El Papa convoca a los obispos de la región y a expertos para debatir este octubre en Roma sobre la ordenación de curas casados y cómo proteger el ecosistema y a sus moradores
(«El
País» 29/09/2019)
Ninguno de ellos tiene aspecto de revolucionario, pero sí vocación. Son
parejas felizmente casadas a las que sus hijos han hecho abuelos. Una maestra
jubilada indígena piratapuia, María Ana Albuquerque, que durante años viajó en
lancha a aisladas aldeas de la
Amazonia brasileña para dar catequesis y llevar la comunión a feligreses
que solo
ven al cura de año en año o, en el mejor de los casos, cada varios meses.
Fieles entregados como Denis Gama da Silva, 41 años, indígena tucano, padre de
familia, que se gana la vida como guarda de seguridad y hace una década asume
infinidad de tareas eclesiásticas e incluso, cuando no hay sacerdote, oficiar
lo más cercano a una misa que las normas le permiten. O Socorro Oliveira, de 54
años, casada con un diácono permanente, lo más similar a un cura católico. La
principal diferencia es que él no puede dar la eucaristía, la extremaunción ni
confesar. Todos gozan de la confianza de sus obispos y de sus comunidades pero
reclaman al Vaticano que vaya más allá.
Los católicos de la Amazonia han logrado que el Vaticano debata
oficialmente una
propuesta para ordenar a hombres casados como sacerdotes; y a mujeres como
diáconas. Recogieron el guante del Papa cuando convocó a sus obispos a un
sínodo y les pidió propuestas “valientes e innovadoras” para proteger la
naturaleza y a los moradores de este territorio inmenso, de parroquia dispersa,
falto de curas y de vocaciones, y terreno
fértil para los evangélicos. La cita es este octubre en el sínodo de la
Amazonia, que se celebra a 9.000 kilómetros de aquí, en Roma.
Si Francisco bendice la propuesta, sería un paso con potencial
revolucionario porque significaría el fin del monopolio del celibato adoptado
hace un milenio en la Iglesia católica, apostólica y romana. El sínodo, en el
que el Pontífice y los obispos amazónicos también debatirán sobre cómo proteger
a las poblaciones nativas y este riquísimo conjunto de ecosistemas, tiene tan
ocupados como esperanzados a los católicos brasileños. Las asambleas
preparatorias se suceden hace meses. Una de las últimas fue en Manaos, una de
las ciudades más peligrosas de Brasil, que sin embargo tiene un espectacular
teatro de ópera herencia del esplendor del caucho. Incrustada en un paisaje de
tupida vegetación y sinuosos ríos, aquí las carreteras asfaltadas son una
rareza y el ferrocarril, inexistente. Se viaja en barco.
Antes de partir para Roma, el obispo de São Gabriel da Cachoeira, Edson
Damián, de 71 años, detalla durante la reunión de Manaos a quiénes tiene en
mente esta propuesta. “Son esos líderes que están al frente de comunidades
aisladas, que celebran hace mucho tiempo la palabra, que transmiten la
catequesis… Queremos que con la formación debida puedan ser ordenados padres y
que la eucaristía esté presente en vez de negarla como ahora”. El documento de
trabajo del sínodo, fruto de un largo proceso asambleario en el que han
participado 87.000 personas de los nueve países por los que se extiende la
región, precisa que esos nuevos curas deberían ser “preferentemente indígenas”,
“aunque tengan familia constituida”. Se trata de que los sacerdotes vivan con
sus feligreses en las aldeas más aisladas, donde ahora van en esporádicas y
fugaces visitas.
No en todos los ritos católicos es sacrosanto el celibato. Ni lo fue
siempre en la Iglesia de Roma. “Sería rescatar lo que funcionó durante 1.100
años”, dice por teléfono desde Cruzeiro do Sul, otra diócesis amazónica, su
obispo, Flavio Giovenale. Es más, recalca este religioso nacido en Italia, solo
dos o tres de las 23 ramas del catolicismo no tienen curas casados. A los
maronitas de Líbano o los coptos de Egipto el matrimonio no les aparta del
sacerdocio. Subraya que también hubo diáconas. Fue siglos antes del
descubrimiento de América, adonde los misioneros católicos llegaron de la mano
de los conquistadores en 1500. Lo primero que hicieron los portugueses al pisar
lo que sería Brasil fue celebrar misa.
El obispo Damián deja claro que, de prosperar, los curas casados serían
solo para la Amazonia. Entre los jerarcas y fieles de la Iglesia de Brasil —la
mayor del mundo aunque en declive, son el 62% de la población— nadie menciona
que sus contrapartes alemanes —la Iglesia más rica del mundo— han decidido
debatir sobre el celibato, la ordenación de mujeres y la homosexualidad pese a
la oposición vaticana.
La actual coyuntura —con la emergencia climática en el centro de la agenda
pública y un presidente ultraderechista en Brasil— ha dado una relevancia
política inesperada al sínodo convocado en 2017 por este Papa ecologista para
analizar cómo preservar el bosque tropical, a sus habitantes y el catolicismo
en un territorio donde las muy dinámicas iglesias evangélicas e intereses
económicos depredadores —adjetivo que repite la Iglesia— avanzan veloces.
