna ocasión él mismo lee a los que no saben leer».
«Suelo ir a una peluquería del barrio en el que vivo y Paco, el barbero, siempre habla de lo que sabe que le interesa al cliente. A mí me habla del barrio, de la parroquia, de los sacerdotes… Un día me comentaba el homenaje que el barrio había organizado a un sacerdote que se había significado en su labor social y que había muerto… Yo le comenté que ese año cumplía 50 años de sacerdocio, pero él me dijo que a mí no me harían nunca un homenaje porque yo era uno más del barrio. Me callé. Muchas veces me sirve de oración en mi vida sacerdotal esta frase».
Pobre entre los pobres, los últimos años de su ministerio, en Badajoz, en el barrio de la UVA, cuenta cómo casi todas las semanas tiene que ir al mercadillo que se instala en el barrio a comprar, de nuevo, las persianas de las ventanas que le han robado. Hasta que un día, al joven que le vuelve a vender cada semana las persianas, le dice: «Mira, soy sacerdote, y no gano mucho. No tengo dinero para venir todas las semanas a comprarte las mismas persianas que me robas una y otra vez, así que esta vez será la última». No volvieron a robarle nunca más las persianas.
En la trayectoria vital de Jesús Martín hubo dos elementos de apasionamiento que explican toda su vida: uno, el descubrimiento de Jesús de Nazaret, el divino Obrero, con quien se encuentra de una forma tan intensa que cambia radicalmente su vida de una vez para siempre. Jesús Martín será un enamorado de Jesucristo. Su vida y su ministerio, su abandono confiado en las manos del Padre, su dejarse guiar confiadamente por el Espíritu, solo se explica desde la experiencia radical de saberse y sentirse amado incondicionalmente por Dios.
Desde esa conciencia, se descubre entre los empobrecidos del mundo obrero —su otra pasión— enviado a anunciar esa Buena Noticia de la preferencia de Dios por los últimos. Él ha descubierto a Cristo en ellos, en el mundo obrero envilecido y explotado de la zona minera de Bizkaia, en los barrios periféricos de Sevilla y Badajoz, en las periferias de Ferrol, en las luchas y esperanzas de los tra bajadores y sus familias.
Y ambas pasiones son vividas filialmente en la Iglesia. Jesús soñaba con una Iglesia «pobre y de los pobres» en expresión, ahora, del papa Francisco, y construía esa Iglesia con paciencia y esperanza.
Esas pasiones le empujaron a Sevilla en los primeros años de la década de los sesenta del siglo pasado —como después le empujaron a Ferrol, y más tarde a Badajoz—, tras la crisis de la Acción Católica para reconstruir la HOAC. La semilla que sembró fructificó en la vida de hombres y mujeres que siguen hoy viviendo una vida creyente y militante que Jesús les mostró. Jesús fue animador y acompañante de militantes cristianos, fue creador y servidor de la comunión y de la entrega.
Los conoce a todos, nos cuenta Pepe: se sabe el nombre de los que conducen autobuses, de las mujeres que salen a diario a realizar limpieza en el centro de la ciudad, te dice el nombre y el número de todos los que están en la cárcel y que son de su parroquia, la cantidad de analfabetos, de parados…; a los niños, que él mismo ha bautizado, les da caramelos. Ha celebrado la vida, la muerte y los sufrimientos de todos ellos y ha deseado transmitir la fe y la esperanza, les ha entregado la Palabra de vida en las catequesis y grupos de vida y les ha perdonado en nombre del Padre.
Su propia experiencia sacramental es un testimonio para muchos de los sacerdotes más jóvenes que tuvimos la suerte de conocerlo y compartir vida y ministerio con él. Un año —nos dice Fernando, consiliario— le invitamos a dirigir un retiro para los militantes de la diócesis, y comentamos con él la decadencia en la práctica del sacramento de la reconciliación que veíamos entre los militantes y que habíamos previsto celebrar el sacramento en el transcurso del retiro. La sesión de la tarde comenzó con una intervención suya en la que ponía esto de manifiesto, y en la que nos narró su propia experiencia de saberse pecadory la necesidad que tiene constantemente de la misericordia de Dios en su vida:
En mi parroquia había una mujer mayor que venía todos los días a misa y un día cayó enferma. Me avisaban los vecinos: —Don Jesús, Fulanita está enferma en casa. —A ver si voy a verla, decía. —Don Jesús, Fulanita ha empeorado y la llevan al hospital. —A ver si voy a verla. —Don Jesús, está muy mal y quiere que la confiese y le dé la unción. —A ver si voy a verla. —Don Jesús, Fulanita ha muerto. Y yo no había tenido un momento para ir a ver a aquella mujer que me necesitaba, que esperaba de mí la misericordia de Dios, que requería que me hiciera portador de consuelo. No tuve un momento para ella. No reconocí a Cristo en ella, que me llamaba. Mis cosas fueron más importantes.
