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Javier Caravallo
(En El Confidencial)
"Hasta un ignorante como yo sabe que hay abortos que de inmorales no
tienen nada"
Santiago Agrelo era párroco de la diócesis de Astorga cuando Benedicto XVI
lo nombró arzobispo de Tánger. Hace dos años,
De Galicia
salió y a Galicia ha regresado muchos años después, como quien vuelve a sus
orígenes para, desde ahí, contemplar y analizar mejor su vida espiritual que
comienza en los años de la posguerra, cuando su familia decide enviarlo a un
convento. “Es verdad, yo no decidí ser fraile; lo decidieron mis abuelos, con
los que me crié. Un día, mi abuelo dijo, ‘a este niño hay que encerrarlo’. No
es que yo fuera más travieso que los demás niños, pero es que, en los años 50,
en una aldea de Galicia, no era fácil labrarse un futuro.
Por eso creo
que mi abuelo me envió a los once años al seminario franciscano. Así que entré y nunca volví a plantearme otra cosa…”. Tanto es así
que Santiago Agrelo Martínez (Asados, Rianxo, A
Coruña, 20 de junio de 1942) fue ascendiendo en la jerarquía eclesiástica hasta
que, en 2007, siendo párroco de la diócesis de Astorga, el Papa Benedicto XVI lo
nombró arzobispo Tánger. Es
posible que allí, donde nunca se hubiera imaginado llegar, monseñor Agrelo encontró
todo el sentido de su vida, de su espiritualidad. Hace un año, el Papa
Francisco aceptó la jubilación que había presentado dos años antes, cuando
cumplió 75 años, y lo destinaron, de nuevo, a la provincia franciscana de
Santiago de Compostela.
PREGUNTA.
El mundo está viviendo una pandemia que ha puesto de rodillas a la humanidad.
Muchos creyentes, ante esta oleada de muertes, de sufrimiento, han podido
preguntarse: ¿dónde está Dios? Yo se lo pregunto a usted, porque el
Padrenuestro dice ‘hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo’.
RESPUESTA. Si damos por supuesto que Dios, en la Creación, mantuvo su intervención
en la Tierra al margen de las leyes terrenales, nos estamos inventando un mundo
que no existe, que no ha existido nunca. El mundo tiene sus leyes, sus normas,
su autonomía, y eso no quita nada de lo que le corresponde a Dios. Cuando Jesús
nos enseñó el Padrenuestro, y decimos ‘hágase tu voluntad, aquí en la tierra
como se hace en el cielo’, se refiere a los hijos de Dios, a los que ya están
con él, en otra dimensión, y a los que todavía estamos aquí, en la Tierra, y
podemos elegir entre hacer el bien o el mal. Y le pedimos que se haga su
voluntad en la tierra, es decir, que nos ayude a elegir siempre el bien. A eso
se refiere el Padrenuestro, no a un dominio de Dios sobre la naturaleza, sino a
que nuestra vida esté en consonancia con lo que nuestro Padre quiere de
nosotros. Cuando nos hacemos esas preguntas, un cristiano lo que siempre
recuerda es que Jesucristo fue una víctima del mal de la tierra, no del mal de
la naturaleza, sino del mal humano, de la voluntad humana de hacer mal. Frente
a la cruz de Jesús, sí que tenemos que hacernos esa pregunta; también se la
hizo el propio Jesús cuando exclamó, ‘Dios mío, Dios mío, por qué me has
abandonado’. Jesús no cuestiona la existencia de Dios, sino que es incapaz de
comprender ese momento su propia situación.
P.
También puede existir lo contrario, quien piense que estos males que azotan a
la humanidad no son una prueba de la inexistencia de Dios, sino que si suceden
es porque se trata de un castigo de Dios.
R. Por favor, pero quién puede pensar esa tontería. Dios no interviene
en el mundo de esa manera, Dios no viene aquí no para premiar ni para castigar.
