Esta capa cardenalicia, ¿no es un abuso litúrgico? |
(Sobre el cardenal Cañizares y su reforma del rito de la Paz)
La noticia me ha dejado desasosegado. Se trata de lo siguiente: según el cardenal Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
es decir el encargado de velar por el esplendor de la Liturgia, en el
rito de la Paz, después del Padre Nuestro, en la Eucaristía, habría en
la actualidad algunos desvíos. Aunque el texto que yo conozco no lo dice
expresamente, da la impresión de que el reproche va en la línea de las
conocidas, y repetidas, y cansinas quejas de algunos (ya sabemos
quienes, los que dicen respetar y reverenciar el Concilio Vaticano II,
pero no lo aceptan, ni en el fondo ni en la forma), sobre los abusos
litúrgicos en el pos-Concilio.
Se trataría, pues, de “ritualizar” el
rito, es decir, de eliminar todo gesto de espontaneidad y de creatividad
de la asamblea. Dos de las propuestas de cambio demuestran bien el
estilo y la tendencia de ciertas mentes curiales: el rito de la Paz no
debería tener ningún canto, ni el presbítero,-presidente- de la
celebración debería bajar del presbiterio para saludar a algunos fieles,
que representen a toda la Asamblea. Es decir, que los clérigos se
saluden sólo entre ellos, y así resplandecerá la horrible endogamia
clerical que domina en la liturgia de los nostálgicos de Trento. He
leído algunos comentarios a la noticia en Religión Digital
(RD), y varios apuntan a la pena que produce que el máximo responsable y
vigilante de que la Liturgia cristiana sea bella y digna, sí, pero
sobre todo viva, sufra dos claros “olvidos” -llamémoslo así para no
ofender- auténticamente imperdonables: del espíritu del Vaticano II, y
del modo fresco, vivo, evangélico, de celebrar la Eucaristía del papa Francisco.
Ya me he pronunciado otras veces sobre este tema, pero si nos obligan a
ser reiterativos, lo seremos, porque ellos, además de serlo, son
cansinos.
El auténtico abuso en las celebraciones
litúrgicas es, justamente, el que consagró, y todavía está vigente, la
reforma piana, y se perpetúa en el Misal romano. Así que este Areópago
no aceptará los argumentos que invoquen el estricto respeto a las normas
del mismo, porque son antievangélicas, y no tienen nada que ver con la
celebración de la Cena del Señor en el Nuevo Testamento ni en la
tradición apostólica de los primeros siglos. Todo el recargo de
vestimentas, de sombreros, de venias y de protocolos cortesanos, y de
gestos bizantinos, o hasta egipcios, todo eso, insisto, es el verdadero
abuso en la liturgia cristiana. No busque abusos, señor cardenal, en las
sencillas misas celebradas en el día a día en nuestras semivacías
iglesias, con asambleas pequeñas y familiares. Búsquelos en las
impresionantes misas concelebradas, con aquel mareo de mitras, casullas y
leves murmullos del frufrú de las sedas y los paños selectos, y el
pandemonio de sirvientes y cortesanos pululando por el altar. Lea en
cualquiera de los Evangelios el relato de la última cena, y díganos si
no se avergüenza de la espeluznante traición que nuestra flamante
Liturgia ha perpetrado a través de los siglos, desde el siglo IV, más o
menos.
Lo que sucede es que estábamos tan
acostumbrados a esos desmanes, fijados y consagrados por la
Contrarreforma, que ni siquiera teníamos instrumentos para reconocerlos,
ni teológicos, ni bíblicos, ni pastorales, a consecuencia una
deformación intelectual, y de la sensibilidad litúrgica, que nos llenaba
de prejuicios. Lo que ha sucedido, a partir del Concilio,
es que esa cortina de ignorancia prejuiciosa ha sido rasgada, y nos han
quitado la venda de los ojos que nos hacía distorsionar nuestra
percepción de la verdadera dignidad y belleza de la Liturgia. Pero, por
lo que parece, todavía hay fieles, y algunos de ellos muy sonados, con
una tupida venda en los ojos.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara en su blog
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