El presidente Jair Bolsonaro, que considera a la Iglesia católica un
peligro para la soberanía nacional, ha ordenado al espionaje interno que vigile
sus actividades en la Amazonia. “La Iglesia no es masonería, no tenemos nada
que esconder, que vengan a ver. Nos gustaría que todas las instituciones
participaran de la defensa de los pueblos más frágiles y de la Amazonia”,
proclama Damián. Muchos indígenas brasileños como Da Silva confían en que el
Papa interceda por ellos. “Necesitamos que nos defienda porque nos están
quitando nuestros derechos y nuestras tierras. Y a las ONG les preocupa la
naturaleza, no las personas que viven en ella”.
El marido de Oliveira, Afonso Brito, 54 años, fue uno de los primeros
hombres casados ordenados diáconos permanentes en la Amazonia. Suman 418 ahora.
Ella le acompaña desde el inicio. “Es nuestro intento de poblar espacios donde
no existe un padre oficial”, dice él. Ambos hacen trabajo pastoral pero, como
explica Oliveira, el Vaticano no los trata igual: “Nos formamos juntos, pero a
mí no me impusieron las manos. Aunque el obispo dice que yo automáticamente lo
soy también”, añade entre risas. Si Francisco aceptara ordenar diáconas, poco cambiaría
en la rutina de estas mujeres. Se trata de oficializar lo que ya hacen.
Como las vocaciones son insuficientes en esta tierra con numerosos obispos
llegados de Europa hace décadas, sumar a padres de familia y a mujeres se
vislumbra como una solución. “Sería un cambio muy necesario porque tenemos
realidades muy desatendidas”, explica la socióloga Marcia Oliveira desde Boa
Vista, también en la Amazonia brasileña. “La Iglesia ha perdido en 30 años la
mitad de lo conquistado en 500 años de evangelización”, sostiene esta
catedrática que participará en el sínodo como experta. “O cambia sus métodos y
legitima a las personas que acompañan a los fieles o va a seguir perdiendo
mucho espacio”, advierte.
Un obispo indígena
El obispo Damián sueña con que su sucesor al frente de la diócesis de São
Gabriel da Cachoeira, en la frontera con Colombia, sea indígena. Es lo que
corresponde, dice, porque es una de las que tiene más proporción de fieles
nativos. Seis de ellos, cada uno de una etnia, asistieron con él a la reunión
con otros religiosos, laicos y obispos en Manaos. Recorrer los 800 kilómetros
que separan ambas ciudades lleva entre dos y cuatro días en barco. Depende de
si uno toma el rápido o el barato. Los privilegiados pueden llegar en avioneta.
Gracias a esa lejanía, es de las que mejor ha resistido el embate de las ágiles
iglesias evangélicas.
Aunque el presidente Bolsonaro fue bautizado en la fe católica como buen
descendiente de italianos y sigue fiel al Vaticano, ha forjado una estrecha
alianza política con los principales líderes de las iglesias evangélicas. Su
hostilidad a la jerarquía católica es evidente desde la campaña electoral. Los
considera unos izquierdistas. El ultraderechista admitió recientemente que la
Agencia Brasileña de Inteligencia (Abin) vigilaba los preparativos del sínodo
porque el Gobierno es extremadamente sensible al asunto de la soberanía de la
Amazonia y considera que el encuentro con el Papa “tiene mucha influencia
política”. Los obispos son conscientes de esa desconfianza, que atribuyen a los
enormes intereses económicos y políticos que entraña la cuestión, y por eso han
celebrado varios encuentros con representantes de las Fuerzas Armadas. La
agencia de inteligencia convocó a los representantes de Cáritas para que les
explicaran de primera mano su trabajo. Nunca lo habían hecho.
Pese a que los jerarcas católicos no mencionan a los evangélicos, la
Iglesia es perfectamente consciente de la eficacia con la que estas nuevas
iglesias de inspiración estadounidense entran en las comunidades indígenas. En
un abrir y cerrar de ojos, forman y envían un pastor, una pastora o un
matrimonio de pastores que se queda a vivir entre los fieles. Y ahí están con
la parroquia en las alegrías y en las penas. Cosa que no ocurre con los
católicos, que pueden contar con sus sacerdotes para celebrar sus bodas y
bautizos pero no en los peores momentos, cuando enferman o afrontan la muerte.
La Asamblea de Dios, la más poderosa de las iglesias evangélicas de Brasil,
nació en la Amazonia en 1911. Pero existen cultos enfocados exclusivamente en
los indígenas como la Misión Nuevas Tribus de Brasil, que ha creado más de cien
iglesias lideradas por miembros que pertenecen a 44 de las más de 300 etnias de
Brasil, según su página web.
Gerardo Trinidade, 31 años, es una rareza entre los curas brasileños porque
es indígena. Es un baniwa. Ordenado hace un año, se ocupa de 17 comunidades
rodeadas de aldeas donde los evangélicos son mayoría. “Solo las visito cuatro
veces al año y son visitas con muchas prisas”, explica en Manaos. Básicamente
llega, mantiene una reunión, echa un partidillo de fútbol con los aldeanos,
pone una película, da una charla, celebra misa, administra la comunión… Tras
hacer noche toma la lancha para la siguiente comunidad.
La última palabra es del argentino Jorge Bergoglio, el primer
latinoamericano y jesuita en el papado. Hay mucho en juego dentro y fuera de la
Amazonia. Al final de la última misa que reunió a los participantes en el
encuentro presinodal, los fieles de São Gabriel hicieron un ritual indígena
para proteger a sus obispos durante la misión al Vaticano.
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