(De Alfa y Omeaga)
Las diez superioras generales que
participan en el Sínodo quieren votar, igual que sus homólogos varones. La
española María Luisa Berzosa, consultora de la Secretaría General del Sínodo,
conecta este debate con la reflexión sobre posibles «nuevos ministerios» en la
Iglesia: «¿Es que solo puede haber varones ordenados o nada?»
¿Podrán
votar las diez religiosas representantes de la Unión Internacional de
Superioras Generales (UISG)? Al cierre de esta edición, la respuesta seguía en
el aire. La Santa Sede consultó este verano por medio de un cuestionario a los
participantes en el Sínodo, que esperaban salir finalmente de dudas con el
reglamento que incluirá la documentación que recibirán a su llegada al aula
sinodal.
Hasta
2018, el sufragio estaba reservado a los padres sinodales ordenados. Pero en el
Sínodo de los Jóvenes Francisco alteró en el último momento de su puño y letra
el reglamento para no discriminar a los dos únicos superiores religiosos no
sacerdotes, los de Maristas y Lasalle. Cuando el primero de ambos, el mexicano
Ernesto Sánchez, acudió a agradecerle el gesto, le preguntó a Francisco si
contemplaba extender la medida a las superioras generales. Canónicamente
–adujo– no existen diferencias. Con una sonrisa en los labios, el Papa
respondió: «Piano, piano [despacio, despacio]».
Los
cambios, sin embargo, podrían llegar antes de lo previsto. El sufragio de las
superioras generales es visto por muchos como un paso decisivo en el proceso de
dotar al Sínodo de mayor representatividad, de modo que la institución no sea
solo un instrumento para la colegialidad episcopal, sino que permita una
participación más diversa de las Iglesias locales.
Al
mismo tiempo el debate se ha convertido en símbolo de la rebelión contra la
posición subalterna de la mujer en la Iglesia, una asignatura pendiente a la
que en varias ocasiones se ha referido de forma abierta el Pontífice. El
sufragio de las superioras generales será uno de los puntos centrales en el
acto reivindicativo convocado este jueves en la plaza de San Pedro por la
organización Voices of Faith, en el que van a participar religiosas de diversos
países (de España, la benedictina Teresa Forcades). Con este ambiente de fondo
ha dado la vuelta al mundo la noticia de la exitosa defensa de un la tesis
doctoral en la Gregoriana, presentada la pasada semana por una religiosa de
Togo, sobre abusos sexuales y de poder de sacerdotes a religiosas en cinco
países subsaharianos, la primera tesis de esta temática en una universidad
pontificia.
«Una
evolución natural»
Para
la jesuitina María Luisa Berzosa, consultora de la Secretaría General del
Sínodo de los Obispos, el asunto del sufragio de las superioras no ofrece dudas
«canónicas ni teológicas». Se trata, cree, de «una evolución natural». En el
anterior Sínodo, al que la religiosa española fue invitada por el Papa, «ya
debatimos mucho sobre esto en los corrillos».
Otro
tema que se planteó entonces fue la infrarrepresentación de mujeres. «En el
Sínodo de 2018, frente a diez superiores varones, había una sola superiora;
ahora son 15 a 10, la cosa está más equilibrada», señala. Claro que, en el
mundo, hay 3,5 religiosas mujeres (660.000) por cada religioso varón
(185.0000), sacerdote o no, lo que evidencia pese a todo una gran
desproporción.
Pero
«la invisibilidad en la Iglesia no solo afecta a las religiosas», cree Berzosa.
«A mí me gusta la teología de Pablo: todos los miembros son necesarios en el
cuerpo, ninguno sobra, aunque no tienen por qué tener todos la misma función. A
veces, sin embargo, parece que la Iglesia consistiera en una cabeza enorme con
un cuerpecito escuálido. ¡Solo hay jerarquía!».
El
debate sufragista queda para Berzosa inevitablemente entrelazado con otros que
plantea el instrumento de trabajo del Sínodo, como la ordenación de «personas
ancianas, preferentemente indígenas», en zonas alejadas de la Amazonía. O la
más difícil todavía reflexión sobre posibles «nuevos ministerios», incluyendo a
las mujeres, «tomando en cuenta el papel central que hoy desempeñan en la
Iglesia amazónica».
«¿Es
que solo puede haber varones ordenados o nada?», se pregunta la hija de Jesús.
«¿Dejamos a todas esas comunidades aisladas sin sacramentos? A lo largo de la
historia han ido surgiendo nuevas formas ministeriales, ha habido una
evolución», según cambiaban «las necesidades pastorales», argumenta. «¿Por qué
ahora no? La cuestión es mirar a Dios y mirar a nuestro alrededor, y entonces
preguntarnos qué nos está pidiendo Dios hoy para este mundo», abunda,
consciente de que las respuestas que dé este Sínodo a todas estas preguntas
desbordarán el ámbito geográfico del Amazonas.
De
ahí el reparo de un sector de la Iglesia a algunas de las propuestas. «Tienen
miedo porque creen que se va a perder lo fundamental –dice Berzosa–, pero yo
pienso que es al contrario. Lo esencial no son los formatos, sino el anuncio de
Jesús, que debemos estudiar cómo hacerlo más asequible y cercano a la gente de
hoy», desde la premisa de que «hay que pasar de una fe heredada a otra de
opción personal», en la estela del Concilio Vaticano II.
«Claro
que habrá tensiones» en el aula sinodal, reconoce, pero «¿puede haber vida sin
tensiones?». «Las tensiones no tienen por qué impedirnos dialogar. Lo que hay
que evitar son las actitudes del “esto es lo mío y es lo mejor, lo único
válido”. Yo recuerdo que, en el Sínodo pasado, al escuchar las posturas de
algunos obispos, no las entendía o me caían mal. Pero después, al conversar con
ellos en los momentos que tuvimos de encuentro informal, te das cuenta de que
cada persona habla desde una situación y desde un contexto determinado. Todo
eso es muy importante para el diálogo. Si cada uno simplemente suelta su
discurso, no vamos a poder llegar muy lejos».
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