Jesús Martinez
Gordo
Diario Vasco,
26.IV.2015
Eutsi Berrituz es un colectivo, numéricamente importante
y cualitativamente significativo, de sacerdotes, laicos y laicas de la diócesis
de Gipuzkoa, fundado en 2010 como reacción al nombramiento episcopal de J. I.
Munilla. Este colectivo percibió su designación no sólo como una imposición,
sino también como un intento de laminar las opciones, claramente conciliares que,
hasta entonces, habían presidido la Iglesia de S. Sebastián, al menos a lo
largo de los cuatro decenios precedentes.
A los cinco años de la entrada de D. José Ignacio Munilla, Eutsi Berrituz evalúa muy
críticamente en un comunicado el nombramiento entonces realizado y la gestión desplegada
por el obispo al frente de la diócesis.
Hay un primer apartado en el que recuerdan
la extrañeza y perplejidad que provocó a muchos católicos y
gente de bien que un sacerdote de la diócesis, en abierta oposición a su obispo
y actuando al margen de las directrices diocesanas, fuera elegido obispo de
otra Iglesia local. Ya entonces se intuía que se trataba de un movimiento de
mayor calado: era, como luego se pudo comprobar, un primer paso para nombrarle más
adelante obispo de S. Sebastián con el fin de eliminar y erradicar todo aquello
que fuera renovación de la Iglesia guipuzcoana y referencia al Concilio
Vaticano II.
Eutsi Berrituz (y, con ellos, muchos otros colectivos
católicos) siempre vio en este nombramiento la mano larga del cardenal D. Antonio
Mª Rouco Varela, así como de otros sectores de la Iglesia española que nunca
han aceptado que la diócesis de S. Sebastián tuviera una personalidad propia en
el conjunto de las diócesis españolas y un notable entronque y manifiesta relevancia
en la vida social de Gipuzkoa. Peor todavía: creían que se trataba de una diócesis
demasiado politizada, excesivamente nacionalista, con escaso sentido de afecto
y pertenencia a la Iglesia española, con nula oposición ante determinadas corrientes
culturales existentes y demasiado abiertas a propuestas teológicas más
progresistas y creativas. Era, además, una diócesis en la que no se potenciaban
la presencia y actuación de los nuevos movimientos eclesiales (marcadamente
neoconservadores), y en la que campaba por su fueros una espiritualidad débil y
excesivamente encarnada.
D. José Ignacio Munilla fue nombrado obispo de S. Sebastián
–concluye Eutsi Berrituz este primer apartado- para “enderezar” el rumbo
equivocado de nuestra diócesis.
Este importante y significativo colectivo de sacerdotes y
católicos evalúa en una segunda parte la actuación episcopal de D. José Ignacio
Munilla a lo largo de estos últimos cinco años.
Y lo hace denunciando, en primer lugar, su visión eclesial,
marcadamente piramidal y autoritaria: “actúa como si fuera el único y exclusivo
propietario de nuestra diócesis”, además de no escuchar (y, a veces, despreciar)
crítica alguna.
Le reprochan, en segundo lugar, que su magisterio
episcopal sea “teológicamente pobre, polémico e ignorado”. Ello sucede,
señalan, porque es incapaz de sintonizar con la cultura y el sentir de nuestro
pueblo.
En un tercer momento denuncian el personalismo exclusivista
que despliega D. J. I. Munilla en la realización y aplicación de los programas
pastorales: los ha aprobado al margen de cualquier recorrido sinodal y sin participación
de los católicos. La consecuencia de todo ello está siendo la previsible: no se
asumen y, por eso, dormitan en la ignorancia colectiva de la inmensa mayoría de
los católicos guipuzcoanos.
En cuarto lugar, señalan, su gestión se ha limitado estos
cinco años prácticamente a la capital, lugar en el que se “congregan personas y grupos afines a su ideario
teológico, eclesial e ideológico”.
Y finalizan indicando que la espiritualidad activada en
este tiempo ha sido marcadamente pietista y que como consecuencia de todo ello
la comunión diocesana está gravemente fracturada: “D. José Ignacio Munilla —concluyen—
manifiesta una grave incapacidad para crear comunión eclesial y para aunar los
esfuerzos necesarios para una acción pastoral eficaz y actual”. Si no se pone pronto
remedio “se irá incrementando la disgregación de las comunidades cristianas e
igualmente continuará desfondándose,
cada vez más, la actividad de la diócesis”.
El posicionamiento de Eutsi Berrituz acaba con una pregunta
dirigida al cardenal D. Antonio Mª Rouco Varela y a quienes, como él,
apadrinaron este nombramiento: “¿Qué dicen ahora los responsables de la
jerarquía de la Iglesia española que intervinieron en su designación?”
Parece llegada la hora de una rápida intervención que,
por lo menos, palíe algo del mucho daño que se ha causado a esta diócesis con
este nombramiento.
Queda para otra ocasión la urgencia (cada día más
ineludible) de cambiar el procedimiento actual de nombramiento de los obispos,
una cuestión que tendría que ser clave en la reforma de la curia en la que está
empeñado el papa Francisco. Hay que pasar del actual sistema, marcadamente
piramidal y arbitrario, a otro pactado y consensuado entre la sede primada y
las diócesis directamente concernidas.
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