El hijo de Dios se hizo hombre para enseñarnos a vivir nuestra humanidad, para
enseñarnos a aceptar nuestros límites. Ese es el sentido de la Encarnación, que
el mismo Dios se toma el trabajo de decirnos cuál es nuestro camino. En el
Génesis, la historia de Adán y Eva se narra en algunos capítulos que son de los
más hermosos y significativos de la Sagrada Escritura y, sin embargo, no se les
presta la atención adecuada. En Adán y Eva tenemos la figura de la Humanidad,
del hombre y de la mujer que pretenden salir de su condición, desapropiarse de
sus limitaciones, para subir hasta el lugar que ocupa Dios. Jesucristo es la
contrafigura de Adán y Eva; es, quien siendo Dios, renuncia a ese poder divino,
para asumir nuestros límites. Y asume la condición humana, no en el trono de un
rey, ni siquiera en la silla de un presidente o de un ministro, sino que baja hasta
la condición de un esclavo y muere como un maldito. Esos son los dos caminos
que todo hombre, toda mujer, debe escoger, el de escalar para intentar ocupar
el lugar de Dios o el de bajar para ocupar el lugar revelado en Jesús de
Nazaret, dando vida a los demás. Por resumir, a mí lo que me interesa de esta
pandemia son las víctimas. De hecho, para la Iglesia, y me refiero a las comunidades cristianas dispersas por todo el mundo, va a ser un desafío porque tendremos que
estar con las víctimas de la mayor pobreza que vendrá tras el virus.
P.
Habla usted con rotundidad de que la pandemia no tiene nada que ver con Dios,
pero no todo el mundo piensa igual. Por ejemplo, monseñor Cañizares dijo hace
unos días que “el diablo está en la pandemia”. Lo dijo por la utilización de
embriones humanos, provenientes de abortos, en la búsqueda de una vacuna.
R. No he oído las palabras de monseñor Cañizares y desconozco el contexto.
Lo que sí puedo suponer es qué pasaría por mi cabeza si me llega una noticia de
que están experimentando una vacuna con cultivos de células de fetos abortados
y lo que no haría es dar un salto y pasar el terreno de la moralidad. Quiero
decir que habrá quien piense que, si se trata de abortos, es algo inmoral,
cuando hasta un ignorante como yo sabe que hay abortos que de inmorales no
tienen nada. Por tanto, pasar de la investigación de esas células hasta lo
inmoral, es un salto que no es legítimo. Los representantes del magisterio de
la Iglesia deberíamos andar siempre con muchísimo cuidado a la hora de decir
ciertas cosas... Eso vale para todos, naturalmente empezando por mí mismo. No
conozco lo que ha dicho monseñor Antonio [Cañizares], ni si sus palabras se han sacado de contexto, pero sí pienso que
nosotros, si que si queremos realizar un juicio moral sobre determinadas cosas,
tiene que ser con conocimiento de causa, y no a través de rumores o de la
primera noticia que te llega. Es una cuestión de prudencia, y se lo dice un
imprudente.
P. El
aborto... Muy pocos en la Iglesia afirman que no todos los abortos son
inmorales.
R. Sí, sí,
pero eso lo saben todos en la Iglesia, que hay abortos sobre los que, en modo
alguno, puede caer un juicio moral negativo. En fin, mire, nosotros no estamos,
yo no estoy autorizado a pensar de ninguna mujer que haya abortado que lo hizo
en unas condiciones de inmoralidad, que no tenía derecho a hacerlo. Yo no puedo
pensar eso, jamás, porque es hacer un juicio que no me corresponde.
Teóricamente, yo puedo condenar que la mujer, o su entorno, provoquen
deliberadamente un aborto. Pero esa es la teoría, las páginas de un libro, no
son las páginas de la vida, y, por eso, yo no puedo condenarlo. Nunca.
P. El
Papa Francisco ya fijó una posición, al poco de ser elegido. Dijo que la
Iglesia no podía estar todo el tiempo hablando de abortos, de gais y del condón,
que hay otros asuntos que merecen su atención. Creo que usted, señor arzobispo,
está en esa línea, pero llega muchísimo más lejos.