Jesús narraba este hecho, después de tantos años, casi con lágrimas en los ojos, y expresaba la intensa necesidad de sentirse perdonado, de pedir perdón y de recibirlo que experimentó. Y cómo el sacramento de la reconciliación, en la conciencia de su debilidad, le ayudó a sentir que Dios mismo lo alzaba y le daba una nueva oportunidad; otra más. Todos quedamos en silencio. Y dijo: «Bueno, pero no os aburro con mis cosas, vamos a celebrar el sacramento».
No hubo un solo asistente que no se confesara aquel día. Varias veces hubo que avisar a la cocina de la casa donde estábamos para que retrasaran la cena, porque a pesar de los sacerdotes que estábamos presentes, no dábamos abasto.
En el verano de 2010, Jesús había dado un bajón significativo, física e intelectualmente. La edad y el desgaste de los años de entrega empiezan a pasarle factura. Asiste como cada año a los cursos de verano de la HOAC y, aunque empieza a llegar tarde a las reuniones y en alguna se queda dormido, sigue planteándole a la Comisión Permanente que está dispuesto a trasladarse a donde haga más falta para extender la HOAC. Ese año su obispo lo ha destituido de malas maneras como delegado diocesano de pastoral obrera, y ha vivido con indignación conte nida, con incomprensión, pero con absoluta obediencia, la decisión. Ahora que no le queda horizonte allí, decide que es hora de ponerse de nuevo a disposición de la HOAC, para que le envíe a donde necesite.
Algunos compañeros somos conscientes de que Jesús, con 87 años ya, lo que debe hacer es echar el freno y descansar; le decimos que ha llegado la hora de dejarse cuidar. Intentamos convencerle de ello, sin resultado. Hemos organizado una estrategia desde diversos frentes para convencerlo, pero sigue negándose a retirarse.
La última mañana del curso, cuando ya, días antes, hemos abandonado nues traesperanza de convencerle de que regrese a descansar a Bilbao, se acerca en el desayuno a alguno de nosotros y nos dice que ha rezado y pensando que quizá es Dios quien le está pidiendo que pare, por medio de nosotros, y que sería poco humilde no hacerlo, así que dice que está dispuesto a hacer lo que la Comisión Permanente de la HOAC le pida, como siempre ha hecho: «Si me lo pide la Comisión Permanente, debe ser cosa de Dios». Al final, como en todo a lo largo de su vida, le puede la docilidad creyente y confiada en esa voluntad de Dios que discierne con paso orante en los recovecos de la vida humana. Un mes más tarde, Jesús llega a su última residencia, en Bilbao, donde permanece hasta su fallecimiento.
En una de las últimas visitas que le hicimos nos insistía que contásemos a todos que era feliz, muy feliz. Era su manera de agradecer el cuidado y el cariño. Era su manera de vivir la esperanza.
Jesús ha vivido toda su vida sacerdotal, todo su ministerio al servicio de la comunidad. Ha sido un servidor, a los pies de hombres y mujeres con quienes ha compartido sus vidas, reconociendo en los empobrecidos del mundo obrero el rostro de Cristo. Ha sido último con los últimos, siempre en las periferias de la existencia. Ha sabido propiciar y acompañar el protagonismo de los laicos en una Iglesia de bautizados, cuidando su formación y su espiritualidad, animando su com promiso, compartiendo sus penas y sus alegrías, sus luchas y sus esperanzas. Ha vivido su ministerio sacerdotal en clave de encarnación y servicio.Y fue maestro de sacerdotes. Muchos consiliarios de los movimientos especializados de Acción Católica han aprendido de él la manera de vivir su ministerio sacerdotal en el encuentro cotidiano con Cristo para vivir al servicio de los pobres en el empeño de construir con ellos una comunión de vida, de bienes y acción que son manifestaciones del Amor, del Mandamiento Nuevo.
Jesús Martín ha sido testigo de la Fe, testigo de la Vida plena y abundante que Dios nos regala y nos invita a construir y a cuidar. ¡Hasta mañana en el altar, Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.