El ángel discrepó de José.
Jesús discrepó de José y de María.
Pedro discrepó del resto.
Pablo discrepó de Pedro.
Bernabé discrepó de Pablo.
Santiago discrepó de los dos anteriores.
Pablo VI discrepó de Juan XXIII y San Juan
Pablo de sus predecesores.
San Gregorio Nacianceno, obispo, discrepó de
su padre Gregorio, también obispo, de
Nacianzo, hasta hacerle renunciar al semiarrianismo, superando de ese modo el
gran disturbio de la comunidad.
Tú discrepas de…, yo discrepo de…, el mismo
que dice que no discrepa muestra ser el más discrepante…
Y es el sano discrepar (pura sencilla
aplicación de la sana dialéctica tesis-antítesis-síntesis, o ver-juzgar-actuar)
en un permanente comienzo, el secreto de los mayores progresos (de la vida, la fraternidad y de la ciencia).
Mas hete que siempre hay (se le conoce, se le
menta, en todos los lugares sociales, en todos los “ahora”, también en la
iglesia, en nuestra pequeña y mayor comunidad -de la residencia o de la
parroquia o de la diócesis-) quien se empeña en el pensamiento único; el suyo,
claro; como si su verdad fuese la Verdad, como si la verdad fuese el pedrusco
que uno lleva en sus manos, o en su cabeza, o en sus riñones.
Aprovechemos la fiesta, como carnaval del buen
tiempo, para dar suelta al pequeño rebaño, que bien llevado no es de demonios,
sino de ángeles. Y ayudemos así a volver a cada hermano de cualquier
semiarrianismo, o semiloquesea.
Txelis
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