R. Cuando
insistimos tanto en un tema, no sacamos ningún provecho. Las cosas se dicen una
vez, y luego se pasa a la acción. Se lo voy a decir muy claro, tal y como lo
pienso: el estar machacando continuamente con el tema del aborto lo que ha
provocado, posiblemente, es un aumento de los partidarios del aborto. Si en vez
de eso, nos hubiésemos acercado a la mujer que se encuentra en esa situación,
ante la perspectiva de un aborto en su vida, habríamos reducido ya muchísimo el
número de abortos. Acercarnos a la mujer para comprenderla, para acogerla, para
caminar con ella… En fin, hay quien piensa que tienen que estar dando siempre
martillazos en ese clavo y lo único que consiguen es hacer daño. A nosotros se
nos tiene que encontrar siempre cerca de la gente y si se trata de pecadores,
mucho más cerca.
P. Le
mencionaba antes al diablo y la pandemia. Permítame la simpleza: ¿no había
dicho ya la Iglesia que el infierno no es un lugar? Porque otra vez hay quien
habla del infierno...
R. ¿De verdad
me dice usted eso? A ver, a ver, lo voy a decir así, aunque alguien se me
escandalice: no me importa el cielo y no me importa el infierno; es decir, no
me importa lo que hay después de la muerte. No me importa. Eso se lo dejo a
Dios, se lo dejo a mi Señor, no tengo que preocuparme de lo que venga después
de la muerte, tengo que preocuparme de lo que hay antes de la muerte. Y lo que
hay antes de la muerte son hombres, mujeres y niños que en sus vidas no han
conocido más que sufrimiento. He conocido de cerca a muchos de ellos que ya se
me han muerto y conozco de lejos a millones, que están ahí, aunque nadie quiera
verlos, y que, por miles, se mueren de hambre a diario. Conozco de cerca a los
sintecho, a los que no tienen trabajo… Ese mundo es el que conozco de cerca y
es del que tengo que preocuparme; del otro ya se ocupará Dios nuestro Señor.
Este presente que vivo, me lo ha entregado Dios para que lo trabaje, para que
me preocupe de sus hijos más desgraciados. Para eso me ha dado ojos para ver,
manos para trabajar y corazón para sentir. Es este mundo el que me preocupa y
me da risa ver que hay gente que se preocupa de infiernos y de cielos. Eso, que
se lo dejen a Dios nuestro Señor… Preocuparse de esas cosas es no tener fe.
P. ¿Qué
aprendió usted como arzobispo de Tánger?
R. El Señor
me ha concedido una Gracia muy grande a lo largo de toda mi vida, y es la de
tener los ojos abiertos allí donde estoy. Cuando fui a Tánger yo no tenía ni
idea de lo que era aquello, aunque había estado un par de veces por allí. Me
tocó enfrentarme a lenguas que desconocía, a una cultura, la islámica, que
también desconocía y, finalmente, al mundo de la inmigración, que desconocía
totalmente… Yo comprendo muy bien a la gente en España que ve a los inmigrantes
como extraños y casi como un estorbo; gente que no tiene derecho a venir a este
mundo en el que nosotros estamos y que es nuestro mundo. Los comprendo porque
es la idea que yo tenía cuando estuve aquí y sólo cuando los tuve delante
entendí que allí había derechos fundamentales violados. Y entendí que quienes
estábamos impidiendo el ejercicio de esos derechos somos nosotros, quienes nos
creemos que tenemos derecho a cerrar nuestras fronteras. Eso lo aprendes en
contacto con la realidad. Otra cosa que me vino muy bien aprender es a ser
Iglesia en minoría, algo pequeñito en medio de un mundo musulmán inmenso y, aún
así, es una diócesis llena de vitalidad.
P. Profundicemos
en eso, por separado. La idea que tenemos es que la Iglesia católica en el
mundo musulmán es objeto de acoso, de agresividad, de una hostilidad
permanente. ¿Lo vivía así? De hecho, ahí está el fundamentalismo terrorista
islámico...
