Fuente: Noticias de Gipuzkoa
Gabriel Mª Otalora
30.04.2021
La misma Europa insensible a la fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo lleva instalada mucho tiempo en África esquilmando sus materias primas
Hay noticias que no dejan de serlo aunque la sensibilidad hacia ellas haya perdido intensidad de tanto repetirse. Incluso en la pandemia que nos martiriza, mucha gente acepta ya la cuota de contagios y muertos así como el riesgo de contagiarse con tal de quitarse de encima la opresión anímica que les causa las restricciones sanitarias. Algo similar ocurre con la tragedia de la inmigración que no cesa en el Mediterráneo.
La sociedad asume la tragedia de la inmigración, que antes sacudía conciencias –como ya ocurre con el coronavirus–. Ya casi no es noticia lo que nos cuentan semana tras semana, y eso es lo terrible, aunque se trate de una realidad cada vez más frecuente que miles de jóvenes africanos se arriesgan temerariamente a travesías de cientos de kilómetros, pero cuyos detalles pocas veces transcienden excepto cuando hay supervivientes y si estos tienen ánimo de contarlo.
Recordemos solo un caso de 2020; un chaval de 17 años es acogido en estado de shock en un centro canario de menores tras sobrevivir a quince días a la deriva, en los que la mayoría de sus 26 compañeros de patera murieron de hambre y sed y fueron arrojados por la borda. Uno tras otro, día tras día; entre ellos, sus seis primos. Imaginemos la escena de tirar los cadáveres por la borda mientras se acababa la comida y el agua pensando que él también se iba a morir, como les ocurría a los demás.
Hace pocas fechas, el Papa Francisco aseguró que es "el momento de la vergüenza" tras la muerte de 130 migrantes en otro naufragio ocurrido en el Mediterráneo después de que durante ¡dos días! varias organizaciones humanitarias solicitaran ayuda a los gobiernos europeos para poder salvarlos, y el auxilio no se produjo. "Eran personas, seres humanos y durante dos días han estado implorando en vano una ayuda que no ha llegado", dijo el Papa, conocedor de que mientras miramos para otra parte, algunas personas en su desesperación llegaron a comerse hasta trozos de madera de la patera. Este fue el caso del chico de 17 años al que me refería anteriormente.
El drama de la inmigración golpea sin parar mientras las víctimas no tienen rostro ni historia por la indolencia y la pasividad de Occidente que infringe las leyes elementales de la humanidad además de saltarse el Derecho Internacional. No queremos sentir ni tender la mano hacia quien huye del horror y del hambre molestando nuestra opulencia. Manos inocentes que rechazamos sin valorar que así nos destruimos por dentro, encerrados en nuestro propio mundo decadente que ni escucha, ni siente compasión alguna.
¿Quién llora a estos muertos? ¿Quién se interesa por esos millones de personas que solo buscan salir de un infierno en vida? Parias de ninguna parte, vidas truncadas. La misma Europa insensible a la fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo lleva instalada mucho tiempo en África esquilmando sus materias primas. La explotación continúa con un colonialismo de nuevo cuño, pero encastillados ahora en nuestras fronteras mientras las mafias campan tranquilamente sin una patrullera que les intimide su labor de esclavitud y miseria. Todo es dinero y silencios cómplices ante la intemperie de tantos sin derechos ni dignidad humana que tratan de escapar de la miseria y la violencia. Y entre todos estos naufragios horribles, tres millones de personas continúan encerrados en territorio de Turquía cuando huían de la guerra en Oriente Medio. Y todo ello costeado por la Unión Europea para que no sigan adelante. Crisis esta de los refugiados de Oriente Próximo considerada como el mayor éxodo planetario desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
No parece importarnos. El mundo se circunscribe a nuestro interés. Nos contentamos diciendo que es imposible cambiar las cosas, a lo que Concepción Arenal nos recordaría que "todas las cosas son imposibles mientras lo parecen". Mientras tanto, no pocas personas se extrañan de que todavía se escriban palabras de denuncia y apoyo a tantos indefensos, convencidas de su inutilidad para un posible cambio de esta realidad: ¿Por qué seguir gritando entonces? Pues para que al menos esta realidad injusta y asumida no me cambie a mí.
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