R. Vamos a
ver, los grupos fundamentalistas no tienen como objetivo a los cristianos, sino
a todo el mundo, incluidos los musulmanes que no son fundamentalistas. Una cosa
es el fundamentalismo, que lo hay en todas las ideologías, que también existe
en el cristianismo, y otra cosa es la convivencia de los musulmanes y los
cristianos. Los franciscanos estamos en Marruecos desde los tiempos de San
Francisco y siempre hemos estado en minoría y en santa paz. Quiero decir que
tanto las autoridades como el pueblo marroquí han acogido siempre a la
comunidad cristiana y lo mismo ha ocurrido, que yo sepa, con la comunidad
judía. Lo normal, lo tradicional, ha sido siempre la solidaridad, la
convivencia, la familiaridad.
P.
Bueno, es verdad que en todas partes hay fundamentalistas, pero no es justo
equipararlos con el fundamentalismo terrorista islámico.
R. En el
mundo hay muchos enfrentamientos armados que nada tienen que ver con el mundo
musulmán. Y a la hora de hablar de un fundamentalismo que mata, imagínese las
muertes que provoca el fundamentalismo de quienes cierran los puertos y dejan
que los inmigrantes se hundan en el mar. No nos podemos
lavar las manos ante eso. Ese es un fundamentalismo político, ideológico y, supuestamente, ligado a creencias cristianas. Comprenderá la gracia que me hace ver a alguien con el rosario en la mano diciendo aquí no entra ni dios.
lavar las manos ante eso. Ese es un fundamentalismo político, ideológico y, supuestamente, ligado a creencias cristianas. Comprenderá la gracia que me hace ver a alguien con el rosario en la mano diciendo aquí no entra ni dios.
P.
Habrá oído que quienes actúan así suelen pensar que la oleada de inmigración es
un ‘caballo de Troya’, una invasión que pone en peligro a la propia Europa, sus
tradiciones y su cultura.
R. Yo no
puedo admitir, bajo ningún concepto, que al pobre que va en busca de futuro se
le considere una especie de soldado, oculto en un caballo, para invadir Europa.
Esa es una imagen que deforma el hambre y el sufrimiento de los inmigrantes y
destroza sus vidas. Condena a muerte a miles y miles de personas. Sí, claro que
lo he oído; yo he oído a altos representantes de la Iglesia Católica diciendo
que los inmigrantes eran el ‘caballo de Troya’ del Islam para islamizar Europa…
El hambriento tiene derecho al pan donde lo haya y nosotros tenemos pan, con lo
cual ellos vendrán aquí. Sanseacabó. Qué me importa si el hambriento sea
islamista, protestante o anglicano. No me importa nada. Hay un versículo en una
de la Cartas de San Pablo que convendría grabarse en la mente, ‘ya no hay ni
judío ni gentil, ni libre ni esclavo, ni hombre ni mujer, todos somos uno en
Cristo Jesús’. La pobreza, la necesidad, es lo que cuenta, no las etiquetas. Y
si lo que preocupa son las tasas de natalidad de los inmigrantes que no son
cristianos, pues qué quiere que le diga, no se puede pensar en blindar una
Europa cristiana e infecunda. Como estuve a punto de decirle a un cardenal,
‘¡dedíquense ustedes a tener hijos!’ Menos mal que sólo lo pensé, ja, ja, ja,
que no se lo dije, ja, ja, ja…
P. Sí,
sí, menos mal. De todas formas, lo que parece evidente es que el hambre en
África no se puede solucionar dejando entrar en Europa a todo el mundo, porque
es imposible. Es como pensar que Europa es la culpable del hambre en África.
R. Lo que es
evidente es que Europa tiene muchísimo que ver con el hambre en África. Si
usted mira el mapa de África hace un siglo, sólo encontrará banderas europeas.
La descolonización dejó un mapa de banderas africanas, pero no hay economías
africanas, sino economías dependientes de los mismos señores y recursos
naturales explotados siempre por los mismos explotadores. Europeos,
norteamericanos, canadienses, chinos, rusos, indúes… África continúa siendo el
continente al que todos van a sacar recursos y nadie deja que el pueblo
africano pueda vivir de sus recursos. Los desposeemos, los empobrecemos y luego
pretendemos que se queden allí a disfrutar de su pobreza y que no vengan a
molestarnos en nuestro mundo rico, gracias a las riquezas que se sacaron de
África.
P. De
acuerdo, pero eso no contesta a lo que le planteaba, que no es posible abrir
fronteras, sin más, y pretender solucionar el hambre de África trayendo a todo
el mundo a Europa.
R. ¿Cuántos
son los inmigrantes subsaharianos que han llamado a las puertas de Europa? Mire
los números y verá que es posible… Caben todos en Galicia, vamos. ¿Cuántos
pueblos abandonados hay en las Castillas? Dígame cómo se casa la realidad de la ‘España vaciada’ con ese razonamiento de que los inmigrantes no caben en Europa. Pues
claro que caben, lo que pasa es que no los queremos, que es algo muy distinto.
P. El
Gobierno de Pedro Sánchez prometió quitar las concertinas de la frontera, pero
lo que se ignora en España es que lo hizo después de asegurarse de que
Marruecos iba a construir una segunda alambrada de concertinas, incluso más
agresiva, en su propio territorio. ¿Eso le pareció una hipocresía?
R. No me
cansaré de denunciarlo, aunque ahora esté lejos. La decisión del Gobierno
español de retirar las concertinas, que no sé siquiera si ya se ha realizado
totalmente, no se ha tomado hasta que Marruecos tuvo levantada su valla con
cuchillas al otro lado de la frontera. Es un juego de palabras vacías, nada
más. No hay más respeto por los derechos de esas personas a emigrar ni al
derecho a su propia integridad física. Esos derechos se vulneran continuamente.
Y no sólo por las cuchillas, por los fosos, por las vallas… También por la
actuación de las fuerzas del orden porque, sistemáticamente, cada vez que un
grupo de inmigrantes intenta pasar la frontera, se les acusa de violencia
cuando no se trata más que de la que tienen que ejercer para intentar saltar un
muro que se ha levantado delante de ellos. ¡Y se les acusa de violentos! Esto
me repugna profundamente, porque somos nosotros, desde que nacemos hasta que
morimos, los que ejercemos una violencia tremenda contra estos chicos. Los
obligamos a sufrir todos los días de su vida y luego se les condena. Es pura hipocresía,
ahora hay vallas más altas, fosos más profundos, cuchillas y peines invertidos,
millones y millones de euros invertidos en levantar muros para los pobres.
Mire, por lo que hablábamos antes, de eso sí que habrá que dar respuesta ante
Dios después de la muerte. Y ya le digo que habrá muchos que se encontrarán en
apuros por lo que aquí hacen con los pobres.
P. Esa
es la visión que, como me decía antes, le ha cambiado radicalmente tras su paso
por el Arzobispado de Tánger...
R. Se trata de algo tan sencillo como llamar a las cosas por su nombre.
Fíjese, por ejemplo, en la forma que tenemos de hablar de las fronteras: no hay
chicos que pasan hambre, no hay mujeres sometidas, día tras día, a violaciones,
no hay niños que no saben qué es una casa familiar… En las fronteras hay sin
papeles, irregulares, ilegales… Se habla de ellos como si fueran fantasmas, que
no sufren. Todo esto es una grandísima hipocresía de la que son parte los
Gobiernos y también los medios de comunicación, que rara vez se aventuran a dar
una información rigurosa y fiable de las fronteras. Uno de los problemas de
esta sociedad es que no sabe qué hay en las fronteras, ni en los caminos de los
inmigrantes. Si lo supieran, si lo pudieran ver, no lo tolerarían. Esta
sociedad que no tolera que se maltrate a un perro, cómo es que tolera que se
mate a miles de inmigrantes. Hace quince días, murieron ahogadas cincuenta
personas frente a las costas de Túnez, la mayoría mujeres… Esto es una sangría
inaceptable, no sólo hipocresía, que es, como dijo alguien, el homenaje que la
mentira le hace a la verdad. No, es más, es un crimen contra la
humanidad.
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